Puede que a Mariano Rajoy no le importe la unánime opinión
que han manifestado todas las demás fuerzas políticas, contra su manera de
manejar las riendas del País y puede que confiando en la seguridad que le
otorga su mayoría absoluta, desoiga como viene haciendo desde su llegada al
poder, todos y cada uno de los argumentos que se han puesto encima de la mesa
en este debate sobre el Estado de la Nación, como si la única realidad que
existiera, fuera la de color de rosa que nos ofrecen los líderes populares en
todas sus intervenciones y también en la de ayer mismo.
Puede que creyendo en
su infalibilidad, probablemente influido por su ferviente catolicismo, confíe
en que no existe ni un pequeño margen de error en su gestión política y hasta
puede que esté viviendo un sueño fantástico, en el que sólo oye las voces aduladoras
que susurran en sus oídos que es el mejor Presidente que se ha conocido en
España.
Puede que condicionado por
la imposibilidad de estar en contacto directo con la calle, no haya
llegado a comprender la auténtica dimensión de la angustia que atenaza a
millones de españoles y puede que sea tan fuerte el convencimiento ideológico
que le embarga, que no sea capaz de concebir otra vía para la humanidad y para
esta España en concreto, que la que ofrecen los magnates del capitalismo.
Pero cuando se da la circunstancia de que todas las voces,
provengan de la corriente que provengan, coinciden en señalar una y otra vez
los mismos errores y basta con mirar alrededor para entender sin tener una
privilegiada inteligencia, que las medidas que uno ha estado aplicando no han
obtenido otro resultado que el de un estrepitoso fracaso, no debe ser tan
difícil llegar a la conclusión de que quién se equivoca es uno mismo, sin que
quede otro camino que recurrir a una urgente rectificación, si se considera
como cierto, que equivocarse es de sabios.
No cabe mayor vergüenza para un político que la de tener que
oír de todos y cada uno de sus adversarios, afirmaciones que ponen en duda la
limpieza de su trayectoria personal y menos aún, si abierta o tácitamente, se
le llega a relacionar junto con muchos otros miembros de su Partido, en los
casos más graves de corrupción acaecidos en este País y que verifican las
cifras de imputados del PP que todos conocemos a través de la prensa.
Y sin embargo, la mueca en la cara del Presidente que todos
pudimos ver tras la celebración del Debate, ni siquiera delataba un atisbo de
mínima preocupación, ni denotaba las heridas que inevitablemente tuvieron que
dejar en él, los múltiples ataques personales que acababa de recibir desde el púlpito
del Congreso.
¿Cree por tanto
Mariano Rajoy que su estancia en el poder será eterna, sin que la oposición
demostrada por todos los demás ni el serio desgaste sufrido en estos dos años
de mandato, puedan pasar factura en las urnas a su mala gestión de la crisis?
Puede que la soberbia le impida adivinar el destino que
seguramente le espera, pero el menosprecio aplicado contra sus adversarios
políticos, no evitará de ningún modo que la soberana opinión de los españoles
termine por colocarlo, exactamente, justo en el sitio que merece y aunque quizá
no sea precisamente quién más teme, el más beneficiado de su pérdida, también
la división de los votos acaba por derribar al más sólido de los líderes,
colocando en su lugar, en muchos casos, a aquel al que menos atención se
prestó, e incluso se ninguneó, pensando que no tenía la menor oportunidad de
llegar a ser el protagonista de ninguna historia.