El reinado del Partido Popular en España, que ido recorriendo
un camino que comenzó con la mayoría absoluta obtenida, después de los
gravísimos errores cometidos por Zapatero y que empezó a torcerse desde el mismo
instante en que esa mayoría posibilitó la aprobación de innumerables Decretos
absolutamente lesivos contra la sociedad en general, sin margen alguno de
oposición, se vio también, desde el primer momento, nublado por las continuas sombras de
sospecha que los incontables casos de
corrupción protagonizados por su gente iban dejando como un reguero, cuyo
rastro llegaba directamente hasta la Sede misma de Génova, aunque ninguna de
esas poderosas razones resultaran se suficientes para que se produjera una
debacle de las dimensiones que se hubiera podido esperar, cuando concurrieron a
las últimas Elecciones Generales.
Verdad es que la aparición de Fuerzas de nuevo cuño, como
Ciudadanos y Podemos, cambió trasversalmente el panorama político nacional y
que en estos últimos comicios, los populares hubieron de plegarse a la
desconocida incomodidad de tener que recurrir a los pactos, para poder sacar adelante
el liberalismo feroz que siempre ha caracterizado sus actuaciones, sobre todo
en los tiempos más duros de la crisis, pero fue el problema catalán y su
desidia al permitir que las cosas llegaran hasta el punto en el que nos hemos
encontrado, tras la celebración del Referendum del primero de Octubre, el
primer síntoma de que la lealtad incondicional de sus electores estaba
sufriendo una transformación de calado y de que por tanto, la bonanza de sus
tiempos gloriosos preludiaba una caída vertiginosa que se ha ido materializando
después, gracias a los movimientos multitudinarios protagonizados por
colectivos de votantes de una importancia vital, para que cualquier Partido
pueda vencer con holgura, en cualquier tipo de elecciones.
Hasta hace bien poco, el PP consideraba un dogma inamovible
el dominio la voluntad de sus electores y resultaba casi
impensable que esos diez millones de voto fijo, que solía obtener
reiteradamente y que perdonaba sin rencor cualquier tipo de errores, pudiera
siquiera plantearse cualquier otra alternativa que se ajustara a los cánones
tradicionales adoptados por la derecha española, hasta que llegó Albert Rivera,
atreviéndose a cuestionar que la manera de gobernar de Rajoy fuera la única
posible para el conservadurismo español, provocando un imparable trasvase de
opinión de los votantes de la derecha hacia sus filas y colocándose, al menos
eso dicen las encuestas, muy por delante de un PP, agotado hasta el límite, por
causa de las gravísimas equivocaciones cometidas, a lo largo de tantos años.
Nunca habían conocido los populares esa sensación espantosa
de zozobra y de vértigo que ahora se distingue claramente en los rostros y los
mensajes de sus más reputados líderes, cada vez que se dirigen a la población,
apeados por la fuerza de las circunstancias, de su habitual soberbia y jamás,
había sido tan clara para los ciudadanos, la sensación de que la caída que
están protagonizando en los últimos tiempos conlleva para ellos todas las
consecuencias que acarrea un imparable declive, por lo que la imagen que
transmiten se parece cada vez más a una maniobra desesperada por salvar lo más
que se pueda de los restos que quedan de un terrible naufragio, que sin duda se
materializará, irremediablemente para ellos, en cuanto los españoles sean
llamados a consulta.
Mientras la izquierda se perdía en disquisiciones absurdas,
protagonizando mil historias de ridículos desencuentros, demostrando una
imposibilidad casi esperpéntica, para lograr alcanzar un acuerdo que
posibilitara un gobierno de progreso, Rivera, como una hormiga laboriosa y
sujeta a una incontrovertible moderación, ha ido ganando puestos, llevando como
escudo una ambigüedad ideológica, que muchos han podido interpretar
equivocadamente, si nos atenemos al ideario al que realmente representan.
A punto de perder la posibilidad de la aprobación de los
presupuestos, a causa de la inesperada huida de los que consideraban como
socios, hasta el final de la legislatura y no quedándole otro remedio que tener
que acudir, otra vez, a los nacionalistas vascos del PNV, como única
alternativa a su fracaso como negociadores, Rajoy y los suyos, desbordados por
las manifestaciones continuas de los pensionistas, por el estallido feminista
de unos cuantos millones de mujeres, por la seriedad del caso Cifuentes, por la
perseverancia en las posturas de los independentistas catalanes y por toda una
larga lista de corruptelas que comprometen severamente su credibilidad, vagan de un lado a otro, intentando desesperadamente
satisfacer en cierta medida, los deseos de la gente, aunque de manera
absolutamente desordenada, tarde y mal, quizá por la escasa experiencia que
tienen, en gestionar estos asuntos que serían cotidianos, para cualquier Gobierno.
Ni siquiera ese afán desmesurado de acudir a los tribunales
para solucionar todos los problemas que surgen, les está funcionando estos
últimos meses y los argumentos esgrimidos en tantas ocasiones, para este fin, se
han deslomado estrepitosamente, como una voladura controlada, con el estallido
social que se ha producido a causa de la sentencia de La Manada , que cuestiona
severamente la credibilidad de los magistrados, a la hora de aplicar una
justicia ecuánime.
Por primera vez, vemos a un Mariano Rajoy obligado a tener
que abandonar la distensión con que se ha tomado habitualmente la resolución de
cualquier problema y transformado en un ser nervioso que muestra palmariamente su propia incapacidad para gobernar, incluso a
los mismos que durante años le ofrecieron una confianza inalterable y que han
comenzado a abandonar masivamente el barco, al entender que más pronto que
tarde, quedará irremediablemente varado en el fondo del océano.
Los años en que se llenaban las plazas de toros, ya no volverán
y una vez iniciada la caída al vacío, sólo
queda aceptar que cuando se peca repetidamente de arrogancia, desoyendo
sin compasión, los mensajes lanzados por los pueblos, sólo queda aceptar que se
ha perdido el honor.
Pero, ¿qué respeto pueden esperar quiénes nunca conocieron ese
sentimiento tan necesario, en todos los ámbitos de la vida?