Esto de tener hijos, como ya hablábamos alguna que otra vez, implica fundamentalmente asumir que nuestra prioridad son siempre sus asuntos debiendo la mayor parte de las veces relegar los nuestros a un discreto segundo plano.
Esta verdad que descubrí hace bastante tiempo se hace mucho más patente cuando aquellas criaturas maravillosas a las que acunábamos se hacen adultas y se incorporan al frenético mundo que nos lleva como en una balsa por los rápidos de un caudaloso río.
Empiezan entonces a multiplicar por diez mil nuestras preocupaciones empujándonos veladamente a su habitual ajetreo en la equivocada certeza de que nuestras fuerzas físicas son absolutamente equiparables con las que por edad, ellos disfrutan y cuentan con nuestra mansa disposición para cuanto eventos pasen por sus atolondradas cabecitas sin percatarse de que no estamos a su altura ni en animación, ni en calendario.
Esto venía a ofrecer una explicación a mis lectores de porqué cuelgo el artículo cuando ya casi termina el día y la razón no es otra que la de haber tenido que romper mi rutina cotidiana en favor de unos y otros sin que finalmente no me haya quedado tiempo ni de pensar un tema, ni mucho menos de escribir sobre él.
No acompaña demasiado este final de Julio de connotaciones saharianas que derrite el asfalto de las calles de esta ciudad, aunque esto no parece impedimento para quien goza de la suficiente juventud y prisa en llevar a cabo lúdicos propósitos a la velocidad del rayo.
Así pues, llega un momento en que uno mira con un deseo vehemente su sofá anhelando el respiro viajero que suele acompañar los fines de semana de nuestros retoños y busca ansiosamente un minuto de sombra y de silencio para hacer lo que en realidad le gusta que no es más que emborronar unas páginas para lanzarlas al vacío de el aire que compartimos a diario vosotros y yo.
Como para los padres el destino es incierto, no queda otra que poner toda la esperanza en la recóndita ambición de que la semana venidera traiga vientos apacibles y un poco de calma a la calenturienta imaginación de estos secretarios de organización que hacen que nuestra agenda alcance un grosor superior a la del presidente de cualquier gobierno.