Los últimos registros policiales realizados en Cataluña, que
culminan con la imputación de la familia de Jordi Pujol al completo, por haber
aprovechado durante años la fuerza de su
poder para amasar ilegalmente una inmensa fortuna, podría cambiar de manera
absoluta el pensamiento de muchos votantes catalanes, que durante años vieron en Convergencia y muy
especialmente en la figura del viejo President, un ejemplo clave del más puro
sentimiento catalanista.
Enterarse de que el “honorable” guardaba celosamente en
Andorra más de cuarenta y ocho millones de euros, que durante años su familia
había ido pasando por la frontera, sin que nadie se percatara o quisiera
percatarse del asunto, ha debido representar para los ciudadanos de a pie,
muchos de ellos ideológicamente apegados al Partido de Pujol y a él mismo, al
que tanto admiraban, un auténtico zarpazo capaz de minar seriamente la propia
naturaleza de su ideología, e incluso de provocar un rechazo absoluto, debido a
la gravedad de los delitos.
Hasta hace bien poco, ser un buen catalán, pasaba por ser
votante de Convergencia, en la creencia de que únicamente este Partido había
sido históricamente defensor a ultranza de la identidad que caracteriza a esta
tierra y una buena parte de las personas que residen allí, paseaban orgullosos
su pertenencia o su simpatía por esta Formación, de la que Pujol se convirtió
en cabeza visible, durante los muchos años que duró su mandato.
La innombrable traición cometida por esta familia y el
expolio a que sometieron a su propio país, por medio de la presunta extorsión a
los empresarios que les generaron tan jugosos ingresos, pone ahora en tela de
juicio, no solo el prestigio personal que acompañó a Pujol mientras se mantuvo
activo en política, sino también, la propia raíz de los principios que movieron
a Convergencia, desde la llegada de la Democracia.
Porque más que un Presidente de su Comunidad, Pujol era, por
encima de todas las cosas, un padre preocupado por crear un Imperio, que
asegurara para su numerosa prole un futuro de caramelo, en el que desenvolverse
sin apuros económicos y aupados a una posición de total privilegio y todo
aquello de la defensa del catalán, del nacionalismo exacerbado y de las señas
de identidad que caracterizaban a su amado pueblo, queda ahora, por la inmensa
fuerza de los argumentos, no ya relegado a un segundo plano, sino plenamente
hundido en el lodo acumulado por sus flagrantes delitos.
Poco o nada, importaron pues los ciudadanos a Pujol mientras
fue Presidente. Poco o nada, le importó Cataluña y poco o nada, pertenecer o no
al territorio que decía defender, con tal de ir haciendo a los suyos,
inmensamente ricos.
Habiendo sido descubierto, habrá que esperar para descubrir
qué estrategia seguirá ahora, para tratar de salir del embrollo con el menor
costo posible, pero la indignidad, la vergüenza de haber defraudado hondamente
a tanta gente que le admiró, debiera constituir, si es que tuviera corazón, la
peor condena para sí mismo.
Lo decente, sería que
Mas, como Presidente del Partido que arropó a Pujol, presentara con carácter
irrevocable, una dimisión que muchos consideramos necesaria, al menos, para su
Partido.
Pero Mas anda en este momento, muy empeñado en intentar
renovar como Presidente y en defender a capa y espada una independencia para
Cataluña, que quizá oculta en su subsuelo algunos indeseados fantasmas de
corrupción, que la perseguirán para siempre.