Tal como se esperaba, la visita de Mariano Rajoy a Cataluña
no ha supuesto un acercamiento a los ciudadanos que allí residen, sino un
encuentro con militantes del Partido Popular que, naturalmente, han aclamado
todas y cada una de sus propuestas, dando la falsa sensación de que el apoyo a
la teoría de la Independencia que se votó el 9N, cuenta con muchos menos
adeptos de los que parece.
Ni siquiera se ha molestado en entrevistarse con Mas, que en
ese momento se encontraba a casi doscientos kilómetros de distancia y que es el
único interlocutor necesario, si es que Rajoy quiere de veras solucionar la
enorme brecha abierta que le separa de los catalanes, a quienes ha terminado
por hartar, con tanta intolerancia como ha demostrado con ellos, desde que
comenzara su mandato.
Ya todos sabíamos que todo sucedería así, pues a fuerza de
sufrir cada una de las decisiones tomadas por Rajoy, hemos terminado por
adivinar su pensamiento, por lo que tenemos muy claro que difícilmente se
apeará de su trasnochada españolidad, para ceder al menos mínimamente, en la
visión que guarda sobre este problema.
Vuelve a caer en el manido error de creer que los militantes
de su propio partido representan la opinión de todos los ciudadanos, negándose
sistemáticamente a mirar a su alrededor para conocer la auténtica realidad que
se vive en el país y en este caso, en Cataluña.
Pero de tanto aguardar
que los problemas se resuelvan con el paso del tiempo y falsamente convencido del amor del pueblo por
su persona, las situaciones de dificultad terminan por estallarle, una tras
otra, entre las manos y no será menos la cuestión catalana, que no se atreve
nunca a abordar de frente y en disposición de negociar una salida airosa a la
crisis.
Puede Rajoy tener por seguro que ninguno de los presentes en
la reunión que mantuvo ayer, votó en el 9N y que todos se consideran
fundamentalmente españoles hasta la médula, como era de esperar procediendo del
PP y adulándole como le adulan.
Con quiénes tiene que hablar es precisamente con los otros,
si verdaderamente cuenta con un argumento de peso que anule los deseos independentistas que
albergan, aunque para ello tenga que
soportar las críticas sobre su gestión y sobre su propia persona, como debe
hacer, cualquier buen político que se precie.
Pero claro, eso
supondría aparecer en las televisiones de medio mundo, abucheado por un buen
número de ciudadanos mientras entra o sale de las reuniones y que se de
publicidad, también, al testimonio que pudieran ofrecer los partidarios de la
independencia, dando lugar a que la gente en general, se forme una opinión
personal sobre el problema, que a lo peor, no le favorecería en absoluto.
Es mejor esconderse, o hacer ver que los apoyos con que se
cuentan parezcan multiplicados por mil, ayudado por los aplausos de los que sabemos de antemano que están y
estarán con nosotros, aunque esto suponga, una vez más, falsear la verdad de lo
que se cuece en el territorio catalán y de lo que sienten las personas que allí
habitan.
Y aunque de este modo lo único que ocurra es que se alargue
en el tiempo la solución de un grave problema, mantener el ego ante Europa y
hacer creer allí que cuenta con una buena tasa de popularidad, también en Cataluña,
se convierte para Rajoy en primordial, si quiere acabar la legislatura.
Afortunadamente, los demás observamos con objetividad los
pasos que da y aún somos capaces de contar lo que vemos a quienes puedan
llamarse a engaño, por lo que quiere hacerles entender un PP, que ya nada tiene
que hacer en el panorama político en el que nos movemos.
Entre la corrupción, la ascensión imparable de Podemos, la
marcha de la Economía, el aumento del desempleo y este irresoluble conflicto
con Cataluña, los únicos que aún toleran a Rajoy son, seguramente, los que
llenaban el Pabellón en que se presentó ayer y algunos más, que por razones de
edad o enfermedad, no pudieron acudir a tan glorioso evento.
Si ésos representan a la totalidad del País, que las cifras
lo demuestren.