domingo, 31 de octubre de 2010

Esa duda esencial




Seguramente nacimos así. Los científicos probablemente dirían que se trata de una cuestión genética y los románticos lo relacionarían con la languidez insuperable que caracteriza su esencia.
Aparentemente, no somos distintos de los demás y casi siempre nos adaptamos bien al entorno al que pertenecemos, pasando desapercibidos entre el gentío que pudiera moverse una tarde cualquiera por las calles de las ciudades, yendo o viniendo de su particular destino, aprovechando las pocas oportunidades de felicidad que la vida moderna ofrece.
Y sin embargo, algo habita dentro de nosotros convirtiendo la construcción de nuestro camino, en esa duda incesante que nos convierte en perpetuos aventureros, en indagadores incansables de nuevas incógnitas que, en cierto modo, llenen parcialmente los múltiples espacios vacíos que claman desde dentro, exigiendo ser ocupados por respuestas que apacigüen la pertinaz intranquilidad que no nos permite parar a lo largo de toda la vida.
Incluso en reposo, me atrevería a decir que hasta en sueños, la necesidad de cubrir carencias existenciales plagadas de incomprensión, sobrevuelan en el silencio sobre nuestras cabezas inquisitoriamente, punzándonos el corazón con su urgencia, elevándonos al plano de un abstracto que con sus toscas pinceladas, va formando el lienzo que es nuestra tarjeta de visita a los ojos de los que nos conocen, sin que nosotros mismos lleguemos a conocernos ni a querernos jamás.
Solemos ser de natural, justicieros con la iniquidad que sabemos se comete con el semejante, audaces en las iniciativas y osados en el verbo, y no obstante, en la soledad de los rincones abandonados en los que a veces habitamos, una especial sensibilidad arrastra con facilidad un mar de ahogo hasta nuestras gargantas, evidenciando una profunda humanidad que casi nunca demostramos.
Caminantes de veredas difíciles, senderistas inagotables de tortuosos caminos de desesperanza y a la vez, amantes de toda utopía que esboce la posibilidad de mejorar para el mundo completo, esgrimimos una envidiable paciencia que se demuestra claramente en que pasan los años sin que la rendición consiga aventurar siquiera un amago de desaliento.
Y esa duda esencial que nos define, que nos pone rostro y manos y la voluntad de seguir adelante volviendo pocas veces los ojos al pasado, no es otra, que la de saber si la humanidad será capaz, en algún momento de su larga existencia, de superar su miedo a sí misma para entregarse un poco a los demás, sin que la negrura de la noche se trague de repente todas las buenas intenciones que chocan frontalmente contra el egoísmo, sin que la sinrazón de la violencia acabe de cuajo con toda la inocencia de los más desafortunados, sin que la codicia reviente cualquier posibilidad de entrecruzar miradas mientras navegamos el río de la vida, en el que tuvimos la suerte de coincidir…

jueves, 28 de octubre de 2010

El pequeño gran hombre

Todavía en medio de la noche, la noticia de la muerte de Marcelino Camacho, estremece los cimientos del corazón y una necesidad urgente de escribir me hace saltar de la cama, sin poder evitar una sensación de haber perdido una parte importante de la historia de mi país, que queda huérfano de identidad ideológica, con la marcha de este pequeño gran hombre.
Muchas veces me he referido a él como modelo de honradez , ahondando en la humildad de no dar importancia al sacrificio propio, en defensa de los derechos de los trabajadores, con la simpleza de una filosofía fuertemente arraigada en el corazón y sin hacer alardes de otra opulencia que no fuera la de sus creencias.
Aún recuerdo aquella foto robada clandestinamente en el patio de una prisión, tras el proceso 1001, en la que se vislumbraba su figura menuda demostrando que se podía conservar la dignidad, incluso después de haber sido condenado a veinte años como líder de las Comisiones Obreras.
La lucha sindical era entonces auténticamente arriesgada, sin golosas subvenciones que animaran a nadie a ocupar cargos en sus filas y escrita con sangre derramada en las aceras de un país que necesitaba con urgencia un cambio en un sistema de gobierno de terror permanente.
No era fácil liderar en aquel tiempo ningún movimiento que se apartara de las premisas del régimen, y mucho menos, vivir una vida plácida cuando se asumía la responsabilidad de ser cabeza visible de una situación laboral en la que ni siquiera era permitida la libertad de pensamiento. No resultaba factible pasar desapercibido en el propio entorno laboral, pues la vigilancia policial continua impedía toda posibilidad de sosiego y aún más, hacer factible la organización de actos que pudieran movilizar a los obreros para la consecución de mejoras en sus condiciones, porque todo se castigaba con una dureza que ahora nos costaría trabajo creer.
Marcelino Camacho ha sido, sin duda, el más claro ejemplo de vida que ha tenido esta nación en los últimos tiempos. Incluso la grandeza con la que supo abandonar su cargo cuando llegó la hora de la retirada, lo confirma y es el espejo en el que necesariamente debieran mirarse toda esta camarilla de sindicalistas de cuarta fila, que bailan el agua al gobierno de turno sin preocuparse de la situación en que las clases trabajadoras han quedado, tras una grave crisis como la que ahora nos ocupa.
La última vez que le vi, fue en una manifestación del uno de Mayo en Sevilla. Su apariencia personal no se diferenciaba de la de veinte años atrás y encabezaba la marcha con la misma ilusión con que le recordaba cuando todavía era ilegal tomar las calles en una fecha tan señalada como esta. Me llamó la atención la sencillez de su atuendo, como si toda la importancia adquirida, ganada a pulso de sufrimiento durante el transcurso de muchos años, no hubiera afectado para nada la limpieza de su sonrisa. Hablaba con cualquiera que se le acercara y estrechaba las manos de la gente que pretendía demostrarle su respeto, de igual a igual, como un compañero más recién llegado de cualquier pueblo de provincias, extraordinariamente rico en simplicidad, sin artificio.
Quiero hoy quedarme con ese último recuerdo que aún me sobrecoge cuando me viene a la memoria. Y esperar que en esta época convulsa que nos ha tocado vivir, su recuerdo llegue a convertirse en un símbolo inolvidable para las generaciones venideras, para que entiendan que a veces nacen hombres buenos, capaces de ofrecer lo que tienen, para que los demás podamos vivir un poco mejor de lo que nos permiten los que manejan el capital que mueve el mundo.
En su memoria, unos versos de Miguel Hernández:

Para la libertad
Nazco, lucho y pervivo…


























miércoles, 27 de octubre de 2010

Sobre el paro...silencio

Aunar esfuerzos en conseguir la erradicación del paro, a la mayor brevedad, debería constituir la prioridad más absoluta para cualquier partido del arco parlamentario.
En su lugar, con o sin cambio en el gobierno, trate de lo que trate la sesión, sea quien sea el orador que ocupe la tribuna, aquella táctica que en mala hora aprendieron, rayana en el mutuo insulto, en lo soez, en la grosería y en las acusaciones lanzadas de parte a parte sin orden ni concierto, parece haber quedado establecida para siempre sin que se vislumbre en el horizonte nada que haga presagiar su necesaria desaparición inmediata.
Dan la impresión de no dar importancia a los problemas reales, como si ocultar sus propios errores a base de resaltar los ajenos, representara una meta a conseguir, siempre a bajo precio y sufriendo el menor deterioro en las escaramuzas que los enfrentan como a escolares en un patio de recreo.
Muestran continuamente estadísticas con porcentajes que suben o bajan según quien ejerza el poder en el momento en que son elaboradas, pero las estadísticas siempre ascendentes que elevan el desempleo a cotas insostenibles para el pueblo, nunca se enseñan, ni nadie explica con claridad los pasos a seguir para terminar con esta plaga de indecencia moral a que nos vemos sometidos.
Marean la perdiz con el caso Malaya, con el Gurtel o con cualquier otro episodio grave de corrupción acaecido en los últimos tiempos.- Es cierto que esta lacra que parece poseer el torrente sanguíneo de los políticos tiene también una relevancia de primera magnitud, es verdad que hay que terminar con las aspiraciones de riqueza ilegal de los cargos públicos, pero es mucho más fundamental evitar que los que ya pululan por las calles en busca de trabajo, no acaben cayendo de bruces en la extrema pobreza.
Las vías de solución suponen una especie de secreto sumarísimo, un silencio extremo rodea este problema sin que nadie acometa la tarea de empezar a caminar en alguna dirección concreta que nos saque del pozo de amargura al que nos ha llevado la crisis. Ni uno sólo de los partidos, evidencia en su programa la voluntad de una creación exacta de empleo que palie los efectos nefastos que la devastación laboral del los últimos tiempos ha dejado en herencia en nuestro territorio.
Hay una barrera insalvable de pura impotencia para empezar a construir un sistema distinto, que nos aleje de las garras aterradoras del capitalismo, para empezar a construir una sociedad, tal vez de origen más humilde, que sustente su supervivencia en un reparto equitativo de los bienes e iguale un poco las diferencias sociales establecidas por algo que ha fracasado estrepitosamente.
Quizá haría falta replantearse la política como medio de vida y renunciar a las ínfulas que producen los cargos para dedicar el tiempo, a fondo perdido, a socorrer a una sociedad herida de muerte por la inutilidad de sus gobernantes.
Es la hora de exigir una explicación para el futuro que nos espera, una explicación, por supuesto, lejana de la chabacanería hortera que se produce en el hemiciclo, en beneficio de la seriedad de tener la honradez suficiente para contarnos lo que de verdad ocurre y cómo piensan atajarlo.
Es el momento de abandonar el egocentrismo exagerado que demuestran en cada una de sus frases para ser reprendidos con una lección de humildad que no puedan olvidar en todo el resto de sus días. En las urnas, o en las calles.


martes, 26 de octubre de 2010

El olvido en la arena

Va siendo hora que los Organismos Internacionales establezcan, de una vez, a quién corresponde la propiedad de las arenas saharauis.
Ha pasado demasiado tiempo sin que una resolución clara y contundente se haya tomado sobre este conflicto permanentemente candente, que amenaza con desembocar, cualquier día, en una escaramuza de mayor consideración, si las fronteras no se delimitan, atendiendo las dispares opiniones de las partes en litigio y ofreciendo una respuesta de justicia a los nativos del lugar, que satisfaga sus aspiraciones de ser dueños de una identidad propia, frente a las reclamaciones, evidentemente interesadas, de las naciones aledañas que añoran la posesión de un territorio con el único fin de explotar sus riquezas.
Aunque el gobierno marroquí se empeña en hacer ver al mundo que los ciudadanos que pueblan las arenas desean con ardor abrazar la bandera que les ofrecen, la realidad nunca admitida abiertamente, es que la inmensa mayoría reclama para su pueblo la constitución de un Estado independiente que, con pleno derecho y merecimiento, pueda gestionar los asuntos que les incumben sin la supervisión de la monarquía absolutista de Rabat, que roza radicalmente con la ideología progresista que los habitantes de la zona han ido adquiriendo a lo largo del tiempo, abanderados por el frente polisario.
La represión ejercida por Marruecos sobre los líderes de este movimiento es archiconocida por todos y los enfrentamientos que se producen frecuentemente, suelen acarrear una violencia gratuita como una demostración sistemática de fuerza que, sin embargo, pasa inadvertida para los encargados de legislar una solución justa para evitar males mayores que, de no corregirse, puede quizá acabar pareciéndose demasiado a lo que ocurre entre Palestina e Israel.
Ayer mismo, un chaval de dieciséis años resultó muerto en una de estas batallas y otras tres personas fueron heridas, en una zona en la que conviven mujeres y niños, sin que la reacción internacional haya hecho otra cosa más que pedir que el episodio se aclare a la mayor brevedad, volviendo a dejar absolutamente desamparado a un pueblo que parece no interesar a nadie.
Ya está bien de dorar la píldora a Marruecos con una permisividad que ignora de manera consciente la férrea dictadura que allí se ejerce, como si los valores democráticos, tan aireados como garantes de las sociedades modernas, quedaran enterrados cuando del gobierno de Rabat se trata, en un silencio aterrador que,en este caso, ni llama al orden, ni impone embargos económicos a quienes practican una política que carece de todo tipo de libertades.
Y es seguramente nuestro país, el primero en tener la obligación de preocuparse con vehemencia de hallar una vía rápida de solución al problema. Desinhibirnos de esta contrariedad, no exigir una radicalización en las posturas, no alzar la voz con contundencia en los foros internacionales que nos acogen, no hacen otra cosa que dar alas a las aspiraciones de quien probablemente se cree un semidiós con derecho a la ampliación de sus fronteras, aún a costa de la pérdida de vidas humanas o el sometimiento de las voluntades de los que nunca quisieron formar parte de su monarquía tiránica.
No obstante, todo quedará en palabrería vana y seguirá dilatándose en el tiempo, admitiendo periódicamente concesiones a un régimen autoritario, por no chocar diametralmente con el escozor que originaría la verdad.
Mientras, unos seres humanos con los mismos derechos que nosotros, han de soportar en medio de las arenas del desierto, las inclemencias del tiempo, la falta de agua y energía, y todas las necesidades primarias que puedan imaginarse, en un abandono inadmisible que clama a todos los cielos, cualesquiera que sean los dioses que los habiten.

lunes, 25 de octubre de 2010

Cosas que nos parecen lejanas en el tiempo

Cuando acucia la propia necesidad, hay acontecimientos que, a pesar de su relativa cercanía, quedan como desdibujados en una niebla que los aleja de lo inmediato, relegándolos a un aparente olvido sin que, realmente, hayan encontrado un camino de solución que cierre las heridas que en su momento se abrieron de repente.
Parece que han transcurrido mil años desde que tomamos las calles en contra de la intervención armada en Irak, echando toda la carne en el asador para demostrar nuestras intenciones pacifistas frente a la intención belicista de los protagonistas de la foto de las Azores y sus falaces argumentos de las armas de destrucción masiva que amenazaban la estabilidad de los Estados occidentales.
Y sin embargo, de no ser porque sobrevino la crisis, las noticias procedentes de los pueblos ilegalmente ocupados, habrían seguido dando titulares a la prensa, manteniendo la atención de los lectores, seguramente en otro orden de cosas muy diferentes a lo que en un principio se nos intentó hacer creer, pero sí en un grado de expectación por lo que diariamente sucede en aquellas fronteras.
De todos es sabido que los desastres de la guerra afectan trágicamente a los dos bandos, pero concretamente en ésta, cuyo inicio estuvo basado en mentiras posteriormente demostradas, el costo está siendo demasiado alto, si se tiene en cuenta lo fácil que habría sido evitarla.
Ese fantasma del olvido, que pulula sobre nuestras cabezas corriendo velos tupidos sobre los acontecimientos que nos resultan desagradables, ha alejado también del recuerdo diario la inmensa catástrofe sufrida por el pueblo de Haití, sin que las piedras esparcidas por su geografía a causa del monumental seísmo, hayan vuelto a su lugar primitivo mágicamente y la situación de los supervivientes que se han quedado en el país, haya sido resuelta con la escasísima ayuda que se les prestó durante los primeros días del siniestro.
Pero Irak e Haití siguen malviviendo sus historias particulares aunque los titulares de los periódicos no reflejen, ni siquiera, en una triste reseña, la angustia de los seres humanos que los pueblan, ni la urgente necesidad de socorro que tienen para alcanzar un cierto nivel de dignidad que los incorpore de nuevo a la vida.
Cerramos conscientemente los ojos a la miseria que padecen, a su desesperación inenarrable, a la tristeza de la soledad y el abandono en el que se encuentran y tratamos de suplir esa parte de la deuda moral que con éllos tenemos, por una serie de excusas basadas en el egoísmo personal de haber perdido parte de nuestro poder adquisitivo, en este periodo crítico que atraviesa nuestra situación de opulencia.
Seguramente, referirse a la crisis como un problema grave, en Haití o en Irak no haría otra cosa que provocar un atraque de risa. Comparativamente hablando, estas penas que consideramos insuperables, ni siquiera podrían ser tenidas en consideración cuando lo primordial cada día es la terrible lucha por la supervivencia. Acosados por la tortura, la violencia, la larga lista de incurables enfermedades, el hambre y la muerte, como imágenes con las que convivir durante todo momento, que Europa se convulsione por el aumento de la edad de jubilación, o que la banca se niegue a conceder créditos hipotecarios, carece de toda importancia.
Y no obstante, la nada en que estas personas se ven obligadas a desenvolverse, no es ya noticia, como si el tiempo se hubiera dilatado atravesando a la carrera un par de siglos y nos hubiera colocado en dos planos diferentes de un mismo mundo, pero sin la menor posibilidad ni deseo de llegar a coincidir jamás.
Yo quería hoy, de algún modo, sugerir que sintonizáramos los relojes trayendo a nuestras mentes la trágica verdad de estas historias y hurgar en las conciencias aclarando su persistencia en el entorno en que nos movemos para recordar, sin tapujos, que no hacemos absolutamente nada para dulcificarlas e impedirlas.Porque a la misma hora en que escribo, probablemente se producen muertes en esos escenarios del dolor abandonados a su suerte por los que, casi siempre, nos olvidamos de agradecer la nuestra.



domingo, 24 de octubre de 2010

La siempre infructuosa búsqueda de un hombre en casa

Es de suponer que, tras habitar un espacio durante una serie de años, uno termina por habituarse a conocer los rincones que lo forman y la rutina lo lleva, casi a ciegas, a localizar los objetos de uso habitual, en general, sin tener que hacer ningún tipo de esfuerzo.
Se establece un determinado sentido del orden al colocar las cosas y cada elemento cumple su función conteniendo en su interior una serie de objetos variopintos, siempre los mismos, estableciendo unas normas no escritas de en qué lugar ha de situarse cada cual, para poder ser localizado de forma inmediata, en el caso en que sea preciso hacerlo.
Pero esta teoría, que no debiera tener fisuras por su simplicidad meridiana, fracasa estrepitosamente, sin que haya una razonable explicación, cuando entra en juego el sexo masculino, en una necesidad de búsqueda urgente, de lo que quiera que necesiten encontrar.
Si se observa, su investigación empieza siempre por quedarse petrificados delante de, pongamos por caso, un mueble y recorrer toda su superficie con los ojos desencajados levantando desesperadamente cuanto se asienta sobre él, mientras mascullan en una especie de idioma ininteligible una sarta de improperios- que en general suelen referirse a la manía por el orden que te atribuyen- para, finalmente, dirigirse a la última ropa que tuvieron puesta y registrar con avidez todos los bolsillos de la prenda, por supuesto sin obtener el resultado apetecido.
Tú ya sabes que el paso siguiente es preguntar, no sin cierto retintín, dónde has puesto lo que desean encontrar, a pesar de conocer de antemano la respuesta, que no es otra, que asegurar que no sabes de qué te habla, pero que a la vez, consigue ponerte en movimiento automáticamente y empezar a ofrecer sugerencias de dónde pudo ser depositado el cuerpo del delito, insinuando que tal vez, por una vez en la vida, se dio la coincidencia de haber seguido la ley natural que lo situara en su sitio.
Es entonces cuando se pronuncia la frase que nunca quisieras oír, pero que es la más recurrente coletilla jamás inventada cuando de pérdidas se trata, y que no es otra que la archiconocida:“Yo lo puse aquí”, y que siempre se acompaña con un dedo señalando un espacio vacío en el que, con toda seguridad nunca hubo nada, porque de haber sido de otro modo, esta aventura no estaría ocurriendo para desesperación de ambos.
De pronto, recuerdas que el día anterior les viste hurgando en un cajón del salón y, aunque no estás segura de qué intenciones les llevaron hasta allí, los remites al sitio en cuestión, en la esperanza de que lo perdido aparezca antes de que acaben de revolver la casa completa y hayáis de pasar una mañana que, se suponía, iba a ser de asueto, reorganizando el desaguisado que se ha montado ante la extraña desaparición del cacharro, que para más INRI, tiene un tamaño de cierta consideración.
Ellos van, y con la misma mirada ausente del principio, miran el contenido del cajón inquisidoramente y, cerrándolo de un golpe, dicen:
“Aquí no está”.
Y de paso, miran también en el de arriba, en el de abajo, y en una vitrina de copas que heredaste de tu madre donde jamás ha habido otra cosa más que cristalería, no vaya a ser que, en tu atribuido afán de limpieza, hayas encontrado al chisme una oportuna ubicación entre la licorera de tu abuela y la fuente de frutos secos que sacas cuando vienen los amigos a tomar una copa.
Tú les sigues y vuelves a abrir el cajón antes mencionado y ¡Oh, milagro!, justamente en el centro, encima de todo lo demás, en primerísima línea de visualización, reposa lo que tanto habéis buscado, como esperando silenciosamente ser rescatado del lugar en el que fue puesto el día anterior y del que, por supuesto, no ha sido movido por ningún maleficio artificioso.
Entonces es cuando les miras preguntándote si toda esa inteligencia que te enamoró se queda reposando en la puerta cada vez que entran en casa, si realmente alguna vez vivieron en ella, si olvidan la memoria en su lugar de trabajo cuando regresan cada tarde, o si se trata de una trama oculta para hacerte enloquecer, como pasaba en aquella película antiquísima “Luz que agoniza”.
Luego piensas que debe ser su natural, porque la cruda verdad de la historia, es que no recuerdas una sola ocasión en que hayan encontrado, por sí mismos, nada de lo anduvieran buscando, que jamás ha sido cierto que hubieran “dejado allí” aquello que hubieran perdido y que al final, eres siempre tú quien termina por esclarecer el enigma, acaso porque la supuesta debilidad de tu sexo no lo es tánto en materia de conocimiento del propio entorno, ya que nunca necesitaste su ayuda para localizar lo que extraviaste.
De que esto es tal cual lo cuento, dan fe cientos de testimonios de amigas que coinciden en idénticas experiencias y es de ley reflejarlo para ver si, reconociéndose en esta pequeña narración, la situación da un giro radical y en próximos episodios análogos, la necesidad de un Watson se hace innecesaria y la memoria se agudiza acabando con el fingido despiste, tan conveniente para no tener que preocuparse de cosas aburridas e innecesarias, que es mucho mejor delegar en la tonta que tánto les quiere.









jueves, 21 de octubre de 2010

La dulce y tierna humanidad

Cuando este país aún se movía en el círculo de las tinieblas, que ocultaba cualquier destello de progreso bajo el manto de la férrea dictadura franquista y era muy arriesgado dar un paso adelante en defensa de las libertades y ,más aún, ofrecer servicios jurídicos a los presos políticos que tenían la desgracia de caer en las garras de la Brigada Político Social, sólo un grupo de jóvenes abogados fue capaz de renunciar a la posibilidad de un futuro brillante, asumiendo como suyas las reivindicaciones de los más desfavorecidos, dando la cara en los tribunales en oposición a los fiscales y jueces adictos al régimen.
Algunos pagaron con su vida el atrevimiento, como los letrados asesinados en la matanza de Atocha, y todos, vivieron la constante frustración de ver perdidas, una tras otra, las causas de sus representados en sentencias basadas en unas leyes que consideraban grave delito incluso la posibilidad de pensar.
Leo con auténtico disgusto que una de estas abogadas, Cristina Almeida, decide jubilarse alegando un insuperable cansancio del partidismo descarado de los jueces y que abandona los tribunales para dedicar su tiempo a colaborar en ayuda de las mujeres, un campo que también se atrevió a defender valientemente desde sus inicios, cuando nosotras aún necesitábamos permiso paterno o marital para cosas tan simples, como abrir una cuenta bancaria a nuestro nombre.
Cristina ha sido, desde siempre, una persona muy especial. Valiente y generosa, ideológicamente convencida de sus argumentos y fundamentalmente, un exponente de dulce y tierna humanidad.
Nunca le tembló el pulso para ser la primera en poner en riesgo su propia integridad, si el argumento que se le planteaba le parecía de justicia y enumerar la lista de personas anónimas a las que en algún momento ayudó, constituiría una labor que podría llevarnos años de trabajo.
Firmemente creyente en la causa feminista, todos podemos recodarla encabezando las manifestaciones a favor de unas leyes más progresistas para la igualdad de los géneros, estampando su firma en un manifiesto en el que un grupo de bravas mujeres confesaban haber abortado, en solidaridad con unas ciudadanas detenidas y encarceladas por haberse visto obligadas a hacerlo, cada cual por algún problema diferente.
Siempre ha puesto voz a los más débiles en un lenguaje sencillo y popular, de ese que todo el mundo entiende y en los organismos políticos de los que ha formado parte, su trayectoria ha sido ejemplar, sin una sombra de sospecha hacia ninguna inclinación que pudiera favorecer sus intereses particulares o su mejora económica personal.
A nadie negaba un momento para escuchar de cerca el problema que quisiera contarle, ni tampoco su asesoramiento (en muchas ocasiones gratuito) o su representación legal, de resultar preciso
Su desencanto justificadísimo con el sistema, priva de hecho a esta nación de una de las mujeres más válidas de los últimos tiempos y causa un hondo dolor en quienes conocemos su currículum, que sea por esta causa su abandono y que además, lo haga de manera tan discreta que sólo merezca una breve reseña en una página interior de algún periódico, nos produce la necesidad de manifestarle nuestra solidaridad y apoyo para que sea consciente de lo importante que ha sido en nuestras vidas.
Estoy segura de que allá donde dirija su colaboración a partir de ahora, su espíritu libre y libertario, será capaz de llevar a cabo grandes cosas, como no puede ser de otra manera, siendo como ella es honrada a carta cabal y defensora a ultranza de su ideología.
Sin embargo, el desagradecido tratamiento que los medios de comunicación han dado a la noticia, no hace otra cosa más que demostrar la poca importancia que, valores como la decencia, han terminado por tener en esta desastrosa situación que nos envuelve.
A mí, me importan, y mucho. Por tanto, no podría permitirme- en conciencia- dejar pasar la ocasión sin dar las gracias a Cristina por su dedicación exclusiva a gente sin importancia, como yo. Ahora, y en los tiempos difíciles del miedo.
Mucha suerte en sus nuevos proyectos.´





miércoles, 20 de octubre de 2010

Un lavado de cara

Después de poner toda mi atención en el discurso del Presidente Zapatero, ofreciendo una justificación para la remodelación de su gobierno, he de confesar que se me ha quedado grabada a fuego una frase que, no sé muy bien si ha sido pronunciada con plena consciencia, o si ha llegado hasta sus labios en una traición juguetona del subconsciente.
En un momento determinado de su intervención, el presidente declaraba pertenecer a un Partido Socialdemócrata y adornaba con otras lindezas, la buena voluntad de sus colaboradores y el bien hacer de los ya cesantes, siempre al servicio de la patria.
Ya era evidente para los ciudadanos sin otra categoría que la de pertenecer a la clase trabajadora, que su partido había abandonado, hacía tiempo, el camino del Socialismo proclamado durante más de un siglo en su propia denominación, y lo era, porque los derroteros que iban tomando las actitudes de sus dirigentes, se contraponían diametralmente con los principios con que Pablo Iglesias lo concibió, en ayuda de los intereses primordiales de las clases obreras, con un intento de mejorar, de forma permanente, sus condiciones de vida en un hipotético mundo dónde el reparto de los medios de producción y la riqueza, se hiciera de forma igualitaria entre quienes los generaban.
En vista de los últimos acontecimientos, es verdad que ya quedaba claro que este partido había abandonado su ideología para convertirse en otra cosa, pero esta declaración de principios sin tapujos, desmantela de forma radical cualquier resquicio de esperanza que pudiera quedar en aquellos que se sumaron a sus filas por amor a su ideología primitiva y que, ahora, contemplaban atónitos los coqueteos descarados que se iban produciendo con el capital y centraban sus esperanzas en una vuelta a la cordura de un punto de partida del que nunca debieron apartarse los auténticos creyentes de esta preciosa filosofía.
El lavado de cara que trae esta remodelación de Gobierno, que trata a la desesperada de reconstruir los restos del evidente naufragio del programa llevado a cabo alrededor de la crisis, la incorporación de pesos pesados a los ministerios, incluido el inteligentísimo y mordaz Rubalcaba –al que siempre admiré- intentando que la experiencia saque ases de la manga de cara a las próximos periodos electorales, no es otra cosa más que lo que es: la trágica mejoría que siempre se produce poco tiempo antes del fallecimiento.
Pero ya habrá momento de hablar tras el resultado de los comicios y de la más que probable hecatombe que traerá consigo, a pesar de los apósitos aplicados con inusitada urgencia y de la confesión ideológica del presidente, tal vez desesperado por atraer los votos de centro que tánto pululan de un lado a otro, sin acabar de decidir una posición definitiva en la elección de sus candidatos.
Lo peor es que con esta afirmación, está perdiendo definitivamente los apoyos de las izquierdas, incluso de los que durante toda la etapa democrática han acudido a las urnas renunciando a una tendencia más radical, para impedir el paso a la derecha con los llamados votos útiles.
Otra nota a reseñar, sería la mueca de cansancio de Maria Teresa Fernández de la Vega ,mientras recorría los pasillos del Congreso-rodeada de periodistas- en la que sería su última salida como miembro del gobierno.
La suya era la imagen del envejecimiento espiritual, de la decepción reflejada en una media sonrisa matizada de una honda tristeza. Una especie de réquiem, por lo que pudo haber sido…y quedó sepultado ,sin retorno, en una pérdida total de una identidad en la que todos habíamos puesto una gran parte de nuestras ilusiones.





martes, 19 de octubre de 2010

El ejemplo francés

Ver a los estudiantes franceses tomando las calles, coreando gritos libertarios contra las drásticas medidas tomadas sobre la crisis económica, irremediablemente, me traslada a mis años de juventud, cuando todavía conservábamos esa clase de espíritu soñador que ponía las riendas del mundo en nuestras manos.
Nosotros, como éllos ahora, éramos capaces de todo en pos de unas ideas, revelando con nuestra actitud que la posibilidad de cambiar era factible y que, ni siquiera una represión antinaturalmente violenta, desviaría nuestro camino a favor de una justicia social inexistente y que, afortunadamente, acabó siendo un poco más igualitaria en el momento en que terminó la dictadura.
Esta es la forma de empezar a demostrar la disconformidad, esta especie de revolución popular iniciada por las Universidades y seguida inmediatamente por sectores básicos de las clases trabajadoras, apretando las tuercas al capitalismo allí donde más duele: en sus grandes emporios multinacionales, como las distribuidoras del petróleo y empresas similares,
boicoteando su normal funcionamiento hasta que las reivindicaciones sean aceptadas, ya que son de estricta justicia.
No debe quedar el ejemplo francés reducido a su territorio; debe extenderse como la pólvora despertando esas conciencias dormidas de las que tantas veces hemos hablado, devolviéndonos la dignidad perdida en estos años de conformismo pesimista que nos han estado impidiendo, por medio del miedo, lanzarnos sin red a la defensa de nuestra identidad y agruparnos organizadamente contra las pretensiones innegociables de este neo capitalismo feroz que nos engulle con sus exigencias de corte esclavista.
Seguir esperando que bajen del cielo soluciones a los gravísimos problemas que envuelven nuestra cotidianidad, carece del sentido práctico necesario para poder ser merecedores de una vida digna y no tener el valor suficiente para afrontar de cara la verdad de nuestra miseria actual, raya claramente en una traición sin precedentes a los sectores de la sociedad de los que procedemos.
Ahora es necesario olvidar a los políticos. Ya hace bastante que su dependencia de los poderes económicos los sacó de una escena en la que podían convivir con los ciudadanos, atendiendo su mensaje para buscar un camino de viabilidad por el que transitar hacia la concordia. Nos defraudaron desde el momento en el que dejamos de ser importantes para su carrera ciega hacia el poder, practicando una obediencia categórica a cualquier ley que procediera de los dueños de las fortunas, con los que previamente se habían endeudado hasta las cejas, en un incalificable sistema gubernativo que nos ha llevado a un pozo sin fondo en el que no podemos respirar.
Las movilizaciones francesas, valientes y esforzadas, capitaneadas por unos Sindicatos que tienen muy claras sus auténticas funciones, seguramente verán sus frutos en un periodo de tiempo relativamente corto.
Es probable que entonces, todos los que aún permanecen indecisos, inmóviles en las colas de las oficinas de desempleo, deprimidos en el sillón de los salones oscuros de sus casas, en espera de que cualquier lunático dé con la clave para sacarnos de su crónica desesperación, hagan un primer esfuerzo por arrancar de la garganta un grito desgarrado y salten a las avenidas reconociendo que las ayudas llegan, primero, desde dentro de nosotros mismos y que, sin nosotros, tampoco los ricos poseen el poder divino de generar de la nada cuantiosos beneficios.

lunes, 18 de octubre de 2010

El reparto de los bienes



El apoyo del Partido Nacionalista Vasco en la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado, ha dado una bocanada de aire fresco al gobierno del Presidente Zapatero que no ha sido capaz de contarnos exactamente cuál ha sido el costo de esta alianza y si sus propios representantes en Euskadi, se muestran satisfechos con las concesiones que han sido necesarias para llegar al acuerdo.
El resto del arco político, de variopintos colores, se ha apresurado a mostrar una unánime disconformidad con esta repentina amistad nacida de la mutua conveniencia y ,cada uno desde su posición, ha sacado a relucir toda una suerte de inconvenientes que, dada la habitual sordera del Presidente, poco o nada parecen haber impactado en la decisión adoptada por su gobierno.
Al españolito medio, a quien nadie le presenta una propuesta congruente que le asegure la creación de los muchísimos puestos de trabajo necesarios para terminar con sus penurias económicas, estas conversaciones de alto nivel le importan, con perdón, un carajo.
Tampoco se expone abiertamente en qué puñetas van ha emplearse los recién aprobados presupuestos, ni si realmente suponen un ápice de solución a los tiempos tan negros anunciados como venideros por los grandes economistas de todas las latitudes, así que la única esperanza de la clase trabajadora está puesta en que, de algún modo, la organización de estos fondos estatales le hagan más llevaderos los meses que le aguardan y que algún cerebro privilegiado, de los que se autodenominan asesores cercanos a la Moncloa, urda un plan para hincar el diente a los que manejan los grandes capitales y no a los que se han de levantar temprano para cumplir con la obligación diaria que tan pocos beneficios les reportan.
A todos nos da igual en el fondo, que Euskadi o Cataluña manejen más o menos competencias dentro de sus sagrados territorios nacionalistas, lo que de verdad creemos como una necesidad inexcusable es saber que los fondos serán manejados con absoluta limpieza e invertidos en reducir las vergonzosas colas que se forman ante las oficinas del INEM y que tánto recuerdan a la gran depresión de 1929.
Porque, para que el señor Zapatero lo sepa, en este País hay hambre. Y no sólo de pan, que también, sino sobre todo de una justicia social equitativa y de unos líderes políticos capaces de llevar la bandera de la mayoría silenciosa con el honor de no haber torcido su camino ideológico y sin ninguna duda de corrupción alrededor de sus prestigiosos nombres.
Y no es nada agradable contemplar como solución el crecimiento diario de comedores de caridad, similares a los del Auxilio social franquista de la posguerra, reuniendo a miles de personas desesperadas por alimentar a sus familias, ante la falta de efectividad de las medidas políticas adoptadas últimamente.
Así que a ver qué camino toman ahora estos improvisados socios tan felices con la aprobación de los mencionados presupuestos y cuántas historias personales son capaces de solventar desde sus doradas peanas de administradores de los caudales públicos.
Porque sería bastante indeseable que un nuevo y estrepitoso fracaso revoloteara alrededor de la alianza obligando a exprimir aún más los bolsillos semivacíos de la gente de bien, mientras los acumuladores oportunistas de riqueza siguen reclamando un aumento desmesurado de beneficios que sacien su insaciable codicia.

domingo, 17 de octubre de 2010

Grilletes oxidados




A lo largo de su trayectoria mediática, el señor Díaz Ferrán nos ha dejado una serie de frases lapidarias que, probablemente, quedarán para siempre reflejadas e impresas en las hemerotecas, para regocijo de quienes las consulten en la posteridad, tanto por lo que en ellas se refleja, como por lo que omiten.
A pesar de haber sido durante demasiado tiempo la imagen representativa de los empresarios de este país, no podría decirse que este señor haya podido ser considerado, precisamente, un ejemplo a seguir por quienes se animan a empezar una trayectoria en el mundo empresarial, sobre todo, a la vista de los resultados obtenidos en sus propios negocios y a tenor de lo conseguido en la línea de negociación mantenida con los Sindicatos mientras que ha detentado el poder de las organizaciones financieras.
No se si ahora que se va, o le echan- no está claro el motivo de su retiro- y se encuentra ciertamente desocupado en vista del desastroso final que han sufrido gran parte de sus inversiones, se le ha desatado la lengua hasta el punto de ser capaz de expresar abiertamente lo que desde siempre pensaba, o el miedo a descender a una categoría social infinitamente peor, ha augurado un resquebrajamiento de sus sólidos cimientos capitalistas y lo ha dejado desnudo ante las cámaras, pero lo cierto es que su aportación para la solución inmediata de la crisis, no puede dejar indiferente a quienes la escuchan: trabajar muchas más horas y ganar mucho menos.
Debe ser algo así como lo que se han visto obligados a hacer durante varios meses los trabajadores de Viajes Marsans, que dirigía el antes citado individuo, y que ha consistido en acudir todos los días a sus puestos de trabajo, sin que les fueran abonados sus honorarios a final de mes y con el agravante último de encontrarse el cerrojo echado, sin que se hayan aún satisfecho las deudas salariales contraídas, en espera de que la justicia acabe obligando a los dueños de la entidad a cumplir con su parte del contrato y paguen lo que deben.
Nada hay pues que presagie que la fórmula propuesta por el señor Diaz Ferrán sea capaz de realizar el milagro de aupar a la Nación por encima de las pésimas expectativas que se auguran para los tiempos venideros, a no ser que lo pretendido consista en un cierre general de empresas para más tarde, mediante una nueva reforma laboral, volverlas a poner en marcha con trabajadores internos, encadenados a su puesto con grilletes y que reciban a cambio de su esfuerzo un plato diario de bazofia mientras son responsables, siempre a golpe de látigo, de llenar hasta arriba las arcas del señor Diaz Ferrán y sus congéneres, sin, por supuesto, abrir la boca en aras de ninguna protesta.
Lo malo es que este sistema ya se probó en los campos de algodón de los Estados Unidos de América. Se llamó esclavitud y costó una guerra civil que quedó reflejada en los libros de historia como un ejemplo para la erradicación de la tiranía del hombre sobre el hombre y hoy en día, sería considerado radicalmente ilegal por todas las organizaciones humanitarias universales.
También pasó ya el tiempo del hacinamiento obrero en las ciudades industriales, por un jornal de miseria, en condiciones infrahumanas, con jornadas interminables que acabaabn con la salud mientras se veían obligados a mendigar en las calles cuando, para su patronal, resultaban inútiles o viejos.
Claro que todo esto, al señor Diaz Ferrán debe importarle bien poco cuando sus antiguos trabajadores han sido despedidos sin la menor consideración por su parte y se ha deshecho de sus empresas sin tener siquiera el decoro moral de negociar una salida digna para las personas que se encontraban bajo su mando, ni liquidar tampoco sus deudas con la Seguridad Social o el Ministerio de Hacienda,
A este señor, por no perder la educación al aplicarle el sustantivo, lo único que verdaderamente le importa es NO PERDER, aunque se hunda el sistema financiero internacional y el mundo obrero se ahogue sumergido en el vómito que producen medidas y propuestas como las suyas y las de todos los que le acompañan y aplauden en declaraciones como estas.
Y a nosotros, señor Diaz Ferrán, lo único que nos importa es que se pierda usted, a ser posible a perpetuidad, y que su imagen, su nombre, su ideario y sus aclamadores, sucumban en el más terrible de los olvidos sin que tengamos la desgracia de volver a recordarlo jamás.

jueves, 14 de octubre de 2010

De las bodas y esos eventos

Nada hay peor,que encontrarse de pronto arrastrado inesperadamente por una corriente vertiginosa de organizaciones bullangueras de las que no puedes escapar, porque la protagonista es tu hija.
Tu, que habías pensado haber transmitido con toda claridad la superación de este tipo de eventos, y gozabas de cierta placidez en un retiro de agradable desvergüenza, ganado por la veteranía de los años, eres de pronto asaltado a quemarropa por la desbordante ilusión por unirse en matrimonio que te manifiesta la sangre de tu sangre, e inmediatamente pasas a convertirte en una especie de servidora a jornada completa a quien remolcan por todos los comercios de la ciudad, teniendo que improvisar toda suerte de opiniones sobre variopintos temas de los que no eres en absoluto experta.
Empiezas entonces a oír hablar de una serie de personajes que la vida moderna ha convertido en técnicos especializados en estas situaciones y que pasan a ser imprescindibles para el buen funcionamiento de la historia, a pesar de que cada uno de sus honorarios parece corresponder a los encargados de organizar un matrimonio real, sin que les acompañe el menor miramiento a la hora de exponer sus exigencias ni sean capaces de considerar una tregua en el transcurso de las negociaciones.
Evidentemente, les sigues el juego por no decepcionar a tu vástago y en cierta medida, por no reconocer que a lo peor adoleces de una catetez de la que no te habías percatado, dada tu ignorancia supina en la materia, pero a medida que pasa el tiempo, va creciendo dentro de ti una especie de monstruo maléfico que ahorcaría con sus propias manos a toda la cohorte de fotógrafos, músicos, estilistas, gastrónomos, zapateros e incluso a la lista completa de invitados que has de ayudar a elaborar poniendo en compromiso a tus amigos con la dichosa boda de la niña.
Pierdes toda tu intimidad, pues el teléfono suena continuamente avanzándote todas las novedades que se van produciendo a lo largo del día, tratas de sonreír, a pesar del cansancio, refiriendo una y otra vez las mismas cosas a quien tiene a bien preguntarte sobre el tema y llega un momento en el que te das cuenta de que ya no existe ningún otro tema de conversación en tu vida que no tenga que ver con la pomposidad del evento.
Tu ,que sueles optar por la comodidad de unos sencillos vaqueros a la hora de vestir, te ves de pronto subida a unos tacones de doce centímetros, enfundada en un maravilloso vestido largo que realza las pocas curvas que todavía te quedan, sometida a tratamientos de belleza que rejuvenezcan en lo posible tu piel con la terrible y grasienta sensación que producen cuando te los aplican, dejándote crecer el pelo para poder prender un floripondio a juego que te adorne la cabeza y convertida en una imagen que no reconocería ni tu padre si se encontrara contigo por la calle a una distancia de veinte centímetros.
Y además, no tienes más remedio que ser feliz obligatoriamente, aunque te parezca que este no es tu lugar y se te tambaleen ligeramente los principios que tan sólidamente construiste durante toda tu trayectoria vital, sin pensar que algún día habrías de ceder por amor hasta el punto de no sucumbir en la locura en la que te colocan los que adoras.
De este modo, cuando llega la noche y por fin caes en la serenidad de tu cama, no sin cierta zozobra por si hay alguna idea surgida en la madrugada, la única apetencia que alberga tu cansado cuerpo es la de cerrar los ojos y desear que todo haya pasado y despertar volviendo a reconocerte en el espejo, como si todo hubiera sido un mal sueño.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Noche de vigilia



Mientras las calles chilenas permanecían abarrotadas de coches portando banderas ondeantes y no quedaba un solo hueco en los locales públicos para contemplar in situ la laboriosa tarea del rescate de los mineros sepultados en la mina San José, a este lado de la mar Oceana, nos alcanzó la noche persiguiendo con su característico sopor nuestros extenuados párpados, a pesar de la incertidumbre que dominaba en las ciudades por conocer el desenlace de la aventura más apasionante de cuantas han acontecido en lo que va de siglo.
Muchos de nosotros, optamos por recurrir a la fiel compañera que ,en tantas ocasiones de vital importancia, se convirtió en el único nexo de conexión que nos traía noticias fidedignas de lo que acontecía en el exterior y tomamos el camino de la cama con la intención de hacer vigilia en complicidad con nuestro aparato de radio.
Pronto la noche, se convirtió en una especie de complicado magacín en el que se mezclaban las noticias de la victoria de la Selección Española de Fútbol sobre Escocia, con conexiones periódicas con Atacama en las que se iban relatando detalladamente los acontecimientos allí sucedidos, en un compás de espera que superaba cualquier límite de emoción imaginado, intentando ocupar el lugar de las familias que aguardaban un desenlace que ya se suponía al alcance de la mano, pero que en la impaciencia propia del momento, se dilataba en llegar, teniendo el corresponsal español allí ubicado que volver a los programas habituales en la madrugada del país, sin que la dichosa cápsula terminara de hacer su aparición para regocijo de los allí presentes.
Naturalmente, una vez superada la barrera del duermevela que hace de plomo los ojos a una hora determinada de la noche, conseguimos permanecer despiertos hasta que, a altas horas de la madrugada, se produjo la primera salida.
Seguramente, muchas de las camas de esta pequeña nación, tan unida sentimentalmente a la chilena, se estremecieron revolviendo sus hasta entonces bien colocadas sábanas y el lógico silencio nocturno se quebró con el enorme grito de alborozo que celebró la descripción detallada del emocionado comentarista del rostro aún trastornado de la primera persona que surgía de las profundidades de la tierra.
Ha sido tal el seguimiento que la noticia ha tenido entre nosotros, que el maléfico sueño seguramente ha jugado a más de uno una mala pasada esta mañana, rindiéndolo al amanecer y colaborando en un cierto retraso en la llegada al puesto de trabajo. Pero es verdad, que el aspecto de la gente en las paradas del autobús era mucho menos serio de lo habitual y que el tema de conversación único, no era otro más que la satisfacción de haber empezado a asistir a un milagro.
Ya a la vuelta de nuestras ineludibles obligaciones, mil imágenes han ido dando la vuelta al mundo con los rescates producidos hasta el momento, hemos oído la voz clara y contundente del segundo minero recién salido de la oscuridad reclamando medidas de seguridad para su peligrosísima labor diaria, hemos llorado con sus familias y comprendido la torpeza de movimientos y el aturdimiento de estos recién resucitados que afloran nuevamente a la vida buscando una adaptación a todo tipo de luces: la natural, y la del alma.
A la hora en que me siento a escribir, aún permanecen sepultados una parte importante de personas que aguardan pacientemente la suerte que sus otros compañeros ya disfrutaron en su regreso de entre los muertos. A ellos, y a su generosidad en permitir que otros tomaran la delantera en alcanzar primero la superficie, el ánimo de todos los seres anónimos que nos sentimos en igualdad con su forma de vida, permanece en vigilia hasta conocer a través de las ondas que el último de sus nombres se inscribió con éxito en el libro de los rescatados y que en sus últimas horas de soledad, también habrá miles de manos que apretarán con fuerza los puños hasta saberlos del todo libres.

martes, 12 de octubre de 2010

Descender al nivel de la tierra

Observar las imágenes de nuestros políticos pronunciando desde sus púlpitos los mismos discursos, mirar enfundados en las recepciones del Palacio Real en sus trajes de alta costura, convertidos en la moderna estirpe cortesana que rodea a la desfasada institución de la Monarquía, instantes antes de ser obsequiados con un ágape de los más exquisitos manjares cocinados con extraordinario mimo por excelsos profesionales en gastronomía, verlos organizar desfiles de sorprendentes alardes de tecnología puntera en armamento, actos de recibimiento a personalidades sin escatimar en gastos para que su estancia resulte escandalosamente opulenta y volver después los ojos a la cruda realidad de la calle, es morir.
La inestimable distancia que separa la verdad de lo que nos está ocurriendo, con la que deben percibir desde la altura en la que se encuentra ubicada esta innumerable caterva de personajillos de mayor o menor relevancia en la vida pública que nos envuelve con su manto de negrura y desolación, ha de ser medida ,sin duda, en millones de Kilómetros si no son capaces de percibir, ni tan siquiera, un atisbo de la necesidad vital en la que se ven obligadas a desenvolverse las masas populares, las mismas con las que se comprometieron al jurar una Constitución que les garantizaba el derecho al trabajo, a la vivienda y a subsistir con dignidad en el mismo mundo en el que ellos se mueven con tan evidente holgura cuando aparecen en las pasarelas de todos los medios de comunicación.
Sin rubor, exhiben su incuestionable riqueza frente a los que se ven obligados a sacar adelante a sus familias con cuatrocientos euros mensuales, subsidio que además se enorgullecen de haberles conseguido, como si esas migajas indecentes lanzadas a las calles pobladas por los pobres, nada tuvieran que ver con el esfuerzo del anterior trabajo realizado durante años para empresas que ya obtuvieron por él sobrado rendimiento y esta vergonzosa contribución mensual, se tratara de un regalo a fondo perdido que solucionara con holgura los débitos existentes en los hogares españoles proporcionando, incluso, la oportunidad de ahorrar a los que se ven obligados a mendigarlos por las mesas de la administración.
Sin remordimiento, sonríen conspirando los unos contra los otros en una lucha encarnizada por alcanzar o conservar el poder ignorando el rostro afilado de la pobreza que abomina del despilfarro utilizado en celebraciones de una inutilidad más que probada en la situación actual ,preguntándose permanentemente cómo ayudan este tipo de causas a solucionar su eterna inactividad laboral y ,sobre todo, dónde se encuentran los defensores de sus derechos, que tanto bombo y platillo dan a todas las negociaciones ininteligibles que llevan entre manos sin que en ningún momento se advierta una mejora en las circunstancias estremecedoras que rodean la cotidianidad de las familias.
A los que escribimos, no nos cabe otra opción que rompernos la garganta y gritar desgarradamente desde el medio en que lo hacemos, a ver si nuestra voz, que más de una vez ha sido un arma de poderosa persuasión para los que ,sistemáticamente, se niegan a admitir los horrores que ellos mismos producen, llega, alta y clara, a los paraísos encantados en los que habitan creando un huracán de ensordecedora crítica que, a fuerza de avergonzar sus actitudes, organice un remolino devastador que los arrastre a la mayor celeridad a nivel de la tierra, esa misma que pisan desolados los zapatos rotos de los herederos de esta crisis que, desde su empecinada posición de codicia, se empeñaron en edificar sobre los ladrillos de sus sacrosantos recintos irreductibles, para –una vez llenadas sus arcas sin fondo- abandonar en este panorama de desolación sin retorno.
Así, cuando en esas operaciones de marketing que tienen la desfachatez de llamar mítines, alguien se atreve a hablar de un reparto equitativo de la riqueza, juro que mi intención primera es la de clavar sus pies al suelo y obligarle a escuchar, sin límite de tiempo, las numerosas historias que le rodean, sin darle opción de ascender a los cielos de los que bajaron unos breves momentos y ,es más, no estaría mal obligarle a compartir durante unos días algunas de ellas ,en la esperanza, de que aún quedara en su interior un mínimo de conciencia para levantar de corazón la mano a favor de quien tanto lo necesita en lugar de hacer reverencias prehistóricas ante unas testas coronadas que hace tiempo que pasaron de moda.

La luz que asciende del abismo




No suele ocurrir con frecuencia pero, a veces, la parte sentimental que todos los hombres llevamos adherida, en mayor o menor medida, a la piel se solivianta provocando en nuestro interior un terremoto de emociones que nos ayuda a recordar que aún somos capaces de estremecernos como cuando éramos niños.
Entonces, cuando tan raramente nos visita lo bueno y las piezas de un difícil rompecabezas encajan a la perfección tras largo tiempo de elucubraciones y múltiples tentativas fallidas, cerramos los ojos por un momento sintiéndonos envueltos por una ensoñación que nos transporta, como levitando a una especie de felicidad silenciosa que ni siquiera queremos compartir, tal vez porque no encontramos las palabras precisas para hacerlo.´
Hemos de agradecer a la época que nos ha tocado vivir la buena o mala suerte de poder estar presente en cualquier lugar del mundo en el que se produce una noticia. Este don, que en otras ocasiones nos ha ofrecido la crudeza de escenas estremecedoras que nos han levantado del asiento en un intento fallido por intervenir para evitarlas, nos regalaba ayer la primicia de una tuneladora alcanzando los setecientos metros de profundidad que separaban la superficie de la tierra de treinta y tres mineros sepultados desde hace más de dos meses en el desierto de Atacama de Chile, con la esperanza de que en solo dos días podrán volver a reencontrarse con la luz y sus seres queridos, para empezar a olvidar la oscuridad y el silencio con que las entrañas de la tierra los ha estado arropando desde que se produjo el derrumbamiento de la galería en la que trabajaban.
Ha sido mucha la solidaridad ofrecida para este faraónico rescate que ha conseguido mantener nuestros corazones en un puño, mirando desde la lejanía cómo se iban dando pequeños pasos en la consecución de cosas cada vez más importantes para los protagonistas de la historia: llegar a ellos, poder introducir agua y alimentos, hacerles llegar medios para poder visualizar a sus angustiados familiares tranquilizando sus conciencias al contemplar que su aspecto era medianamente aceptable, ir avanzándoles las novedades que se hilaban a diario sin escatimar en medios venidos de todas partes, asegurarles que su historia se estaba mostrando al universo y que el universo no les abandonaba a su suerte.
Y ahora que el final está cerca, que ardemos en deseos de ver aparecer el primer rostro por el estrecho orificio abierto con única finalidad y los familiares preparan iconos festivos, altares repletos de velas en agradecimiento a la ayuda divina y parece confirmarse que algunos milagros existen, resulta gratificante ser narrador de un hecho tan insólito y poder afirmar que se consiguió gracias a los valores solidarios de personas anónimas que comprometieron la totalidad de su tiempo y su vida en ayudar a sus semejantes sin pedir nada a cambio.
Será una ardua labor poder adaptar a esta pobre gente a sus costumbres semi olvidadas, que sus ojos se acoplen al reflejo del sol tras la eternidad de la noche padecida, que les rocen las manos de sus hijos, que les hablen las voces de sus amigos, que penetre por su nariz algo más que el hedor que debía dominar el recinto en el que se hacinaban sin otra ventilación que la que insuflaba el tubo horadado desde la superficie.
Será lenta la recuperación psicológica de una cordura seguramente herida de gravedad por la terrible incertidumbre de carecer de seguridad en el mañana, apuñalada a traición por el martilleo de la impotencia, probablemente cercana a la plegaria como única tabla de salvación en momentos de una desesperación sin siquiera el consuelo de unos brazos queridos, pero ya ni siquiera importará la lentitud con la que sobrevenga la salud, porque ya habrá sobrevenido la sonrisa.

jueves, 7 de octubre de 2010

Danubio rojo




Este, que muy bien podría ser el título de una novela del flamante Premio Nóbel de Literatura, Mario Vargas Llosa, es el triste titular de una nueva catástrofe ecológica de dimensiones aún desconocidas, que va invadiendo Europa desde Hungría sin que las explicaciones ofrecidas sobre lo acaecido sean aún suficientemente claras como para discernir la gravedad de sus consecuencias.
Coincidiendo con la concesión del más prestigioso galardón de las letras, una marea de barro tóxico se extiende imparable a través de los cauces de los ríos, arrasando cuanto encuentra a su paso hasta empezar a teñir de rojo un romántico Danubio que nunca fue realmente azul y que ahora se divisa desde el aire como una marea de sangre cargada de muerte que amenaza con arrasar paisajes y vida.
Esta es la prioridad de las noticias y así la coloco en el orden de mis prioridades, lamentándola como todas las veces en que empecinadamente nos empeñamos en destrozar nuestro ámbito, alzando la voz contra el descuido reiterativo de las grandes industrias con los residuos que producen, exigiendo una categórica legislación contra el desamparo de los afectados por estas demasiado frecuentes tragedias, reclamando la verdad por encima de los caramelos venenosos envueltos en celofán de colores y esperando una solución inmediata contra la propagación nefasta de sus consecuencias.
Pero hoy no puedo dejar de echar volar la mente hacia los recuerdos de juventud y contemplarme en mis veinte años, cuando descubrí por vez primera la novela hispanoamericana con el asombro de estar leyendo algo diametralmente diferente a todo lo que habían visto mis ojos hasta entonces y nombres como el de Gabriel García Márquez, Cortázar y Mario Vargas Llosa irrumpieron en mi vida de estudiante como un torrente de frescura para instalarse en mi vida lectora para siempre por pleno derecho. Entonces no eran nadie y sus nombres sonaban entre los círculos progresistas, como una corriente que se denominó realismo mágico, ocupando un sitio en todas las mesillas de noche de la avanzadilla de las Universidades Españolas, ocupadas entonces en la lucha contra la dictadura franquista y sus últimos coletazos de represión.
Después cada cual siguió su propio camino y el reciente premio Nóbel resultó ser mucho más conservador de lo que al principio pensábamos, pero cuando leímos sus Conversaciones en la Catedral o los Cien años de soledad de García Márquez, o la Rayuela de Cortázar, se nos abrió un camino de nuevas posibilidades literarias impensables en un país donde cualquier manifestación libertaria, era inmediatamente abortada por la oscuridad y el silencio.
Es por eso, en honor a lo que supusieron para nosotros, por la brisa fresca que nos proporcionaron en el ahogo de la agonía y la falta de ideas, que no puedo menos que alegrarme por esta concesión.
Me complace también que el autor escriba en nuestra riquísima lengua engrosando la lista de merecidos ganadores que tánto aportaron a la fantasía, que nos pusieron alas en la imaginación con sus maravillosas historias ayudándonos incluso a sobrellevar los momentos difíciles con la evasión que nos proporcionaron sus letras.
Tuve la suerte de conocer a Mario Vargas Llosa en Sevilla en 1974. Fue sólo una breve conversación entre un grupo de gente, pero he de reconocer que me pareció una persona tremendamente atractiva, física e intelectualmente, ameno en la conversación y en el trato, con una educación exquisita y que dejó en mí para siempre un espléndido recuerdo.Enhorabuena.



miércoles, 6 de octubre de 2010

Malayos Sicilianos

El mediático caso Malaya sigue su ,previsiblemente largo curso, convertido en un circo de periodistas de prensa rosa en la puerta de los juzgados, más preocupados por las cuitas amorosas del ex alcalde Julián Muñoz y las declaraciones de los adláteres que compartieron sus gloriosos días de inagotable estipendio que, por la intrincada trama corrupta que fueron capaces de montar esta pandilla de cuasi analfabetos, ha dejado esquilmadas las arcas municipales con sus exagerados gastos en las mayores horteradas jamás adquiridas.
Presumía a boca llena Jesús Gil de haber terminado con la delincuencia en Marbella, de haber aglutinado a la gente guapa alrededor de los más selectos ambientes potenciando una polis de extra lujo donde el dinero se movía en cantidades astronómicas, siempre en beneficio del municipio, arrinconando todos los malos efectos antiguos y modernizando las construcciones hasta hacerlas de una exclusividad envidiada en el mundo entero.
Pero mientras las puertas se cerraban para tironeros y raterillos de poca monta, se abrían de par en par para toda clase de mafias organizadas que lucraban con generosas donaciones las arcas personales del entonces alcalde que después disfrazaba de populismo barato las inversiones de sus negocios hasta llegar a convertirse en un auténtico magnate de las finanzas.
Bien aprendieron la lección cuantos le rodearon y la codicia se apoderó fácilmente de todas las camarillas municipales, de uno u otro signo, como si la tesorería del Ayuntamiento fuera una libreta de ahorro compartida donde cualquiera podía disponer de los fondos comunes.
Sumado a esto la historia de amor Pantojil, las minutas del presidente del Sevilla y el colorín de la esposa despechada paseado por todos los programas que quisieron darle cobertura, los novelescos ingredientes de la historia, han dado para mucho más que un mero caso de corrupción, que es de lo que en el fondo se trata.
No se comprende cómo, sin embargo, se puede dar más importancia a estos enredos que a la ruinosa situación en que ha quedado Marbella sin que por otra parte, haya sido posible recuperar el montante desaparecido y haya pasado el tiempo sin que hasta ahora se haya celebrado el juicio.
Y no debe haber piedad con los acusados que resulten culpables. No sería justo con la honradez de los empleados municipales que cumplen con estricta rigidez sus funciones, si es que queda alguno, y tentaría la suerte comprobar que la impunidad se impone para quienes llenaron sus bolsillos con el esfuerzo de todos.
No vendría mal una reforma en las leyes contra los delitos fiscales que obligara a soportar la prisión hasta la devolución íntegra del dinero sustraído y una inhabilitación vitalicia para el ejercicio de ningún otro cargo político en todo el territorio del país.
En cierto modo, tenía razón Gil. La delincuencia ya no estaba en la calle: estaba toda en el Ayuntamiento.
Seguiremos con atención el gran proceso, atentos a las cifras y a las tramas monstruosas urdidas por los cerebros que hayan sido, a su abuso dictatorial de poder contra los débiles, al despilfarro y las prebendas a favor de los poderosos y a las muchas cosas que seguramente vamos a descubrir en el largo año que durarán las actuaciones.
E igualmente procuraremos comprender cómo durante todos estos años de robos manifiestos a tan gran escala, los representantes de la Junta de Andalucía han podido padecer una ceguera tan absoluta, dejando pasar ante sus ojos acontecimientos de tal magnitud sin poner freno a la situación, interviniendo a rajatabla a favor de los contribuyentes permanentemente asaltados por estos bandoleros del siglo XXI.
Más que Malayo, esto parece siciliano.

martes, 5 de octubre de 2010

Un fallo tecnológico

Estas máquinas infernales desde las que escribimos adolecen de ser estúpidamente imperfectas y a veces, nos juegan malas pasadas, como la que esta compañera me hizo anoche, escamoteándome el artículo que me había costado toda la tarde escribir.
Iba sobre el comienzo del proceso Malaya y, al ir a colgarlo esta mañana, me he llevado la desagradable sorpresa de encontrar un preocupante vacío, por lo que deduzco que pulsé la tecla indebida y el ordenador no lo archivó.
Como reconozco mi casi absoluta ineptitud a la hora de andar buscando en las entrañas de este tecnológico amigo, me apresuro a improvisar unas líneas para no romper el lazo de unión que nos une y a maldecir en arameo contra la costumbre de depender de estas modernices para comunicarme con vosotros, ya que recién levantada, es prácticamente imposible hilar con claridad los pensamientos para montar algo medianamente interesante.
Quizá, cuando aparezca el experto informático de esta santa casa, en uno de sus imaginativos alardes de conocimiento, sea capaz de llegar a dar con el paradero del trabajo y mañana sin falta, lo tendréis en el blog, lo prometo.
Mientras, aprovecharemos para añorar la época en que las máquinas de escribir, con su maravilloso sonido de teclado, nos acompañaban por la vida sin más función que plasmar en la blancura del papel nuestros pensamientos y no había truco ni cartón: si escribías el papel se emborronaba y si no, es que no habías escrito.
Pero en fin, esta es la época que es y nosotros esclavos de la tecnología, de sus ventanas, entresijos, archivos y complicados subterfugios que a veces nos dejan a cuadros, como a mí –y a vosotros- esta mañana. Perdón.

lunes, 4 de octubre de 2010

Golpe de timón

Mientras la guerra de cifras del seguimiento de la huelga general aún genera un vago run run por cada una de las partes, mientras las posturas siguen asentadas cada cual en su posición, como si nada hubiera pasado, mientras las cifras del desempleo aumentan nuevamente este mes, el presidente Zapatero recibe un tirón de orejas por parte de los suyos y Tomás Gómez gana las primarias en Madrid alborotando las portadas de la prensa con su condescendencia hacia Trinidad Jiménez; al otro lado de la mar Oceana, en un pequeño país llamado Ecuador, todo revienta de repente y la sombra alargada del golpismo se cierne sobre sus gentes atentando, como en otros muchos lugares, contra la libertad del pueblo soberano para elegir a sus representantes.
Ecuador nos toca especialmente de cerca porque durante los últimos años una gran parte de su población se ha hecho un hueco entre la nuestra formando una de las comunidades más numerosas de las que decidieron emigrar a España, haciéndose partícipe de nuestras costumbres y nuestras vidas.
Esta terrible tradición golpista, que nos sobresalta repentinamente en cualquier nación iberoamericana, como si se tratara de una macabra costumbre empeñada en repetirse periódicamente impidiendo un desarrollo sereno de los valores de la tierra, interesadamente alimentada por los intereses capitalistas de los ambiciosos magnates deseosos de todos los bienes, parece haber podido ser sofocada esta vez y por ahora, da un respiro a los ecuatorianos mostrando al mundo con crudeza las entrañas al descubierto de una puesta en escena que pudo terminar con un baño de sangre y represión similares a los ocurridos años atrás en Chile y Argentina.
La voz entrecortada y poderosa del Presidente Correa no ha podido ser más contundente, tánto, que no parece haber quedado la menor duda de quien ha orquestado la pantomima de la protesta policial hasta el punto que los Estados Unidos se han visto obligados a dar explicaciones a cerca del caso, por supuesto manifestando su total inocencia en el asunto en una sospechosa postura de agilidad política en cuanto se supo el fracaso del golpe.
Es muy difícil convencer al país más poderoso del mundo de que los demás no necesitamos de su protectorado permanente ni de que administren nuestras riquezas de manera paternalista para desarrollar nuestra propia identidad territorial ni nuestra producción de riquezas internas. Durante demasiado tiempo, los consejeros americanos no han cesado de actuar como el hermano listo de la familia, ninguneando las iniciativas personales de los Estados, pisoteando los derechos institucionales y constitucionales de los pueblos, intoxicando con malas artes a los ciudadanos los unos contra los otros y cambiando la dirección de la ideología de los gobernantes con viento siempre a merced de sus intereses, sin respeto a la vida ni a la libertad de los individuos, ni a lo que la corriente mayoritaria decidió en las urnas.
Así, es natural que Hispanoamérica se rebele y gire políticamente hacia la parte contraria de todo lo que representa Estados Unidos y su forma de gobierno. Cansados de sufrir la esquilmación de sus riquezas naturales, la manipulación de sus parlamentos, la exclusión de su territorio si es que deciden emigrar a su grandioso país, la confrontación no es más que pura lógica.
Por supuesto, estamos con el pueblo ecuatoriano en la resolución de este misterio a voces y celebramos el fracaso de la intentona en detrimento de cualquier manipulación prevista para derrocar al presidente.
Hablamos con conocimiento de causa. Tenemos una experiencia de cuarenta años en las consecuencias que trae una dictadura y la experiencia no es nada aconsejable.



domingo, 3 de octubre de 2010

Mi huelga particular

El día de la huelga general, que tan bien habíamos preparado como respuesta a las últimas medidas decretadas por el gobierno, sufrí la inesperada visita de lo que médicamente llaman un microinfarto cerebral que confundió repentinamente mi lenguaje demostrándome con toda claridad la finísima línea que separa la salud de la enfermedad sin siquiera darnos tiempo para estar dispuestos a recibirla.
He decidido contarlo en clave de humor porque hay que retomar la vida con optimismo, sin permitir que nos desborden acontecimientos que, afortunadamente, han pasado como una ráfaga aportando, eso si, un recuerdo amargo, pero sin mayor consecuencia que la de dejarnos desconcertados y alerta y la de apartarnos de hábitos arraigados desde hace años en nosotros a los que vamos a tener que renunciar.
Creo que la historia había empezado a aparecer días atrás. Yo había notado que al caminar, escoraba sospechosamente a la derecha y había de hacer esfuerzos para enderezarme a mi lugar natural, la izquierda, sin encontrar ninguna explicación a tan extraña deriva.
Después sobrevino la imposibilidad de coordinar palabra y pensamiento y a pesar de conservar una plena conciencia, me oía diciendo cosas distintas de las que deseaba expresar, como si las palabras que salían de mis labios las estuviera pronunciando otra persona totalmente distinta e incluso el eco de mi voz sonara en un tono diferente al que suelo hablar.
Por ejemplo, si yo intentaba decir Partido Comunista, articulaba Partido Popular, o si pretendía manifestar mi desacuerdo con la reforma laboral, me había convertido en una defensora a ultranza de todo lo que había abominado justamente hasta un segundo antes.
Ante tamaña incongruencia, fui trasladada inmediatamente al hospital, donde pasé una jornada de huelga particular en manos de los muy suficientes servicios mínimos que parecieron centrarse sólo en mí durante interminables horas.
Nada hay peor que caer en manos de los galenos, asustado sin conocer el diagnóstico que te aguarda, sometido y vejado a todas las pruebas, artilugios e ingenios malignos a los que te quieran someter sus conocimientos y rodeado de la cara de preocupación de tus familiares que, naturalmente, temen por la gravedad de tu situación, esbozando una fingida sonrisa.
Para entonces, yo ya había recuperado plenamente toda mi capacidad de lenguaje y raciocinio y lo único que deseaba con ardor era volver a casa y tumbarme en mi sofá a descansar de la intrépida aventura que me había preparado el día de la huelga.
Afortunadamente, todas las pruebas fueron negativas, aunque aún me costó más de tres horas que me dieran el alta, no sin antes ser seriamente amonestada por el único factor de riesgo en que podría haberse sustentado el episodio, el tabaco, y que debo abandonar inmediatamente, por mi bien, si quiero que no se repita.
A las diez horas de constante sin vivir, por algo nos llaman pacientes, abandonamos las urgencias hospitalarias y empecé a retomar la vida con un poco más de preocupación y el propósito de dejar de fumar, con lo que a mí me gusta.
Me he tomado unos días de baja, mis nervios lo necesitaban. Quizá algunos habréis supuesto que había abandonado el blog como decepción por los resultados de la huelga, pues no, ya hablaremos de eso un día de estos, porque de momento, los de las batas blancas no me han quitado de escribir, ni yo se lo consentiría.