Después del jugoso rescate recibido por una Banca que ha sido la responsable directa de la gravísima situación que atravesamos, en lugar de solucionarse los problemas de las entidades implicadas en este rocambolesco asunto que nos ha colocado al borde del precipicio, resulta ahora que, además, y siempre a criterio de Europa, es imprescindible abordar un despido masivo de trabajadores y el cierre de oficinas que ya no resultan rentables, tras el estrepitoso fracaso de la burbuja inmobiliaria, que ellas mismas ayudaron a inflar, potenciando las hipotecas basura.
Sanitarios, Profesores, Funcionarios, Mineros, Estudiantes y todos aquellos colectivos que se manifiestan a diario en la calle, en contra de las medidas adoptadas por el gobierno de Rajoy, pronto se encontrarán con la compañía de estos nuevos desempleados, provenientes del mismo núcleo del conflicto que originó la mayor parte de sus carencias y tendrán que acogerlos con benevolencia, ahora que van a entender, en carne propia, el sentido de todas las protestas.
Y por si esto no fuera suficiente, se nos exigen además una serie de nuevos recortes, centrados ahora en proponer otra subida de impuestos y una revisión de las pensiones, que hasta el momento habían ido capeando el temporal financiero sin ser rebajadas y que en un futuro próximo, podrían sufrir un recorte de esos que tanto gusta aprobar por sorpresa, a nuestro esquivo Presidente.
También se pide una mayor liberalización del despido y endurecer los requisitos necesarios para cobrar la prestación por desempleo, sin que se entienda bien de qué podrían vivir a partir de ahora, los que tengan la mala suerte de quedarse en el paro, ni se ponga techo, que se sepa, a la astronómica cifra que se alcanza ya en este problema, ni se arbitre ninguna solución para reducirla de manera inmediata, como sería de recibo.
Uno se pregunta hasta dónde será capaz de aguantar Rajoy, antes de enfrentarse a los organismos europeos, en defensa de las personas que habitamos este país, cada vez más intervenido por injerencias extranjeras, que pretenden amoldarnos a un modo de vida directamente diseñado bastante lejos de nuestras fronteras y que en nada favorece los intereses de este pueblo, cansado de sacrificarse a favor de los poderosos, y que ya roza mayoritariamente, el umbral de la pobreza.
El servilismo esperpéntico que demuestran nuestros políticos, en cuanto suena la voz del amo de los capitales, está creando una situación absolutamente vergonzosa para los que siempre hemos creído en que las naciones han de funcionar con autonomía plena y más aún, cuando es practicado, precisamente, por los que siempre presumieron de patriotismo, haciendo suya la bandera y declarándose defensores de todo lo español, hasta rayar en el más espantoso de los ridículos.
Poco o nada importan ahora esos conceptos que tanto enarbolaron en los discursos ofrecidos a todo lo largo y ancho del país y que han quedado relegados al olvido, en cuanto la necesidad de dinero ha hecho su aparición en escena.
El látigo implacable de los poderosos solo ha tenido que restallar un par de veces en el suelo, para poner a bailar a su son a estos enfervorizados devotos de la españolidad, que ahora no dudan en proclamarse europeos, con tal de no admitir la dominación gradual que se cierne sobre nuestro territorio, dejándonos sin identidad y acercándonos al patíbulo minuciosamente preparado por estos nuevos dueños de nuestro destino.
Ya no hay valores patrios que defender, ni nadie capaz de sacar pecho para decir basta. Estamos en manos de los prestamistas y por tanto, no es hora de reivindicar españolidad, sino de obedecer a quien costea los errores que cometieron los que nos arrastraron al suplicio.
Sin embargo, sería preciso saber dónde está establecido el límite de nuestra servidumbre y si verdaderamente merece la pena mantener en el puesto a quienes ahora se encargan de gestionar nuestros asuntos con tan elevado índice de fracaso, porque la realidad es que ninguno de nosotros acompaña a nuestros políticos en esta sumisión que profesan por los que prestan con usura, ni estamos dispuestos a pagar cuánto de nosotros se exija, sin presentar batalla a nuestros detractores, oriundos, o procedentes de otras fronteras.
Así que habrá que hacer más ruido y programar otras acciones, encaminadas a frustrar los planes de los que no buscan más que su propio beneficio, haciendo daño dónde más les duele, es decir, en la bolsa que llenan con los dividendos que genera nuestra productividad, ahora tan devaluada, con las bajadas de sueldo que nos han aplicado por decreto.
Rajoy podrá someterse a cuantos atropellos de él se exijan. Afortunadamente, su pueblo aún conserva la dignidad que a él le falta y no se cansa de luchar por su identidad, a pie de calle, sin querer oír hablar de rendición, como ha quedado sobradamente demostrado, a tenor de los últimos acontecimientos.