Los feligreses de Saint Hipolit de Voltregá, han debido quedarse de una pieza, cuando ha saltado la noticia. El dinero que habían entregado a su párroco, para la reparación del tejado de la Iglesia, había sido invertido por el mismo, en pagarés de la empresa Nueva Rumasa, que regentaba Ruiz Mateos.
Apelando a la caridad cristiana de su clientela, el cura había recaudado donativos de cincuenta euros por persona, o ciento cincuenta por familia, basándose en la necesidad de hacer reparaciones en la parroquia, para después comprar los pagarés referidos, parece que sin permiso del obispado, empleando en estos menesteres, la nada despreciable cantidad de 200.000 euros.
Nunca se hubiera llegado a saber de tan jugosa inversión, si las empresas del reincidente Ruiz Mateos, no hubieran sido recientemente desmanteladas y el dinero no se hubiera esfumado con el viento.
La explicación ofrecida por el cura no tiene desperdicio: esperaba un milagro con el que multiplicar sus dividendos, confiando en el conocido catolicismo del dueño de las empresas, para poder paliar, de una vez, todas las reformas precisas para que la iglesia quedara como nueva.
Aún así, una vez conocido el desastre financiero, se atrevió a volver a recurrir a la buena voluntad de sus generosos feligreses, aunque sin hacer referencia a sus aspiraciones bursátiles, y aún obtuvo de algunos de ellos nuevas contribuciones, sin que hasta el momento, se haya podido saber qué destino se ha dado esta vez al montante recogido.
La estafa perpetrada, ha tenido por parte del obispado, una respuesta bastante conocida, por los que seguimos de cerca los desmanes protagonizados por religiosos: un traslado de destino…y punto.
Seguramente, si esta acción hubiera sido perpetrada por un particular sin sotana, de inmediato habría saltado a los medios de comunicación con categoría de delito y su autor hubiera sido detenido y enjuiciado por los hechos, tal como marca el código penal, para los estafadores que juegan con la buena fe de la gente.
Pero tratándose de la Iglesia, es de esperar que surjan argumentos sobrados que justifiquen lo ocurrido y que, como en otros casos más graves, su autor salga impune y sin mancha, apoyado por sus ilustres jefes.
Uno se pregunta hasta cuándo la ley seguirá haciendo concesiones a los miembros de las comunidades religiosas, permitiéndoles cuántos desmanes quieran llevar a cabo, amparados en el principio de la buena intención que se supone implícita a su condición.
Los delitos, deben ser juzgados por igual, sin importar quién los cometa y estos donativos, dados de buena fe, y perdidos en no se sabe qué intento malicioso, por parte del avispado párroco, habrían de ser, al menos, restituidos a sus legítimos dueños, a los que ni siquiera quedará, al menos, la satisfacción de ver su iglesia reparada, tal y como se les prometió, cuando se exigió su contribución económica.
No hay razón de que el Obispado vaya a hacerse cargo de la devolución del dinero, ya que se ampara en el desconocimiento de los hechos y en que la iniciativa ha sido una decisión individual del sacerdote, ahora en espera de nueva ubicación.
¿Dónde estarán los votos que hicieron todos ellos, cuando decidieron tomar el camino de la religión, para encauzar sus vidas?
La castidad, quedó hace tiempo pisoteada por los casos de abusos contra niños, en el seno de toda la Iglesia. La pobreza, está bastante reñida cuando se relacionan estrechamente con banqueros, e incluso lo son ellos mismos, como se ha podido comprobar últimamente. Y la obediencia…Nos encantaría saber a quién o quiénes obedecen, realmente, estos supuestos ejemplos de bondad que descubrimos a diario, sin tener que mirar demasiado lejos.
Apelando a la caridad cristiana de su clientela, el cura había recaudado donativos de cincuenta euros por persona, o ciento cincuenta por familia, basándose en la necesidad de hacer reparaciones en la parroquia, para después comprar los pagarés referidos, parece que sin permiso del obispado, empleando en estos menesteres, la nada despreciable cantidad de 200.000 euros.
Nunca se hubiera llegado a saber de tan jugosa inversión, si las empresas del reincidente Ruiz Mateos, no hubieran sido recientemente desmanteladas y el dinero no se hubiera esfumado con el viento.
La explicación ofrecida por el cura no tiene desperdicio: esperaba un milagro con el que multiplicar sus dividendos, confiando en el conocido catolicismo del dueño de las empresas, para poder paliar, de una vez, todas las reformas precisas para que la iglesia quedara como nueva.
Aún así, una vez conocido el desastre financiero, se atrevió a volver a recurrir a la buena voluntad de sus generosos feligreses, aunque sin hacer referencia a sus aspiraciones bursátiles, y aún obtuvo de algunos de ellos nuevas contribuciones, sin que hasta el momento, se haya podido saber qué destino se ha dado esta vez al montante recogido.
La estafa perpetrada, ha tenido por parte del obispado, una respuesta bastante conocida, por los que seguimos de cerca los desmanes protagonizados por religiosos: un traslado de destino…y punto.
Seguramente, si esta acción hubiera sido perpetrada por un particular sin sotana, de inmediato habría saltado a los medios de comunicación con categoría de delito y su autor hubiera sido detenido y enjuiciado por los hechos, tal como marca el código penal, para los estafadores que juegan con la buena fe de la gente.
Pero tratándose de la Iglesia, es de esperar que surjan argumentos sobrados que justifiquen lo ocurrido y que, como en otros casos más graves, su autor salga impune y sin mancha, apoyado por sus ilustres jefes.
Uno se pregunta hasta cuándo la ley seguirá haciendo concesiones a los miembros de las comunidades religiosas, permitiéndoles cuántos desmanes quieran llevar a cabo, amparados en el principio de la buena intención que se supone implícita a su condición.
Los delitos, deben ser juzgados por igual, sin importar quién los cometa y estos donativos, dados de buena fe, y perdidos en no se sabe qué intento malicioso, por parte del avispado párroco, habrían de ser, al menos, restituidos a sus legítimos dueños, a los que ni siquiera quedará, al menos, la satisfacción de ver su iglesia reparada, tal y como se les prometió, cuando se exigió su contribución económica.
No hay razón de que el Obispado vaya a hacerse cargo de la devolución del dinero, ya que se ampara en el desconocimiento de los hechos y en que la iniciativa ha sido una decisión individual del sacerdote, ahora en espera de nueva ubicación.
¿Dónde estarán los votos que hicieron todos ellos, cuando decidieron tomar el camino de la religión, para encauzar sus vidas?
La castidad, quedó hace tiempo pisoteada por los casos de abusos contra niños, en el seno de toda la Iglesia. La pobreza, está bastante reñida cuando se relacionan estrechamente con banqueros, e incluso lo son ellos mismos, como se ha podido comprobar últimamente. Y la obediencia…Nos encantaría saber a quién o quiénes obedecen, realmente, estos supuestos ejemplos de bondad que descubrimos a diario, sin tener que mirar demasiado lejos.