Como era de esperar, la detención de Carles Puigdemont ha levantado
una serie de reacciones en cadena del movimiento independentista y miles de
personas, se han echado a las calles de Catalunya reclamando la libertad del
que fuera su Presidente y también la de los demás procesados por el Juez Llanera por un delito
de rebelión, provocando graves enfrentamientos con la policía autonómica, que
han causado un centenar de heridos de diferente pronóstico.
Los manifestantes secesionistas, que hasta ahora habían
venido ofreciendo en todas sus concentraciones una imagen de puro civismo, han
ido perdiendo los nervios con los acontecimientos ocurridos en los últimos días
y anoche protagonizaron una serie de actos violentos que abarcaron desde la
quema de contenedores y neumáticos, hasta los cortes de carreteras en todo el
territorio catalán, llegando en algún momento a proferir graves amenazas en
contra del juez encargado de la causa y arrastrando por el suelo multitud de
fotografías de Mariano Rajoy y del Rey, a los que consideran, en gran medida,
responsables de lo que viene ocurriendo.
Cerca de las diez de la noche, el Presidente del Parlament, Roger
Torrent, ofrecía ante los medios una declaración institucional que además de
llamar a la calma a las multitudes que protestaban en la calle, exigía una
salida política inmediata que paliara los terribles efectos de lo que está sucediendo
en Catalunya, sugiriendo la formación de una especie de pacto de concentración,
que podría abarcar también a los Comunes de Xavi Domenech e incluso, si así lo
quisieran, a los socialistas de Miguel Iceta.
Fue la suya, una intervención contundente, plagada de un
evidente partidismo, que choca frontalmente con la supuesta neutralidad que
debiera mostrar el Presidente de cualquier Parlamento y clarísimamente
excluyente con los parlamentarios de PP y Ciudadanos, a los que tácitamente
consideró, sin atreverse a mencionarlo, como parte del Sistema represor del Estado
español y por tanto, como enemigos declarados de los intereses de Catalunya.
Serio y circunspecto, tras la detención de Puigdemont,
Torrent, que como todos sabemos, pertenece a la Formación de Oriol Junqueras,
Esquerra Republicana, jugó sus cartas arriesgando, en gran medida, una solución
alternativa a la que exponen los integrantes del PdeCat y los de la CUP, que
hacía sólo unos instantes habían propuesto tomar la sede parlamentaria, para
proclamar a Puigdemont como su Presidente, de manera clandestina.
La noche, que ha resultado ser toledana y que ha ofrecido una
imagen terrorífica de las reacciones que han traído los procesamientos de los
líderes separatistas y la detención de Puigdemont, ha dejado entrever, por
primera vez, que una buena parte de los partidarios del secesionismo se
encuentran dispuestos a llegar hasta dónde sea para tratar de conseguir la
inmediata liberación de la cúpula de sus dirigentes y ha abierto, aún más si cabe, esa brecha de
considerables dimensiones que divide
cada vez más a los propios ciudadanos de Catalunya y que será muy difícil
cerrar, si no se arbitran de inmediato medidas exclusivamente políticas que
restañen las heridas por las que se desangra esta sociedad, más rota que nunca,
tras los acontecimientos vividos en los últimos días.
Entretanto, el Estado español y con él, los representantes
del Gobierno de Mariano Rajoy y también los Ciudadanos de Albert Rivera, se
limitan a celebrar las acciones judiciales, sin arbitrar una sola propuesta que
pudiera ayudar a restablecer la normalidad en Catalunya, prescindiendo en todas
sus valoraciones sobre el problema, de los dos millones de personas que se
declararon a través de sus votos abiertamente independentistas, tratando de
negar una existencia real, que puede complicar y mucho, la vida de un
territorio al que también pertenecen.
El conflicto, que no es ya una cuestión de derechas o
izquierdas y que ni siquiera refleja con claridad cuestiones ideológicas, tal y
como las entendemos mientras vivimos en un ambiente sereno, supone más bien, un
enfrentamiento brutal entre dos bloques fanatizados por dos nacionalismos distantes,
que se niegan sistemáticamente a admitir que quepan en un mismo espacio,
catalanistas y constitucionalistas, como hasta ahora habría venido ocurriendo.
Llegar a un acuerdo, resulta pues una cuestión prácticamente
imposible, pues entre los contendientes de ambos bandos falta un concepto fundamental,
que se denomina respeto.
Habiendo perdido los papeles, estos dos bloques enardecidos,
incapaces de entender que en cualquier tipo de negociación, ha de haber, necesariamente,
voluntad para el entendimiento, están convirtiendo a Catalunya en un espacio
imposible de cohabitar, en el que ya sólo cabe una sinrazón que se ha
instalado, con la intención de quedarse durante mucho tiempo, en un territorio
que era, hasta hace bien poco, un ejemplo de convivencia pacífica entre
ciudadanos de opiniones bien diferentes.
Estamos muy seguros de que ni la judicialización permanente
ni la violencia en las calles podrán ser nunca la solución para este problema y
sólo esperamos, desde la tristeza amarga que produce contemplar el clima de
odio que se respira allí, que de entre la penumbra surja, en algún momento,
alguien que apelando a la capacidad de razonar, sea capaz de reconducir a unos
y a otros al sendero de la verdad, que no es patrimonio de nadie, ya que todos
tenemos, en igual medida, luces y sombras que nos convierten en simples seres
humanos, como todos, absolutamente imperfectos.
Hacer examen de conciencia y admitir, en primer lugar los errores
propios, antes de reprochar los ajenos, se hace, a todas luces, imprescindible, para habilitar un camino en el
que se pueda empezar, otra vez, a caminar.
Si no, la convivencia entre catalanes, podría quedar reducida
a cenizas.