martes, 31 de octubre de 2017

La estrategia del victimismo


En una rueda de prensa claramente dirigida a los medios internacionales reunidos hoy en Bruselas, Carles Puigdemont, hablando en cuatro  idiomas y rendido a la estrategia del victimismo, ha confesado hoy que la decisión de abandonar Catalunya ha sido fruto de un pacto entre Partidos separatistas, aunque sin mencionar a la CUP y que no entraba dentro de sus aspiraciones solicitar asilo político en Bélgica, sino abrir una ventana al mundo desde la capital europea, para dar a conocer lo que los suyos consideran como la realidad del conflicto catalán, denostada por los medios españoles.
En cuanto a si tiene o no intención de regresar, ahora que se conoce la querella que ha interpuesto la fiscalía sobre su persona, por delitos de sedición, rebelión y malversación, ha manifestado que no tiene intención de hacerlo hasta no estar seguro de que su caso será juzgado con garantías y que exista una separación de poderes real y efectiva, aludiendo de manera directa al intervencionismo del Estado español en los asuntos judiciales y dudando de la objetividad con que podría ser tratado su caso, por las connotaciones que tiene.
En un montaje minuciosamente preparado, Puigdemont  y seis de sus Consellers han admitido sin embargo, su intención de presentarse a las elecciones del 21 de Diciembre, provocando una especie de contradicción entre lo que dicen pensar y lo que se disponen a hacer, pues a pesar de no admitir, según propias palabras, la nulidad del pleno en que proclamaron la República, aceptan sin embargo la solución electoral propuesta por Mariano Rajoy, como una de las medidas de la aplicación  del 155, a la que se niegan tajantemente.
Asumiendo como una inmolación necesaria esta huida programada hacia el mismo corazón europeo y reivindicando un papel de mártires de la causa que contradice el propio calado de sus acciones, invitan sin embargo, a los funcionarios catalanes a una desobediencia casi imposible de practicar, aconsejándoles, desde lejos, astucia para llevar a cabo este boicot propuesto por el Govern destituido y dejan, al menos aparentemente, el bastón de mando en manos de Oriol Junqueras, que se queda en el territorio para afrontar la que se avecina, demostrando al menos, mayor coherencia.
Según algunas fuentes, las intenciones declaradas en esta singular rueda de prensa, en la que no se han admitido más que cinco preguntas, cuatro de medios extranjeros y una de TV3, han tenido que ser improvisadas, tras fracasar estrepitosamente todos los intentos de conseguir asilo político en Bélgica y  de lo expuesto, ni siquiera se puede concluir si Puigdemont y quiénes le acompañan tienen o no intención de presentarse a la citación judicial fijada para el Jueves, aunque todo hace pensar que no será así, por la precipitación con la que se ha planteado su viaje y las reticencias expresadas hacia la justicia española.
En honor a la verdad, habría que decir que la deriva que está tomando esta historia se está convirtiendo en una especie de esperpento, en el que la credibilidad de sus principales protagonistas está empezando a ser cuestionada, incluso por sus más fieles seguidores y que sólo el líder de Esquerra Republicana, que ha permanecido en Catalunya, aunque de manera absolutamente pasiva, confiere algo de seriedad a lo que ha venido ocurriendo allí, estos últimos días.
Entretanto, los populares se autoproclaman como auténticos vencedores del conflicto y comienzan a lanzar el mensaje de que Mariano Rajoy se ha convertido en el salvador de Catalunya, dando inicio a una Campaña electoral, que se espera movida y cruenta,  como principales representantes de los partidos constitucionalistas y defensores a ultranza de una unidad, que en estos momentos resulta ser ciertamente ficticia.
El triunfalismo y el ansia de gloria que tanto necesitaba el PP, se materializa en estos momentos como catapulta para aumentar sus votos en Catalunya, mientras esconde bajo la alfombra todos los problemas que han venido teniendo con los casos de corrupción, que parecen haber desaparecido tragados por el tsunami catalán, en un golpe de suerte.
No sabemos, si a nivel internacional le funcionará o no a Puigdemont esta victimización evidente, con la que está tratando de presentar el problema,  pero el hecho es que su falta de respeto hacia aquellos que le siguieron en su andadura hasta el último aliento, rompe todas las reglas de integridad que debe mantener un político y le convierten en una especie de aquellos guiñoles que solían aparecer en un viejo programa de televisión, en los que en clave de humor, se  retrataban todos los defectos.



lunes, 30 de octubre de 2017

Cuestión de honor


Cuando parece que los Partidos nacionalistas catalanes empiezan a aceptar como un hecho la posibilidad de presentarse a las elecciones convocadas por Mariano Rajoy, para el 21 de Diciembre, aún negándose a reconocer como fallido su intento de proclamación de la República, nos enteramos de que Carles Puigdemont, que había invitado a la resistencia civil, a través de un improvisado discurso, ha viajado con cinco de sus Consellers, a Bruselas, con la intención de solicitar asilo político allí, justo mientras la Fiscalía presentaba contra él y sus más estrechos colaboradores, una querella por delitos de sedición, rebelión y malversación, que seguramente prosperará, si se tiene en cuenta todo lo acontecido, en los últimos días.
La noticia, que ha saltado a los medios aproximadamente sobre las doce de la mañana, cogía por sorpresa a una buena parte de incondicionales de las tesis secesionistas, que tras celebrar la llegada de su recién proclamada República, se preguntaban con insistencia dónde se encontraba el que siguen considerando como su Presidente, esperando con emoción, que haciendo caso omiso de la aplicación del 155, ocupara su despacho, como un lunes cualquiera, esta misma mañana.
Lejos de ser así, nadie sabía ofrecer noticias del paradero de Puigdemont, desde que ayer a medio día se diera un baño de multitudes en un restaurante de Girona y ni él, ni la mayoría de sus fieles seguidores, han podido ser localizados en sus lugares de trabajo, a excepción de Carme Forcadell, que acudía al Parlament , para desconvocar una messa que estaba previsto celebrar mañana, alegando que la institución había sido disuelta.
El viaje de Puigdemont, que ha corrido como la pólvora por las redacciones de los diarios y que responde al ofrecimiento del Ministro de inmigración belga, que se prestaba a dar asilo al President y los suyos, sin la aquiescencia de su Gobierno, ha debido sin embargo, dejar de una pieza a los más de dos millones de ciudadanos que confiaban plenamente en su perseverancia para afianzar el proyecto por el que han venido luchando durante tanto tiempo y que ahora se han quedado, en cierto modo, huérfanos de su principal progenitor, que les abandona con alevosía  y nocturnidad, a su propia suerte.
Qué puede haber movido a Puigdemont y sus Consellers a decidir el abandono del país con tal precipitación y sin previo aviso,  es una incógnita en estos momentos, pero si la decisión tiene que ver con las medidas judiciales que se les vienen encima como consecuencia directa de sus acciones, no cabe mayor deshonor, sobre  cuando se ha estado empujando a la gente a resistir valerosamente a la llamada represión española y muy fundamentalmente, cuando dejan en la cárcel a dos de sus más estrechos colaboradores, Sánchez y Cruxat, a los que tanto parecían defender, en sus acalorados discursos, ante sus fieles.
Ya intuimos el otro día, cuando se propuso la votación secreta en el Parlament, que existía una clara intencionalidad de eludir las acciones de la justicia, propósito que de confirmarse la noticia que se baraja hoy, no sólo queda confirmado, sino que cae como una losa sobre los mismos que decían defender con tanto ahínco el nacimiento  de una nueva Nación, que han tardado dos días en abandonar, en cuanto las cosas se han puesto difíciles, para su propia seguridad, huyendo en desbandada.
Menuda desilusión se habrán llevado todos aquellos que envueltos en la estelada salvaguardaban la firmeza unos líderes, dispuestos a sacrificarlo todo por el triunfo de la causa y que han sufrido en carne propia, la represión policial del primero de octubre, sin dar un paso atrás, convencidos de que había que llegar hasta las últimas consecuencias, asumiendo con   valentía y pundonor, todos y cada uno de los riesgos.
Deben sentirse hoy, abandonados por los que les trajeron, con su perseverancia  hasta aquí y que ahora, en cuanto han olido el perjuicio que podría arrearles tener que asumir las consecuencias de sus acciones, parecen desear convertirse en una especie de mártires políticos ausentes, que dirijan,  desde una distancia protectora de su propia integridad, cualquier efecto negativo que sobre la sociedad civil catalana pudiera traer la intervención, olvidando que existieron otros caminos por los que circular, que desdeñaron con altanería, desde una posición de intolerancia y desprecio.
Los que hemos sido desde el  principio partidarios de la negociación, acabamos de confirmar con esta noticia, la ineptitud de estos interlocutores y sobre todo, que conservar la dignidad y el honor, se encuentra sólo reservado a personas muy concretas que por su personal talante, permanecen firmes en sus convicciones, sobre todo cuando los caminos se tuercen y está en riesgo la integridad de los que les siguieron por el camino que marcaron, fuera o no, el correcto.
El artículo 155 se está aplicando en Catalunya con total normalidad y hasta duele tener que decir que los primeros que se han retirado de este cruento campo de batalla, han sido precisamente, aquellos que iniciaron la aventura, arengando a las masas hasta convertirlas en una especie de guerreros pacíficos dispuestos a dedicar la vida, a unas creencias.
Solos hoy, frente a la victoria que ya proclama Rajoy a bombo y platillo, no pueden, sino causar en todos nosotros, una profunda tristeza.

Ojalá y Europa impida que esta cobardía de Puigdemont y sus Consellers, pueda hacerse factible.

domingo, 29 de octubre de 2017

Una realidad paralela


Dicen los expertos, que la gestualidad que acompaña a las manifestaciones orales de la gente, puede revelar, si se observa, los grandes secretos que guarda cada cual y que en los momentos de mayor tensión que vivimos, esa gestualidad puede ayudar a encontrar las claves de la verdad que se esconde en lo más profundo de las personas, pudiendo leerse de este modo en ellas, mucho más allá de lo que sugieren sus palabras.
Después de unos meses de extrema tensión y una vez conocido el final de la dolorosa historia que hemos vivido los catalanes y españoles, he de confesar que ayer noche, nada me apetecía más que procurarme algún momento de relax, aunque la curiosidad, que suele ser mala consejera, me condujo inconscientemente hasta el llamado Debate de la Sexta, en dónde se continuaba discutiendo sobre el tema de máxima actualidad, que había alcanzado su punto álgido con la DUI y el principio de la aplicación del artículo 155.
La sorpresa llegó, cuando me encontré discutiendo en pantalla a representantes de todas las Formaciones políticas, incluidos dos declarados independentistas de PdeCat y Esquerra Republicana, cuyas actitudes, si se tiene en cuenta la gravedad del momento, me parecieron, permítanme decirlo, incomprensiblemente sosegadas y muy fundamentalmente, cargadas de una especie de halo de complaciente superioridad que parecía infravalorar la inteligencia de los demás interlocutores, como si la contundencia de los argumentos que esgrimían, no sólo no admitiera ningún tipo de crítica o discusión, sino que además anulara sistemáticamente y sin oposición, la diversidad natural  de las opiniones de los otros.
He de reconocer, que me quedé inmediatamente petrificada, sin poder creer realmente lo que mis ojos estaban viendo y que el desarrollo de la conversación, las sonrisas grabadas como a fuego en el rostro de los nacionalistas y su permanente rechazo a la aceptación de unos hechos consumados que habían empezado a producirse en Catalunya, ya de madrugada, no hicieron, sino corroborar la teoría de que se hallaban, como abducidos por una corriente ideológica mil veces repetida y ensayada, que les robaba cualquier posibilidad de ver más allá, de una línea marcada en la estrechez de miras de su propio horizonte.
 Esa gestualidad, que podría describirse simplemente como un aprendizaje concienzudo cuya última finalidad sería la de poder dotar a las masas de un profundo convencimiento y de convertir, a esa doctrina aceptada con devoción, en una religión ineludible, por la que uno podría llegar a renunciar incluso a las más profundas querencias, coincidía y sólo habría que prestar atención a las imágenes que hemos estado viendo estos días en todos los medios, incluido el momento en el que se proclamara la Independencia, con la actitud demostrada también, por todos los líderes secesionistas y si me apuran, hasta por la multitud que les ha venido acompañando durante su periplo, produciendo a quiénes miramos desde fuera, la escalofriante sensación de haber estado asistiendo al nacimiento de una extraña secta, cuyos partidarios ignoran su propia inmolación, en pos de una causa primera que les empequeñece convirtiéndoles en individuos absolutamente alienables.
No sé por qué, recordé nuevamente una escena de la que ya les hablé con anterioridad, no recuerdo hace cuánto tiempo, perteneciente a la película Cabaret, en la que un joven de estética aria,  vestido con el uniforme de las juventudes hitlerianas, empieza a entonar, con el brazo en alto, en un merendero lleno de un público entregado a consumir salchichas y cervezas, una canción titulada “Tomorrow belongs to me”, a la que primero, nadie presta demasiada atención, pero a la que después se van sumando, uno a uno, todos los comensales, hasta convertirla en una especie de clamorosa manifestación simbólica del arraigo popular de  un fascismo, que poco después se convertiría en imparable, trayendo para todos, las terribles consecuencias que conocemos sobradamente, a través de la Historia.
Ese recuerdo inconsciente, que permaneció anclado a mi memoria durante toda la noche y la reiteración machacona de los mismos argumentos, esgrimidos incluso por un reconocido economista, con un ictus de idéntica complacencia, no pudo, sino prolongar ese sentimiento de durísima incertidumbre ante el futuro que se abre ante nosotros y la indeseada sensación de que una buena parte de catalanes está decidido a vivir una realidad paralela, en ese paraíso feliz fabricado para tal fin, no se sabe por quién ni con qué intenciones, pero que finalmente, chocará de manera inevitablemente violenta con la crudeza de la legalidad que acompaña al poder y que cuenta con la aquiescencia de  todo un  mundo globalizado, que no dudará en destrozar sin reparos, la esencia de este sueño.
A esos dos millones y pico de personas, que creyeron sinceramente en la grandeza de su idea y que aún hoy, celebran con júbilo la proclamación de una República virtual que se les ha venido presentando como la quimera del oro, frente a la siniestralidad de un Estado imperfecto, convendría quizá prevenirles de que los espejismos, que parecen reales ante los ojos y que nos atraen poderosamente hacia la frescura de los oasis, en medio del desierto, terminan por desvanecerse ante nosotros, aumentando la angustia por la sed y sólo aquello que es verdaderamente tangible, puede proporcionarnos algún breve instante de felicidad, pues nada en esta vida es absoluto, ni dura, para nuestra desgracia, para siempre.
Será la suya, la crónica de una desilusión anunciada por la rotundidad de una verdad, que apoyada en esa legalidad que los suyos abandonaron precipitadamente, sin contar con las consecuencias que traen este tipo de acciones irresponsables, de cara al porvenir de la gente, acabará por imponerse sin remisión y reflexionar sobre los propios errores, podría ser quizá el primer paso, para volver a intentar un entendimiento.


sábado, 28 de octubre de 2017

Tiempos de utopía


La proclamación de la República Catalana se consumó ayer a medio día en un Parlament  sólo ocupado por los grupos secesionistas y Podemos, levantando una ola de entusiasmo entre los miles de personas que aguardaban un momento de tal trascendencia ante el Palacio de San Jaume  y un sentimiento de tristeza y preocupación en la población que presenciaba el acto sin poder creer lo que sucedía ante sus ojos.
Se cerraba así, un periodo de incertidumbre que nos había tenido a todos imaginando desenlaces distintos para un mismo acontecimiento y se rompía toda esperanza de que el diálogo y la negociación, por la que habíamos apostado hasta el último instante, acabaran por suavizar el encarnizado enfrentamiento entre los protagonistas de un conflicto, que finalmente no pudieron o no quisieron llegar a ningún tipo de acuerdo.
Sólo unas horas más tarde de que los nacionalistas catalanes hicieran tangible sus sueños, el Presidente Mariano Rajoy celebraba un consejo de ministros extraordinario, en el que daba curso a la aplicación del artículo 155, aprobada por el Senado y comenzaba a poner en marcha las primeras medidas propuestas por su Gobierno, comenzando con la destitución  al completo del Govern de la Generalitat y el cierre de un Parlament, en el que continuaban los festejos, por la llegada de la independencia.
Al mismo tiempo, convocaba sorpresivamente elecciones autonómicas para el próximo 21 de Diciembre, destituía al director de los mosssos de escuadra y a los delegados de la Generalitat  catalána  en Madrid y Bruselas y cerraba las llamadas embajadas que el Govern había estado instalando durante años, como un anuncio de su intención de independencia.
El día, que había comenzado con la incertidumbre de no saber aún cuáles eran las intenciones de Puigdemont y la propagación de las ofertas que aún le hacían los socialistas de Iceta para que reconsiderara la opción de acudir al Senado para defender sus argumentos, fue despejando dudas en cuanto se anunció el comienzo de un pleno, en el que de modo similar a lo que ocurriera el pasado Septiembre, se fueron rechazando una a una las propuestas que vinieron de parte de la oposición y aprobando las que provenían de los integrantes de los Partidos secesionistas, hasta el punto de que al final, se logró que la votación en la que se decidía la proclamación de la República fuera en urna y secreta, por lo que nunca podremos saber quiénes fueron los que propiciaron el triunfo del SI, cosa que complica enormemente la posible actuación contra ellos de la justicia.
En el momento de la votación, los parlamentarios de PP, Ciudadanos y PSC, abandonaron la sala y sólo los de Podemos permanecieron en sus asientos, mostrando, salvo en tres excepciones, las papeletas del NO, antes de introducirlas en la urna que se exponía en el centro del recinto.
 Se consumaba así, algo que una buena parte de la Sociedad catalana deseaba con todas sus fuerzas y otra parte temía con igual vehemencia, quedando demostrado con un realismo casi patético, la enorme fractura que se ha venido gestando en Catalunya durante los últimos años y que con toda probabilidad, perdurará por encima de lo que pueda ocurrir en el futuro, por mucho, mucho tiempo.
La noche, que transcurrió en las calles, en un ambiente festivo, lleno de fuegos de artificio y miles de personas envueltas en esteladas que reclamaban insistentemente que se retiraran las banderas españolas de los edificios públicos,  sirvió también, para que se publicaran en el BOE las medidas aprobadas por el Gobierno de Rajoy y para que se destituyera a Pere Soler y Trapero, cabezas visibles de los mossos de esquadra, fulminantemente.
El relato de los hechos, que podría definirse como ciertamente esperpéntico y en el que parecían convivir dos realidades diametralmente opuestas, supone sin embargo, una de las acciones de mayor gravedad con las que se haya enfrentado la Sociedad desde la muerte del Dictador y abre un periodo en el que cualquier cosa pudiera ocurrir, si la Generalitat se negara a cumplir las órdenes del Gobierno español y una buena parte de la Sociedad catalana optara por la desobediencia civil, haciendo frente a la aplicación del 155, aunque fuera de manera pacífica.
¿Cuenta el Estado español con los instrumentos necesarios para la aplicación de estas medidas propuestas? La verdad es que al no existir precedentes que puedan ofrecernos la seguridad de que todo el entramado que conlleva la aplicación del 155, puede llevarse a cabo de manera eficiente, sólo el paso de los días nos irá relatando lo que pueda ocurrir en Catalunya, en un futuro que se presenta ciertamente incierto.
Verdad es, que el hecho  de que la República no haya sido reconocida por ningún país del mundo, al menos hasta el momento y que las más grandes potencias se hayan posicionado abiertamente al lado de Rajoy, no facilita para nada el comienzo de una nueva nación, pero la realidad es que a los partidarios de la secesión, poco o nada parece importar, si no es la idea de continuar adelante con sus sueños.
Muchos catalanes, empezaban anoche a romper sus carnets de identidad y sus pasaportes, como gesto simbólico de la ruptura con el país que han venido considerando como su represor, sin querer creer que  la llegada de la República que celebraban, consistía en una mera utopía, carente de cualquier reconocimiento.
Era, como si una ceguera colectiva se hubiera apoderado de la gente, impidiéndoles distinguir cualquier viso de realidad que pudiera alejarles, ni una micra, de los argumentos que se han ido grabando a fuego en sus mentes, durante los últimos tiempos.
Cómo gestionarían su amada República quiénes les han traído hasta aquí, aislados del mundo, sin medios, sin recursos, sin empresas, sin empleos y por tanto, sin sueldos, no cupo nunca de sus planteamientos.
El despertar, será seguramente amargo de asimilar y es probable que muchos  de ellos se pregunten cómo consintieron en ser arrastrados hasta aquí, sin que nadie les advirtiera de los peligros que conllevaba construir este sueño.
Nada hay peor, que tener que ver cómo las ilusiones se hacen añicos, cuando las cosas se hicieron con buena voluntad, aunque sin contar de antemano con que el Poder, con mayúsculas, casi nunca pierde.
Bueno, quizá haya algo  peor: tener que abordar la reconstrucción de todos los apegos que se rompieron durante la elaboración de este proceso. Algunas de estas heridas, abiertas en su mayoría por la intolerancia de los unos contra los otros, quizá hayan matado para siempre los valores que propiciaban una convivencia pacífica entre ciudadanos, amigos  e incluso familias, que no fueron capaces de separar la ideología de los afectos.
Lo que haya de pasar, pasará, pero este tiempo de utopía, ha dejado sin embargo, en muchos de nosotros, un amargo recuerdo.



jueves, 26 de octubre de 2017

Esperanza en la madrugada


Aunque ayer por la tarde Carles Puigdemont decidía no acudir al Senado y en el ambiente se daba por hecha una Declaración Unilateral de Independencia, de madrugada, saltaba la noticia de que la Generalitat  había enviado una propuesta de pacto a Moncloa, en la que se accedía a convocar elecciones autonómicas anticipadas, a cambio de que se diera marcha atrás en la aplicación del artículo 155, en Catalunya.
A las doce y media de la mañana, aún no se conoce la respuesta de Rajoy y todo el país continúa con la incertidumbre de saber qué pasará finalmente esta tarde en el Parlament y en el Senado, aunque parece haberse abierto una última esperanza de solución, sobre todo porque al PP debe haberle complacido y mucho, que hayan sido los nacionalistas los que en cierto modo, hayan dado marcha atrás en sus aspiraciones, al menos en este momento.
Pero el recuerdo que todos tenemos de las actuaciones de la derecha española, en casos en que se haya cuestionado su poder, no son precisamente tranquilizadores y por tanto, habrá que esperar a ver si son capaces de aparcar, por una vez, su indignación por haber sido saboteados con las votaciones del 1 de octubre, para poner los intereses reales de los ciudadanos por encima de su orgullo herido, tramitando un acuerdo que en cierto modo contentaría momentáneamente a las dos partes, para que volviera reinar entre nosotros, la paz y la concordia.
 Sin embargo, entre la sensación con la que nos acostamos ayer y la que nos acompaña en esta mañana decisiva en que se acumulan las noticias, no es para nada la misma y los que siempre hemos apostado por la vía del diálogo y la negociación, queremos conservar la ilusión de que los milagros de última hora son posibles, por lo que respiramos un poco más aliviados, aunque sabemos que esta solución no terminaría en absoluto con el problema catalán, aunque si supondría un balón de oxigeno para permitir que las cosas se colocaran en su sitio y dentro de la legalidad vigente.
Naturalmente, ya sabemos que si el PP aceptara la propuesta lo haría de manera triunfalista, adjudicándose una baza  que no le corresponde por derecho, pero esas nimiedades, carecen de importancia cuando se trata de evitar un daño mayor y en cierta medida, nos daríamos por satisfechos, si finalmente amainara  la tormenta.
Enganchados a los medios de comunicación y sin pestañear por lo que pudiera suceder en las próximas horas, permanecemos en una calma tensa que lo invade todo y que no nos deja siquiera la posibilidad de pensar en ninguna otra cosa y aunque somos conscientes que de arbitrarse esta vía, muchos catalanes vivirán un momento amargo, por la desilusión que supone para ellos no haber alcanzado su sueño, los inconvenientes que acarrearía para ellos una declaración de independencia se advierten con mucha más claridad desde la distancia y habría que considerar la ventaja que supone trasladar sus reivindicaciones al marco de una legalidad, en la que en pos de la libertad de expresión, podrán exigir, lo que quieran.
Lejos de extremismos absolutamente nefastos para este momento concreto, atisbar un panorama en que por fin termine una confrontación que estaba llegando a extremos insostenibles, debiera ser considerado como una buena noticia, al menos hasta que los ánimos se calmen y seamos, por ambas partes, capaces de racionalizar el problema, de manera sosegada y pacífica.
Ni los catalanes, ni los españoles, merecemos vivir una tensión del calibre de la que hemos tenido soportar en los últimos tiempos y ya les digo yo que si somos capaces de remontar las vastas distancias que se han abierto entre nosotros, habremos ganado un terreno precioso en el que construir nuestra propia libertad, lejos de la violencia y el fanatismo.
Les cuento, que a los que no nos hemos decantado por ninguno de los dos bandos contendientes en esta batalla, no nos ha resultado fácil mantener nuestra postura de neutralidad durante estos días, llegando incluso a ser acusados por unos y por otros de una falta de patriotismo, que nada tiene que ver con la comodidad o la cobardía y mucho con la voluntad de conciliación con que debiera poder resolverse cualquier conflicto político.

Puede que si finalmente las cosas se arreglan, cuando pase el tiempo, se templen las diferencias y vayan sanando las heridas, se comprenda mucho mejor a quienes no quisimos participar en esta lucha encarnizada de nacionalismos contrarios y también que el concepto de patria, que tanto sobrevaloran quienes se envuelven en banderas y  símbolos,  no representa precisamente un modelo de amor hacia la tierra por la que uno tiene querencia, sino un modo de querer poseerla de manera exclusiva y excluyente, que hace a los hombres perder unos valores de universalidad, que debieran ser la base fundamental de toda convivencia.

miércoles, 25 de octubre de 2017

Un pacto en peligro


Como si las cosas no estuvieran ya bastante complicadas, parece que el PP se encuentra dispuesto a llevar a cabo la aplicación del 155, en Catalunya, aún en el caso de que Puigdemont  decidiera  finalmente dar marcha atrás y convoca elecciones autonómicas esta tarde, volviendo a la legalidad que abandonó, en un pleno de infausto recuerdo.
Esta medida, que en principio no parece complacer a todo el Gobierno popular, no se ha visto con buenos ojos desde las filas del PSOE, que amenaza con retirar su apoyo al Presidente, alegando que en el caso de los acontecimientos tomasen esa deriva, ya no sería necesario seguir adelante con la intervención y sólo habría que centrarse en preparar una campaña electoral que por cierto, sería difícil.
Pero el ala más conservadora de los populares no está de acuerdo en dejar pasar lo ocurrido en Catalunya en los últimos tiempos y reclama, en pos de ese patrioterismo feroz que suele caracterizarla, una especie de venganza ejemplarizante que haga desistir para siempre a los separatistas de cualquier nuevo intento de declaración de independencia, convenciéndoles de la fuerza de un Estado, dispuesto a llegar dónde se necesario, para preservar la unidad del país.
 Llegados a este punto y tras la intervención que protagonizó ayer por la tarde el ex President Montilla en el Senado, todos aguardamos con impaciencia la decisión final de Puigdemont, un poco ya, sin conservar esa esperanza de que las cosas puedan solucionarse en el último momento y temiéndonos que pueda pasar lo peor, que sería en este caso, que Puigdemont cediera a la convocatoria de elecciones autonómicas y que aún así el PP comenzara la intervención en Catalunya, inmediatamente.
Pero si el PSOE rompiera entonces el acuerdo al que llegaron Sánchez y Rajoy, el nexo que parecía unir a los constitucionalistas saltaría por los aires provocando una situación ciertamente incómoda y extraña, incluso para el propio Presidente, que seguramente había imaginado que los socialistas le apoyarían incondicionalmente, hiciera lo que hiciera y que se va a encontrar con que  esa incondicionalidad no era tal, si oyendo a los dirigentes del PSC, Sánchez no se pliega a las nuevas exigencias de los conservadores.
Ya recalcaba Montila ayer que la situación que se está viviendo en Catalunya, nada tiene que ver con la que se imagina desde Madrid y se quejaba, veladamente, de la dificultad de conocer realmente el corazón del conflicto desde la distancia, llegando casi a rogar, con la preocupación reflejada en el rostro, que se evitara por todos los medios la intervención, sobre todo si se entendía que había buena voluntad por parte del President de la Generalitat , en el caso de que convocara elecciones.
Mucho nos temíamos nosotros que una vez que se pusiera en marcha la maquinaria del 155, iba a resultar casi imposible que Rajoy diera marcha atrás, pues al ataque que ha sufrido su ego, teniendo que ver cómo se votaba en un Referendum prohibido por el Constitucional, habría que sumar la división interna que siempre le acompañó en su Partido y el deseo irrefrenable de poder pasar a la historia como el único vencedor de la contienda, aunque para ello hubiera que humillar a todos los catalanes.
Quiere el PP, en una palabra, derrotar. Sentar las bases de una política distinta en un territorio que nunca le fue favorable en el terreno electoral y hacer patente que la autoridad del Estado, en este caso representado por Rajoy, no solo resulta ser incuestionable, sino que ni le duelen ni le dolerían prendas en utilizar todos los medios a su alcance, con tal de sesgar, de raíz, cualquier posibilidad de que el independentismo catalán vuelva a levantarse.
Pero no es lo mismo contar para esta intervención sólo con el apoyo de Ciudadanos, que hacerlo con la del principal Partido de la oposición, sobre todo, porque la retirada del pacto de los socialistas, bien podría levantar la liebre en Europa, a la que tal vez convendría mucho más que la solución del problema viniera por la vía del entendimiento y la concordia, que por la aplicación de medidas de fuerza.
De manera que mientras esperamos que los acontecimientos sigan ese curso incierto que nos tiene a todos in albis, a Rajoy  y también a Puigdemont, les quedan unas horas para poder reflexionar hondamente y de nuevo,  están solos los dos. Medir sus fuerzas y limpiar las armas con que se enfrentarán a este duelo, debe ser la rutina que están siguiendo, cada cual en su sitio y no puede ser fácil para ninguno, la dureza de este enfrentamiento.
Por el bien de todos, se aconseja cordura y sobre todo, buena voluntad y limpieza de sentimientos. En este caso, ambos han cometido gravísimos errores que sin embargo, se pueden y se deben perdonar, si es en pos de un entendimiento.

Ojalá y así suceda.

martes, 24 de octubre de 2017

La intervención de los medios


En este compás de espera trepidante, que nos tiene a todos enganchados a la radio, la televisión o la prensa, con el aliento contenido cada minuto, por si nos encontramos de pronto con alguna noticia novedosa que arroje un poco de luz sobre el panorama desolador que se nos presenta, a uno le queda tiempo para analizar las propuestas que unos y otros vienen poniendo encima de la mesa y hasta  a decidir, en conciencia, si está de acuerdo o no con los pasos que se van dando desde los frentes de batalla, en los que probablemente, como en todos, se están cometiendo una serie de errores imperdonables, que ya veremos si se pagan o no, cuando termine la tormenta.
Verdad es que nos tiene muy preocupados la más que posible aplicación del artículo 155 en Catalunya, ya que siempre nos declaramos favorables al diálogo y la negociación para haber alcanzado un acuerdo, pero si hubiera que denunciar la que nos parece la peor de cuántas medidas fueron anunciadas por Rajoy, hace unos días en rueda de prensa, sin duda nos decantaríamos por la posible intervención de los medios públicos catalanes, quizá porque defendemos con uñas  y dientes, el derecho a una libertad de expresión, que quedaría cuestionada si el hecho llegara a producirse, pues ya tenemos en el ámbito español, ejemplos más que palpables de la presunta manipulación ejercida desde los ambientes políticos, en los organismos dedicados a ofrecer una información, que aparece en multitud de ocasiones, sesgada o claramente favorable, al Partido que nos gobierna.
Para los informadores, el poder expresarse con total libertad, en relación con cualquiera de los temas que  trate cuando elabora una noticia, no sólo resulta absolutamente imprescindible, sino que marca la diferencia entre ofrecer una credibilidad reclamada en todo momento por los receptores de las noticias, que encuentran en la diversidad, una vía por la que poder decidir  por sí mismos dónde se encuentra la verdad, sin ser influidos por el vasallaje que  están dispuestos a  pagar algunos , a determinados Partidos políticos.
Es fundamental que todas las opiniones puedan ser emitidas con objetividad por los encargados de difundir la información con la que todos convivimos y que se pueda confiar en que lo que uno está leyendo, oyendo o viendo en la televisión, no sigue un camino marcado de antemano por personas o Entes, para ser favorecidos por el calado de las noticias.
Así que cualquier intento de intervención, conlleva en sí, un alto riesgo de tergiversación de una realidad que en este caso, concierne a lo que pueda estar ocurriendo en el corazón de Catalunya y que mermaría de manera considerable la posibilidad de que la  sociedad en general, pudiera analizar el problema, desde todos los ángulos posibles.
Ya sabemos que desde hace bastante tiempo, suele decirse con frecuencia que los medios públicos catalanes se hallan claramente  posicionados a favor del separatismo y que una parte de la población, denuncia una manipulación de los contenidos que no les permite analizar el panorama político al completo. Pero esto, que también ocurre en el caso de TVE y de varias televisiones de Autonomías gobernadas por Partidos de distinto signo, no es óbice para poder admitir que una de las primeras medidas que se tomen, si se aplica finalmente el 155, sea la de arrebatar por asalto radios y televisiones catalanas, como si se estuviera dando un golpe de estado militar y se considerara fundamental silenciar a los medios.
Estos hechos, que no garantizarían en absoluto la libertad de expresión en los medios intervenidos, sino que posiblemente potenciarían un cambio diametralmente opuesto en los contenidos que se ofrecieran a partir de entonces, más parecen propios de una república bananera, que de una Democracia occidental y resultan ser, por sí mismos, vergonzosos para cualquiera que se precie de formar parte de este país en que vivimos.
Esperando que nada así llegue a ocurrir y que los contendientes de esta batalla sean capaces de suavizar y mucho, el tono con el que se enfrentan últimamente, no nos queda otro remedio que continuar en alerta permanente, por si se produjera uno de esos milagros que tanto nos gustaría contar, pero que casi nunca suceden.
Nos encantaría poder gozar de unos días de tranquilidad en los que  abordar otros temas menos espinosos y hasta tener tiempo para pararnos a leer otra cosa que nos sea algo relacionado con el asunto que nos mueve.


lunes, 23 de octubre de 2017

Socios ocasionales


Ahora que hemos llegado hasta aquí y que los acontecimientos se han desarrollado de  tal suerte que parece casi imposible encontrar una solución para Catalunya, quizá convendría pararse a reflexionar sobre el tema de estos socios ocasionales que forman el frente secesionista, constituido hasta el momento, por PdeCat, ER y CUP, que se unieron, como  todos sabemos, sólo con la intención de convencer al pueblo catalán de la necesidad de proclamar una independencia, que según ellos arreglaría de un modo casi mágico, los graves problemas que viene sufriendo una población, afectada, como todas las demás, por los efectos nefastos de esta crisis.
No vamos a entrar en el argumentario empleado desde que se decidiera dar el primer paso para reclamar un referéndum, ni en todo lo que ha venido aconteciendo después y que es sobradamente conocido por todos aquellos que se preocupan de seguir a diario la actualidad, sino más bien, en lo que podría suceder desde ahora, dado que los intereses de los Partidos que forman esta coalición puntual, creada con un único fin, han de discrepar necesariamente, si se atiende a la ideología que cada uno de ellos representa y que en nada coincide con las de los otros, por lo que el debate está asegurado, al menos hasta que Puigdemont tome la que será la decisión más importante de su vida y que puede no coincidir con los planteamientos de sus socios, provocando la ruptura de los acuerdos.
No  olvidemos que la antigua Convergencia procede directamente de los herederos  de la alta burguesía catalana y que por tanto su pensamiento se encontraría enmarcado claramente en una tendencia de derechas, mientras que ER siempre fue considerada como la izquierda de un nacionalismo catalán, al que la CUP, netamente contraria al sistema y anticapitalista, robó una buena parte de votos, seguramente de todos aquellos que provenían de familias antiguamente afiliadas a la CNT, que no habían encontrado en el panorama político catalán, un sitio dónde ubicarse ideológicamente.
Ya resulta bastante extraño que estas tres corrientes diametralmente opuestas hayan encontrado una vía por la que ponerse de acuerdo y mucho más aún, que esa unión interesada haya sido capaz de perdurar en el tiempo, superando sus profundas diferencias, sin que se hayan producido en ella fisuras de hondo calado, al menos hasta el momento en que Puigdemont no se atrevió a proclamar abiertamente la Independencia, defraudando considerablemente, sobre todo a la CUP, que según palabras textuales, se había presentado a las elecciones, sólo para poder hacer realidad ese sueño.
Así que mirándolo bien, resulta casi lógico que se hayan decidido a reclamar una desobediencia civil, para con la aplicación del artículo 155 y hasta que empiecen a generar algaradas callejeras de cierta  consideración, al haber sido frustradas todas sus esperanzas de ver a Catalunya convertida en Nación y temer que finalmente todo se resuelva con una convocatoria de elecciones, independientemente de quién las convoque.
Dentro del sistema, PdeCat y ER, tampoco parecen coincidir en lo que debiera hacerse a partir de estos trágicos momentos y mientras los afiliados a la antigua Convergencia serían partidarios de una comparecencia de Puigdemont en el Senado, para exponer sus argumentos, los de Esquerra quizá prefieran ir a elecciones, sobre todo si se tienen en cuenta los resultados que para ellos se auguran en las encuestas.
De manera que esa férrea unidad que ha sacado a las calles a más de dos millones de personas empieza a correr un gravísimo riesgo de fractura, que podría materializarse en los próximos días, si un milagro no lo remedia y que esta división, si llegara finalmente a producirse, como se teme, bien podría beneficiar grandemente a Rajoy, adjudicándole una victoria que realmente no se ha ganado con sus actos, como todos sabemos.
Pero así son las guerras entre socios cuando no existen entre ellos demasiadas coincidencias y así, créanme, han conseguido evitarse muchas fricciones a lo largo de toda la Historia, por lo que no sería de extrañar que al final la solución del conflicto catalán viniera  por esta vía del desencuentro.
De momento, el Parlament se reunirá el Jueves, un día antes de que el Senado apruebe la aplicación del 155, propuesta por el gobierno y estos días, cruciales para todo lo que pueda suceder, son los que tiene Puigdemont para decantarse por la postura que considere más coherente, dando quizá en este caso, preferencia a lo que sugiera su Partido, al que tratará de perjudicar lo menos posible, obviamente.
Mucho queda por recorrer en este escasísimo tiempo y las opciones que se abren, según de dónde vengan, ni van a contentar al grueso de la población catalana, ni a satisfacer las aspiraciones reales de ninguno de los grupos que formaron esta coalición, en un primer momento.
La polémica, servida desde hace tiempo, puede concluir en sólo un segundo, si el President no se decanta por declarar el jueves la independencia.

Dicen las malas lenguas, que ha habido conversaciones secretas con Moncloa. Lo que no aclaran es quiénes son los que han participado en ellas.

domingo, 22 de octubre de 2017

Un momento crucial


Con la resaca del 155 acogotándonos la garganta y una sensación de inquietud instalada en lo más profundo de nuestro espíritu, aguardamos el transcurso de esos próximos días, en los que Carles Puigdemont habrá de tomar la que será la  decisión más importante de su vida y de la que dependerá, sin ningún género de dudas, no sólo lo que pueda deparar el futuro a los ciudadanos catalanes, sino también, a todos los demás habitantes de un territorio que hemos compartido hasta ahora y que  acapara una  diversidad de  querencias que quizá hubiéramos podido compartir, si no estuviéramos inmersos en un clima de intolerancia supina.
Esta decisión que con toda seguridad, no dependerá únicamente de la voluntad personal de Puigdemont , ahora empujado inexorablemente por sus seguidores hacia la obligación de proclamar solemnemente una República Catalana con la que todos soñaron unidos, aunque por razones diversas, constituirá sin embargo, un antes y un después, no sólo en el ámbito territorial que ha presidido desde que Artur Mas tuviera que abandonar su puesto, por razones más que evidentes, sino también en esas relaciones con el Estado español, que se han ido deteriorando hasta llegar al punto en el que ahora nos encontramos y que jamás volverán a recuperar la normalidad, si no se arbitra una solución de última hora que propicie la vuelta a un punto de partida, donde ambos contrincantes tengan necesariamente que renunciar a sus aspiraciones actuales, para partir de cero, aunque en las circunstancias actuales, solo un milagro podría conseguir calmar el clima de absoluta tensión que a todos nos está afectando gravemente.
Muchas veces hemos dicho con anterioridad que los grandes hombres de Estado se distinguen de los políticos mediocres por la genialidad con  que son capaces de afrontar los más terribles desafíos a que les somete su tiempo y que sólo unos cuantos, podrían ser considerados como tocados por ese don, que permite arbitrar soluciones cuando todo parece perdido, encontrando esa luz invisible que permite una clarividencia personal, que consigue rescatar a los demás de la profunda oscuridad en que se hallaban sumidos, sin efectos colaterales añadidos.
Mientras el Senado se prepara para rubricar sin condiciones la aplicación del artículo 155 en Catalunya, ya que la mayoría absoluta del PP no preludia ninguna sorpresa, a Puigdemont le quedan sólo unos días para decantarse por la Declaración de Independencia que le exigen sus socios de la CUP y en menor medida, los de ER  de Oriol Junqueras o por la iniciativa de convocar Nuevas elecciones al Parlament, evitando a los catalanes la humillación de ser intervenidos y gobernados por los Ministros de Rajoy  y a sus consellers,  la vergüenza de ser apeados de sus cargos junto a él mismo y al Vicepresident, arbitrando un tiempo de reflexión que aunque no garantiza la solución del problema, puede resultar imprescindible en estos momentos.
De esta decisión, que al final habrá de afrontar en soledad, pues la responsabilidad de las medidas que se adopten será exclusivamente suya y que seguramente acabará defraudando a una parte u otra de su gente, va a depender, no obstante, lo que ocurra en el futuro que se aproxima con las vidas de esos conciudadanos a los que Puigdemont juró representar y que podrían complicarse de manera impredecible, si finalmente se llevara a cabo la aplicación inmediata del 155, en los términos que ayer relatara el Presidente del Gobierno.
Cabe esperar, que este dilema no termine por resolverse siguiendo los impulsos del corazón y que sea la razón, la que dicte a Puigdemont, en esa soledad indeseada en la que debe encontrarse en estos momentos, aquello que pueda ser mejor para todos los que se encuentran bajo el  amparo del que todavía hoy,  es su Presidente.
Un amigo, me decía esta  misma mañana, que para resolver este problema, todos necesitamos urgentemente dejar a un lado los sentimientos y siento decir que no me queda otro remedio que tener que darle la razón.

El tono de visceralidad con que se han venido desarrollando los acontecimientos, el grado de fascinación que ha supuesto para muchos poder participar en el intento de crear un nuevo país y ese sentido exagerado de una clase de patriotismo trasnochado, de tintes absolutistas y violentos, nos ha nublado a todos la razón y es posible, que sólo regresando a una posición de  racionalidad en la que pudiéramos respetar sin fisuras la opinión de los otros, halláramos un camino de concordia a través del cual sanen  las heridas que ahora nos parecen incurables.

sábado, 21 de octubre de 2017

Vértigo


No recuerdo una sola vez, en la historia de este país, desde que abandonamos la oscuridad de la dictadura franquista, en la que hubiéramos tenido la impresión de encontrarnos ante un acontecimiento capaz de dividir a la sociedad en dos bandos irreconciliables, ni una ocasión que nos produjera una sensación de vértigo, como la que estamos viviendo hoy, mientras tratamos de digerir cómo afectará la aplicación efectiva de este artículo 155, que acaba de suspender, de facto, los poderes  de la Autonomía en Catalunya.
He necesitado unas horas para digerir el discurso pronunciado por Rajoy, sobre la una y media de la tarde y mientras escribo estas líneas, una  ingente multitud de ciudadanos se manifiesta en las calles de Barcelona, en apoyo del Gobierno al que eligieron para dirigir su destino, aterrorizada por lo que pudiera ocurrir a partir de ahora y claramente en contra de la aplicación de unas medidas de excepcionalidad, que nunca supondrán la superación de los terribles momentos que nos afligen, sino que con toda seguridad, profundizarán en una herida que parece estar destinada a convertirse en incurable, irremediablemente.
Pero la suerte está echada y el Gobierno central ha decidido finalmente arriesgar la estabilidad de todos los españoles, reventando las ilusiones que muchos de nosotros albergábamos en el diálogo para el entendimiento y ha puesto en marcha una maquinaria desconocida y por lo tanto, para todos impredecible, que sin embargo, pone en manos de los Ministros del Partido Popular, el manejo absoluto de todas las Instituciones en Catalunya, otorgándoles un poder que sistemáticamente les fue negado siempre allí, a través de las urnas y sin que se haya aclarado suficientemente, cuánto tiempo real durará esta pavorosa situación, que supone para la mayoría de los catalanes, independentistas o no, una especie de ocupación tiránica  de su territorio, impuesta por la fuerza.
Puede  que la legalidad constitucional avale estas acciones apoyadas por PSOE y Ciudadanos, sin cuya colaboración hubieran sido para Rajoy, totalmente imposibles, pero la realidad, que se cierne sobre nosotros inexorablemente, es  que con su llegada se ha perdido  toda esperanza de reconciliación, poniendo ante nuestros ojos la evidencia, otra vez, de esas dos Españas que sin haber superado jamás su espantoso pasado, vuelven ahora a renacer, de otro modo y en otro tiempo, pero con idéntica desmoralización, por no haber sido después de tantos años, capaces de corregir errores para iniciar un único camino de paz y de esperanza.
Este de hoy, es un día triste para todos los que apostamos desde un primer momento por la negociación y que lo hicimos convencidos de que el paso del tiempo habría tenido que aumentar, necesariamente, nuestra capacidad de raciocinio, porque a la vista de estas circunstancias, que sobrepasan todos los límites que hubiéramos podido imaginar, comprendemos que continuamos anclados a esa especie de maldición que no nos permite entendernos y que nos aboca irremediablemente a una violencia emocional y a la aplicación de la fuerza bruta, como si no hubiéramos aprendido nada de nuestra propia Historia pasada, ni de nuestro  sufrimiento.
Qué podemos esperar a partir de ahora, es una incógnita que posiblemente  empezará a despejarse esta misma noche cuando Puigdemont comparezca ante los medios, pero tenemos la impresión de que su aparición no será la de una persona rendida y derrotada por lo ocurrido, sino dispuesto, por lo que vemos en las calles, a luchar hasta las últimas consecuencias por lo que defendió y que probablemente, hoy sí, se atreva a declarar la Independencia.
Y si esto ocurre ¿qué hará Rajoy?. En su discurso institucional de esta mañana, esta posibilidad no se ha contemplado, ni siquiera por un momento. ¿Detener a la Generalitat al completo? ¿Volver a lanzar a la policía contra los manifestantes de la calle, generando nueva violencia? ¿Declarar un estado de excepción en Catalunya que anule de  las libertades expresión y manifestación, hasta que sus ministros se hagan con la situación, por medio de la fuerza?. Quizá  sí, apelando a esa legalidad a la que suele referirse últimamente con tanta frecuencia y que tan poco parece haber importado, por cierto, a innumerables miembros de su Partido, en los muchísimos casos de corrupción en que se han visto envueltos, durante tanto tiempo.
Esas respuestas, que han sido conscientemente obviadas en la intervención del Presidente y que son, sin embargo, las que preocupan hondamente, no solo a la sociedad catalana, sino a todos los españoles, constituyen, no obstante, la máxima intranquilidad del momento.
Ni siquiera aquel veintitrés de Febrero, de infausto recuerdo,  tuvimos esta espantosa sensación de vacío, ni esta inquietud indomable por el destino que aguarda a esos catalanes, a los que consideramos en general, gente de paz y por tanto, merecedora de respeto.

El panorama que se nos presenta delante de los ojos, nos parece, simplemente desolador. Y lo peor es que esto mismo que tanto nos duele, parece sin embargo complacer y mucho, a una buena parte de nuestros dirigentes. 

viernes, 20 de octubre de 2017

Todo sigue adelante


El Gobierno español parece finalmente decidido a la aplicación del 155 en Catalunya y cuenta para ello con el apoyo incondicional de Ciudadanos y una aquiescencia desganada del PSOE, ignorando absolutamente  la respuesta que ofreciera ayer Puigdemont, en la que a pesar de expresarse en términos parecidos a otras veces, apuntaba que se estaba viendo obligado, por falta del deseo de dialogar, a declarar abiertamente la independencia.
Entretanto, con Sánchez y Cruixat en prisión, la gente sigue en la calle y protagonizando ahora una serie de escraches a miembros del PP, en los que se reclama que Rajoy pare la maquinaria que ha empezado a poner en marcha y acceda a reunirse con  Puigdemont, para explorar nuevas vías de entendimiento.
Ya hay convocada para mañana una manifestación, que se prevé multitudinaria, a favor de la liberación de los que ya se consideran en Catalunya mártires de la causa independentista y las empresas siguen abandonando el territorio catalán, apoyadas ahora por la aprobación de un Decreto, que les permite hacerlo con carácter de urgencia.
Y como si no hubiera bastantes problemas con todo lo que está ocurriendo, sale a escena un José María Áznar, cada vez más identificado con el radicalismo de derechas, criticando, cómo no, duramente la actuación de sus correligionarios del Gobierno y asegurando que de haber sucedido todo esto cuando él ostentaba el poder, no hubiera tenido ningún tipo de contemplaciones con quiénes pretenden romper la unidad de su amada España, por la que tanto hizo.
Horrorizados con la intransigencia que rezuman ambas partes en este espantoso conflicto, un buen número de ciudadanos, quiero pensar que una amplia mayoría, miramos impotentes cómo se van complicando las cosas con cada paso que se da, en un lado y en otro, a través de este género epistolar que han inaugurado Puigdemont y  Rajoy, como si no existiera el teléfono, preguntándonos qué sería necesario para que alguno de estos dos combatientes echase el freno y se parase a reflexionar, qué sería de verdad lo mejor, para no dañar los intereses de esta sociedad que compartimos.
En lugar de eso, ambos continúan  poseídos por la idea imperturbable de querer imponer sus pensamientos sobre los del otro, procurando con todas sus fuerzas lograr una rendición incondicional que de seguro no va a producirse, puede que con un deseo irrefrenable de obtener un puesto en la Historia, como vencedores y mostrándose además, implacables con el contrincante, como si les fuera la vida en ello.
Me pregunto qué pensará cada uno, de todos aquellos que no coincidimos con las opiniones que defienden tan denodadamente y sin resuello, considerando por razones varias que no hay lugar a otro tipo de pensamientos y demostrando fehacientemente con ello que ambos albergan dentro de sí, un  sentimiento ciertamente tiránico que les impide ver más allá de sus propios deseos.
Y sin embargo, somos muchos los que no comulgamos con estos dos nacionalismos exacerbados que se enfrentan en un campo de batalla que resulta ser  el lugar en que todos vivimos y que ha sido repentinamente, como invadido, muy a nuestro pesar, por dos corrientes opuestas que tratan de anular indiscriminadamente nuestra voluntad, como si no formáramos parte de esta tierra, ni tuviéramos derecho a expresar libremente nuestra opinión y menos aún a que fuera tenida también, en cuenta.
Estamos, hastiados de que tensen la cuerda mientras intentamos inútilmente, desde el centro, que no se rompa por ninguna parte y que pueda intentarse una solución pacífica que nos devuelva a la mayor prontitud, un clima de convivencia que para nuestra desgracia y  por las iniciativas de ambas partes, estamos perdiendo irremediablemente.
Todo sigue adelante, como si hubiéramos dejado de existir y ya sólo quedaran en escena aquellos que se desafían, a garrotazos, negándose sistemáticamente a cualquier posibilidad de entendimiento.

Sobreponiéndonos a esta impresión y declarándonos absolutamente contrarios a todas las acciones que hasta ahora se han puesto en práctica, en este proceso, sólo nos queda apelar a que la inteligencia pueda finalmente triunfar por encima de la sinrazón que se nos pretende imponer por la fuerza y continuar reclamando esa tercera vía de entendimiento que pasa por hablar. Al fin y al cabo, es esa facultad la que nos diferencia de las bestias.

jueves, 19 de octubre de 2017

El arte de escuchar


Hace ya mucho tiempo que los políticos que gobiernan nuestros destinos debieran haber recibido un curso intensivo sobre el arte de saber escuchar a los demás y  más aún, incluso desde que decidieron que su vocación era dedicarse al servicio público,  habrían tenido que saber lo imprescindible que resulta, si se quiere llegar a buen puerto, ejercer de manera continuada la negociación entre Partidos con ideologías diferentes que ejerciendo libremente su libertad de pensamiento y expresión, pueden legítimamente apostar por las iniciativas que deseen, sin que esto suponga un menoscabo de la  buena marcha del país, sino más bien, un enriquecimiento de la convivencia en la diversidad, en la que desde luego, si se trabaja duro y con buena voluntad, no es difícil alcanzar un consenso.
A la vista de los acontecimientos que vivimos con verdadera intensidad estos días, a todos nos ha quedado meridianamente claro que ni Puigdemont ni Rajoy se encuentran a la altura que requiere la resolución de un conflicto como el de Catalunya, ya que ninguno de los dos ha debido pararse un solo instante a considerar las alternativas que le propone el que tiene enfrente y ambos andan, enrocados en unas posiciones inamovibles, a causa de las presiones que reciben, pero también del propio convencimiento, sin querer admitir que el tira y afloja, el ceder, en definitiva de algún modo a las sugerencias del otro, son y serán el único camino por el que se pueda transitar para lograr un acuerdo, lejos de amenazas y demostraciones de fuerza, que acaban siempre perjudicando y de qué manera, a los mismos, que somos todos los ciudadanos.
No creo yo que el mandato que les otorgamos a ambos, a través de las urnas, supongan una patente de corso para hacer y deshacer a su antojo cosas de un calado tan hondo como las que están sucediendo, ni que haya ninguna necesidad de apostar porque alguno de los dos salga humillado, presentando ante el otro una rendición incondicional, en esta guerra absurda que se han declarado mutuamente y que no tiene visos de terminar, si continúan cegados por esas ideas que no están dando más que unos espantosos resultados que no logran sacarnos, ni a unos ni a otros, del laberinto en que estamos inmersos.
Ya les adelanto yo, que los problemas nunca se solucionaron con amenazas y evasivas, como parece pretender Puigdemon y menos aún, con la aplicación de medidas represivas que no harán desaparecer de las calles a los dos millones y pico de catalanes que apuestan por el camino de la independencia, sino que ambas cosas, irán irremediablemente enquistando unos sentimientos que empiezan a parecerse peligrosamente a una xenofobia exacerbada, que no puede generar más que violencia.
Hay que hablar. No podemos cansarnos de repetirlo y hacerlo pronto, frente a frente y sin condiciones previas que condicionen el resultado de una negociación que se presenta tremendamente dificultosa, pero ya lo hemos dicho otras veces, la capacidad de superar los obstáculos, por enormes que sean, marca a diferencia sustancial entre pequeños y grandes políticos  y en estos momentos difíciles, no queda otro remedio que rogar que ambos contendientes consigan dar la talla que merece la Sociedad. Así debemos exigirlo.


miércoles, 18 de octubre de 2017

Medidas desmesuradas


La encarcelación de Sánchez y Cruixat y el futuro incierto que se cierne sobre la cabeza de Trapero, han levantado una oleada de manifestaciones en Catalunya y en Europa, dejando claro que las medidas judiciales y policiales que se están aplicando desde Madrid, no sólo no contribuyen a la resolución del problema, sino que agravan considerablemente el ambiente de crispación,  al ser considerados estos dos detenidos, por mucha gente,  como los primeros presos políticos de nuestra Democracia.
Los delitos de sedición que se les imputan y el riesgo de fuga que se alega para  mantenerles en prisión preventiva, parecen una toma de decisión exagerada, puesto que en ningún momento, estos dos líderes de movimientos ciudadanos dieron muestras de actuar con violencia frente a la legalidad establecida y aunque pudieron incurrir en desobediencia y en agitación callejera, llamando a las masas a manifestarse a favor del separatismo, el derecho a la libertad de expresión que contempla nuestra Constitución, les ampara, por lo que no se entiende demasiado bien este fallo judicial, que les convierte, a los ojos de sus adeptos, en auténticos mártires del movimiento que defienden.
Puede que Rajoy piense que la aplicación del 155, estas detenciones y las que pueden llegar en días venideros y la continua fuga de empresas del territorio catalán, bastarán para remediar el problema, pero la realidad, esos dos millones de personas que permanecen en la calle reclamando la sedición y el Gobierno de la Generalitat, que se ha negado a responder a la pregunta de Madrid, como todos sabemos, le recuerdan constantemente y sin excusas , que el camino emprendido no parece ser el mejor y que la alternativa del diálogo y la negociación, continúan siendo para el Presidente español un estigma del que no quiere o no puede salir, quizá porque su falta de costumbre, se lo impide de manera fehaciente.
Entretanto, mientras que el tiempo corre en su contra y en contra de todos, la maraña va adquiriendo unas dimensiones extraordinarias imposibles de manejar y el clima de tensión generado en el país, se  acrecienta con cada iniciativa que toman los unionistas, generando una indignación incontrolable, en la parte de enfrente.
Miles de catalanes reclamaban  anoche en las calles la libertad de los detenidos, ahora ascendidos a la categoría de héroes y exigían a sus líderes la declaración inmediata de la independencia, negándose a dar pasos atrás y considerando las decisiones de Rajoy como una especie de humillación que no están dispuestos a aceptar, aunque en ello les vaya la libertad, a todos.
No quisiéramos pensar que es ese el objetivo que se ha marcado el Gobierno de Madrid, pues este tipo de acciones suele generar, por lo que tienen de vileza, un efecto búmeran que se vuelve contra quiénes las ponen en práctica, a las claras o veladamente, sembrando unas semillas de odio que no tardarán en germinar y que muy bien pudieran terminar en una oleada de violencia.
Debe Rajoy, primero, desoír los consejos incendiarios que le susurra al oído su socio Rivera y después, pararse por un momento a pensar en si el precio que ya estamos pagando por su negativa al diálogo no resulta demasiado alto para esta Sociedad, que ya está perdiendo su pacífica convivencia.
Puede que así, poniéndose en la piel de los demás y aceptando que Puigdemont no tenga que firmar una rendición incondicional delante de todos los que le siguieron en sus reclamaciones y que se han visto defraudados por sus palabras en el Parlament, se abriera un sendero de esperanza por el que poder transitar, hasta que a través de la palabra se encuentre una solución negociada que satisfaga a los ciudadanos, procedan del lugar que procedan.
Son muchas las voces que solicitan que sea esta la vía elegida para desatascar un conflicto, que está empezando a traspasar nuestras fronteras sin el filtro que imponen algunos medios y que empieza a adquirir dimensiones que exceden del ámbito doméstico que se le ha pretendido adjudicar, dañando gravemente la imagen de España, ahora considerada como represora de pensamientos.
Habría que recordarle a Rajoy, lo mucho que nos costó dejar atrás la memoria de los cuarenta años de dictadura, para iniciar una convivencia que en principio se planteaba muy difícil, por la extensión de las heridas, y el inconmensurable esfuerzo que hicimos los ciudadanos de entonces por empezar a olvidar lo mucho que nos habían arrebatado durante tanto tiempo, para, a través de la palabra, construir un país mejor que el que habíamos conocido hasta entonces, libre de incómodas pesadillas, rencores y malos recuerdos.
Entonces, se logró, por lo que cabría preguntarse si aquella fórmula que  tan bien funcionó, no podría ahora rescatarse, para conseguir un consenso.
Lo esencial es querer y lejos de cualquier otra apreciación, somos los ciudadanos, los protagonistas de esta historia, los que exigimos que se haga el intento.


martes, 17 de octubre de 2017

Arde Galicia


Asolada por más de un centenar de incendios, que están convirtiendo el verdor del paisaje en un escenario dantesco de humo y tiniebla, Galicia parece ir quedando reducida a un escenario ceniciento que hiela las conciencias de la gente de bien, recordándonos a todos que se nos ha venido encima un  problema de mayor gravedad que el que subsiste ahora en Catalunya, si se tiene en cuenta que esta violencia incontrolada, que ya ha dejado tres víctimas mortales, ha sido provocada por la mano del hombre.
Estos delitos de terrorismo medioambiental, no pueden ser calificados de otra manera, suceden con nocturnidad y alevosía, precisamente en el momento en que concurren una serie de circunstancias que potencian el avance del fuego y sólo la esperanza de que las lluvias empiecen en esa parte del país, consuela la desesperada situación que viven cientos de familias que lo han perdido todo y el agotamiento de unos servicios de bomberos, cuyos efectivos parecen ser del todo insuficientes, ante la magnitud de la tragedia.
A pesar del inconmensurable esfuerzo de los vecinos, por contribuir en los operativos que procuran la extinción de los focos activos que se sitúan en todas las provincias gallegas y ahora también en Asturias y Cantabria, la escalofriante dimensión que están tomando los sucesos, hace presagiar que harán falta muchos días, para que empiece a verse un poco de luz, entre las nubes grises que recorren los pueblos y ciudades, inundándolo todo de una espesa niebla.
Entretanto, también Portugal se suma a esta ola salvaje de vandalismo, viviendo uno de los dramas más grandes de cuantos se han conocido en el país hermano en los últimos tiempos, pues en su caso son más de treinta personas las que han sucumbido a la virulencia de los fuegos, convirtiendo a toda la nación en una zona catastrófica, a la que costará años recuperarse.
Habría que asumir que inmersos como estamos, en el conflicto catalán, quizá no hayamos prestado la atención requerida por estos sucesos, hasta que no se han hecho mayestáticamente evidentes y aunque es la actualidad la que mueve en principio, el espíritu de los informadores, a veces conviene entonar el mea culpa, cuando las circunstancias, como en este caso, superan, con mucho, la otra realidad sobre la que están puestos todos los focos, en este momento.
Las impresionantes imágenes que nos llegan desde tierras gallegas, los incontables testimonios de pura desolación y las lágrimas de esa buena gente que ve con absoluta impotencia, cómo las llamas arrasan los lugares en los que habitan y que son, en buena medida, uno de los pulmones imprescindibles para el ecosistema de todo el país, nos hacen hoy, dirigir la mirada única y exclusivamente a esa tierra que tanto amamos y no nos permite otro sentimiento que el de la pura solidaridad, en estos instantes funestos.
Y es precisamente ahora, cuando se advierte con claridad meridiana que todos esos recortes que se han venido aplicando a los efectivos de bomberos y todas esas leyes que se han derogado y que impedían la comercialización de las zonas quemadas, han supuesto uno de los más grandes errores que ha cometido este Gobierno y que los cantos de sirenas que hablan de una recuperación económica, de una salida de la crisis y de vuelta a un estado de bienestar, quedan sencillamente aplastados, por la dureza de los argumentos.
La innegable falta de liquidez, para solucionar problemas como este, la constata la extenuación de las cuadrillas de bomberos que sentados al borde de los caminos, con un paisaje de fuego  al fondo, lloran la imposibilidad de poder hacer más, para cumplir con lo que por norma se les ha encomendado, abrumados por la escasez de medios con los que cuentan.
Nos hemos enterado hoy también, que la Juez ha dictado orden de prisión para los líderes de ANC y Omnium, en Catalunya, pero la verdad,  no quisiera entrar en estas disquisiciones, que empiezan a aburrir hasta la saciedad, sino desear que Galicia se recupere, que es ahora, lo verdaderamente importante.

Ojalá y llueva.

lunes, 16 de octubre de 2017

Cartas iban y venían


Mientras la justicia continúa su camino en el asunto de Cataluña, Puigdemont envía una carta a Rajoy, en la que no sólo no aclara si ha declarado o no la independencia, sino que continúa, en un tono sereno y cordial, reclamando diálogo y urgiendo al Gobierno español a una reunión conjunta, en la que se sienten las bases de una negociación, que de momento queda en el aire, puesto que en Madrid parecen decididos a continuar con esta descafeinada aplicación del artículo 155, por lo que ofrecen un nuevo plazo que terminaría el Jueves, para que el President vuelva a la legalidad establecida, si no quiere que se endurezcan las medidas que en dicho artículo podrían estar previstas.
Quejándose de la represión a la que según él está sometido el pueblo catalán y muy especialmente de las cargas policiales que se sucedieron el pasado 1 de Octubre, Puigdemont, que continúa otorgando validez a los resultados de su peculiar Referendum, deja claro que pone su voluntad de negociar, por encima del supuesto mandato que más de dos millones de catalanes le encomendaron en las urnas, para intentar una vía política que aún estaría por explorar, pero que necesita de la aquiescencia de Madrid, para tener alguna posibilidad de triunfo.
Esta serie de misivas cruzadas, que seguramente contemplará la Historia futura como algo insólito y hasta incoherente, van alargando en el tiempo una situación de gravísima inestabilidad, que encona los sentimientos de rechazo que se han instalado en españoles y catalanes, transformando inexplicablemente su convivencia, en imposible.
No se entiende  y estoy segura de que mucha gente me dará la razón, que en lugar de cruzar documentos en los que ninguno de los dos interlocutores principales se atreve a dar pasos que perjudiquen seriamente la solidez de sus posturas, no se haya producido ya una reunión, cara a cara, entre ellos, en la que cada uno ponga abiertamente sobre la mesa los argumentos que últimamente esgrimen amparándose en la opinión de la calle, en el caso de Puigdemont o en los recursos legales y policiales que le otorga el poder, en el caso de Rajoy, evitando un enfrentamiento estrictamente necesario, que aclare las auténticas intenciones futuras de cada cual y que permita respirar a una ciudadanía que, en general, espera soluciones políticas, con altura de miras.
En esta situación de extrema incertidumbre, resulta enormemente difícil aventurar cuáles serán los pasos que se darán, en una y otra parte, ni siquiera en las próximas horas, mientras el ambiente, que se va calentando más y más, por la falta de valentía de ambos líderes, convierte la situación en insostenible.
¿Hasta cuándo estaremos así? Nadie lo sabe. Si algo han demostrado estos interlocutores caricaturescos es que su tozudez no tiene límites.
Pero entretanto, la gente de a pie, que en pleno siglo XXI espera de sus políticos, al menos, una profesionalidad que garantice la estabilidad y el bienestar de las mayorías, se siente absolutamente defraudada, amén de huérfana, al comprender la incapacidad demostrada que en este conflicto se evidencia por ambas partes y la poca o nula voluntad de solucionar la situación que ambos tienen, coincidiendo plenamente, al menos en esto.
Parece, que hemos llegado a un punto sin retorno en el que no se me ocurre otra posibilidad que forzar urgentemente la marcha de estos dos personajes, ya que son incapaces de entenderse.
A los que tienen prisa por alcanzar la independencia, ya les digo que con esta figura de referencia no sólo no lograrán su propósito, sino que lo que está por llegar, puede que supere con creces, todo lo que poniéndose en lo peor, hubieran imaginado y a los que reclaman la unidad, habría que aclararles que el país idílico que solicitan envueltos en banderas y entonando cánticos obsoletos, hace ya tiempo que dejó de existir y preguntarles si esa indisolubilidad que reclaman, merece el precio que habrá que pagar por ella. Está claro que tampoco Rajoy conseguirá que la pelota caiga en su campo esta vez, a pesar de la inmensa suerte que tiene para que el tiempo resuelva los problemas con su paso.
A la espera de un nuevo capítulo de esta novela por entregas, doy por sentado que en el minuto en que escribo estas letras, las distancias se hacen más grandes.

Si estos políticos no saben dialogar, que se retiren elegantemente de este enfangado campo de batalla y dejen paso a quiénes, con mayor lucidez, sean capaces de sortear el temporal, porque hablando se entiende la gente.

domingo, 15 de octubre de 2017

Deshojando la margarita


Todos esperan  la respuesta que Puigdemont dará, probablemente mañana, al Presidente del Gobierno y deshojan la margarita según les conviene, pues los intereses políticos poco o nada tienen que ver finalmente con los sentimientos de la gente y lo esencial, para Partidos y líderes, suele estar directamente relacionado con aquello que se propusieron como una meta irrenunciable.
Esto del problema catalán, que podría haberse resuelto si se hubiera afrontado desde un principio, sin disfrazar verdades y secretos, por ambas partes y con decidida voluntad de negociar, como suelen hacer las personas inteligentes, cuando entre ellas surge un conflicto, se está convirtiendo sin embargo, en un interminable cruce de opiniones opuestas que van y vienen de un lado a otro, como arrastradas por un viento de irracionalidad y que van horadando, para mal, la convivencia entre ciudadanos que hasta hace bien poco gozaban de buena salud en sus relaciones, ahora seriamente dañada por culpa de esa falta de respeto que solemos exhibir, contra quienes no piensan como nosotros.
A uno le da la impresión, por lo que está viendo estos días, que al final, ni de Rajoy ni de Puigdemont dependerá la deriva que puedan tomar los acontecimientos y que serán don Partidos minoritarios, CUP y los Ciudadanos de Albert Rivera, los que fuercen las decisiones que se tomen en Madrid y Catalunya, cosa que puede complicar y mucho el panorama político en general, pues sus posturas, como todos sabemos, se encuentran enmarcadas en extremos imposibles de coincidir, dentro del arco político.
A nadie puede, sin embargo extrañar, que algo así pueda suceder en un momento como éste, pues infelizmente y gracias a nuestra Ley electoral, llevamos años dependiendo de los escasos diputados que representan a ciertas minorías, pero que por azares del destino, se convierten en la llave de la gobernabilidad y de las decisiones importantes, adquiriendo unas dosis de poder que no les otorgaron las urnas y que por tanto, no merecen.
Así que mientras Rivera, deseoso de forzar unas elecciones en Catalunya, con las que hacerse con la Presidencia de la Generalitat, para su admirada Inés Arrimadas, azuza a su socio Rajoy para la aplicación, por vía de urgencia, del 155, la CUP trata desesperadamente de obligar a Puigdemont a declarar solemnemente la independencia, bajo amenaza de retirar del Parlament a los suyos, dejando de este modo la mayoría en manos de los sectores partidarios de la unidad, con lo que se rompería definitivamente, el ensueño.
Y sin embargo, aún puede ocurrir que Puigdemont devuelva la pelota, sugiriendo a Rajoy que interprete lo que pasó el pasado lunes, como considere oportuno, obligando de este modo al Presidente español a tener que elegir entre lo que aconsejan muchos millones de ciudadanos, diálogo y paciencia, o a seguir la estela marcada por Rivera, aplicando sin más dilación, el 155, a las bravas, poniéndose en contra para siempre a la sociedad catalana en general y a una buena parte de españoles que ven en la vía del diálogo y la negociación, la única salida para este conflicto.
Muy mal deben estar pasándolo hoy uno y otro, sintiéndose absolutamente acosados por los cantos de sirenas que les lanzan quiénes tienen mucho menos que perder, que ellos mismos y porque en esto de las decisiones, cuando se convierten en críticas, parece activarse un resorte que mueve a todo el mundo a opinar, en un sentido u otro, por lo que puede que fuera mejor que los protagonistas de esta historia, actuaran, por una vez, en conciencia.
Porque lo verdaderamente importante ahora es precisamente hallar la manera de sanar las heridas profundas que se han abierto en nuestra sociedad y que no paran de sangrar, vapuleadas por la crudeza del enfrentamiento. Y esto, que puede que a muchos no les importe, por considerar que en política no se debe tener corazón, resulta ser, de cara al futuro de todos, una lacra que arrastraremos y que se irá enquistando irremediablemente hasta convertirse en incurable, si no se encuentra pronto la medicina que nos devuelva la salud y la cordura, que  nos han arrebatado la intolerancia y la falta absoluta de respeto.
Todos desearíamos no sólo que la respuesta de Puigdemont fuera sincera, sino que esa misma sinceridad, fuera aplicada por parte de Mariano Rajoy, más que en forma de contundentes medidas aún desconocidas, en una mesa de negociación y partiendo, por ambas partes, de cero.
Hay, como sea, que borrar de la cabeza los agravios que mutuamente nos hemos infringido los unos a los otros y empezar a comprender que los demás están en su derecho, al opinar de modo diferente.
Jamás se conseguirá nada así, si nos enfrascamos en una guerra de banderas y símbolos patrios que nunca podrán representar, del todo, a todo el mundo.
 Aceptar la diversidad y valorarla como un aliciente, para mejorar nuestra amplitud de miras, es el primer paso que todos debiéramos dar, en estos momentos difíciles. Lo contrario nos retrotraería mucho tiempo atrás y en cierto modo, haría de nosotros, seres primitivos cuya felicidad se reduce a pertenecer a una estrecha franja de tierra.