Se marcha el 2015, dejándonos un cúmulo de sensaciones
contradictorias por lo vivido y lanzándonos a la entrada del nuevo año con un
punto de ilusión y esperanza, pues cuando se ha tocado fondo, no queda otro
remedio que subir, si uno no quiere ahogarse en las profundidades de los
abismos.
EL ser humano tiende, por propia naturaleza y por principios,
a buscar desesperadamente la felicidad y todo lo demás que le acontece, los
sinsabores, los golpes bajos de la vida y los tropiezos que encuentra en
múltiples puntos de su camino, no son más que eventuales contratiempos que se
dan por bien empleados, sólo por la suerte de disfrutar de algún breve instante
de mágico encantamiento.
Juntos hemos recorrido los 365 días que antecedieron a éste,
cada cual, con su circunstancia particular, enredados en este peliagudo
laberinto que constituye el mundo actual, con sus profundos contrastes de
oropeles y negras miserias y del que no nos es posible escapar, al encontrarnos
inmersos en una época que no es ni mejor ni peor que las pasadas, pero que es
la que nos ha tocado vivir.
Yo quisiera que todos, en estos momentos de reflexión, en los que hacemos balance de
lo ocurrido y nos abrimos a nuevos propósitos con la intención de poder
culminar todos nuestros anhelos, pusiéramos un poco más de voluntad en intentar
hacer de la solidaridad entre nosotros, una de nuestras más inmediatas
prioridades y en no olvidar a los millones de seres que en nada se diferencian
de los que nos rodean a diario, pero que se ven obligados a sufrir el horror de
la incomprensión y la violencia, aún siendo del todo inocentes de toda culpa,
sólo porque el destino les marcó con un signo distinto al que afortunadamente
disfrutamos, los que convivimos en paz, en estas tierras.
Sienta bien, hacer un ejercicio de identificación con los más
desfavorecidos del Planeta y ahondar en el pensamiento, aunque sólo sea por una
vez, de que cualquiera de sus muchas carencias, bien podrían haber podido ser
las nuestras, si por azar, nos hubiera correspondido estar en lugar en el que
ellos ahora se encuentran, reclamando un poco de la dignidad que les arrebató el
terrorismo fanático de individuos de su propia especie.
Rindámonos, al deseo de luchar porque determinado tipo de
escenas no se repitan, porque los hombres, mujeres y niños del mundo, sin
excepciones, merezcan la sensación de pertenecer a una tierra que puedan llamar
propia, que posean un lugar en el que vivir con los suyos, que logren
expresarse en libertad, sin que nadie silencie sus voces y que tengan,
tengamos, derecho al futuro que ahora se abre, siendo iguales en todo, de una
vez, para siempre.
Esta búsqueda, que puede parecer lejana, e incluso utópica, para esos empedernidos pesimistas que
abominan de la naturaleza humana recurriendo únicamente a enumerar sus
incontables defectos, es sin embargo, el único móvil capaz de unificar la
enfática lucha de las personas de bien y constituye, en sí misma, una empresa
que merece todos y cada uno de nuestros esfuerzos.
Nada hay más gratificante que regalar esperanza a los demás y
ese es, dejando aparte los incidentes particulares de cada uno de nosotros y de
los países en que habitamos, el mejor proyecto que puede iniciarse, al comienzo
del año nuevo.
Paz para todos. Procuren ser felices y transmitir también,
esa felicidad.