Dice el refrán, con razón, que no hay peor ciego que el que no quiere ver y esta máxima se está cumpliendo religiosamente, en el caso de nuestro Presidente del Gobierno.
Iniciando una nueva etapa mitinera en Galicia y rodeado por los halagos de unos incondicionales, a los que parece haber venido de perlas su gestión, centra su discurso en la economía, como no podía ser de otra manera, pero obviando intencionadamente el clamor popular que está reclamando en la calle su dimisión y que en los últimos días ha incrementado considerablemente su número, tras las terribles cargas policiales de Madrid y las alusiones que a la mayoría silenciosa se hacen continuamente, como justificación a los inaceptables recortes.
Con la espalda cubierta por un despliegue inusitado de fuerzas del orden, perfectamente entrenadas para no dejar una sola rendija que permita la cercanía física con la clase política y negándose a oír las verdades que a nivel personal, los ciudadanos expresan sobre la gravísima situación que atraviesan, ahora solo interesa volver a encantar a la sociedad con mensajes dulzones y promesas inalcanzables, para obtener su voto en las próximas elecciones de Euskadi, Cataluña y Galicia.
Le ha venido bien al Presidente la algarabía levantada por el ansia independentista, para avivar el espíritu patriotero de un nacionalismo español, hábilmente orientado durante mucho tiempo, en contra de los catalanes y olvidar las continuas lesiones que se están infringiendo sobre todos nosotros, a causa de las medidas adoptadas en estos diez meses de gobierno y para ocultar celosamente las que aún vendrán, una vez superadas las elecciones, y según el resultado que se obtenga.
Pero a la mayoría de los españoles, francamente, le importa un carajo la cuestión independentista y lo que realmente les gustaría saber es qué se hará para mejorar el desastroso panorama laboral que tenemos encima y cuándo podrán abandonar las colas del INEM y el subsidio de 400 euros, para volver a ser útiles para el País y recuperar la dignidad robada por el desgobierno de los que detentan el poder.
Es más, si el pueblo catalán fuera consultado en uno de esos referendums que nunca se convocan, sobre si preferirían ser independientes o acabar con el paro de manera fulminante, me atrevo a pensar que la segunda opción ganaría por mayoría escandalosa y la cuestión quedaría zanjada, al menos por un largo periodo de tiempo.
Poco importan las fronteras cuando hay necesidades básicas que cubrir, porque entonces cada cual suele decantarse por aquellos que ofrecen a corto plazo soluciones tangibles para los problemas personales que le acucian y los grandes temas ideológicos quedan relegados a un segundo lugar, prefiriéndose el bienestar anímico y físico de los protagonistas de las historias, aunque respetando el pensamiento múltiple, en una convivencia pacífica, lejos de los conflictos.
La ceguera de Rajoy, probablemente tampoco le permite ver estas cosas. Es lo que tiene vivir aislado en una burbuja blindada, sin implicación personal en la realidad latente de la nación y despreciar a los que te contradicen, creyéndote en posesión de una verdad que sólo cosecha fracaso tras fracaso.
Pero hay determinada clase de gente que únicamente baja a nivel de calle, en defensa de cruzadas carpetovetónicas hace ya tiempo superadas y en compañía de ilustres miembros de la Religión a la que pertenecen, clamando por el derecho a la vida de los no nacidos y utilizando descaradamente a los disminuidos físicos y psíquicos de sus familias, como demostración de una bondad, que luego se tambalea, cuando se trata de amparar a las clases humildes de la sociedad, como si vivir para ellos, no constituyera también un derecho.
Las manifestaciones populares, que en este caso particular se hallan absolutamente desligadas de tintes políticos y que cuentan con la participación de todos los estamentos de una sociedad vapuleada hasta el hartazgo, no son sin embargo, dignas de ser tenidas en cuenta por todo un señor Presidente de la Nación, que vuelve a jugar a ser “honesto”, en cuanto se le proporciona la oportunidad de hacer discurso, en su propio interés electoral y el de su partido.
Si yo fuera presidente y el grito unánime de la ciudadanía reclamara con contundencia mi dimisión y la de los míos, creo que al menos me sentaría a reflexionar, para dilucidar en qué momento se me torcieron los caminos y trataría de buscar una solución digna para encontrar una sintonía con los que me colocaron en el lugar que ocupo.
Pero no es mi honradez la que ahora está en tela de juicio, ni yo he perjudicado en mi vida, a nadie, dando la espalda a lo que se me pide.