Sumidos hasta las orejas en el tema de las Olimpiadas, la falta de noticias fiables sobre la marcha del país, nos hace sucumbir a la modorra propia del verano, aunque haya que sestear con un ojo entreabierto, por si en algún momento salta la liebre y no estamos dónde debiéramos.
Tampoco es que los eventos deportivos nos estén trayendo alegrías, puede que contagiados por la desastrosa situación que atraviesa la sociedad en general, por lo que las aspiraciones triunfalistas del señor Rajoy y su gobierno, en este caso, se están viendo absolutamente truncadas por una falta de medallas que parece coincidir enteramente con la de la moneda.
Y es que la angustia va calando en la psicología popular sin distinguir entre oficios de quienes la padecen provocando una subida incontrolable del virus de la apatía, que suele ser consecuencia directa de la falta de trabajo que nos acompaña como una sombra en estos tiempos y que acaba por hacer que se pierda cualquier resquicio de ilusión, convirtiendo en un todo gris a la masa.
Sin noticias, sin medallas y sin dinero, se nos presenta un Agosto largo y tediosos, que al menos según los meteorólogos no será demasiado asfixiante, aunque nunca se saben las sorpresas que puede deparar la vida y menos en esta incertidumbre a que nos están acostumbrando, los que desde el error, siguen aún regentando los destinos del país.
Algunos llegamos extenuados a las vacaciones, además de más pobres e indignados y nos causa extrañeza esto de que vayan pasando los días sin oír hablar de la prima de riesgo y otras lindezas que se habían convertido en imprescindibles para nosotros, como si la madre tierra nos hubiera hecho el impagable favor de tragárselas para siempre y no fuéramos a volver a saber de ellas nunca más, pero no creo que la fantasía llegue a ser cierta.
Más bien presiento desde la holganza vespertina, una especie de maremoto acechante que llegará como una inesperada ventolera en los próximos días, justo cuando algunos estemos a punto de salir a la carretera para alejarnos merecidamente, de la rutina de la ciudad y de la crónica negra en que se ha convertido la historia contemporánea de España.
No se sabe muy bien qué es peor, si estar de lleno inmerso en la vertiente caudalosa de información negativa que suele acompañarnos últimamente, o tener la oportunidad de pararse a reflexionar, mientras se activan todos los mecanismos internos que dirigen los pensamientos, cuando la soledad nos invade y nos deja a la vez, tan indefensos ante nuestro propio destino.
Cada vez le resulta a uno más difícil encontrar cosas buenas de las que disfrutar en los pocos momentos de cierta tranquilidad que nos brinda el presente, al haber ido perdiendo confianza en que la rentabilidad anímica que de ellas saquemos, llegue a ser verdaderamente rentable para nuestra emotividad y no acaben por corromperse, como casi todas las cosas y seres que nos rodean, en esta película de terror que estamos rodando entre todos.
Fíjense que me llega la noticia de unas monjitas que dirigían una especie de Colegio Mayor para chicas, a seiscientos euros al mes por cabeza, y que servían en el comedor víveres provenientes de un banco de alimentos, ahorrándose así el montante de la manutención de sus pupilas. Para morirse, pues no eran sospechosas estas señoras de pertenecer a casta política alguna, ni de coquetear desde ningún Ayuntamiento con promotores de viviendas, sino que muy al contrario, se supone que dirigían un negocio para sobrevivir, aunque nadie duda que del modo en que se las componían, los beneficios obtenidos fueran mucho más altos, aunque su osadía quitara de la boca a los necesitados reales, el sustento necesario para subsistir.
Éstos también son escándalos denunciables, que suceden a pie de calle y que tienen que ver, a su modo, con la marcha que llevan las cosas en estos momentos.
Alguien debería empezar un diario en el que se anotaran todos estos sucesos y publicar después de un año, por ejemplo, todos los casos de corrupción expuestos en prensa, grandes o pequeños, con un listado completo de los nombres de sus protagonistas. Ese sería un buen entretenimiento para tardes de hastío como la que nos acompaña. A lo mejor me animo a hacerlo. Ya verán que el resultado puede ser ciertamente asombroso.