Le crecen alas a mi corazón, que viaja sobre el mundo a las calles egipcias, con la esperanza de contribuir a una de las causas mas justas de cuántas he presenciado en mi vida.
Estoy apática, como asqueada de esta guerra interminable de cifras inauditas, con que nos bombardean a diario, en esta absurda crisis provocada por la mano oculta de la ambición, mientras se libran auténticas batallas de supervivencia, revelando que el espíritu del hombre no nació para ser doblegado por los mandatos de los tiranos.
Busco desesperadamente un resquicio de aquello que fuimos en la memoria de la oscuridad de nuestros peores años, la ilusión que se albergaba en nosotros confundida con un riesgo apenas imperceptible para nuestra juventud tan valiente.
Cansada de intentar hacer camino, de construir mientras otros destruyen, elijo hoy para hacer renacer la esperanza de intuir una posibilidad en las acciones de otros, que ni siquiera hablan un idioma que pueda entender, pero su lenguaje corporal hace factible una comunicación abierta entre nosotros porque su imagen es la mía hace tan sólo unos pocos años y sus gestos, los mismos que mostraba cada vez que me echaba la calle buscando mejorar.
Muchos, han olvidado la sensación maravillosa de ir subiendo peldaños y se han rendido a la comodidad de un puesto bien asentado en el ranking de la riqueza. El buen recuerdo de aquellos años de valentía, quedó sepultado en su ascensión hacia la gloria del poder, aniquilando en la subida cualquier resquicio de limpieza en sus actos.
Mientras ellos debaten sobre cosas que ahora me parecen nimiedades, me dejo llevar por la sensación de estar dónde se me necesita con otra intensidad y para otros fines menos crematísticos.
Y miro esos rostros sin miedo pronunciar la palabra libertad con toda la carga pulmonar saliendo por la boca, sin que se note el temor a un silencio impuesto que llega a cerrar, incluso los caminos para que puedan acercarse a los puntos de reunión donde se mueve la alegría de un sueño.
Los nombres de mis políticos, enlodados por la trayectoria adoptada en contra de los débiles, se pierde en una maraña de reverencias serviles, de la que quizá no podrán desprenderse nunca y suponen toda la vergüenza que soy capaz de sentir, cuando percibo los abismos que separan sus leyes, de la ideología de la que proceden.
No se puede caer más bajo y ni siquiera son capaces de alinearse en la defensa de los que reclaman, únicamente, cubrir las necesidades primarias que todo ser humano merece.
Su desidia, es el motor que pone en movimiento la necesidad de volar hacia los horizontes que merecen ser descubiertos y mi empeño, la prueba fehaciente, de que a pesar de todos sus intentos, no han conseguido minar mi capacidad de creer en utopías, ni de luchar para conseguir que sean ciertas.
Estoy apática, como asqueada de esta guerra interminable de cifras inauditas, con que nos bombardean a diario, en esta absurda crisis provocada por la mano oculta de la ambición, mientras se libran auténticas batallas de supervivencia, revelando que el espíritu del hombre no nació para ser doblegado por los mandatos de los tiranos.
Busco desesperadamente un resquicio de aquello que fuimos en la memoria de la oscuridad de nuestros peores años, la ilusión que se albergaba en nosotros confundida con un riesgo apenas imperceptible para nuestra juventud tan valiente.
Cansada de intentar hacer camino, de construir mientras otros destruyen, elijo hoy para hacer renacer la esperanza de intuir una posibilidad en las acciones de otros, que ni siquiera hablan un idioma que pueda entender, pero su lenguaje corporal hace factible una comunicación abierta entre nosotros porque su imagen es la mía hace tan sólo unos pocos años y sus gestos, los mismos que mostraba cada vez que me echaba la calle buscando mejorar.
Muchos, han olvidado la sensación maravillosa de ir subiendo peldaños y se han rendido a la comodidad de un puesto bien asentado en el ranking de la riqueza. El buen recuerdo de aquellos años de valentía, quedó sepultado en su ascensión hacia la gloria del poder, aniquilando en la subida cualquier resquicio de limpieza en sus actos.
Mientras ellos debaten sobre cosas que ahora me parecen nimiedades, me dejo llevar por la sensación de estar dónde se me necesita con otra intensidad y para otros fines menos crematísticos.
Y miro esos rostros sin miedo pronunciar la palabra libertad con toda la carga pulmonar saliendo por la boca, sin que se note el temor a un silencio impuesto que llega a cerrar, incluso los caminos para que puedan acercarse a los puntos de reunión donde se mueve la alegría de un sueño.
Los nombres de mis políticos, enlodados por la trayectoria adoptada en contra de los débiles, se pierde en una maraña de reverencias serviles, de la que quizá no podrán desprenderse nunca y suponen toda la vergüenza que soy capaz de sentir, cuando percibo los abismos que separan sus leyes, de la ideología de la que proceden.
No se puede caer más bajo y ni siquiera son capaces de alinearse en la defensa de los que reclaman, únicamente, cubrir las necesidades primarias que todo ser humano merece.
Su desidia, es el motor que pone en movimiento la necesidad de volar hacia los horizontes que merecen ser descubiertos y mi empeño, la prueba fehaciente, de que a pesar de todos sus intentos, no han conseguido minar mi capacidad de creer en utopías, ni de luchar para conseguir que sean ciertas.