martes, 3 de octubre de 2017

Tensión incontrolable


Decíamos no hace mucho, que el acaloramiento gradual de las masas, promovido por la incapacidad de dialogar que ha venido siendo la característica principal del gobierno que preside Mariano Rajoy no suele traer consigo, más que desgracias y que esas mismas masas, cuando alcanzan  el  punto de ebullición, son muy difíciles de serenar, sobre todo si el motivo que enciende la traca final tiene que ver de cerca con la aplicación desmesurada de la violencia, que no puede generar, más que una respuesta de iguales o mayores dimensiones que convierte a los individuos en incontrolables.
La batalla campal que pudimos ver el Domingo en Cataluña y el exagerado triunfo del SI, en las votaciones que se celebraron, a pesar de los muchos inconvenientes, ha colocado  a los partidarios del independentismo, que hoy celebran una huelga general, en una posición de fuerza que está siendo, peligrosamente similar a la postura que se aplicó contra ellos en las puertas de los colegios electorales y que empieza a dar una imagen catastrófica de una gente, que da la impresión de haber perdido totalmente los nervios, pasando a una venganza directa contra los cuerpos de Seguridad del Estado y también contra los políticos que han estado apoyando el pensamiento impuesto por el PP y que evidentemente, difieren seriamente del cariz que están tomando los acontecimientos.
Acciones como obligar a los dueños de los Hoteles a expulsar de los mismos a los Guardias civiles y policías que en ellos se alojaban  o atacar en tropel a unos cuantos parlamentarios de Ciudadanos, a las puertas de su sede en Barcelona, que han tenido que ser defendidos por ciudadanos de a pie, para evitar un linchamiento, no parece el camino más aconsejable para canalizar la ilusión, sino que mina en profundidad, el sentimiento de los que miramos desde fuera y que en muchos casos hemos defendido hasta la saciedad la celebración de un Referendum pactado, obligándonos a tener que condenar con contundencia, esta radicalidad descontrolada que hace perder la poca o mucha razón que asistiera, al colectivo secesionista.
Esos mismos que exigen el derecho a ser respetados por quienes no piensan como ellos y claman por la libertad de expresión, siendo capaces de desobedecer las leyes marcadas para conservarla, no deben, si verdaderamente quieren que sus demandas sean escuchadas y aceptadas en el resto del mundo, convertir a Catalunya en una caverna donde cohabitar endogámicamente, bajo un pensamiento único e intocable, que no puede, sino recordar trágicamente, a lo que ocurre en todas las dictaduras.
Uno quiere pensar, porque en principio se ha de creer en la bondad de la mayoría de la gente y en que la inteligencia ha de primar en todos los casos, por encima de la sinrazón, que necesariamente, estos actos han debido ser protagonizados por grupos incontrolados que hacen de la barbarie su modus vivendi y que la  generalidad de los catalanes, no quieren en absoluto, comulgar con los que así se comportan, creyendo que su territorio les pertenece en exclusividad, pues mal empezarían, si quisieran crear una Nación, en la que no cupiera nadie que no hubiera nacido en ella o que, aún siendo de allí, tuviera una ideología diferente a la que se propone desde la Generalitat, estos días.
Porque en nombre de la libertad, ni se  pueden ni  se deben cercenar los derechos de todos los individuos, que como tales, han de conservar intacta su capacidad de decidir la ideología que asumen como suya, pudiendo además, expresarla abiertamente y sin censuras, en el lugar y momento que eligieran.
Los malos instantes que todos hemos vivido, seamos o no catalanes, el pasado Domingo y la reciente indignación que aún perdura fresca en nosotros, por lo que tiene de injusta e innecesaria, obligan necesariamente a no caer en la tentación de convertirnos en seres irracionales que entrando en una vorágine de irresponsabilidad, corremos el riesgo de convertir a los enemigos políticos en iconos contra los que cebarse, sin encontrar otra salida que la violencia.
No hay mayor grandeza para los seres humanos, que ser capaces de hacer de la generosidad, un símbolo para  toda la vida. Caer en el error de permitir que el rencor se encone en nosotros, impidiéndonos abrir los horizontes de nuestras miradas y   cerrando  cualquier posibilidad de entendimiento, se convierte en imperdonable, cuando se trata de defender una causa y resta toda esperanza en que todas las diferencias son salvables, cuando se pone en ello, voluntad para hacerlo.

Si nuestros políticos hubieran intentado esa vía, se podría haber ahorrado mucho sufrimiento.

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