Nada hay peor que topar con una rotura, de esas que surgen en
el hogar con cierta frecuencia y tener que lidiar con esa Compañía de Seguros
que tuvo la suma deferencia de enviarte a un amabilísimo agente a tu domicilio
y que utilizando la manida estrategia de una fingida familiaridad, te demostró
una absoluta empatía con cualquiera de los problemas que pudieran surgirte en
ese maremágnum de cables, tuberías, cristales y enseres múltiples que conforman
nuestro entorno diario y que suelen, porque no son eternos, terminar por
averiarse, fragmentarse o fallecer definitivamente, a causa de los años o un
descuido.
Todo son parabienes mientras ninguna de estas cosas que
relatamos ocurren y respondemos con estricta puntualidad a los recibos
mensuales, trimestrales o anuales que se nos envían, pero he aquí que más tarde
o más temprano, sucede alguna eventualidad que requiere la presencia de un
experto en nuestro domicilio y es en ese momento, cuando suele comenzar el
calvario de penalidades que a continuación relato y que todos hemos vivido en
carne propia, para desgracia nuestra.
Porque si la avería es fácil de subsanar, no suele haber
problema, aunque falte celeridad en acudir y haya que adaptarse por narices. al
horario que te exige el ocupadísimo operario que pone a tu disposición la
Compañía, pero si la cosa no es fácil de resolver y a la vez incumbe también a
cualquiera de los vecinos colindantes con el inmueble que tú habitas o peor
aún, a la Comunidad de propietarios en general, el asunto empieza a tomar
insospechados carices de consecuencias esperpénticas y puede pasar de todo,
antes de que consigas que te resuelvan la dificultad con la que te encontraste,
pues en cuanto empiezan a intervenir otras aseguradoras en el asunto, lo normal
es que ninguna de ellas quiera hacerse cargo del costo de la avería y menos aún,
si los daños producidos se dan en varios focos distintos.
Empiezan entonces, una serie de visitas de unos y otros que
suelen producirse a las horas más intempestivas que uno pudiera imaginarse y
que generan una sucesión de informes de carácter absolutamente contradictorios,
basados generalmente en meras suposiciones sobre el origen primero de los
mencionados desperfectos y que conllevan una prolongación en el tiempo de la
necesaria reparación, que además de romperte los nervios y provocar en ti la
sensación de haber sido timado, en el sentido más literal de la palabra, te
colocan en una evidente indefensión, al no entender, como es natural,
definitivamente nada de la materia que se trata, pues habría que ser licenciado
en varias disciplinas, para poder rebatir los argumentos de los que se supone son los expertos.
Tampoco es bueno enemistarse con ellos desde el principio,
aunque a veces se está por pura lógica, prácticamente seguro de que su dictamen
es erróneo y resulta ostensible que tratan de echar balones fuera, porque si te
cogen manía, cualquier excusa es buena para tratar de no volver a cruzarse
contigo y pueden pasar meses y hasta años, hasta que consigan ponerse de
acuerdo para afrontar de una vez, la que
sería su obligación, si fuera cierto todo lo que dice en el contrato que
firmamos con aquel simpático agente.
A todo esto, parece que les encante destrozar losetas,
paredes o azulejos, pongo por caso y eso sí que suelen hacerlo en las primeras
veces que te visitan, provocando con ello que mientras duran las negociaciones
o se averigua de dónde procede el deterioro, has de convivir necesariamente con
agujeros en la pared, o lo que es peor, en el suelo de un cuarto de baño o
cocina por el que puedes ver perfectamente la vida del vecino y con ese
polvillo intratable que aparece constantemente por toda la casa y que no hay
aspirador que consiga erradicar, ni fregona que limpie, mientras dure la obra.
Y ruega porque el destrozo no se encuentre, pongo por caso,
dentro de un armario, porque entonces, a todo lo demás, habrá que añadir una
montaña de ropa y enseres esparcidos por otras habitaciones de una vivienda que
más parece un mercadillo de pueblo que un sitio en el que poder descansar
después de la jornada de trabajo, con la placidez que sería de rigor,
habitualmente.
Tras varios meses de luchas internas y externas, puede que
llegue el día en que vuelva la normalidad y que hasta te parezca que todo
se ha resuelto finalmente a tu favor, concediéndote la ansiada satisfacción de
volver a ver una casa limpia y ordenada en la que poder desenvolverte sin
sobresaltos, trasiego de personas desconocidas o malas experiencias.
Pero las alegrías duran poco en el hogar de los pobres y
suele ser bastante habitual que poco después, recibas una carta de parte de tu
Compañía, en la que te expulsan sin contemplaciones y sin más comentarios, por
haber generado, según ellos, un gasto
que no cubren los treinta años
que llevas pagando sin haber dado más que uno o dos avisos y que hasta te hace
sentir, como si hubieras provocado la quiebra de la aseguradora, además de dejarte con el
culo al aire, para futuras contingencias.
Por todo ello, ya les digo yo que se piensen pero que muy
bien si no les convendría más afrontar las averías del hogar, en el momento que
se produzcan y eligiendo al experto en cuestión, aunque sea a través de los
anuncios de las páginas amarillas.
Porque te pongas como te pongas, las Compañías siempre tienen
las de ganar y tú las de perder, el dinero, la paciencia, los nervios y hasta
la suerte de sentirte libre en tu casa, sin ser invadido por estos seres
extraños disfrazados de fontaneros, albañiles o electricistas.