Ellos dirán que no ha pasado nada. Los medios de comunicación, cuyas simpatías conocemos, maquillarán la información tratando de hacernos creer que mucha gente fue coaccionada. De nuevo bailarán los números en el recuento de asistentes a manifestaciones y se criminalizará a los portadores de consignas y banderas, abundando en la poca consideración que se tiene con los parados, secundando una huelga.
Ya nos lo sabemos muy bien, siempre es lo mismo. Todo, menos aceptar que se ha paralizado un país y que se ha hecho, en ejercicio de un derecho constitucional, que permite a los trabajadores esta forma de protesta.
Todo, menos admitir el error de estar poniendo al borde de un precipicio a los hombre y mujeres que conforman nuestra sociedad, con unas medidas que los lanzan directamente a una esclavitud solapada, que los priva de una dignidad laboral, ganada a pulso durante varios siglos de esfuerzo continuo.
Todo, menos rectificar a favor de sus conciudadanos, concediéndoles el derecho a decidir qué camino quieren tomar, en esta absurda e interminable crisis, de efectos tan adversos para la vida cotidiana de los humildes.
Todo, menos causar enojo en la clase empresarial, adorada como un becerro de oro, colmada de poderes para decidir el destino de los asalariados, ensalzada en su vanidad, hasta el punto de hacerla creerse heredera de los dioses y fielmente obedecida hasta la sumisión esperpéntica, irrisoria e irracional, por estos políticos, en cuyo diccionario no aparece la palabra no, cuando de dirigirse a ellos se trata.
Todo, en fin, menos la verdad, hasta que ésto se olvide.
Pero la Huelga ha sido un éxito. Pese a quien pese y duela dónde duela. A pesar de ser reprimida con dureza desde el primer momento, la gente ha saltado a la calle y ha gritado, con libertad, que no admite que se le arrebaten sus derechos. Se han paralizado los transportes y han cerrado los comercios, se ha notado en los hospitales, en las escuelas, en las fábricas, en las obras y en unas calles que han cambiado el insufrible tráfico habitual, por miles de personas a pie, en justa demanda de sus reivindicaciones.
Se ha notado en el mismo Parlamento, semivacío por el apoyo, en la hostelería, en los mercados, en las estaciones y los aeropuertos, en los puertos, en los organismos estatales ( aunque se niegue), en las Universidades, en los laboratorios y en todo lo que tenga que ver con un ambiente laboral, que el pueblo quisiera conservar lejos de reformas impuestas por una Europa que asfixia nuestras posibilidades de vida, apoyada por un gobierno inoperante, que accede sin rechistar a todas sus peticiones, sin oír a su propio pueblo.
Ya nos han amenazado con que nada cambiará, y lo esperábamos, viniendo de quién viene, pero las huelgas pueden generar increíbles pérdidas económicas para los poderosos y, a veces, ser un arma de incalculable alcance para los que, realmente, producen la riqueza.
Las huelgas han terminado con las tiranías y los tiranos, han conseguido para los trabajadores avances impensables en épocas anteriores, han cambiado modelos de sociedad, hasta entonces vejatorios para los desheredados de la tierra y han ido matizando un mundo oscuro hasta colocar a las clases más bajas en un nivel, que nunca hubieran querido para ellas, los dueños de las altas esferas.
Menospreciar la fuerza de los trabajadores, restando importancia al fenómeno de la huelga, coloca en una posición bastante retrógrada a quien se atreve a hacerlo y propicia un choque frontal e irreconciliable entre clases, que nos devuelve a siglos atrás, casi a los comienzos de la revolución industrial, como si no hubiéramos avanzado nada en la historia.
Pero los avances son innegables y no se puede ya contar con la ignorancia y el analfabetismo generalizado que los trabajadores soportaban entonces, de modo obligado. La sociedad, afortunadamente, ha adquirido conocimientos y se ha hecho la luz necesaria para poder prescindir del miedo y la superstición, oportunamente utilizados por los capitalistas de entonces.
Ahora pensamos y nos movemos por nosotros mismos. No necesitamos el paternalismo decimonónico de los patronos, ni la tutela de ningún gobierno populista que nos acaricie la cabeza diciéndonos que todo lo hace por nuestro bien.
Hemos aprendido a distinguir, con claridad, las mentiras y sabemos, perfectamente, lo que no queremos, aunque venga envuelto en un estuche ampuloso, que deslumbre a primera vista.
Hoy hemos hecho huelga, de manera consciente, renunciando en muchos casos, a una cantidad de dinero muy necesario para la economía familiar, por nosotros y por nuestros hijos, sin manipulación, sin coacción, o sea, libremente.
Y es, precisamente, la grandeza de esa libertad, lo que molesta a todo aquel que pretende cerrar los ojos a lo ocurrido, no oír las voces de la calle y permanecer enrocado en una posición de violencia que no admite ni el diálogo, ni la rectificación.
Las elecciones andaluzas y asturianas, han sido un aviso de que los votos pueden marcharse a mucha más velocidad de la que llegan. Y esta huelga está siendo otro aviso de lo que puede acontecer, si se desoye la voz popular, sólo en aras del poder y la avaricia.
¡Pobre del dirigente que no cuenta con el apoyo de su pueblo!
Ya nos lo sabemos muy bien, siempre es lo mismo. Todo, menos aceptar que se ha paralizado un país y que se ha hecho, en ejercicio de un derecho constitucional, que permite a los trabajadores esta forma de protesta.
Todo, menos admitir el error de estar poniendo al borde de un precipicio a los hombre y mujeres que conforman nuestra sociedad, con unas medidas que los lanzan directamente a una esclavitud solapada, que los priva de una dignidad laboral, ganada a pulso durante varios siglos de esfuerzo continuo.
Todo, menos rectificar a favor de sus conciudadanos, concediéndoles el derecho a decidir qué camino quieren tomar, en esta absurda e interminable crisis, de efectos tan adversos para la vida cotidiana de los humildes.
Todo, menos causar enojo en la clase empresarial, adorada como un becerro de oro, colmada de poderes para decidir el destino de los asalariados, ensalzada en su vanidad, hasta el punto de hacerla creerse heredera de los dioses y fielmente obedecida hasta la sumisión esperpéntica, irrisoria e irracional, por estos políticos, en cuyo diccionario no aparece la palabra no, cuando de dirigirse a ellos se trata.
Todo, en fin, menos la verdad, hasta que ésto se olvide.
Pero la Huelga ha sido un éxito. Pese a quien pese y duela dónde duela. A pesar de ser reprimida con dureza desde el primer momento, la gente ha saltado a la calle y ha gritado, con libertad, que no admite que se le arrebaten sus derechos. Se han paralizado los transportes y han cerrado los comercios, se ha notado en los hospitales, en las escuelas, en las fábricas, en las obras y en unas calles que han cambiado el insufrible tráfico habitual, por miles de personas a pie, en justa demanda de sus reivindicaciones.
Se ha notado en el mismo Parlamento, semivacío por el apoyo, en la hostelería, en los mercados, en las estaciones y los aeropuertos, en los puertos, en los organismos estatales ( aunque se niegue), en las Universidades, en los laboratorios y en todo lo que tenga que ver con un ambiente laboral, que el pueblo quisiera conservar lejos de reformas impuestas por una Europa que asfixia nuestras posibilidades de vida, apoyada por un gobierno inoperante, que accede sin rechistar a todas sus peticiones, sin oír a su propio pueblo.
Ya nos han amenazado con que nada cambiará, y lo esperábamos, viniendo de quién viene, pero las huelgas pueden generar increíbles pérdidas económicas para los poderosos y, a veces, ser un arma de incalculable alcance para los que, realmente, producen la riqueza.
Las huelgas han terminado con las tiranías y los tiranos, han conseguido para los trabajadores avances impensables en épocas anteriores, han cambiado modelos de sociedad, hasta entonces vejatorios para los desheredados de la tierra y han ido matizando un mundo oscuro hasta colocar a las clases más bajas en un nivel, que nunca hubieran querido para ellas, los dueños de las altas esferas.
Menospreciar la fuerza de los trabajadores, restando importancia al fenómeno de la huelga, coloca en una posición bastante retrógrada a quien se atreve a hacerlo y propicia un choque frontal e irreconciliable entre clases, que nos devuelve a siglos atrás, casi a los comienzos de la revolución industrial, como si no hubiéramos avanzado nada en la historia.
Pero los avances son innegables y no se puede ya contar con la ignorancia y el analfabetismo generalizado que los trabajadores soportaban entonces, de modo obligado. La sociedad, afortunadamente, ha adquirido conocimientos y se ha hecho la luz necesaria para poder prescindir del miedo y la superstición, oportunamente utilizados por los capitalistas de entonces.
Ahora pensamos y nos movemos por nosotros mismos. No necesitamos el paternalismo decimonónico de los patronos, ni la tutela de ningún gobierno populista que nos acaricie la cabeza diciéndonos que todo lo hace por nuestro bien.
Hemos aprendido a distinguir, con claridad, las mentiras y sabemos, perfectamente, lo que no queremos, aunque venga envuelto en un estuche ampuloso, que deslumbre a primera vista.
Hoy hemos hecho huelga, de manera consciente, renunciando en muchos casos, a una cantidad de dinero muy necesario para la economía familiar, por nosotros y por nuestros hijos, sin manipulación, sin coacción, o sea, libremente.
Y es, precisamente, la grandeza de esa libertad, lo que molesta a todo aquel que pretende cerrar los ojos a lo ocurrido, no oír las voces de la calle y permanecer enrocado en una posición de violencia que no admite ni el diálogo, ni la rectificación.
Las elecciones andaluzas y asturianas, han sido un aviso de que los votos pueden marcharse a mucha más velocidad de la que llegan. Y esta huelga está siendo otro aviso de lo que puede acontecer, si se desoye la voz popular, sólo en aras del poder y la avaricia.
¡Pobre del dirigente que no cuenta con el apoyo de su pueblo!