Ante la imposibilidad de poder participar en el debate del
Estado de la Nación, por no tener aún representación en el Parlamento, Pablo
iglesias citó anoche a miles de personas en Madrid, en un teatro cercano al
Congreso, para responder, uno por uno, a los puntos que Mariano Rajoy había
tocado en su intervención del día anterior y plantear, esta vez sí, todo un
programa de intenciones, con datos y cifras, considerando con toda certeza, que
Podemos puede aspirar a ganar las elecciones Generales y por tanto, tener la
opción de formar un nuevo Gobierno.
Tuvo el discurso de Iglesias todo el empaque necesario que se
pide a un líder cuando está cerca de asumir labores de Estado y optó por
centrar, quizá estrenando en serio campaña electoral, todas sus críticas en un
PP muy tocado por todas las historias de corrupción que le rodean y en horas
bajas tras las varias salidas de tono que protagonizó Rajoy en el Parlamento el
día anterior, fundamentalmente, en los turnos de réplica.
El acto, que significó claramente un paso adelante en la
carrera ascendente de Podemos, dejó hábilmente de lado cualquier argumento que
otros pudieran haber calificado de demagógico o populista y centrándose en
cuestiones tangibles, sacadas de documentos oficiales, ofreció a los ciudadanos
la esperanza de que son posibles otras alternativas menos agresivas que las
políticas de recortes para zanjar definitivamente el tema de la crisis,
postulándose a capitanear el poder durante los próximos cuatro años, si llegado
el momento, consigue el voto mayoritario de los españoles.
No atacó Iglesias a otros líderes más que al actual
Presidente, retándole abiertamente a un debate televisivo, sin perder en ningún
momento la serenidad e intentando, quizá, arrastrarle a un terreno en el que el
líder del nuevo Partido se maneja como pez en el agua.
Dirigiéndose a él de igual a igual, sabiendo de antemano que
cuenta con los votos de muchísimos españoles y aparcando por una vez, el
indiscutible carisma natural con que cuenta, fue la suya una intervención
exclusivamente relacionada con los problemas reales que Rajoy se empeñó en
obviar ante el Parlamento y manejó, con una soltura casi impropia de un recién
llegado a la política, toda una suerte de referencias que llevaba reflejadas en
un gran número de papeles que no dejó de consultar en toda la noche,
demostrando que nada tiene que envidiar a ninguno de los representantes de los grupos parlamentarios
que habían protagonizado el Debate en el Congreso.
Fue el acto, el bautismo político de un líder cada vez más
consolidado como tal y un triunfo personal para Iglesias, que había aparecido
aún no estando presente, en todas y cada una de las intervenciones de los
políticos que habían participado en el Debate y que en su mayoría, parecían
tener un miedo cerval a que se haga efectiva la entrada de su Partido en el
Parlamento.
Al mismo tiempo, un Pedro Sánchez crecido tras su rifirrafe
con Rajoy, presentaba a Gabilondo como Candidato a la Presidencia de la
Comunidad, aclamado por los suyos y aparentemente tranquilo, después de la
tormenta que organizó la semana pasada con la expulsión de Tomás Gómez, con
métodos ciertamente discutibles.
Debió serenarle también que Iglesias ni siquiera le mencionó
en su discurso, aunque quizá sería mejor para él no confiarse en que no lo hará
más a lo largo de una campaña electoral, que se promete agresiva y hasta
violenta.
Lo cierto es que casi estuvo más interesante lo que se dijo
fuera que dentro del Congreso, Albert Rivera también habló ante varios medios
de comunicación a lo largo del día, evidenciando que algo está cambiando a
pasos agigantados en el país y que pronto todos tendremos que acostumbrarnos a
una nueva manera de hacer política.
Un soplo de aire fresco, en medio del ambiente viciado que
habían traído a nuestras vidas, estos políticos de costumbres relajadas y
carpetovetónicas, que pensaban que se perpetuarían en el poder eternamente.