Aterrados por las noticias que se van conociendo sobre el
accidente de Los Alpes, que sobrepasan todos los límites de la comprensión humana
y que chocan frontalmente con las pautas que suelen marcar la actuación de
cualquier suicida, los españoles afrontan el periodo vacacional de Semana Santa
con la amarga sensación de que una parte de sus corazones quedaron también
esparcidos por el lugar en que sucedió la tragedia.
La gente marcha de acá para allá deseando llegar al punto de
destino, pero llevando en la mente un cierto resquicio de miedo y deseando no
tener nunca la mala suerte de tropezar con individuos parecidos al copiloto del
avión siniestrado, capaces de decidir en un momento determinado quién debe
vivir o morir, según su mente enferma de alguna desconocida locura.
Sabiendo como ahora sabemos, el largo historial clínico que
este hombre arrastraba desde hacía varios años, la pregunta que flota en el
aire es cómo pudo ser contratado por esta o por cualquier otra Compañía, siendo
como deben ser responsables de la seguridad de los viajeros que transportan y
sobre todo, en qué medida podremos confiar, a partir de ahora, en que quienes
pilotan los aviones en que decidimos viajar, son de verdad, personas mentalmente estables,
nos digan lo que nos digan, los dueños de las Empresas.
Ha de haber algún tipo de responsabilidad en esta Compañía
alemana, que ahora trata de lavarse las manos alegando un total desconocimiento
de la grave situación en que se encontraba este individuo que durante al menos seis
meses, copilotó de manera continuada un número indeterminado de aviones y a
quien alguien debió firmar en algún momento partes de baja y alta, sin que
hasta ahora se haya puesto en duda ni la profesionalidad de quien lo
consideraba curado, ni de los que aún siendo su obligación, nunca supieron que
se encontraba, de nuevo, de baja laboral, en el instante en que provocó la
catástrofe.
Parece del todo imposible que alguien con estas características
haya podido superar los test psicológicos de aptitud e incluso que haya podido obtener
la titulación pertinente, siendo como es esta profesión, una de las exigen
total lucidez en su ejercicio, si no se desea que puedan ocurrir después,
episodios tan negros como este.
Lo peor de estos casos es que las vidas humanas que se han
perdido resultan del todo irrecuperables y que cada una de las víctimas deja un
hueco imposible de llenar en el corazón de los suyos, mientras los responsables
de las Empresas continúan obteniendo beneficios del tránsito de nuevos
viajeros, aún sin saber el grado de responsabilidad que tuvieron en la
tragedia.
La ley y esa presunción de inocencia, que a veces sobra por
la claridad meridiana con que se pueden atribuir culpabilidades, permite que
los negocios sigan su curso natural, al menos mientras las investigaciones
policiales y judiciales no concluyan y obviando cínicamente el inmenso dolor
que las familias de los fallecidos, se ven obligadas a soportar, sin tener
siquiera la oportunidad de enterrar a sus muertos.
Puede que este Mundo en el que habitamos adolezca también de
esa misma locura que afecta irremediablemente a algunas personas y que es,
perfectamente extrapolable, a determinadas situaciones que nos vemos abocados a soportar, sin que en ellas tenga
nada que ver la lógica a la que siempre apelamos, cuando no podemos entender
qué porras nos está sucediendo.