Puede que a los habitantes de Cataluña, la cuestión de su
independencia y los múltiples conflictos políticos que viene acarreando la
petición de Referendum que Artur Mas puso sobre la mesa, al poco de llegar al
poder, les resulte un problema vital y que todo su interés esté, verdaderamente
centrado en una pronta separación de los españoles, pero al resto de los
ciudadanos que formamos parte del territorio ibérico, en el difícil momento que
atravesamos, las discusiones que genera el asunto, nos produce un insufrible
hartazgo, teniendo como tenemos otras prioridades más urgentes, relacionadas
directamente con la falta de trabajo y
los recortes que inciden diariamente sobre nuestras vidas, quiera o no Cataluña
formar parte de España y se le conceda o no la consulta, como se pide desde
allí.
Los que además hace tiempo que decidimos que el concepto de
patriotismo ha de ser, si queremos que el mundo funcione, mucho más abierto e
ir encaminado a la destrucción de las fronteras y que ni siquiera hacemos de
nuestra españolidad algo más que una mera anécdota relacionada con el azar que
nos hizo nacer exactamente donde nacimos, ni somos ni seremos jamás, esa clase
de enemigos a los que el Presidente catalán se refiere, ni representaremos un
obstáculo para que cada cual defienda su postura, aun cuando no compartamos
para nada el principio que mueve a los nacionalismos, del signo que sean.
La posición de debilidad en que nos ha colocado la crisis, se
ha convertido sin embargo, en un perfecto caldo de cultivo para que los
responsables políticos españoles y catalanes, potencien un enfrentamiento feroz
entre los ciudadanos y alienten el odio entre ellos, probablemente con la
intención de que mientras estén ocupados con estas cuestiones, olviden la mala
gestión que unos y otros están haciendo en su labor diaria y que en ambos
casos, casi por igual, va en absoluto detrimento de todos nosotros.
Cansa que ni Mas ni Rajoy dediquen su tiempo a iniciativas
que potencien, por ejemplo, la creación de puestos de trabajo y que se enzarcen
en discusiones absurdas sobre quién debe intervenir primero, en un acto
celebrado en Cataluña.
O que mientras la Sanidad o la Educación de ambos sitios va
mermando prestaciones y colocando a catalanes y españoles, en igual medida, al
borde de una catástrofe personal, con copagos y retiradas de becas, los
Presidentes anden jugando al gato y al ratón, como dos niños de primaria,
colocando el catalanismo y la españolidad, por delante de los problemas reales
que asfixian a las familias.
Uno y otro son, tal para cual y quien se deje manejar por la
palabrería barata que intenta maquillar los imperdonables errores que estas derechas
enfrentadas cometen con su política neocapitalista, no hará otra cosa que dar
la razón a los que dicen que los pueblos tienen, exactamente lo que merecen.
Respetable es que cada cual pueda pertenecer al lugar que
desee y lícito que uno pueda sentirse todo lo orgulloso que quiera de su propia
idiosincrasia, pero catalanes y españoles, tal vez, debieran hacer aquí y
ahora, una causa común que remedie la ineptitud de quienes les gobiernan y que
por muchas diferencias nacionalistas que les separen, están siguiendo las
mismas directrices de gobierno y aplicando las mismas medidas clasistas que
arruinan la cotidianidad de todos, salvaguardando su propio bienestar, en contra
del de ambos pueblos.
Venciendo las distancias y conservando cada cual sus
diferencias, ellos y nosotros estamos, al final, igualmente indignados.
Quizá convendría aclarar que en la mayoría de los casos, esa
indignación no es de los unos contra los otros, sino de todos contra nuestros
dirigentes, sin importar el color de la bandera, el idioma, ni donde están
establecidas las fronteras de nuestras respectivas naciones, que al final,
forman ambas parte del mismo mundo y acogen en ellas a la misma gente.