Pasar de un estado de cálido reposo a la frialdad de la realidad cotidiana, es una dificultad con la que todos nos encontramos cuando nos reincorporamos al trabajo, tras un breve receso vacacional.
Vuelvo además, plena de sensaciones agradables, de periodos deliciosos en compañía de los mejores amigos, de la desidia grata de la holganza contemplativa y de la desconexión deseada de cuanto tiene que ver con la vorágine política y sus esperpénticos protagonistas, tan distantes de lo que nos acontece.
Me ha costado dejar de lado la pluma, pues mi ausencia se ha visto salpicada de rabiosas noticias y hasta se han atrevido a dar el paso tantas veces reclamado de cambiar la cerrada constitución, que defendieron en su totalidad con uñas y dientes, pero necesitaba reposar las ideas y comprobar la certeza de mis propios pensamientos, en un clima relajado, ausente de la indignación cotidiana que últimamente me produce esta dependencia de lo económico, que nada tiene que ver ni con ideología, ni con humanidad.
Muchas cosas permanecen inalterables. El hambre sigue matando la inocencia en Somalia, sin que la mirada de los poderosos se digne a dirigirse hacia la desolación de los débiles. Los hombres y mujeres de nuestra tierra, continúan el largo camino de sequía laboral que les ha traído la avaricia del capitalismo insaciable y la ola de calor parece haber diluido los movimientos ciudadanos, hasta dejarlos reducidos a la mínima expresión de unos pocos inquebrantables defensores de sus principios primeros, mientras las masas soportan estoicamente las decisiones gubernamentales que las asfixian, como si la resignación fuera la única vía para sobrevivir, aunque sin dignidad para hacerlo.
Nuestros políticos, de nuevo, siguen las instrucciones venidas desde Europa, arrasando a su paso la justicia social que reclama su dolorido pueblo e ignoran la posibilidad de que su voz pueda expresar libremente lo que siente, negándose a consultar en referéndum el cambio constitucional que nos imponen, otra vez a costa del sacrificio general y sin contemplar una sola de las reivindicaciones urgentes que se han reclamado una y otra vez desde la calle, como la reforma de la ley electoral, tan beneficiosa para poder controlar los desmanes, forzando la desaparición de las corruptelas practicadas, al abrigo de unos votos otorgados de buena voluntad.
Contentar al eje franco alemán, parece lo único importante y poco o nada significa la agónica situación de la gente, que empieza a entrar en un peligroso umbral de pobreza, que se agranda frente al enriquecimiento paulatino de los poderosos, acabando día a día con las clases medias, tan incómodas para los que no tienen otra preocupación más que su propio beneficio y enriquecimiento.
Acomodados en la seguridad que da detentar un poder incontestable, un poco a la usanza de los antiguos monarcas absolutistas, es preferible siempre perpetuar la distancia establecida con el pueblo y legislar con o sin el consentimiento de los sufridos ciudadanos, a enfrentarse a los auténticos problemas originados por la crisis, buscando y castigando a los verdaderos instigadores de la situación actual, que escapan impunemente, a pesar de haber puesto a la nación en un desastrosos estado de degradación, prácticamente insuperable.
Pero los pueblos han caído en desgracia y son, como se ve a diario, ninguneados, pisoteados, silenciados, ignorados, reprimidos, explotados, alienados y arrastrados al límite de sus posibilidades por una clase política que hace tiempo dejó de representar a quienes con su voto la auparon hasta las más altas instituciones del país. Y ahora, envuelta en el glamour del estado de bienestar que sólo ellos disfrutan, ha dejado de interesar la defensa de los ideales y la prioridad se resume en no perder un palmo de poder, sin importar el costo que acarree.
La esperanza de que el final del verano traiga consigo un alzamiento generalizado de los movimientos ciudadanos, ahora que se acerca un periodo electoral, es lo único que puede generar un poco de optimismo, ya que nos han vuelto a dejar claro que nuestra opinión no les interesa.
Habrá que empezar a trabajar a favor de una abstención generalizada en los próximos comicios, porque, francamente, a nosotros tampoco nos importa lo más mínimo qué coño piensan nuestros gobernantes.
Al menos con mi voto, que no cuenten.
Vuelvo además, plena de sensaciones agradables, de periodos deliciosos en compañía de los mejores amigos, de la desidia grata de la holganza contemplativa y de la desconexión deseada de cuanto tiene que ver con la vorágine política y sus esperpénticos protagonistas, tan distantes de lo que nos acontece.
Me ha costado dejar de lado la pluma, pues mi ausencia se ha visto salpicada de rabiosas noticias y hasta se han atrevido a dar el paso tantas veces reclamado de cambiar la cerrada constitución, que defendieron en su totalidad con uñas y dientes, pero necesitaba reposar las ideas y comprobar la certeza de mis propios pensamientos, en un clima relajado, ausente de la indignación cotidiana que últimamente me produce esta dependencia de lo económico, que nada tiene que ver ni con ideología, ni con humanidad.
Muchas cosas permanecen inalterables. El hambre sigue matando la inocencia en Somalia, sin que la mirada de los poderosos se digne a dirigirse hacia la desolación de los débiles. Los hombres y mujeres de nuestra tierra, continúan el largo camino de sequía laboral que les ha traído la avaricia del capitalismo insaciable y la ola de calor parece haber diluido los movimientos ciudadanos, hasta dejarlos reducidos a la mínima expresión de unos pocos inquebrantables defensores de sus principios primeros, mientras las masas soportan estoicamente las decisiones gubernamentales que las asfixian, como si la resignación fuera la única vía para sobrevivir, aunque sin dignidad para hacerlo.
Nuestros políticos, de nuevo, siguen las instrucciones venidas desde Europa, arrasando a su paso la justicia social que reclama su dolorido pueblo e ignoran la posibilidad de que su voz pueda expresar libremente lo que siente, negándose a consultar en referéndum el cambio constitucional que nos imponen, otra vez a costa del sacrificio general y sin contemplar una sola de las reivindicaciones urgentes que se han reclamado una y otra vez desde la calle, como la reforma de la ley electoral, tan beneficiosa para poder controlar los desmanes, forzando la desaparición de las corruptelas practicadas, al abrigo de unos votos otorgados de buena voluntad.
Contentar al eje franco alemán, parece lo único importante y poco o nada significa la agónica situación de la gente, que empieza a entrar en un peligroso umbral de pobreza, que se agranda frente al enriquecimiento paulatino de los poderosos, acabando día a día con las clases medias, tan incómodas para los que no tienen otra preocupación más que su propio beneficio y enriquecimiento.
Acomodados en la seguridad que da detentar un poder incontestable, un poco a la usanza de los antiguos monarcas absolutistas, es preferible siempre perpetuar la distancia establecida con el pueblo y legislar con o sin el consentimiento de los sufridos ciudadanos, a enfrentarse a los auténticos problemas originados por la crisis, buscando y castigando a los verdaderos instigadores de la situación actual, que escapan impunemente, a pesar de haber puesto a la nación en un desastrosos estado de degradación, prácticamente insuperable.
Pero los pueblos han caído en desgracia y son, como se ve a diario, ninguneados, pisoteados, silenciados, ignorados, reprimidos, explotados, alienados y arrastrados al límite de sus posibilidades por una clase política que hace tiempo dejó de representar a quienes con su voto la auparon hasta las más altas instituciones del país. Y ahora, envuelta en el glamour del estado de bienestar que sólo ellos disfrutan, ha dejado de interesar la defensa de los ideales y la prioridad se resume en no perder un palmo de poder, sin importar el costo que acarree.
La esperanza de que el final del verano traiga consigo un alzamiento generalizado de los movimientos ciudadanos, ahora que se acerca un periodo electoral, es lo único que puede generar un poco de optimismo, ya que nos han vuelto a dejar claro que nuestra opinión no les interesa.
Habrá que empezar a trabajar a favor de una abstención generalizada en los próximos comicios, porque, francamente, a nosotros tampoco nos importa lo más mínimo qué coño piensan nuestros gobernantes.
Al menos con mi voto, que no cuenten.