El primer encuentro de Mariano Rajoy con Patronal y Sindicatos, parece haber producido una buena impresión en ambas partes y se salda con buenas palabras de los interlocutores hacia las reformas, aún secretas para la mayoría, que les ha relatado el futuro Presidente.
Después de lo ocurrido en los últimos años, esta complacencia sin roces entre los integrantes de la curiosa reunión, no tiene por menos que despertar ciertos recelos en la clase trabajadora, escarmentada por el nulo apoyo recibido hasta ahora, de parte de sus supuestos representantes y por las anteriores exigencias de los empresarios, siempre a favor de reducir cualquier ventaja que pudieran conseguirse, en el plano laboral.
Tampoco es natural un acercamiento a quienes más lo necesitan, por parte de un líder conservador claramente posicionado en la ideología neo liberal que capitanea esta crisis y por tanto, aún antes de revelar las medidas que piensan llevarse a cabo después de la toma de posesión, planea en el ambiente la sombra de más recortes para los mismos bolsillos y un largo tiempo para la resolución del problema de desempleo que padece el país.
Los unos, temen ahora que ha cambiado el signo del gobierno, ser atacados con una reducción o desaparición de las jugosas subvenciones que reciben de parte del estado y que les permite tener una corte de liberados a su servicio cobrando de las arcas públicas.
Los otros, empiezan a frotarse las manos imaginando la creación de un empleo eventual y mal pagado, del que poder despedir a quien les plazca, sin la obligación de indemnizar.
Al PP se le llena la boca recordando la era Aznar y la bonanza económica que trajo consigo su mandato, pero la realidad es que convirtieron en costumbre un tipo de contrato laboral de precariedad infinita, potenciando además a las empresas de trabajo temporal como mediadoras, previo pago de parte del salario correspondiente a cada uno de los empleados.
Es muy probable que en este momento todo se trate de acercar nuestro modelo laboral a los asiáticos, es decir, horarios desmesurados, salarios irrisorios, supresión de la negociación de convenios colectivos y despido libre, además de reducción de cargas fiscales para los empresarios y alguna que otra ayuda para la banca.
Fijándonos en el terrible ejemplo protagonizado por la Generalitat catalana, es de temer también un despido masivo de interinos, la anulación de cualquier convocatoria de plazas en organismos públicos, reducción en el sueldo de los funcionarios y recortes encubiertos en sanidad y enseñanza, como ya se está haciendo en las comunidades gobernadas por el partido popular.
Esta reunión de pastores de hoy, preludia sin duda, ovejas muertas. Lo peor del asunto es que las ovejas somos nosotros y que con toda seguridad, seremos los únicos en seguir pagando la crisis.
Ni una palabra sobre los que más tienen ni sobre exigir a los bancos la devolución de los préstamos otorgados por el gobierno Zapatero. Ni una sola mención a los auténticos culpables de la situación que atravesamos y ni una sola merma en el bienestar de sus señorías, que siguen recibiendo como regalo de bienvenida, un teléfono móvil de última generación, un ordenador personal de alta gama y una tableta digital con la que soportar las tediosas sesiones del Congreso.
En Euskadi, cambian la flota de automóviles de la ertzanza y en Andalucía, gastan cinco millones de euros en informar a los usuarios de la seguridad social, del costo de los servicios recibidos, en caso de enfermedad.
Aún esperamos que alguien alce la voz sobre un despilfarro que podría servir para crear empleo y paliar en cierta medida, la desesperada situación de algunos padres de familia inmersos en la ruina y el espanto.
Poco importa a nuestros políticos esta cuestión, a juzgar por la ignominiosa cobardía con que afrontan el futuro de su pueblo. Incapaces de poner freno a un sistema absolutamente lesivo con la sociedad, sucumben al erotismo de un poder que les proporciona riqueza personal, ignorando la urgencia de resolver los asuntos verdaderamente vitales para los ciudadanos que pusieron en sus manos las riendas del Estado.
La tremenda desilusión de comprobar que pasa el tiempo sin que se tenga en cuenta lo que grita la calle y que cambien los gobiernos y todo siga igual, nos ha quitado cualquier atisbo de esperanza.
Quizá convendrfía recordar, una vez más, que sin embargo, nada serían si nuestros brazos caen, todos al mismo tiempo paralizando la maquinaria de producción.
Después de lo ocurrido en los últimos años, esta complacencia sin roces entre los integrantes de la curiosa reunión, no tiene por menos que despertar ciertos recelos en la clase trabajadora, escarmentada por el nulo apoyo recibido hasta ahora, de parte de sus supuestos representantes y por las anteriores exigencias de los empresarios, siempre a favor de reducir cualquier ventaja que pudieran conseguirse, en el plano laboral.
Tampoco es natural un acercamiento a quienes más lo necesitan, por parte de un líder conservador claramente posicionado en la ideología neo liberal que capitanea esta crisis y por tanto, aún antes de revelar las medidas que piensan llevarse a cabo después de la toma de posesión, planea en el ambiente la sombra de más recortes para los mismos bolsillos y un largo tiempo para la resolución del problema de desempleo que padece el país.
Los unos, temen ahora que ha cambiado el signo del gobierno, ser atacados con una reducción o desaparición de las jugosas subvenciones que reciben de parte del estado y que les permite tener una corte de liberados a su servicio cobrando de las arcas públicas.
Los otros, empiezan a frotarse las manos imaginando la creación de un empleo eventual y mal pagado, del que poder despedir a quien les plazca, sin la obligación de indemnizar.
Al PP se le llena la boca recordando la era Aznar y la bonanza económica que trajo consigo su mandato, pero la realidad es que convirtieron en costumbre un tipo de contrato laboral de precariedad infinita, potenciando además a las empresas de trabajo temporal como mediadoras, previo pago de parte del salario correspondiente a cada uno de los empleados.
Es muy probable que en este momento todo se trate de acercar nuestro modelo laboral a los asiáticos, es decir, horarios desmesurados, salarios irrisorios, supresión de la negociación de convenios colectivos y despido libre, además de reducción de cargas fiscales para los empresarios y alguna que otra ayuda para la banca.
Fijándonos en el terrible ejemplo protagonizado por la Generalitat catalana, es de temer también un despido masivo de interinos, la anulación de cualquier convocatoria de plazas en organismos públicos, reducción en el sueldo de los funcionarios y recortes encubiertos en sanidad y enseñanza, como ya se está haciendo en las comunidades gobernadas por el partido popular.
Esta reunión de pastores de hoy, preludia sin duda, ovejas muertas. Lo peor del asunto es que las ovejas somos nosotros y que con toda seguridad, seremos los únicos en seguir pagando la crisis.
Ni una palabra sobre los que más tienen ni sobre exigir a los bancos la devolución de los préstamos otorgados por el gobierno Zapatero. Ni una sola mención a los auténticos culpables de la situación que atravesamos y ni una sola merma en el bienestar de sus señorías, que siguen recibiendo como regalo de bienvenida, un teléfono móvil de última generación, un ordenador personal de alta gama y una tableta digital con la que soportar las tediosas sesiones del Congreso.
En Euskadi, cambian la flota de automóviles de la ertzanza y en Andalucía, gastan cinco millones de euros en informar a los usuarios de la seguridad social, del costo de los servicios recibidos, en caso de enfermedad.
Aún esperamos que alguien alce la voz sobre un despilfarro que podría servir para crear empleo y paliar en cierta medida, la desesperada situación de algunos padres de familia inmersos en la ruina y el espanto.
Poco importa a nuestros políticos esta cuestión, a juzgar por la ignominiosa cobardía con que afrontan el futuro de su pueblo. Incapaces de poner freno a un sistema absolutamente lesivo con la sociedad, sucumben al erotismo de un poder que les proporciona riqueza personal, ignorando la urgencia de resolver los asuntos verdaderamente vitales para los ciudadanos que pusieron en sus manos las riendas del Estado.
La tremenda desilusión de comprobar que pasa el tiempo sin que se tenga en cuenta lo que grita la calle y que cambien los gobiernos y todo siga igual, nos ha quitado cualquier atisbo de esperanza.
Quizá convendrfía recordar, una vez más, que sin embargo, nada serían si nuestros brazos caen, todos al mismo tiempo paralizando la maquinaria de producción.