El resultado de las últimas elecciones ha terminado por
convertirse en un revulsivo difícil de catalogar y por primera vez, quizá por
la actitud demostrada por los conservadores tras haber perdido una gran parte
de su electorado, unas cuatrocientas personas se han echado a la calle de
manera violenta y bajo el lema de “No podéis”, han agredido a informadores que
cumplían con su obligación, cubriendo esta noticia.
Qué ha cambiado para que vuelvan a producirse este tipo de
acciones, muy frecuentes durante los primeros años de la transición y que ya
creíamos superadas tras casi cuarenta años de vida democrática, es una
incógnita que sólo puede ser resuelta si se entiende que los sectores más
conservadores de esta sociedad sienten como una amenaza para su estatus actual,
la irrupción en el panorama político de nuevas formaciones como Podemos y
fundamentalmente, el éxito progresivo que están obteniendo sus representantes
en las urnas.
Tradicionalmente, estos manifestantes de extrema derecha han
estado directamente vinculados con el poder del dinero y los años de gobierno
del PP habrían representado para ellos una especie de oasis en el que disfrutar
de privilegios absolutamente negados al resto de los ciudadanos, que podrían
tambalearse si las nuevas formaciones consiguen asentarse en la regencia de las
grandes ciudades, como seguramente sucederá, si la política de pactos termina
por funcionar y logran un entendimiento programático con el PSOE u otros
Partidos.
La actitud demostrada estos días por los barones del PP,
abandonando el barco en plena fase de hundimiento y el augurio permanente de
catástrofes espeluznantes que muchos se han dedicado a profetizar, como si el
mundo que conocemos fuera a terminarse si Colau o Carmena consiguen sus respectivas
alcaldías, han dado alas a los ultraconservadores para lanzarse a las calles
para manifestar su disconformidad con lo ocurrido en las urnas, dejando claro
hasta dónde puede llegar su intolerancia, cuando son otros los que ganan.
Llama la atención la pasividad demostrada por las fuerzas del
orden en el transcurso de estas protestas, sobre todo si se tiene en cuenta lo
que ha venido ocurriendo sistemáticamente en todas las manifestaciones
convocadas durante los años del gobierno Rajoy, en las que automáticamente los
participantes eran catalogados de anti sistema por los representantes del
gobierno, llegando a sufrir miles de ciudadanos una persecución policial
incomprensible, por el mero hecho de haber acudido, de buena fe, a otros actos,
en demanda de sus derechos.
Y aunque la permisividad con quienes contradicen los
resultados de unas elecciones celebradas en Democracia ha de ser nula y ha de
ser obligación primera de quien gobierna evitar focos de radicalidad que bien
pudieran desembocar en acciones de mayor violencia, la línea seguida en estos
acontecimientos ocurridos ayer, dista mucho de parecerse, ni de lejos, a la que
se hubiera puesto en práctica si este grupo de manifestantes hubiera procedido
de la extrema izquierda.
Este agravio comparativo, que resulta especialmente
sospechoso cuando los que van a perder una gran parcela de poder proceden
precisamente, de un Partido de la derecha, es sin embargo y muy a su pesar, un
punto más que se vuelve en su contra, ofreciendo una imagen aterradora de lo que
representan, que jamás podrá convencer a la Sociedad de la conveniencia de que
continúen en las Instituciones, como representantes nuestros.
Hay que saber perder cuando uno se dedica a este ahora
vilipendiado oficio de la política, saber echarse a un lado y ofrecer paso
franco a aquellos a quienes los ciudadanos, con sus votos, otorgan la
oportunidad de poner en práctica lo que prometieron en sus programas
respectivos.
Si no gusta lo que ofrecen o no, es anecdótico y no se puede
ni se debe hacer otra cosa que asumir que se perdió, analizar los errores y
trabajar duro para que no vuelvan, a ser posible, a repetirse.
Intentar otra cosa, sería conspiración y si me apuran, hasta
incitación al golpismo.