En una rueda de prensa claramente dirigida a los medios
internacionales reunidos hoy en Bruselas, Carles Puigdemont, hablando en
cuatro idiomas y rendido a la estrategia
del victimismo, ha confesado hoy que la decisión de abandonar Catalunya ha sido
fruto de un pacto entre Partidos separatistas, aunque sin mencionar a la CUP y
que no entraba dentro de sus aspiraciones solicitar asilo político en Bélgica,
sino abrir una ventana al mundo desde la capital europea, para dar a conocer lo
que los suyos consideran como la realidad del conflicto catalán, denostada por
los medios españoles.
En cuanto a si tiene o no intención de regresar, ahora que se
conoce la querella que ha interpuesto la fiscalía sobre su persona, por delitos
de sedición, rebelión y malversación, ha manifestado que no tiene intención de
hacerlo hasta no estar seguro de que su caso será juzgado con garantías y que
exista una separación de poderes real y efectiva, aludiendo de manera directa
al intervencionismo del Estado español en los asuntos judiciales y dudando de
la objetividad con que podría ser tratado su caso, por las connotaciones que
tiene.
En un montaje minuciosamente preparado, Puigdemont y seis de sus Consellers han admitido sin
embargo, su intención de presentarse a las elecciones del 21 de Diciembre, provocando
una especie de contradicción entre lo que dicen pensar y lo que se disponen a
hacer, pues a pesar de no admitir, según propias palabras, la nulidad del pleno
en que proclamaron la República, aceptan sin embargo la solución electoral
propuesta por Mariano Rajoy, como una de las medidas de la aplicación del 155, a la que se niegan tajantemente.
Asumiendo como una inmolación necesaria
esta huida programada hacia el mismo corazón europeo y reivindicando un papel de
mártires de la causa que contradice el propio calado de sus acciones, invitan
sin embargo, a los funcionarios catalanes a una desobediencia casi imposible de
practicar, aconsejándoles, desde lejos, astucia para llevar a cabo este boicot
propuesto por el Govern destituido y dejan, al menos aparentemente, el bastón
de mando en manos de Oriol Junqueras, que se queda en el territorio para
afrontar la que se avecina, demostrando al menos, mayor coherencia.
Según algunas fuentes, las
intenciones declaradas en esta singular rueda de prensa, en la que no se han
admitido más que cinco preguntas, cuatro de medios extranjeros y una de TV3,
han tenido que ser improvisadas, tras fracasar estrepitosamente todos los
intentos de conseguir asilo político en Bélgica y de lo expuesto, ni siquiera se puede concluir
si Puigdemont y quiénes le acompañan tienen o no intención de presentarse a la
citación judicial fijada para el Jueves, aunque todo hace pensar que no será
así, por la precipitación con la que se ha planteado su viaje y las reticencias
expresadas hacia la justicia española.
En honor a la verdad, habría que
decir que la deriva que está tomando esta historia se está convirtiendo en una
especie de esperpento, en el que la credibilidad de sus principales
protagonistas está empezando a ser cuestionada, incluso por sus más fieles
seguidores y que sólo el líder de Esquerra Republicana, que ha permanecido en Catalunya,
aunque de manera absolutamente pasiva, confiere algo de seriedad a lo que ha
venido ocurriendo allí, estos últimos días.
Entretanto, los populares se
autoproclaman como auténticos vencedores del conflicto y comienzan a lanzar el
mensaje de que Mariano Rajoy se ha convertido en el salvador de Catalunya,
dando inicio a una Campaña electoral, que se espera movida y cruenta, como principales representantes de los
partidos constitucionalistas y defensores a ultranza de una unidad, que en
estos momentos resulta ser ciertamente ficticia.
El triunfalismo y el ansia de gloria
que tanto necesitaba el PP, se materializa en estos momentos como catapulta
para aumentar sus votos en Catalunya, mientras esconde bajo la alfombra todos
los problemas que han venido teniendo con los casos de corrupción, que parecen
haber desaparecido tragados por el tsunami catalán, en un golpe de suerte.
No sabemos, si a nivel internacional
le funcionará o no a Puigdemont esta victimización evidente, con la que está
tratando de presentar el problema, pero
el hecho es que su falta de respeto hacia aquellos que le siguieron en su
andadura hasta el último aliento, rompe todas las reglas de integridad que debe
mantener un político y le convierten en una especie de aquellos guiñoles que
solían aparecer en un viejo programa de televisión, en los que en clave de
humor, se retrataban todos los defectos.