Casi al mismo tiempo que José María Aznar protagonizaba su
polémica actuación televisiva, el ex Presidente Felipe González acudía a la
Moncloa, invitado por Mariano Rajoy, sin que hayan trascendido detalles de tan
misterioso e inusual encuentro.
Pero sólo unos días después de producirse, Rubalcaba
levantaba su voz en el Congreso de los Diputados, promoviendo la urgente
necesidad de una especie de pacto entre formaciones políticas, que ayudara a
fortalecer la posición española en Bruselas, intentando hacer ver a Europa que
la soledad del PP no era tal y que es posible la unidad entre Partidos de
ideología distinta, cuando se trata de defender los intereses de una nación.
Extrañamente, Rajoy no pareció rechazar de plano la idea,
como otras veces, y la cuestión quedó en el aire, como esperando que alguien
más se adhiriera con prontitud al ofrecimiento y a pesar de que hasta la fecha
no se ha producido tal cosa, se comenta en foros políticos que la iniciativa
podría ser secundada en breve por los demás y salir adelante.
Se conocen desde hace tiempo las dotes diplomáticas que posee
Felipe González y que el prestigio internacional con que cuenta el ex
Presidente está a la altura del de los grandes mandatarios de las últimas
décadas, por lo que podría sospecharse que la cita de la Moncloa, hubiera
podido tratarse de la llamada de socorro de un Presidente que sin saber cómo
salir de la encrucijada en que se encuentra y obligado por la severidad de sus
socios europeos a practicar una política absolutamente desleal con los
ciudadanos, acude a la experiencia sobrada de uno de sus antecesores y le pide
consejo para salir del atolladero en que se halla, esperando encontrar el apoyo necesario para iluminar un poco el
camino.
Sin embargo, como todos sabemos, en el mundo actual nada es
gratis y la pregunta que surgiría si esta hipótesis que planteamos resultara
ser cierta, sería a cambio de qué ofrecería González su ayuda a Rajoy y en qué
medida podría afectar esa ayuda al rumbo de la política nacional, a partir de
que el presunto pacto fuera un hecho.
Las relaciones entre los Partidos a los que pertenecen los
dos interlocutores de este encuentro no han sido nunca, ni de cerca,
especialmente buenas y todo el País ha sido testigo, desde que llegó la Democracia,
de los numerosos rifirrafes y encontronazos que se han venido sucediendo entre ellas,
en la lucha encarnizada que por el poder han mantenido, sin darse tregua ni
sosiego, hayan sido, cuales hayan sido las circunstancias.
¿Qué ha puesto sobre la mesa Rajoy entonces, para conseguir
esta especie de tregua y provocar un acercamiento de posturas de estos dos
enemigos, supuestamente, irreconciliables?
¿Convocar elecciones?, ¿Un Gobierno de coalición que trate de
enderezar la difícil situación que nos aflige? ¿Dar un giro radical a sus
políticas de recortes e intentar, como prioridad, la creación de empleo,
olvidando un poco la cuestión del déficit o, tal vez, de una vez, plantar cara
respaldado por los demás, a las exigencias de Europa y atreverse a contradecir
los mandatos que desde allí le llegan?
Algo se está moviendo en los ambientes políticos, pero la
duda de si los demás integrantes del panorama estarían dispuestos, también, a
colaborar en lo que se cuece, es aún una incógnita, que de resolverse de manera
satisfactoria, bien podría cambiar radicalmente el curso de los acontecimientos
que habían previsto nuestros acreedores europeos y no precisamente de manera
satisfactoria para ellos.
Porque si ocurriera, el ejemplo podría ser inmediatamente
imitado por otros países del sur que sufren también agónicamente la presión de
los mercados y que con su postura, pondrían en grave riesgo la continuidad de
este sistema de financiación usurera que nos asfixia.
De manera que el misterioso encuentro habría adquirido
entonces una trascendencia inusitada que, de nuevo, conseguiría que González
eclipsara el protagonismo de Aznar, como ha solido suceder, cada vez que se han
encontrado, pese a quién pese.