Apartado Garzón de cualquier relación con la justicia, los familiares de las víctimas del franquismo se encuentran de nuevo en el punto de partida, ahora que habían empezado a conseguir que se abrieran las cientos de fosas, dispersas por las carreteras de todos los territorios del país.
El rosario de penalidades sufridas por estos herederos de la injusticia se remonta a más de setenta años de tortuoso camino, tras el paso de los cuales, en muchos casos, aún no tienen la más remota idea de dónde fueron depositados los restos de los suyos, a los que perdieron la pista cuando fueron sacados de sus hogares por los franquistas, para no volver jamás.
La esperanza parecía ir por buen camino en los últimos años, ya que se había admitido la apertura de fosas y algunos habían conseguido protagonizar reencuentros largamente esperados durante varias generaciones de lucha, logrando así poder escribir el nombre de sus allegados en algún lugar del cementerio de su localidad.
Algunos restos han sido depositados junto a seres muy próximos de la familia, ya fallecidos también, y otros, simplemente, han venido a cerrar viejas heridas, abiertas durante demasiados años.
Garzón puso un punto y a parte en estas terribles historias de desamparo, convirtiéndose en defensor del derecho que todo ser humano tiene a enterrar a los suyos, y ayudando a escribir la verdad de una parte de la historia de España, que otros se habían propuesto ocultar para siempre, sin dar sosiego a las conciencias de los que perdieron a alguien, simplemente por defender la legalidad de un gobierno elegido democráticamente, frente a los golpistas que, por circunstancias, acabaron ganando la guerra civil.
Nadie nunca les confirmó su muerte y sus más allegados entonces, soportaron una existencia llena de amenazas continuas, vejaciones infinitas y discriminaciones constantes, que perduraron durante los cuarenta años de la dictadura, condenados a un silencio sepulcral, en el que, incluso llegó a prohibírseles, volver a pronunciar aquellos nombres.
A muchos, la edad les impedirá seguramente llegar a tiempo de volver a empezar desde cero, teniendo que recorrer otra vez más y más despachos, en busca de la magnanimidad de algún otro juez que se tome un interés auténtico por su causa y acabarán por resignarse a morir, sin tener la oportunidad de zanjar su propia historia vital, para dejar a sus herederos la verdad de lo que ocurrió en el pasado. Agotados por la incertidumbre que acarrea siempre lo desconocido, sucumbirán ante la imposibilidad de llegar hasta el justo final que merecen, sin ver cumplida la ilusión de recuperar el honor robado por aquella vileza y sin descubrir qué pasó realmente, con aquellos a quienes se despojó de cualquier posibilidad de vivir, sólo por una cuestión ideológica.
Y aunque estos crímenes no prescriban con el paso del tiempo, las nuevas generaciones, quizá, acaben cansándose del litigio y, finalmente, el empeño de los que siempre se opusieron a la investigación de estos casos, consiga arrebatarnos la verdad de la historia, construyendo una falsa, sobre unos restos desperdigados, que nunca verán a la luz.
Y sin embargo, la tenacidad de unos pocos españoles, que no se resignan al olvido y el engaño, no parece haber palidecido con lo sucedido estos últimos días. Siguen en pie. Desamparados y apartados a manotazos por la mano siniestra de los defensores de la oscuridad, pero en pie.
Ni el tiempo ni la adversidad, pese a quién pese, ha conseguido doblegar sus rodillas.
El rosario de penalidades sufridas por estos herederos de la injusticia se remonta a más de setenta años de tortuoso camino, tras el paso de los cuales, en muchos casos, aún no tienen la más remota idea de dónde fueron depositados los restos de los suyos, a los que perdieron la pista cuando fueron sacados de sus hogares por los franquistas, para no volver jamás.
La esperanza parecía ir por buen camino en los últimos años, ya que se había admitido la apertura de fosas y algunos habían conseguido protagonizar reencuentros largamente esperados durante varias generaciones de lucha, logrando así poder escribir el nombre de sus allegados en algún lugar del cementerio de su localidad.
Algunos restos han sido depositados junto a seres muy próximos de la familia, ya fallecidos también, y otros, simplemente, han venido a cerrar viejas heridas, abiertas durante demasiados años.
Garzón puso un punto y a parte en estas terribles historias de desamparo, convirtiéndose en defensor del derecho que todo ser humano tiene a enterrar a los suyos, y ayudando a escribir la verdad de una parte de la historia de España, que otros se habían propuesto ocultar para siempre, sin dar sosiego a las conciencias de los que perdieron a alguien, simplemente por defender la legalidad de un gobierno elegido democráticamente, frente a los golpistas que, por circunstancias, acabaron ganando la guerra civil.
Nadie nunca les confirmó su muerte y sus más allegados entonces, soportaron una existencia llena de amenazas continuas, vejaciones infinitas y discriminaciones constantes, que perduraron durante los cuarenta años de la dictadura, condenados a un silencio sepulcral, en el que, incluso llegó a prohibírseles, volver a pronunciar aquellos nombres.
A muchos, la edad les impedirá seguramente llegar a tiempo de volver a empezar desde cero, teniendo que recorrer otra vez más y más despachos, en busca de la magnanimidad de algún otro juez que se tome un interés auténtico por su causa y acabarán por resignarse a morir, sin tener la oportunidad de zanjar su propia historia vital, para dejar a sus herederos la verdad de lo que ocurrió en el pasado. Agotados por la incertidumbre que acarrea siempre lo desconocido, sucumbirán ante la imposibilidad de llegar hasta el justo final que merecen, sin ver cumplida la ilusión de recuperar el honor robado por aquella vileza y sin descubrir qué pasó realmente, con aquellos a quienes se despojó de cualquier posibilidad de vivir, sólo por una cuestión ideológica.
Y aunque estos crímenes no prescriban con el paso del tiempo, las nuevas generaciones, quizá, acaben cansándose del litigio y, finalmente, el empeño de los que siempre se opusieron a la investigación de estos casos, consiga arrebatarnos la verdad de la historia, construyendo una falsa, sobre unos restos desperdigados, que nunca verán a la luz.
Y sin embargo, la tenacidad de unos pocos españoles, que no se resignan al olvido y el engaño, no parece haber palidecido con lo sucedido estos últimos días. Siguen en pie. Desamparados y apartados a manotazos por la mano siniestra de los defensores de la oscuridad, pero en pie.
Ni el tiempo ni la adversidad, pese a quién pese, ha conseguido doblegar sus rodillas.