Todas las esperanzas que los europeos tuvimos una vez en
Hollande hace ya tiempo que se frustraron, cuando sus promesas socialistas se
transformaron, por arte de las exigencias de mercado, en socialdemócratas
conservadoras y también él dio la espalda a los trabajadores, consintiendo que
las políticas de recortes nos siguieran llevando a los niveles más bajos que se
conocen, desde hace por lo menos cincuenta años.
Los electores franceses le responden ahora en las urnas, unos
absteniéndose de manera contundente, demostrando que ya no les interesa la
política y otros, como pasó antes en España, creyendo incautamente que a la
derecha siempre le va mejor en los temas relacionados con la Economía, llegando
a dar incluso, una oportunidad excesivamente arriesgada a la extrema derecha de
Le Pen, que aparece, como no podía ser de otra manera, como salvadora de la patria.
La lección no puede ser más clara y convendría a Hollande
aprenderla con toda la urgencia posible, evitando que el giro conservador de su
política acabe por tragarse a su partido en una vorágine de la que resultará
imposible salir, como ya le pasó en España a un PSOE, que todavía intenta
recuperarse de la debacle sufrida, cuando el Partido Popular le arrebató la
Presidencia de la Nación.
Es acuciante que la izquierda europea se convenza de que
habrá de elegir entre los intereses de la Banca y los de los electores, entre
la vuelta a los principios que siempre rigieron su ideología y los que rigen
los de este capitalismo feroz que se está tragando con auténtica voracidad, los
derechos de los ciudadanos, con la intención de no devolverlos nunca.
La lucha por llegar al poder ha de ser ahora, para la
izquierda, todo lo encarnizada que permitan los límites de la ética, pues sólo
desde ese apetecido poder se puede controlar lo que está ocurriendo en este
Viejo Continente y combatirlo con un coraje, que parece haberse perdido desde
hace ya demasiado tiempo.
Las concesiones hechas al capital por los gobiernos europeos,
han agotado claramente la paciencia de los ciudadanos y los actos de extrema
violencia que sacuden nuestros territorios y que cada vez son más habituales,
lo demuestran, hasta tal punto, que no está quedando otro remedio a la
ciudadanía, que el de apostar por Partidos políticos mucho más radicales en sus
planteamientos, a la vista de que aquellos en los que una vez confió ,no hacen
más que plegarse a las exigencias de las grandes fortunas, sin atreverse a
decir no al retraso que supone para las clases trabajadoras, esta pérdida casi
absoluta de prestaciones sociales y derechos.
Hoy le ha tocado a Hollande probar el amargo sabor de la
derrota y probablemente mañana, tocará a
cualquier otro que siga empeñado en no abandonar el redil por el que le
conducen quienes establecen las severas normas que se nos obliga a cumplir, en
contra de la voluntad de los pueblos y mientras no se convenzan de que hay que
dar un primer paso de auténtico valor para negarse a un sometimiento paulatino
a los designios de los más poderosos, así seguirá siendo en cada sitio donde se
celebren elecciones, aunque muchos de los votos emitidos vayan a grupúsculos
absolutamente indeseables, que están sacando frutos de este rio revuelto en el
que nadie se atreve a navegar, por temor a unas represalias que no pueden ser
peores de lo que es la realidad en que todos vivimos.