martes, 30 de marzo de 2010

Vida a la vida

Me despierto con la magnífica noticia de que parece próximo el fin de la pena de muerte. Es un dulce despeertar que se agradece en medio de tánta barbarie y corrupción en este mundo que nos ha tocado y que ni siquiera sabemos preservar.
Siempre me ha parecido monstruoso que en nombre de la justicia se pueda privar de la vida a un ser humano y poder seguir adelante con nuestras conciencias, por muy terrible que hubiera sido su crimen.
Comprendo, porque es de recibo, que los allegados a las víctimas clamen por esta última pena y hasta que les produzca placer que se ejecute en un intento desesperado de tranquilizar el dolor, la rabia y la impotencia.
Pero llegar a este camino sin retorno no es más que igualar nuestra condición a la de aquellos que delinquieron (con o sin móvil aparente) e ir aún más allá, a la frialdad calculada de una fecha establecida para arrastrar a una persona hasta el patíbulo y encima amparados por la ley.
Si el mundo quiere avanzar, ha de abandonar irremediablemente, creo, todo tipo de violencia y el hombre ha de aprender a convivir sin la maldad instintiva de las bestias en una sociedad igualitaria cuyo primer principio habría de ser el derecho a la vida, por encima de cualquier otro y en aras de una educación que nos acabaría llevando al respeto finalmente.
No se puede exigir comprensión a los asesinos mientras se es brazo ejecutor sin el menor atísbo de culpabilidad o cargo de conciencia. Acallar a las masas con esta clase de justicia casi divina, es solo un burdo intento de potenciar el poder y una forma dictatorial de amenaza que desdice en todos los casos de la bondad espiritual que solo el hombre posee.
Hay que reflexionar y hacerse digno de la racionalidad que nos es dada ahondando en un equilibrio entre justicia y pensamiento y no esperar que el hombre salga de sus errores no ya a través de la represión, sino de la comprensión y la esperanza.
Mirar a la abolición de estas condenas, es mirar frente a frente a la vida. Vayamos destrerrando del corazón la triste figura de la muerte y habremos caminado un gran trecho para engrandecer el orgullo de ser humano.

lunes, 29 de marzo de 2010

Añorado Miguel

Recuerdo que la primera vez que leí a Miguel Hernández yo tenía quince años. Me llamaba la atención el hecho de que durante una época de la historia de España, no hubiéramos tenido poetas. Así que me dirigí directamente a mi padre y pregunté. Me explicó que los mejores poetas de la lengua española estaban muertos o en el exilio y me recomendó unas lecturas extraoficiales que consegimos como pudimos aquí y allá.
Así descubrí a Pablo Ndruda, Antonio Machado, Alberti, Lorca y Miguel Hernández.
Y no pude parar. Era tal la belleza de sus versos, el compromiso con la sociedad de sus palabras y la vigencia (aún hoy) de sus ideas, que se convirtieron de inmediato en libros de compañía que he vuelto a releer muchas veces durante el resto de mi vida. Mas tarde se les puso música (gracias Serrat) y se hicieron populares, pero para entonces yo ya los amaba para siempre.
Está bién que se haya resarcido a la familia de Miguel Hernández de la vergüenza de su trágica muerte y que se le de el sitio que verdaderamemnte correspondee a su sacrificio vital
durante tántos años silenciado. Pero creo en el fondo del corazón que todos aquellos que conocemos y admiramos su obra, nos hemos encargado, a pesar de los acontecimientos, de mantener muy viva la llama de su recuerdo y no permitir que se borraran cada una de las palabras que escribió.
Yo le agradezco la emoción de sus versos y el sentimiento imperecedero que me produce su lectura todas las veces que acudo a ella para experimentar, como si no la conociera, la maravilla de su descubrimiento. No me canso de recomendarlo a los que, por razones de edad no lo conocen e incluso he transmitido por vía oral algunos de sus poemas.
Miguel Hernández es sin duda, el poeta del pueblo y como tal, su peculiar forma de escribir llega a los humildes como algo que les es familiar y necesario para recordar que en la humildad también existe la belleza, la superación y el valor de luchar por cambiar el mundo desde una posición como la suya.
Queden tranquilos sus herederos, que no le olvidaremos. Eso si, le añoramos, pero es tánta su grandeza, que permanecerá entre nosotros mientras alguien se sorprenda por primera vez con la sinceridad de sus versos.

viernes, 26 de marzo de 2010

La rabia y el olvido.

Definitivamente, no interesa encontar a los muertos. No importa la incertidumbre de las familias, el duelo permanente a que son sometidos incluso después de terminar la dictadura franquista, ni la agonía de quienes nunca tuvieron derecho a saber si en efecto una noche alguien acabó con la vida de los suyos.
Parece, como si hubiera una tozudez pertinaz en hacernos creer que la Guerra Civil no existió, tán orgullosos que estaban cuando la ganaron...
Pero este país también incluye en sus tierras a los perdedores y precisamente porque ya se les hizo pagar con dureza la derrota, es hora de ir cerrando heridas propiciando el encuentro de la gente con los que de forma tan terrible , les fueron arrebatados entonces.
Esta campaña de acoso y derribo a que se somete al Juez Garzón es más que política, inhumana. Permitir que precisamente la falange reclame que se dejen de investigar los hechos ocurridos durante un franquismo ,que ellos apoyaron y mantuvieron, no debiera ser consentido. Y hasta me parece delito tolerar a quienes un día fueron verdugos , represores y acalladores de ideologías y pensamientos, reclamen ahora una justicia que durante tántos años nos negaron.
Va contra las leyes de la naturaleza ensañarse en el dolor, prolongarlo para siempre en la creencia de que seremos capaces de olvidar y perdonar.
Pero claro, el desenterramiento de los cadaveres, tal como estála ciencia forense, ciertamente aclarará todas las circunstancias en que tan aberrantes crímenes fueron cometidos. Y esa aclaración pondrá a cada cual en su sitio, por fín, de una manera justa. Naturalmente, quizá estas circunstancias contribuirían a la desaparición total de la falange, pues de todos es sabida su participación directa en los hechos durante y después de la guerra.
Sin embargo, cuando se miran de frente las lágrimas de los ahora ancianos ante las fosas de sus padres abiertas después de setenta años de desprecio, la mínima sensación es la rabia que produce haber vivido en un país que fué capaz de seguir adelante con esa lacra en el corazón y esperar que aunque tarde, se produzca el milagro de un ansiado reencuentro. Para que todos, sin excepción, descansemos por fín en paz y aquello esté presente en nuestra memoria y no se vuelva a repetir ni ahora, ni nunca.
Todos estamos en deuda con nuestra própia historia y los que disfrutaron de la victoria sobre los otros han de ser generosos si quieren desterrar para siempre el rencor y la ira.
Pero también han de asumir los hechos reales que acaecieron y aunque sea por un momento fugaz, pararse a pensar qué exigirían de haber sido al revés el desenlace y comprender...
Basta ya de dificultar el proceso intentando a la desesperada un olvido que es imposible. Los historiadores y los ciudadanos de a pie, agradecerían que este capítulo se cerrara con el conocimiento de la verdad y las familias, se conformarían con poder honrar a sus muertos.

jueves, 25 de marzo de 2010

La cruda realidad

Creo que voy a ser yo quién le diga alto y claro a los jóvenes que la vida no es puro divertimento, como parece que éllos piensan. Sus padres debieron decírselo hace tiempo, pero se entrtuvieron en intentar hacerse amigos de sus hijos y relegaron toda la obligación de educar al ámbito de la escuela. Estaban demasiado ocupados en crear su própio estado de bienestar para entender algo tan fácil como que tener un hijo conlleva una responsabilidad permanente, un diálogo continuo y un intento de trazar un camino basado en la convivencia y el respeto hacia todos los que nos rodean.
Quizá en este afán de rejuvenecimiento que nos invade a través de las pantallas y los escaparates en algún momento dejaron escapar las riendas de sus deberes y ahora ya no saben qué hacer.
Con este amiguismo inadmisible han creado una generación que avanza imparable hacia la destrucción de si misma. Extraña que se asombren cuando los hijos les exigen a voces el cumplimiento de su santa voluntad, cuando proclaman a boca abierta una lista interminable de derechos creyéndose merecedores de todos los privilegios sin mencionar en ningún momento ninguna abligación.
Curiosamente, esta adolescencia fracasada incapaz de articular ni siquiera una frase completa, que cifra toda su felicidad en un teléfono móvil y dormitar por las esquinas a altas horas de la noche con dos botellas de calimocho como mejor compañía y se cree en posesión de la verdad por encima de los valores humanos o la própia conciencia se ha vuelto sobre todo, intolerante y no soporta un desliz en ninguno de los que la rodean. Acuden a la violencia oral o física con enorme rapidez, seguramente víctimas de su própia ignorancia del lenguaje como vehículo para resolver los problemas y del círculo de soledad que se cierne a su alrededor de su mundo de videojuegos y pastillas.
Ya es hora de crezcan. Los padres, los primeros. Han de negarse a esta dictadura ferrea con contundencia y no dolerse de un enfrentamiento radical que aclare de una vez una posición de respeto inmediato. Al final, uno tiene la edad que tiene y el papel que le tocó en esta historia.
Dar la razón a quienes no la tienen, apoyar incondicionalmente a los hijos frente a los profesores, echar mano de las lágrimas, el silencio o la rendición ante los que son,sin lugar a dudas, errores imperdonables cometidos en el transcurso de la educación, no sirve más que para seguir engordando el mito de Alicia en el país de las maravillas.
Y hablando de paises, ¿quién gobernará el nuestro en el futuro? La imagen de un parlamento de analfabetos alcohólicos e intolerantes no parece ser una buena salida. Pero la visión de la juventud en las calles es ésta y si no se remedia, si no se explica con claridad un concepto real de la vida que les espera, desgraciadamente, este será el panorama de la próxima historia.
Olvidémonos pues, si queremos ser padres, de emplear todo nuestro tiempo en trabajar.Asumamos que a pesar del cansancio, habremos de dedicar varias horas al día a educar a los hijos, seamos amigos de nuestros iguales y padres en toda la extensión de la palabra. Y digamos que No tántas veces cuantas sean necesarias recordando si fuera menester, quién manda en casa y a quién le toca obedecer mientras comparta nuestro techo. E impongámos sin discusión , cánones de conducta y empeño en que el respeto ha de ser inviolable , sobre todo hacia nosotros mísmos.
Y si no, desistamos de la paternidad sin que nos duelan prendas. Más de uno hubiera hecho bién en pensarlo antes de hacer responsable a la sociedad, de por vida, de elementos como sus hijos.

miércoles, 24 de marzo de 2010

Poetas

A diferencia del escritor, que puede aprender el ofico a base de estudio y disciplina, me atrevería a decir que el poeta nace. No vale imponerse la tarea diaria de sentarse a escribir poesía ni repasar una y otra vez los versos de los que nos antecedieron ni intentar la consonancia de la rima delante del papel creyendo que de este modo crearemos una obra maestra.
El poeta es una rara especie que como otras, por alguna razón en algún momento de la vida -casi siempre más pronto que tarde- siente en su interior una llamada misteriosa que le hace olvidar todo lo demás para exponer su propia intimidad plasmando sus más intimos pensamientos.
A esto le llaman Musas. Y es verdad que quienes se ven atrapados en sus redes por primera vez, las añora y las necesita para seguir el árduo camino de la vida. Su presencia convive contigo a veces en letargo, otras en una excitación sorprendente y te domina y te lleva hasta el cadalso amoroso de sus brazos ahogándote en el veneno de su bruma.
No se puede escapar de su fatal atracción ni renunciar a su dictatorial mandato. Si naces poeta, eres ya para siempre evocador de vivencias, soñador de utopías y solícito defensor de las cosas pequeñas que suelen pasar desapercibidas para el resto de los humanos.
Pero ¿cómo claudicar ante la felicidad de provocar el sentimiento profundo en los corazones de los otros? ¿cómo abandonar el privilegio de haber sido elegido para decir aquello que ningún otro pudo jamás decir de la misma manera?. ¿Cómo rechazar el mecenazgo de la inspiración y volver la espalda a la belleza de componer desde dentro la riqueza de unos versos?
Es imposible la renuncia y eterna la recaída en esta enfermedad crónica de melancólicos sueños y la profunda apatía que todos los poetas sienten alguna vez, queda automáticamente anulada en cuanto una nueva llamada te acelera el corazón desbocándolo por la necesidad imperiosa de escribir.
Por suerte, este camino predestinado nada tiene que ver con lo material o la riqueza y no se embadurna con los daños colaterales de la ambición ya que hasta ahora, nadie se enriqueció siendo poeta.
Y aún así, se reincide coincidiendo con lo bueno y lo malo, con la alegría y la más profunda de las tristezas; en una u otra estación, de noche o de día, en la juventud y en la madurez, no importa el lugar en que te encuentres.
No habrá cura para esta entfermedad ni método tecnológico avanzado capaz de rehacer al poeta para apartarlo de la pluma. Y yo me congratulo que así sea. El mundo sería terrible sin la pequeña maravilla de un poema.

martes, 23 de marzo de 2010

Apátridas

Somos muchos, aunque no se nos oiga, los que carecemos de un sentimiento de arraigo exacerbado por el lugar en que nacimos. Nuestro concepto de Hombre Universal quizá nos viene dado por los horrores de tántas guerras.
Ser apátrida es ,creo, englobar en un solo y múltile espacio el afecto por la especie a la que uno pertenece y no creer en ningún tipo de fronteras ni ideólogicas, ni religiosas,ni étnicas ni, simplemente territoriales.
Si todos fuéramos apátridas, avanzar en una sola dirección, al unísono, sería el centro de todos los esfuerzos. La convivencia pacífica de la humanidad cada cúal con su idiosincrasia, constituiría el objetivo de todos los esfuerzos, no habría lugar para los muros con los que tropezamos a diario en nuestro desolador avance por tiempos tan difíciles.
Es un grave error confundir al apátrida con el cobarde. Este argumento que tan bien enarbolan los patrioteros de´turno en su auto proclamación de dueños de las banderas , los idiomas y las razas, no tiene otra razón que la sed de dominio. Es fácil ejercer el poder sobre los pobres, los inermes y los analfabetos . Ese ha sido el camino durante toda la historia de la humanidad.
Pero los apátridas no tenemos ambición de ese tipo. Nos mueven otros vientos muy alejados de la posesión y la violencia. Por eso no entendemos los nacionalismos a ultranza que se desgarran las vestiduras con exigencias basadas en el terror y la muerte. Ni tampoco el ultraje sibilino a que nos somete el sistema capitalista con su velocidad de consumo y su tozudez en hipotecarnos la vida con sus préstamos asfixiantes.
Ser apátrida, no es otra cosa que ser hombre. Asi, desnuda la palabra sin calificativos halagadores para envanecer nuestro ego.
Ser apátrida es magnificar el respeto y la tolerancia, detenerse para que pase otro, abrir la casa para que entre en ella el que tenga a bién hacerlo, no hacer conscientemente mal a ningún semejante y habilitar un bién comun en detrimento del bién própio.
Y no es una utopía sino un comienzo para abandonar los abismos que nosotros mismos hemos fabricado errando tercamente en los mismos defectos. Uno solo ha nacido aleatoriamente en un lugar, pero su horizonte debe ser infinito.
Reflexionemos en lo que llegaríamos a ser si nos obligáramos a prescindir de todo aquello que nos separa y subiéramos por una vez, al mismo barco.
El viaje sería probablemente, el más duro de nuestras vidas, pero no habríamos conocido nada comparable a esa llegada a puerto.

lunes, 22 de marzo de 2010

La sombra de los jueces

La justicia planea sobre los ciudadanos como una enorme sombra exigida y temida. Ya pasó el tiempo de la fe ciega en las decisiones de los tribunales y en la aplicación de las leyes de manual sobre los delincuentes.

Esa utópica visión quedó relegada en el mismo momento en que dejamos de ver a los magistrados como una raza aparte y empezamos a darnos cuenta que debajo de cada toga se movía una persona con sus própias circunstancias.

No podemos desligar de cada uno de nosotros la ideología ni el pendsamiento. Es demásiado cruel exigir a la gente, sea cual sea su profesión ,tamaño sacrificio. No importan los códigos penales ni los decretos que tratan de anclar a los individuos a una supuesta neutralidad. No existe la independencia de los jueces. Cada cúal vive anclado a sus élecciones individuales y sujeto a la ética que decidió seguir cuando trazó el camino de su vida.

Asi, más nos valdría permitir a sus señorías hacer gala de su libertad de expresión y dejarlos manifestar abiertamente su ideología exigiendo, eso sí, su retirada inmediata de los casos diametralmente opuestos a sus convicciones más profundas.

Sería mejor éso que tolerar las múltiples interpretaciones de una mísma ley que al final acaban en sentencias dispares en casos parecidos.

No ya los delincuentes, toda la sociedad entendería sus actuaciones con más permisividad si conociéramos su pensamiento. Pretender despolitizar la judicatura,toca de cerca los principios constitucionales y el derecho de los hombres a la libre asociación. Jueces o no, todos estamos intrínsecamente unidos al pensamiento y nos asiste la libertad de acogernos a la ideología que nos parezca oportuna sin que ello merezca la reprobación de nadie. Negar esto es negar de algún modo la existencia de una justicia primaria y necesaria para la realización absoluta del ser humano.
Exijamos pués, que este gravísimo error se corrija cuánto antes para que cada cual desde la posición que hubiera elegido, se limite a impartir Justicia, legal, literal y sobre todo, comprensible para los que esperamos la resolución de nuestros problemas sin tener que movernos bajo esa sombra oscurantista que nos oculta quién es cada quién.
Toca esperar que después de tánto tiempo, claro, los señores de las togas se hallen en una buena disposición para aclararnos sin medias tintas sus tendencias. Si no, de nada sirve intentar abrirles camino.

domingo, 21 de marzo de 2010

Conspiración de silencio

Hay demasiada gente interesada en que el hombre pierda la memoria. quizá les parece sencillo hacer del olvido una salida digna para poder seguir viviendo. Ahora uno tiene que dejar atrás a los que le antecedieron ,enterrar sus própias vivencias en una nebulosa de espesa niebla y sobre todo , callar. No es políticamente correcto dañar a las Institucinoes con la divulgación de los horrores que se han venido cometiendo durante años sin que nadie moviera un dedo para atajarlos.
Es muy dificil para los jóvenes entender cúal ha sido el papel de la Iglesia en la historia de sus progenitores. Yo se lo explico. Decir Iglesia era decir silencio. Las acciones de los miembros eclesiásticos, de sus altas jerarquías y hasta de los simples curas de pueblo siempre han estado relacoionadas directamente con el poder. La creencia de estar en posesión de la verdad íba creando a su alrededor una leyenda por la que no podían equicocarse nunca y todo aquello que nos llegaba a través de su doctrina había de ser irremediablemente, infalible.
Desafortunadamente, el acceso a la educación era escaso para los que entonces éramos niños y por tánto, nuestra vulnerabilidad era mayor, pues se amparaba en la ignorancia.
Una Iglesia iracunda se encargaba reiterativamente desde sus púlpitos dominicales de recordarnos que el hombre era débil y así debía ser para siempre si no queríamos arder eternamente en las calderas del infierno. Y eso, que hoy parece imposible de creer, porque hemos conseguido popularizar la escuela, antes sobrevolaba nuestras vidas como algo natural haciéndonos caer muchas veces en el error de confiar en esos hombres que no podían equivocarles y esperar de su consejo y apoyo una solu ción a nuestros problemas de adolescencia.
Todos, lo puedo asegurar, alguna vez hemos sido maltratados por la Iglesia de nuestro tiempo. El que no ha sufrido las bofetadas reales de los párrocos, ha tenído que sonrojarse en los confesionarios para respon der a sus preguntas sobre las relaciones de pareja o lo que es peor, sufrir su aberrante concepto de la sexualidad en los rincones de las sacristias.
No ha sido fácil sobrellevar esta conspiración de silencio. Pero las vejaciones a que fueron sometidos los pocos que se atrevieron a hablar se encaragaron por si mismas de callar para siempre otras voces.
Y no hay perdón posible. No sirven las excusas a destiempo de un Papa obligado por el calmor popular a pediralas, ni el arrepentimiento a toro pasado de los obispos, ni por supuesto el enarbolamiento de la bandera de un desconocimiento que no era más que un asentimiento por omisión.
Lo único que nos vale es la justicia y si la hubiere, estos delitos contra la inocencia, no debieran prescribir para que aquellos que los cometieron con la complacencia de sus superiores, y tendrían que pagar. Porque nos robaron los sueños de la infancia y esos, me dan igual sus pastorales, no los podemos recuperar ni con cien mil psicólogos que nos atendieran. Queremos sus fotos y sus nombres en las primeras páginas de los periódicos para que al menos pasen la mitad de la verguen za que a muchos n os toco pasar delante de sus intocables sotanas.

sábado, 20 de marzo de 2010

La enésima

C uando una noticia se convierte en rutina, deja de interesar automáticamente. C reo que éso es lo que empieza a ocurrir con estos terroristas domésticos que matan mujeres a diario sin que se haya llegado a encontrar una solución tajante a su espantoso delito. Y es peor en tánto en cuánto, estas víctimas inocentes se ven relegadas a un simple número en un calendario anual y a unas imágenes de la pequeña manifestación de turno en la plaza de su pueblo.
Vamos a ser realistas.: las medidas no sirven. No hay suficientes policias para hacer efectivas las órdenes de alejamiento, ni bastantes pulseras para las muñecas de los maltratadores, ni jueces implicados en algo más que en interpretar las leyes a su libre albedrío sin ninguna contundencia en su aplicación más directa.
Y esta lacra social nos va invadiendo calladamente e instalándose entre nosotros a pesar de la creacción de nuevos ministerios y de las interminables charlas improductivas impartidas en foros a los que nunca llegaría el problema de manera flagrante.
Yo quisiera, como mujer, que todas las personas que perdieron la vida a manos de estos asesinos de domicilios sin leyes conservaran por lo menos su nombre y su historia . Que los medios de comunicación se convirtieran en un recordatorio npermanente de lo que no se puede ni se debe perdonar. Este holocausto silencioso de agresiones maquilladas, desesperación y miedo debe terminar sin perder un segundo. No podemos dar tregua a quienes empiezan por perder el respeto dentro de sus própias paredes martirizando la dignidad de otras personas cuyo único delito fue nacer con un sexo distinto.
Empecemos por educar a nuestros hijos con un rol diferente, por no reir los chistes que circulan sobre el tema, por poner oídos a las paredes de nuestros vecinos, por implicarnos y denunciar lo que SI nos incumbe porque quizá agradeceríamos que otros denunciaran si se tratara de nuestras hijas quienes sufrieran el maltrato.
Abandonemos, otra vez, el miedo para empezar a terminar con el horror y con la muerte. Los primeros, los hombres. No basta con apoyar en silencio las medidas del gobierno de turno mientras se tratan de mantener los privilegios de una dominación perpetrada durante siglos bastante conveniente, por cierto.
Ese status YA NO VA A VOLVER. La mujer ha evolucionado, ha mirado hacia su propio fondo descubriendo la injusticia desorbitada que el mundo había cometido con ella y ya no se conforma. Hace tiempo que decidió romper con eso y nada va a ser ya como antes. En favor de las que estamos y de las que van a nacer, en favor de una humanidad más digna e igualitaria, en favor de todos nosotros.
Quisiera que reflexionáramos y que esta víctima de ayer no sea la´enésima proponiéndonos una tarea constructiva día a día.
Hoy no voyt a permitir que mi hijo se quede sentado mientras su hermana recoge la mesa. Hoy no voy a tolerar que mi marido me grite por primera vez. Hoy voy a conservar el orgullo de ser persona intacto, sin que nadie lo mancille. Y mañana, otra vez.

viernes, 19 de marzo de 2010

De empresas y alienados

Asombrosa la sonrisa arrebatadora del señor Díaz Ferrán mientras expresa a boca llena su intención de permanecer como representante de los empresarios.
No ha destacado precisamnte por ser ejemplar en el gobierno de sus múltiples actividades. Sus trabajadores acaban de entrar a formar parte de las nutrídasl istas del paro y aún así, él tiene tiempo para enfrentarse al mundo aguantando el tipo con una desfachatez exagerada.
Ya me sorprendieron, y mucho, sus declaraciones de días antariores erigiéndose en defensor de un empleo para jóvenes sin derecho a indemnización por despido y sueldo vergonzoso. "Lo importante es tarbajar" afirmó, sin condiciones. Siempre será mejor ue nada.
Inexplcablemente nadie pidió su dimisión. Ni Partídos políticos, ni Sindicatos. NADIE. Me pregunto quién será pués la v oz de los jóvenes en este asunto y quiero recordar, por si hay olvido, que esos jóvenes no son una nebulosa sin nombre ,sino nuestros hijos desempleados.
Asusta pensar en enfrentarse a semejante interlocutor en una negociación y sobre todo, cuesta tragar que los tan cacareados representantes de los trabajadores no abandonen de inmediato sus subvencionadas sillas para convoc ar, al menos, una huelga general indefinida para que este señor desaparezca inmediatamente de nuestras vidas y se dedique plenamente a la reconducción de sus própias empresas.
No me queda más remedio que acudir a una teoría que mantengo desde que se empezó a hablar de crisis: ésta no es más que una maniobra habilmente organizada para empujarnos a una situación laboral asiática. Una vuelta al siglo XIX, cuando nos obligaron a abandonar los medios rurales para hacinarnos en las ciudades a cambio de un mísero salario.
Ya nos han asfixiado, ahora nos lanzan una tabla de salvación con sus condiciones grabadas para que empecemos a recordar quién manda y a quién le toca obedecer. O nos ahogamos sin remedio.
Y yo quisiera recordar, porque me duele, a todos aquellos que lucharon por cambiar esas cosas y hasta llegaron a dar la vida por mejorar las condiciones de los otros. Un largo camino que no debe tener vuelta atrás. Se lo debemos éticamente.
No otro remedio que abandonar la inercia, decir adios a la apatía y al pancismo para creer en la esperanza de que todo puede ser cambiado. Es una cuestión de decoro y esfuerzo .
Repele formar parte de la alienación colectiva y hay que empezar, otra vez a ser individuo y sociedad en actívo, sin miedo y libremente.
Yo no pienso callar. Pertenezco a la rara especie de los seres sin ataduras ni subvenciones destinadas al adormecimientto de las conciencias.
Märchese, señor Dïaz, porque da usted mucho miedo, sobre todo si se reflexiona sobre lo que se atreve a decir. Porque ¿Qué seá lo que calla?.

jueves, 18 de marzo de 2010

la noticia soy yo

Estoy enusiasmada. He encontrado por fin una manera para ser periodista.
Este es un sueño antiguo, de muchos, muchos años. Antes tenía otras cosas que hacer a
las que dí más importancia. Pero ahora, desde la humildad de un pequño rincón de mi casa, decido utilizar este medio para poder comentar libremente las cosas que me interesan. No soy ambiciosa, con lo que creo poderme cnformar con la oportunidad de comentar una sola noticia al día. No tiene por qué ser la más importante, ni tratar de un tema concreto, solo ha de captar mi atención, llamarme.
Como no tengo pretensión alguna más que la de mantener una disciplina de trabajo que me acerque a la alegría de escribir ni cuento con los contactos necesarios para prporcionar primicias, me limitaré a dar un repaso a la prensa diaria y destacar de entre lo que lea aquello que me atriga.
Cuento con vosotros, amigos, para que como siempre, hagais crítica constructiva de lo que yo pueda dar de si y si a alguien más le llegara a interesar lo que escribo, será un placer corresponder, es decir, no dar lugar al desaliento.
Hoy la noticia, por una vez, soy yo. Quería compartir que tarde o temprano algunos sueños se acaban cumpliendo. Quedamos mañana.