Mientras se libra un fuerte pulso en el Parlamento, para
intentar echar abajo las leyes más polémicas que aprobara el PP en la
Legislatura pasada, como la LOMCE o la Mordaza, los ecos de la repentina muerte
de Rita Barberá siguen sonando contundentemente en las voces de los sectores
más recalcitrantes de su Partido, adjudicando a diestro y siniestro
culpabilidades que, por sí mismas, no podrían haber desencadenado el deceso,
pero que en cierto modo, alivian la mala conciencia de quienes habían
convertido a la finada en innombrable, siguiendo las órdenes que les llegaban
desde arriba.
El mismísimo José María Aznar se ha involucrado
voluntariamente en esta polémica, criticando, como no podía ser de otra manera,
lo mal que se han portado los que forman la cúpula actual del PP, con la ex
alcaldesa y acudiendo, en olor de multitudes, a una de las misas que se han
celebrado por su alma, quizá para demostrar a la familia que también entre los
conservadores, sigue habiendo clases.
Esta estrategia de culpabilización, que se ha puesto por bandera el sector más a
la derecha del PP y que ha llegado a acusar a los medios de comunicación de
practicar un acoso insufrible hacía Barberá, por lo que ellos consideran una
nimiedad, como es el caso del pitufeo, ha empezado sin embargo a crear una
especie de brecha entre las filas de los conservadores, que viene a ratificar
que esa unidad de la suelen presumir los principales líderes populares, resulta
ser en realidad muy frágil y que puede quebrarse en cuanto no se coincide en
alguna toma de decisión, sobre todo cuando tiene que ver con los casos de
corrupción y se opta por separar al sospechoso, del cargo que hasta ese momento
ocupaba.
Qué habría que hacer entonces, cuando se produce una
imputación judicial que lleva al
banquillo a algún cargo en activo del PP, es una incógnita que a pesar de la
indignación palpable que estamos viendo estos días, nadie se ha atrevido a
anticipar, ni siquiera el excelso ex Presidente, al que por cierto, no hemos
oído defender a la ex alcaldesa de Valencia, hasta que se ha producido su
muerte.
La impresión que percibe la ciudadanía sobre lo que está
aconteciendo alrededor de esta desgraciada historia, es sin embargo, la de que
se está tratando de convertir este tema en un asunto político y que se pretende
tácitamente, a través de utilización, conseguir rebajar de algún modo el
acuerdo con Ciudadanos, para mantener en sus cargos a los presuntos corruptos,
prácticamente hasta que se hagan firmes las sentencias.
No se puede olvidar que de este modo, personajes como
Bárcenas o Granados, continuarían ejerciendo, a pesar de los cargos que se les
imputan e incluso gozarían de la libertad necesaria para seguir aumentando sus
respectivos patrimonios, dentro o fuera de España y con ello, se correría además el peligro de
que se minimizaran hasta tal punto los asuntos de corrupción, que llegaría un
momento en el que ni siquiera se les daría importancia, a pesar de que el
dinero del que se habla, pertenece, en el fondo, a todos los ciudadanos.
La esperpéntica representación a que estamos asistiendo estos
días, la falsa indignación que ahora demuestran los mismos que callaron y
permitieron que en el Partido se tratara a la alcaldesa como una apestada, no
puede, sino dar a entender, que en política puedes pasar en un mismo día de
villano a beato, sin que exista una explicación plausible, que justifique tal
desatino.
El recogimiento que en
un primer momento pedía la familia, ha dado paso a un circo en el que las
viejas glorias del PP, pugnan por ganar reconocimiento, no se sabe con qué
clase de miras.
Parece imposible que los allegados de Barberá no sean capaces
de distinguir algo que resulta tan evidente.