En esta tarde lluviosa, proclive a la meditación y que inclina a la melancolía, ayudada por el ritmo cadencioso con que las gotas borbotean sobre el suelo, repentinamente, parece haberse esfumado la bulliciosa sensación navideña y un silencio coincidente con el momento en el que escribo, me susurra una cierta tristeza, que no es otra cosa, que un reflejo de la inseguridad vivida durante este año que está a punto de convertirse en pasado.
No me dejo abatir, pues una de mis virtudes a resaltar, es, sin duda, no haber llegado a perder nunca la capacidad de un asombro, que casi siempre viene acompañado de grandes dosis de esperanza en que todo, por nefasto que sea, mejorará.
De hecho, intuyo entre los negros nubarrones iluminados por la tormenta, una pequeñísima abertura por la que se filtra un minúsculo rayo de sol, que va a parar directamente al cristal que tengo enfrente, provocando un efecto intermitente de ceguera que me impide ver el teclado para distinguir qué tecla pulsar para construir las palabras.
En principio, había pensado enumerar la abultada suerte de catastróficas desdichas que hemos tenido que soportar juntos desde que tomamos las uvas en 2009, sacudiéndonos como podíamos los primeros efectos de la crisis y lanzando bengalas al viento rogando a los dioses que barrieran de nuestro mundo los malos auspicios para llevarnos, por mejores mares, a un futuro menos incierto.
Pero, ya he enumerado una a una durante varios meses, las vicisitudes que se han ido sucediendo en este annus horribilis, las he desgranado y compartido desde la tristeza, la irritación y la amargura, con amigos y desconocidos a los que nunca veré, las he gritado libremente, sin censuras ni mordazas, las he analizado, me he atrevido a proponer soluciones y, además, he cumplido uno de mis mas viejos sueños haciéndolo y aún me quedan alas para seguir volando mientras me lo permita mi aliento y sepa que hay alguien ahí detrás.
Así que hoy quiero resarcirme proponiendo a mis lectores un ejercicio de fácil realización, que tal vez suavice la aflicción que ha sacudido nuestros corazones libertarios y que consiste, única y exclusivamente, en acudir a un solo pensamiento que haya puesto una nota de alegría en nuestras vidas, en este periodo angustioso que nos ha tocado sufrir.
Estoy segura que todos, si buscamos, encontraremos ese recuerdo capaz de arrancarnos una sonrisa, que nos deleitará
al rememorar ese instante, por corto que fuera, en el que perdimos la noción de la realidad para columpiarnos en la nube de algo hermoso y que una situación, un rostro, una mano sobre nuestros hombros o, simplemente, el silencio apetecido de un minuto de soledad, conseguirá la magia de hacernos evocar que la vida merece la pena.
Y mañana, cuando alcemos las copas entre amigos, cuando las tracas sonoras recorran las calles y los rincones de todos nuestros pueblos, donde quiera que estemos, cuando los fuegos de artificio esparzan su olor a pólvora por el aire y hasta perdamos la consciencia con su estética colorista y mágica, quizá estemos dispuestos a construir algo mejor, dejando atrás, como en una niebla envolvente de amnesia inducida, todo lo que los hombres fuimos capaces de hacernos los unos a los otros, para despertar los sentidos a un cierto regusto de belleza.
Vamos a pensar todos al unísono, que el año nuevo será mucho, pero que mucho mas feliz.
No me dejo abatir, pues una de mis virtudes a resaltar, es, sin duda, no haber llegado a perder nunca la capacidad de un asombro, que casi siempre viene acompañado de grandes dosis de esperanza en que todo, por nefasto que sea, mejorará.
De hecho, intuyo entre los negros nubarrones iluminados por la tormenta, una pequeñísima abertura por la que se filtra un minúsculo rayo de sol, que va a parar directamente al cristal que tengo enfrente, provocando un efecto intermitente de ceguera que me impide ver el teclado para distinguir qué tecla pulsar para construir las palabras.
En principio, había pensado enumerar la abultada suerte de catastróficas desdichas que hemos tenido que soportar juntos desde que tomamos las uvas en 2009, sacudiéndonos como podíamos los primeros efectos de la crisis y lanzando bengalas al viento rogando a los dioses que barrieran de nuestro mundo los malos auspicios para llevarnos, por mejores mares, a un futuro menos incierto.
Pero, ya he enumerado una a una durante varios meses, las vicisitudes que se han ido sucediendo en este annus horribilis, las he desgranado y compartido desde la tristeza, la irritación y la amargura, con amigos y desconocidos a los que nunca veré, las he gritado libremente, sin censuras ni mordazas, las he analizado, me he atrevido a proponer soluciones y, además, he cumplido uno de mis mas viejos sueños haciéndolo y aún me quedan alas para seguir volando mientras me lo permita mi aliento y sepa que hay alguien ahí detrás.
Así que hoy quiero resarcirme proponiendo a mis lectores un ejercicio de fácil realización, que tal vez suavice la aflicción que ha sacudido nuestros corazones libertarios y que consiste, única y exclusivamente, en acudir a un solo pensamiento que haya puesto una nota de alegría en nuestras vidas, en este periodo angustioso que nos ha tocado sufrir.
Estoy segura que todos, si buscamos, encontraremos ese recuerdo capaz de arrancarnos una sonrisa, que nos deleitará
al rememorar ese instante, por corto que fuera, en el que perdimos la noción de la realidad para columpiarnos en la nube de algo hermoso y que una situación, un rostro, una mano sobre nuestros hombros o, simplemente, el silencio apetecido de un minuto de soledad, conseguirá la magia de hacernos evocar que la vida merece la pena.
Y mañana, cuando alcemos las copas entre amigos, cuando las tracas sonoras recorran las calles y los rincones de todos nuestros pueblos, donde quiera que estemos, cuando los fuegos de artificio esparzan su olor a pólvora por el aire y hasta perdamos la consciencia con su estética colorista y mágica, quizá estemos dispuestos a construir algo mejor, dejando atrás, como en una niebla envolvente de amnesia inducida, todo lo que los hombres fuimos capaces de hacernos los unos a los otros, para despertar los sentidos a un cierto regusto de belleza.
Vamos a pensar todos al unísono, que el año nuevo será mucho, pero que mucho mas feliz.