Se ha enfadado y mucho, el Rey emérito Juan Carlos, por no
haber sido invitado a la celebración de los cuarenta años de la entrada de la
Democracia, confirmando con ello, todos los rumores que desde hace tiempo
vienen afirmando que no existe una buena relación con su hijo Felipe y con su
nuera y dejando muy claro que aún conserva el carácter que siempre se le
atribuyó y que nunca salió a la luz durante sus años de reinado, en los que fue
tratado, quizá, con extrema tibieza.
Muchos nos dimos cuenta desde el principio de la sonada
ausencia real en el acto y es verdad que Juan Carlos tenía el mismo derecho a
estar en él, que muchos de los viejos políticos que asistieron como invitados,
pues ocupó igualmente un papel protagonista en el comienzo de la transición,
por lo que se podría deducir que a
alguien no le interesaba su presencia, probablemente por motivos personales.
Es incomprensible justificar esta ausencia alegando un
olvido, pues las cuestiones protocolarias, cuando se trata de la casa Real son
escrupulosamente revisadas y de obligado cumplimiento, por lo que resulta muy
natural que Juan Carlos haya podido llegar a pensar que su hijo no quiere de
ningún modo coincidir en público con él, debido tal vez, a la mala prensa que
tuvo en sus últimos tiempos de mandato.
Estas intrigas palaciegas, que recuerdan a lo que ocurría en
las cloacas de los castillos en la Edad Media, aportan sin embargo, un punto de
morbo a la monótona vida política del
país, en la que casi todas las novedades diarias tienen que ver con la
aparición de casos de corrupción o con las luchas partidistas que se organizan
entre los líderes más conocidos y que parecen no tener fin, ni orden, ni
concierto.
Así que resulta curioso que además de no estar, Juan Carlos fuera
someramente mencionado en el acto de ayer, sin que se le atribuyera el papel que tuvo en aquellos
momentos y que toda la atención
mediática se centrara en lo expresado por su sucesor, como si interesara de
algún modo borrar cualquier huella que hubiera podido dejar el Rey emérito, en
su paso por la Jefatura del Estado.
Todos sabemos y ya sabíamos con anterioridad, que Juan Carlos
tenía una vida personal ciertamente rocambolesca y que los encargados de
vigilar sus movimientos hicieron lo posible y lo imposible por conseguir que
sus aventuras nunca trascendieran. Lo que no se entiende, es que la prensa al
completo consintiera esta conspiración de silencio y durante años colaborara
sumisamente en mostrar a los españoles una imagen idealizada del que fuera su
Rey, que se empezó a romper en mil pedazos cuando apareció, no sin cierta
controversia, en aquella imagen africana, al estilo Clark Gable, en Mogambo.
La posterior abdicación a favor de su hijo, que siempre nos
pareció forzada por una especie de complot familiar en la que no se le dejó otra salida que
entregar la corona y el cetro, subió la temperatura de lo que durante tanto
tiempo se había callado y la transición real se produjo en un ambiente
ciertamente tenso, pues coincidió además en el tiempo, con el juicio de
Urdangarín y la Infanta, en el que tampoco salía muy bien parado el Rey
saliente.
Puede que todas estas cosas hayan terminado por convencer a
Felipe VI, que por motivos obvios conocería a la perfección las andanzas de su
progenitor, de que resultaba necesario
establecer ciertas distancias, pues el papel de la Monarquía, a causa
del cambio político producido en España durante los últimos años, ya ha sido
bastante cuestionado, como para encima tener que ofrecer explicaciones sobre
asuntos oscuros que habrán tenido que afectar y mucho al ámbito familiar,
difíciles de perdonar, para quién pretende empezar desde cero.
Así que la ausencia del rey emérito, incluso podría
interpretarse como una especie de venganza reparadora de los daños sufridos y
también, como auto afirmación en el poder de quién luce hoy por hoy la corona,
pero no me negarán que la acción ha sido por lo menos, de muy mal gusto y hasta
pensada con un poco de mala leche.
Todos ustedes sabrán ya, que quién subscribe no es sospechosa
de defender la Monarquía y que raras veces se hace mención a esta obsoleta
institución en ninguno de mis artículos, pero nos guste o no, el Rey sigue
siendo el Jefe del Estado español y debe por tanto a los ciudadanos ciertas
explicaciones, cuando se produce un hecho de estas características.
Todos sabemos que no se va a cumplir con esa obligación y que
nunca conoceremos cuáles han sido las verdaderas razones de tan sonada ausencia,
en un acto como el de ayer, pero de vez en cuando y sin que sirva de
precedente, no está nada mal elucubrar y hasta divertirse un poco imaginando lo
que ocurre en las trastiendas de Palacio, ya que pagamos su mantenimiento entre
todos.