jueves, 29 de abril de 2010

El campo sedante



Ayer no se hablaba de otra cosa. Como si por una suerte de magia, todos nuestros problemas hubieran desaparecido. El fútbol volvía a copar las primeras páginas de los periódicos y abría los telediarios obligándonos a soportar una información monotemática y a olvidar cualquier posibilidad de interesarnos por otras cuestiones.
Viene siendo una norma esta maniobra de distracción frente a los tiempos difíciles. Las carencias son sistemáticamente anestesiadas por la retransmisión, casi a diario, de encuentros entre equipos con mayor o menor rivalidad.
Esto que llamamos de manera equivocada deporte, no es más que uno de los mayores negocios de la historia y esas aficiones que claman en los estadios adorando a sus ídolos no son más que meros contribuyentes a que ese negocio funcione.
Causa cierto dolor que los esforzados trabajadores del país no se cuestionen siquiera el funcionamiento de este circo colaborando en su continuidad sin mirar el trasfondo de lo que se mueve a su alrededor,aupando a los protagonistas de esta historia a la categoría de dioses.
La cruda realidad del asunto es que mientras que un español medio maneja un sueldo de mil euros (muchos de ellos con formación universitaria), un futbolista de primera división se mueve en los ambientes de la jet set cobrando un salario millonario, la mayoría sin ninguna formación.
Pero el fútbol es la excusa perfecta para que no se piense en otra cosa. Nada tiene que ver con la justicia social y mucho con la manipulación política. Adormecer las conciencias con el espectáculo no es nuevo. Ya lo hacían los emperadores romanos con otra clase de circo.
Sin embargo valdría la pena preguntarse si el trabajo de estos deportistas vale lo que se paga por el y sobre todo, si lo que representa el fútbol es suficiente para comprar nuestro silencio. Contestaré que no.
Dejarnos alienar por el buen funcionamiento de este negocio sólo demostraría nuestra incapacidad para ahondar en la profundidad de nuestros problemas y nuestra poca disposición para afrontar de cara la resolución de éstos. Sentarnos embobados ante las pantallas de televisión a contemplar la evolución de dos equipos en un campo, no puede convertirse en la droga que adormece nuestros espíritus si no nos damos cuenta de que no es más que una evasión descarada de nuestra propia realidad.
Desde luego, conviene a los gobiernos acallar nuestro pensamiento. Por eso, la inversión nunca resulta exagerada si los resultados son rentables a las políticas de turno.
Más claramente, mientras pensamos en fútbol, no pensamos en el paro ni las hipotecas. Mientras discutimos de fútbol, no damos importancia a la corrupción ni a la inseguridad ciudadana. Mientras miramos el fútbol, no somos en fin, un peligro para la estabilidad política ni nos manifestamos en las calles.
Por eso, rogaría una reflexión sobre nuestras posturas de inmovilidad y fanatismo y que cada cual se mirara al espejo cuando se quede a solas. A lo mejor, le asustaba el reflejo de su imagen y empezaba a construir otros caminos.





miércoles, 28 de abril de 2010

El futuro imperfecto





Hoy se me hace difícil hablar de un mañana esperanzador. Esta maldita crisis, se nos ha acabado instalando en el alma y me faltan palabras de aliento para los cerca de cinco millones de personas que se cansan de llamar sin que se les abra una puerta y cuya vida es igual que la mía, protagonizada por el presente.
Se ha violado el derecho fundamental al trabajo y convertido al mismo tiempo en desocupados, a jóvenes y maduros indiscriminadamente.
Esas filas de rostros serios que se agrupan ante las oficinas de empleo agotando los últimos recursos, antes de caer en un vacío de consecuencias imprevisibles, se me antojan descorazonadoras e irresolubles.
Recuerdan y mucho, las imágenes del gran Crac del veintinueve, la miseria que iguala las clases sociales con su devastadora guadaña. Una y otra vez, se repiten las mismas historias personales de pérdidas, de búsquedas infructuosas, de desesperación y desaliento.
No es solución los subsidios ínfimos que parchean débilmente las situaciones mientras se espera que llegue la sequía devastadora de la total carencia, ni sirven las reuniones de los gabinetes de las que salen medidas para favorecer la macroeconomía, ni las encuestas manipuladas que aseguran que el año que viene todo irá mejor. Ni por supuesto, esa guerra permanente entre partidos políticos disputándose el voto del hambre a la vez que demuestran su incapacidad para encontrar una respuesta.
Sabemos que no existen los milagros, pero ya no es posible la espera.
Hay que encontrar un camino para la ocupación, a ser posible, un atajo que nos devuelva en poco tiempo a la estabilidad emocional y a una rutina laboral a la que tenemos derecho.
Curiosamente, la Banca ha sido socorrida con celeridad para evitar su descalabro, a pesar de su evidente culpabilidad en este conflicto, de su afán de posesión y su desmesurada avaricia por multiplicar beneficios a costa de hipotecar la vida de los ciudadanos fomentando el afán de posesión y un estado de bienestar ficticio que a todas luces, era insostenible.
Ellos no perderán. Aunque en el mundo se globalice la pobreza, sus arcas permanecerán intactas aún a costa del sacrificio de las familias y los Estados.
Envanecidos por su demostración de poder, someten a los dirigentes, los exprimen exigiendo sus recursos, y borran todo atisbo de necesidad maltratando a aquellos mismos a los que animaron a aventurar sus bienes bajo su tutela.
Pero ya no nos queda mucho que perder. Se ha enredado la maraña hasta un punto en el que la desesperación se ha convertido en compañera y nuestras voces han de ir encaminadas hacia un cambio radical en las políticas de nuestros pueblos gritando con valentía que no queremos otro futuro con las mismas reglas de juego.
La forma deplorable en que nuestros dirigentes han gestionado esta crisis, reclama una dirección más socializada del reparto de la riqueza. No podemos cifrar toda nuestra esperanza en la economía desahogada de unos pocos, ni tolerar una dominación oculta de sus mecanismos sobre nuestra vida cotidiana.
Hay que exigir, sin posibilidad de discusión, un discurso distinto. Reclamar que terminen categóricamente las ayudas a la banca y se empleen los recursos en la creación de empleo. Porque el capitalismo ha de asumir su parte de la pérdida y resignarse a los números rojos y hasta hundirse, de la misma manera que los sufridos ciudadanos padecen sin compasión situaciones extremas.
Puede que así el futuro sea menos imperfecto demostrando que una vez aprendimos la lección y supimos poner en marcha la maquinaria de un mundo nuevo en el que por fin, nosotros seamos los protagonistas,

martes, 27 de abril de 2010

La conciencia excluyente




Conseguir la unanimidad en las cuestiones llamadas de conciencia resulta una tarea casi imposible. Entendiendo que la diversidad de opiniones lleva consigo posturas diametralmente opuestas, alcanzar un consenso en todo lo que tenga que ver con la ideología o las creencias es labor de titanes y cuando se consigue legislar con el apoyo de las mayorías, incluso se hace difícil el cumplimiento de las normas por los que desde el principio se opusieron a ellas.
Este ámbito, que debiera cernirse a lo estrictamente personal e íntimo, suele llevar a movilizaciones casi siempre encabezadas por las alas más integristas de las religiones y por los líderes políticos más recalcitrantes. Y no habría nada que objetar si no trataran desaforadamente de imponer su postura a los demás con una retórica rancia que suena a orden dictatorial y no a convencimiento pacífico.
No debiera ser lícito saltarse el cumplimiento de las leyes. El caso de Navarra, que deriva a las mujeres que se acogen a su derecho al aborto a otras comunidades, es un ejemplo claro de intolerancia y raya en la desobediencia civil demostrando una sospechosa cercanía con las teorías del Opus dei, que tantos adeptos tiene en esa comunidad.
La decisión de abortar no suele ser caprichosa, ni resulta agradable para quienes se ven en muchos casos , obligadas a practicarla por motivos tan personales, que no ha lugar a una injerencia y menos a una negativa categórica.
Ha costado mucho esfuerzo establecer este derecho. Es sabido que las prácticas abortivas ilegales se encontraban establecidas en el país y que han segado muchas vidas de mujeres que se sometían a ellas en condiciones médicamente intolerables.
Negar esta evidencia, es negar la realidad, tratar de correr un tupido velo sobre un problema latente en nuestra sociedad para pintarnos un mundo de fantasía casi siempre apoyado en la posibilidad económica de los que más tienen para poder salir del estado si se vieran en esta tesitura. Las clínicas abortivas de Londres han sido visitadas con frecuencia por una suerte de señoritas bien, muchas de las cuales engrosan ahora las filas de los gloriosos apellidos de los que claman en contra de la popularización de las leyes.
Este dar a entender que en la comunidad de Navarra no existen estadísticas de posibles solicitantes de abortos, es una pretensión descarada de disfrazar una verdad latente en todas las sociedades modernas. Es también, negar sistemáticamente el derecho a la decisión de las mujeres, amordazar su libertad, ahogar sus posibilidades de un futuro mejor y relegarlas al último lugar de la geografía u obligarlas a desplazarse a otros comunidades lejos de su ambiente familiar, señalándolas como ovejas negras descarriadas portadoras de un estigma de pecado sin remisión posible.
Que el Estado consienta estas aberraciones representa una vuelta al pasado inconcebible y desdeñable. Porque es su primer deber hacer cumplir a rajatabla las leyes establecidas sin excepciones y hacer llegar a todos los rincones del territorio que gobiernan una igualdad que posibilite un criterio único para todos sus habitantes.
Esta discriminación flagrante revela un sometimiento tácito a unas reglas del juego dictadas por una minoría ultra conservadora que no presenta síntoma alguno de evolución en sus ancladas posturas de ostracismo.
Solo falta poner una letra escarlata en el pecho de estas mujeres y si no remiten en su decisión, quemarlas en la hoguera.

lunes, 26 de abril de 2010

Un giro en la violencia




Desaparece, también con violencia, el último participante en la matanza de Puerto Urraco. Este terrible episodio, que se definió como típico de la denominada España profunda, segó indiscriminadamente varias vidas en las calles de un pequeño pueblo extremeño.
Esa España de rencores eternos y odios enconados relacionados con mínimas fronteras o amores no correspondidos, se suponía íntimamente relacionada con el analfabetismo y la incultura, tan comunes en épocas pasadas.
Los límites morales de las tierras escondidas de nuestra geografía se rompían estrepitosamente cada cierto tiempo, haciendo saltar por los aires toda lógica bien pensante y mostraba venganzas obsoletas teñidas de la sangre de los inocentes, como si las reglas de su juego fueran otras que las que se encontraban plenamente asentadas en las ciudades bulliciosas donde se labraba otro futuro.
Esos crímenes alevosos, rumiados en el silencio ensordecedor de los valles recónditos, perpetrados con armas tradicionalmente de uso familiar y producto de la obcecación de seres primitivos, quedaron enterrados en sus lugares de origen y el panorama delictivo actual va por otros derroteros diametralmente opuestos.
Se ha pasado del desconocimiento más absoluto de cualquier manifestación cultural, al refinamiento, al estudio minucioso de las leyes y sus argucias, entrando en una vorágine de delitos mínimamente pagados por quienes los cometen, como si en estos años ganados al ostracismo, se hubieran también abierto las puertas de la sofisticación para los delincuentes y asesinos.
Ya no hay matanzas como las de Puerto Urraca. Ha desaparecido el apasionamiento de los criminales y se ha instalado en ellos esa frialdad inenarrable que los lleva a ampararse en cualquier recurso legal que disminuya su condena.
Los que matan, ya no son elementos tercermundistas aislados que dan rienda suelta a sus instintos enfermizos bañando de sangre las calles, sino tremendos sibaritas sin ánimo de arrepentimiento que conviven en nuestra sociedad manipulándola a su antojo cuando atraviesan la barrera de una legalidad que ni siquiera entienden en lo más profundo de sus conciencias.
La única similitud entre aquellos crímenes y estos podría cifrarse en la locura de los individuos. Pero es una locura diferente, mucho más compleja la de ahora, pues ni siquiera es asumida como enfermedad por quienes la padecen
La pregunta es si realmente hemos avanzado en el tiempo, si hemos dejado atrás la llamada España profunda o más bien, nos hemos sumido todos en otra profundidad mucho más negra y duradera que la que entonces nos horrorizaba.
Véase el estallido de violencia que a diario nos acompaña. Examínense minuciosamente los móviles por los que se mata y se verá con claridad que ninguno de ellos arrastra heridas de antaño, ni desavenencias vecinales, ni disputas que provengan de divergencias insalvables en un ámbito pequeño.
La modernidad nos ha traído otro tipo de degeneración mucho más absurda, que desprecia la vida hasta el punto de arrebatarla por capricho en una especie de ritual copiado de sociedades mal consideradas como más avanzadas que la nuestra. Falta primero, el respeto personal a uno mismo, la ética que impide traspasar el límite moral de la dominación hacia los otros.
El criminal de nuestros días se considera y es considerado un semidiós con poder de decisión suficiente para llevar a la muerte a los que le rodean en el momento en que se conviertan en un obstáculo para la consecución de sus deseos, sea cuales fueran éstos.
Habrá que cuestionarse este cambio en el patrón de los comportamientos y asumir que si verdaderamente se trataba de un problema de educación, nuestro fracaso ha sido estrepitoso.
Por tanto, si no educamos mejor y nos apeamos a tiempo de estos modelos traídos de otras partes, quizá terminemos lamentando no haberlo corregido a tiempo. Y este país caminará hacia un progreso descorazonador para nuestra propia seguridad de cuerpo y alma.
Puede que más que salir de la profundidad de nuestra historia, la hayamos disfrazado de una indignidad mucho más peligrosa y violenta.

Un lunes de pereza

Hoy la astenia primaveral parece instalarse entre las paredes de mi casa. Repaso mentalmente el panorama desolador de las noticias cercanas y lejanas, pero me puede la apatía y me falta la fuerza necesaria para abordarlos dejándome atónita ante la blancura inmaculada del papel.
Es uno de esos días en que se relativizan los problemas y la sangre circula con lentitud por las venas aflojando el espíritu y las piernas, generando una desgana insuperable que casi siempre acaba en desaliento.
Esta imposibilidad de escribir que llama a la inspiración sin que acuda provocando un enorme desaliento, suele venir acompañada por una sórdida tristeza inexplicable muy parecida a una sensación de pérdida de identidad a la que no se encuentra una inmediata salida.
Sin embargo, se hace infructuosa la búsqueda y el mero hecho de asumir una disciplina de trabajo es ya todo un triunfo. Aunque sabes en tu interior que no es ahora el momento de conseguir una frase bien construida, ni un titular de altura, ni esa chispa juguetona y caprichosa que roza la genialidad diferenciándote de los demás ahondando en tu estilo propio.
No sirve dejar reposar unas horas tu incapacidad en espera de que se produzca un milagro por el que fluyan las palabras posibilitando un artículo, ni lanzar al azar titulares en un intento desesperado por dar con el que abra la caja de tus tesoros mas ocultos. La parálisis creativa suele prolongarse durante todo el día y sólo el sueño reparador vendrá a restituir los valores perdidos y a conseguir que las musas vuelvan a visitarte con su carga de ilimitada imaginación y destreza.
En esta tesitura de sequía, puede servir abrir el corazón y confesar abiertamente que a pesar de estar atentos a la realidad, de ver los acontecimientos que se suceden a nuestro alrededor y sentirnos parte de ellos, simplemente, hoy no sabemos cómo abordarlos y no nos queda otra opción que permanecer en silencio.
Un run run de cotidianidad sube desde la calle asegurando que la gente va y viene a trabajar después de una semana de frenética fiesta.
Es lunes, está nublado, pasa el tiempo. Sucumbo a la pereza.

viernes, 23 de abril de 2010

El laicismo ignorado






Teóricamente, vivimos en un Estado declarado constitucionalmente laico y aconfesional, supuestamente al margen de cualquier injerencia de tipo religioso que pudiera llevar a definirnos como adeptos a ella.
Pero la realidad cotidiana con la que nos vemos obligados a convivir es otra bien distinta y difiere sobremanera de lo que quedó plasmado en nuestra Carta Magna en franco deterioro para los que auténticamente laicos nos consideramos y sentimos.
Es mucha nuestra tolerancia y a menudo miramos hacia otro lado ante las presiones de la Iglesia católica afincada entre nosotros, más por tradición que por creencia, pero que probadamente incurre en inconstitucionalidad con sus exigencias continuas aferrada a sus principios oxidados incluso vociferando en las calles para imponernos sus creencias.
Cuesta mucho que desaparezcan de las escuelas públicas los símbolos religiosos que se colgaron en un periodo anterior y que observan con su permanencia una inclinación partidista que no se corresponde con la realidad del país.
Ahora, también los islamistas tratan de hacer valer su derecho a entrar a clase con el velo y ejercen su legítima protesta en las puertas de los institutos aludiendo tácitamente a una desigualdad manifiesta.
Pues bien, unos y otros habrán de convenir con la ilegitimidad de sus acciones que socavan en profundidad las bases ideológicas de los que no tenemos creencias y que además invaden permanentemente nuestro terreno excluyéndonos de toda libertad de expresión a sabiendas de que la ley está de nuestra parte.
A nadie parece importar los daños morales que sufrimos ni la rémora que para nosotros supone que nuestros hijos hayan de convivir forzosamente con cualquier símbolo de religiones en las que no creemos. La sociedad, orientada hacia la parafernalia simbologica de una mal entendida fe, se decanta en un lado de la balanza favorable a sus intereses individuales considerándonos una especie de bárbaros sin voz ni voto a los que se puede mancillar y esclavizar a sus costumbres.
Crean en lo que quieran. Su libertad de elección los avala, pero en los ámbitos oportunos para esos ejercicios. Vayan a sus iglesias y hagan su santa voluntad en ellas, pero en los espacios comunes y financiados por todos, sus derechos terminan donde empiezan los míos.
Respeten pues, la aconfesionalidad del Estado y lleven sus ritos a sus altares sin interferir en la pacífica rutina de las aulas que fueron diseñadas para impartir materias y no para hacer adeptos o feligreses de sus dogmas. No son precisamente un ejemplo de la tan cacareada tolerancia que alardean de preconizar, sino la imagen de una tiranización soslayada que trata a todas luces de imponer unos criterios a las masas sin dar lugar a la defensa de otra concepción de la vida.
El nuestro, también es un grito desesperado a favor del respeto, de la conciliación y del cumplimiento de las leyes porque hasta ahora, no hemos visto otra cosa más que una doble moral disfrazada de conceptos como persecución o racismo cuando en realidad, seríamos nosotros los más humillados de esta historia.
Quizás, al carecer de púlpitos desde donde arengar a nuestros adeptos, se toman la licencia de atropellarnos con sus ritos, de segregarnos, de ignorarnos e incluso de herir nuestras conciencias con sus interminables letanías de probada intransigencia.






Los lugares remotos




Mueren los lugares de nuestra infancia de abandono, de olvido, de un desamor sutil apenas perceptible por la razón desaforada de la vida azarosa de las ciudades. Mueren en su silencio ensordecedor sólo roto por las ramas en movimiento de los orgullosos árboles que no se rinden a la batalla de la mejora y la prisa.
Desdibujadas, sus construcciones desaliñadas por el paso del tiempo, traen aromas de antaño grabados a fuego en la memoria y colores de verbena bailan la última danza sobre los adoquines desgastados de lo que fueran sus calles principales y el arco derruido de la plaza.
La huida necesaria hacia el progreso, el irse quedando tácitamente en los cómodos asentamientos urbanos, la pereza, el ansia de volar con nuevas alas hacia destinos más atrayentes, nos fueron dejando poco a poco huérfanos de nuestra identidad, sin querencias.
Los sitios que se han quedado sin nombre, que ya no figuran más que en los mapas de nuestros años felices, son una demostración viva de nuestro propio desarraigo. Estamos solos en ese mundo que nos fascinaba entonces desde lejos, cuando lo imaginábamos milagroso en nuestro afán de aventura insaciable.
Y ahora, que se nos pasó la vida en un suspiro intentando alcanzar el cielo de felicidad sin conseguirlo, cuando hemos caído en la cuenta de que poseíamos todo un universo de pequeñas cosas tan grandes, no tenemos dónde volver. Todo se ha desvanecido como si hubiera sido un sueño, como si la risa sonora de unos cuantos compañeros de juegos, no hubiera existido jamás y fuera sólo el reflejo en el agua de una imagen fabricada en el frescor de una siesta o la invención lacrimógena de quien se va acercando a la senilidad.
Pero mientras recorremos el camino tortuoso que nos lleva al solar que un día habitamos junto a los nuestros, cuando seguimos el cauce del rió deseando mirar al otro lado de la pequeña colina esperando encontrar el pueblo, aún hay algo que nos conmueve agitándonos la conciencia sin que queramos conformarnos con no pertenecer a algún lugar.
Y más que la fantasmagórica visión de la enorme soledad que puebla nuestros campos, nos parece ver el humo de las chimeneas, oler la lluvia a borbotones sobre el tejado de la iglesia y oír las voces de los que tanto quisimos y que permanecerán para siempre jóvenes y vivos en nuestra memoria.

martes, 20 de abril de 2010

Un toque de locura





Es indiscutible que el mundo habría seguido una trayectoria distinta sin la existencia de los visionarios. Esta casta de locos maravillosos que centraron sus esperanzas en el poder de la ilusión, se han encargado de hacer la historia mucho menos aburrida y en la mayoría de los casos sus predicciones se han ido cumpliendo escrupulosamente.
La desazón que producen a sus contemporáneos no es más que un reflejo del miedo ancestral que el hombre tiene a los cambios inesperados que transforman su modo de vida revolucionando sus principios y convirtiendo su devenir en algo muy distinto de lo que seguramente, había programado.
Pero la azarosa eventualidad que caracteriza a la locura es la sal que adereza la existencia. Tratar de alcanzar la utopía partiendo de una ensoñación mientras los demás permanecen anclados en sus fundamentos inamovibles, puede convertirse en una lucha apasionante e incluso en el motor de una cotidianidad rutinaria y cercana al bostezo.
No es fácil ser apóstol de la diferencia ni convencer de unas teorías que sólo viven en los sueños, ni despertar la simpatía en quienes desde la sensatez, rigen los destinos de los estados y las costumbres de las masas. Sin embargo, una vez incorporados los cambios que se proponían a veces como inalcanzables, sus promotores antes tomados por iluminados, son aceptados como próceres de la sociedad y líderes carismáticos de la historia.
Figurar en estas listas de lunáticos ilustres es un privilegio que resulta casi imposible de alcanzar y para muchos hasta indeseable. Parece patrimonio de artistas y colgados de medio pelo para quienes en su momento es difícil la aceptación y que son sistemáticamente rechazados por sus congéneres aludiendo al rigor supuestamente científico y a unas leyes de la naturaleza que pesan como una losa sobre la conciencia de la humanidad acartonándose en sus empolvados anaqueles.
Aunque, debiera ser pecado interferir en los sueños. Desperdiciar la posibilidad de construir un futuro improbable pero posible, sería un crimen contra la libertad del pensamiento. La inmovilidad y el ostracismo se apoderarían del espíritu de la humanidad ennegreciendo el horizonte, suprimiendo la chispa de la genialidad rindiéndola a la niebla de la nada y ahogando su esperanza en el mar anodino de la tristeza.
Es pues de razón, aconsejar la locura transitoria a todos los habitantes de la tierra. Oír sus proyectos, valorarlos, intentar su ejecución por muy lejanos que en el tiempo parezcan. Elevar a los locos a la categoría de constructores del mañana y darles cabida en los rincones más recónditos de nuestras conciencias. Dejar que el mundo vuele con las alas del talento y que sucumba al ritmo de las revoluciones venideras desdeñando la seriedad de los que nunca fueron valientes. Quizá si todos fuéramos locos, se acabaría imponiendo una necesaria cordura.









lunes, 19 de abril de 2010

EL paraiso perdido





Se queja la tierra con sonoridad del abuso que hemos cometido con ella maltratándola hasta la saciedad durante veinte siglos. Es una madre dolida con el comportamiento soez de sus hijos que apuran sus recursos sin pensar en las terribles consecuencias que sobre su salud pueden acarrear sus continuos desmanes y su desprecio.
Como si de repente hubiera decidido terminar con su generosidad infinita, tiembla y se abre violentamente tragándose cuanto encuentra a su paso, como tratando de demostrar su inenarrable poder callado durante tanto tiempo. Abre sus montes escupiendo lenguas de fuego purificador y sembrando sus nubes cenicientas por los valles y los mares.
De alguna forma ha de hacer oír su descontento con la dirección que han tomado nuestros actos y expresar su disconformidad con este progreso asesino cuya finalidad exclusivamente económica, le ha perdido el respeto.
No hemos sabido asimilar la suerte de disfrutarla en plenitud y hemos talado sus masas arbóreas para construir edificios, fabricado emisores de CO2 andantes, esquilmado los mares, configurado a la carta los frutos de sus campos y surcado su cielo llegando a traspasar todos los límites de su tolerancia con una violencia infinita.
Por desgracia, este lamento estruendoso acaba siempre perjudicando a los más débiles. y la conjunción de los elementos se ceba con la pobreza ahogando a los que ya nada tenían sin que apenas repercuta sobre los verdaderos autores de tal ignominia.
Cabe una reflexión profunda sobre nuestro papel en relación con la Naturaleza. Estas señales que nos son enviadas para que comprendamos el hartazgo con que ella nos contempla, deben ser interpretadas con máxima alerta. Y como el hijo severamente reprendido por su madre, debemos acometer el futuro considerando que los errores del pasado no pueden repetirse. No es esta una cuestión de poderes ni de Estados reunidos para aunar intereses económicos, sino que desde la humildad de nuestra pequeñez habremos de emprender otros caminos para concordar nuestra vida con la de nuestro hábitat.
No hay fronteras en esta empresa común que abordamos desde la incertidumbre de si aún estaremos a tiempo de enmendarnos. Quizá si restituimos a la tierra con paciencia y buena voluntad todo aquello que le hemos ido robando sin recato, consigamos de nuevo su complacencia y la paz habite de nuevo entre nosotros.
Porque si persistimos en provocar su ira no habrá muros de contención que nos libren de su fuerza incontrolable y tal vez sucumbamos a una venganza implacable que, sin duda, merecemos.









domingo, 18 de abril de 2010

Las arcas vacías

En el caso de que fuera posible un análisis a fondo de las instituciones que forman el país, el ciudadano no hace otra cosa que preguntarse cuántas saldrían airosas del evento. Son muchos los que piden a diario una investigación del Ayuntamiento al que pertenecen en la certeza que de producirse, se destaparía un nuevo caso de corrupción por aprovechamiento de los cargos.
Es común cuando vives en un sitio asistir a la revisión periódica de las mismas obras una y otra vez. Levantar calles cuando se acaban de asfaltar, remodelar jardines recién diseñados, invertir en alquileres desorbitados de locales que más convendría comprar o retirar licencias para viviendas de protección oficial a favor del mercado inmobiliario libre, son sólo algunos ejemplos de lo que se ha convertido en cotidiano para nuestros ojos atónitos.
La corrupción parece que fuera un mal endémico de nuestra sociedad. Como si los cargos políticos trajeran consigo la obligación de enriquecerse con malas artes en el menor tiempo posible,
Los ejemplos de los últimos casos no son más que un acicate para seguir en esta postura, dada la impunidad relativa con que la ley contempla estos delitos. Malversadores demostrados pasean su descaro más absoluto por las calles, los platós de televisión y las revistas como invitando a otros a seguirlos en una demostración meridiana de que no pasa nada. Algunos incluso mantienen sus cargos con la connivencia del partido al que pertenecen y otros salen después de cumplir una condena a todas luces injusta sin que se tenga noticias de dónde ha ido a parar el montante sustraído o en qué paraíso fiscal se haya rentando a favor del delincuente.
Y lo peor es que el ciudadano ha aceptado con sumisión inaudita que estas cosas sucedan. Como si lo natural fuera la convivencia de la clase política con esta indignidad manifiestamente delictiva que contribuye a llevar a una situación ruinosa nuestros pueblos mientras las arcas personales de estos ediles trepadores se van llenando sin que nadie ponga freno a su codicia.
El desencanto generalizado ni siquiera da lugar a una protesta masiva y ruidosa que exija la total erradicación de esta lacra que está acabando con nuestro patrimonio. Y mientras, los impuestos municipales experimentan unas subidas exageradas que hemos de pagar religiosamente incluso cuando sospechamos cual será el destino final de esos ingresos.
Radicalizando posturas, quizá convendría plantearse una insumisión masiva durante el periodo recaudatorio, exigiendo al mismo tiempo una claridad total en el fin último de las cuentas municipales y una demostración a gran escala de la honradez de quienes nos representan impidiendo cualquier contabilidad desorbitada en el transcurso de su mandato. No estaría mal que durante este periodo se vieran obligados a explicar sus inversiones ante cualquier conciudadano que a nivel personal, las demandara con la misma premura que exhiben cuando se trata de cobrar las tasas o las multas impuestas.
No vale quedarse al margen de esta historia amparados en la indefensión o la costumbre. Desinhibirse es contribuir a que estos desmanes se sigan produciendo riendo la gracia de quienes hace tiempo olvidaron el sentido de la palabra moral a favor de sus intereses. No vale esperar cuatro años una oportunidad de castigo. El ejemplo descorazonador del día a día muestra diáfanamente que los entresijos de la municipalidad están tejidos con finos hilos de flagrante delincuencia y que la inoperancia de nuestro sistema judicial en este aspecto es notoria. La ley debiera recabar íntegramente lo sustraído y contemplar con contundencia la alevosía de los sustractores eliminando cualquier atisbo de tentación en los que en un futuro decidieran presentarse a los cargos públicos como medio de vida.
Y el pueblo está, estamos, para vigilar estrechamente que la presencia de estos individuos desaparezca de la sociedad sin dejar rastro, Por ejemplo, no votando nunca más a aquellos partidos pertinazmente implicados en este vaivén que nos hace más pobres e indignos.


jueves, 15 de abril de 2010

Gracias a vos.





Un hilo conductor invisible nos une especialmente a Argentina desde hace muchos años. Aquella tierra siempre tuvo el poder de hacernos sentir como en casa. Nos acogió cuando lo necesitamos con una generosidad sin límites, consoló nuestras lágrimas de post guerra y nos alimentó el cuerpo y el alma.
Allí nacieron familias de la más absoluta soledad, hijos que aprendieron un español enriquecido y asentaron nuestros apellidos en un mestizaje que acabó por destruir fronteras para formar hermandades.
Muchas páginas tristes de nuestra historia se aliviaron entre sus calles, se suavizaron entre sus gentes, se transmitieron de padres a hijos siempre en espera de una justicia que nunca llegó. Sin otra posibilidad de recuerdo más que la transmisión oral, se ha pasado la vida de varias generaciones sin la menor posibilidad de que se corrigieran errores o se posibilitara el reencuentro.
Sobrecoge la valentía de unos cuantos ancianos, el apoyo incondicionalmente sincero hacia la única causa en la que creyeron y hacia la única persona que en otro momento triste de sus vidas, les oyó.
Este gesto, que se iguala con el de tantas familias de este lado del mar, es como no podía ser de otra manera, desinteresado y grandioso. Embarcados en el mismo silencio aterrador que pareciera eterno, la posibilidad de poder llorar a nuestros muertos libremente nos hace remar en la misma dirección y hacia el mismo puerto.
No hay palabras para el agradecimiento. Por tantas cosas, por tantos avatares tan similares que han ocurrido allá y aquí. Pero debe quedar un hueco para la esperanza. La buena casta de los pueblos la merece y su empeño incuestionable en que los desaparecidos vuelvan a ser llamados por sus nombres y recordados por lo que fueron cuando gozaban de su derecho a la vida es justo y necesario.
Desde esta ventana pequeña que abro a diario sin poner límites al horizonte, hoy quisiera extender mis manos sobre el mar para abrazar a aquellos que tan bien nos quisieron y a los que tanto queremos desde aquí, para desear desde el fondo del corazón que estos caminos que se entrecruzan sin barreras sean por fin construidos sobre los cimientos sólidos de la verdad y el pensamiento.

La tierra prometida





Un problema añadido a esta durísima crisis a la que nos han arrastrado es el endurecimiento de las posturas racistas. Enarbolando una bandera de patriotismo obsoleto, determinados grupos se afanan en hacernos creer que los emigrantes nos roban nuestra oportunidad en el mercado laboral llevándonos a un paro forzoso del que resulta prácticamente imposible salir.
Mientras vivíamos el estado del bienestar y la proliferación del ladrillo se consideraba una panacea milagrosa, tolerábamos su presencia como motor de una economía sumergida en unos puestos que desechábamos porque se alejaban de nuestra comodidad y exigencias.
Pero ahora, hemos tenido que volver la mirada hacia los campos y aceptar condiciones mucho peores en nuestro ánimo de no engrosar las listas del INEM y nuestras posiciones se han radicalizado e incluso ya se habla de crear leyes de exclusión y reforzar las fronteras blindándonos a todo lo que venga de fuera.
Ningún ser humano abandona una vida de ensueño para embarcarse en una patera arriesgando la vida si no lo hace en la creencia de que será beneficioso para sí mismo o para los suyos.
El escaparate de la tierra prometida ha sido sistemáticamente expuesto haciendo apetecible la idea de formar parte de ella y la presunción reiterada de nuestro modelo de sociedad se ha hecho irresistible para otros menos afortunados en su lugar de nacimiento. Muchos, se han quedado en el intento de alcanzarla, en la profundidad de los mares o en las tumbas que nunca tendrán nombre. Otros, malviven en los semáforos, merodean por las calles o trabajan sin derechos en las capas más ínfimas de la sociedad hacinándose en habitáculos malolientes y soportando el desprecio de quienes los equiparan poco menos que a los animales, sin ninguna consideración.
Estas personas tienen historia. Tienen nombre, familia, temores y angustias, como todos los demás. Vienen con la ilusión de conocer algo mejor que lo que dejaron atrás y merecen respeto. Y no son en modo alguno, culpables de una situación adversa que seguramente provocó la avaricia y el deseo desmesurado de riqueza.
Sus aspiraciones son lícitas y muy escasas sus demandas. Son en fin, una gota en el océano de nuestros problemas y a veces hasta una solución para nuestra demografía decreciente o para el pago de nuestras pensiones.
Probablemente, ya habrán comprendido que esta no era la tierra que tanto prometía ni nosotros la cara amable que esperaban encontrar a su llegada, ni nuestra puerta la que se abriera para recibirlos con un trato igualitario y decente. Y a veces, hasta se habrán arrepentido de estar aquí.
Realizar un esfuerzo para su integración sería beneficioso para todos. Seguramente tienen mucho que enseñarnos y nosotros mucho que aprender.

martes, 13 de abril de 2010

Justicia para Marta

La repercusión del caso de Marta del Castillo ha supuesto un antes y un después en la historia de las desapariciones en España. La singularidad de los hechos, las múltiples búsquedas inútiles que se han llevado a cabo y la aparente serenidad con que los acusados se acogen a su derecho al silencio, han llenado muchas páginas de la prensa y originado innumerables debates.
No ha debido ser fácil para el juez la instrucción de este caso. Los continuos cambios de versión, probablemente aconsejados por las defensas, seguramente han entorpecido la lucha por esclarecer la verdad.
Nada hay peor que una desaparición, incluso con certeza de la muerte. Cuando una persona es arrancada a la fuerza de su ambiente, torturada y asesinada, lo menos que merecen sus allegados es conocer su paradero. Este desconocimiento se convierte en una zozobra incuestionable y su duelo en eterno. No se puede cerrar una herida sin evidencia de que fuera infringida.
Seguramente, los familiares de Marta incluso habrán llegado a pensar en algún momento en la posibilidad de que pueda permanecer con vida.
El empecinamiento de los imputados en el caso horroriza a quién los mira, sobre todo por la juventud de los sujetos. Parece imposible que chicos que acaban de dejar la infancia posean un arte de manipulación tan sibilino como para dar al traste con todos los métodos de interrogatorio y las indagaciones de una policía suficientemente adiestrada.
Es probable que mucha más gente conozca la verdad. Este medio en el que hoy escribo se ha convertido en un transmisor mundial de las noticias y los chicos de ahora son corporativistas por excelencia y presumen de sus ¨hazañas¨ publicándolas a los cuatro vientos. He leído que el presunto asesino goza de gran popularidad en la red y que hay chicas que le ofrecen su apoyo incondicional a través de los sitios de contactos.
La linea que separa la ética de lo inmoral se ha convertido en algo sutil para nuestros jóvenes y quizá alguien debería remarcarla para que no fuera cruzada impunemente.
Causa estupor mirar al otro lado de la historia y ver al abuelo de la niña semienterrado en barro esperando descubrir con la ayuda de una pala el cuerpo sin vida de su nieta. ¿Dónde ha quedado la compasión y la dignidad de los individuos?
Espero que la ley se muestre implacable en su condena ayudando a paliar el dolor, la desesperanza y sobre todo la impotencia que se ha instalado en esta familia que ya tiene bastante con su pérdida.
No puede temblar el pulso de quienes juzguen los hechos ni dejar que la juventud de los implicados arañe siquiera una brizna de misericordia por ellos. No merece perdón quien se muestra implacable en su empecinamiento de obstaculizar el derecho a conocer la verdad y se regodea en lo terrible de su delito causando además daños irreparables en terceros.
La justicia que Marta merece, que sus seres queridos merecen, ha de ser cristaliza. Aunque nunca lleguemos a saber que pasó aquella noche ni qué sitio se convirtió en su última morada.

lunes, 12 de abril de 2010

Una deuda impagable

El hombre es desagradecido por naturaleza. Inmerso en su realidad del momento, pocas veces revisa la historia ni siquiera para congratularse de sus propios avances y mucho menos, para corregir sus errores. Pero querámoslo o no, todos somos prisioneros de las decisiones que tomamos en épocas pasadas y arrastramos los condicionamientos que nos impusieron para bien o para mal.
Con Grecia concretamente, la humanidad tiene una deuda impagable. Nuestra falta de memoria quizá nos impide recordar que fue Grecia a impulsora de un sistema de gobierno que ahora todos aceptamos con naturalidad como el más cercano al bienestar colectivo: la Democracia.
Esto que ahora parece no tener importancia, supuso un gran avance para la participación ciudadana en los intereses de la colectividad por encima de la interpretación que cada cual haya podido darle después en el transcurso de los siglos.
Ahora que la bancarrota amenaza este país milenario provocando la desesperación de sus habitantes y el temor de quienes podemos ser los próximos, Europa se anima a prestar una ayuda con intereses que rozan la usura desdeñando el recuerdo de su deuda histórica para demostrar una vez más, que nuestro mundo se mueve únicamente por la economía sin que le importe el trasfondo humano ni otros factores anímicos más relevantes.
Ese invento terrorífico que fue la Banca, se adueña de nosotros mostrando toda su indignidad a cara descubierta amenazándonos con su halo de poder inmisericorde.
Oír hablar del sufrimiento de los pueblos es para ellos una anécdota sin importancia. Escondidos en sus despachos , sustentados en la impunidad que les otorga su carácter de administradores del mundo, sus puertas están cerradas a todo lo que no tenga que ver con los intereses y el rendimiento favorables a su maléfica estirpe.
Los líderes políticos, consentidores de su sistema y esclavos de sus normas, son incapaces de alzar la voz en contra de tan demostrada injusticia. Orgullosos del funcionamiento de este capitalismo desaforado, incurren una y otra vez en el error de mantener su dependencia servil sin que haya un solo intento de derrocar el método para poner a funcionar la imaginación en busca de nuevos caminos.
Y esto lo hacen hoy con Grecia, a quién tanto todos debemos, pero mañana, no pestañearán en repetirlo con el cadáver de cualquier nación que llame a su puerta con tal de no perder sus privilegios de clase o el indiscutible progreso del que disfrutan en sus urnas blindadas a prueba de miseria.
Habría que terminar con esta nociva adicción que nos hace la vida irrespirable hipotecándonos hasta el aliento.
¿Estamos en crisis?. Pues nacionalicemos la banca. Reviertan sus incontables beneficios en los países, en sus habitantes y en sus estamentos como medida de urgencia. Los ciudadanos ya hemos pagado la cuota, ahora les toca a ellos.
Y si hay que desbaratar todo este sistema que ha demostrado sobradamente su fragilidad, tengamos la valentía de hacerlo.
Demos a Grecia lo que necesite sin costo alguno, y si hace falta, tiremos de los beneficios de la Banca para aliviar la miseria de los pueblos. Al fin y al cabo, lo que poseen no es más que la suma de los bienes que depositamos en sus arcas a modo de préstamo y no para que se los apropien indebidamente y los inviertan para su subsistencia sin que los volvamos a ver jamás.

Una mirada a la Escuela

Últimamente cometemos con cierta frecuencia el error de cambiar los roles de padres y maestros. La paternidad es un gran compromiso que adquirimos deliberadamente en un momento de nuestras vidas y que nos obliga el resto de ella, a mantener una dinámica para con nuestros hijos de la que sólo nos libera la muerte. Ser padres no es una profesión sino una elección libre de un modo de convivencia creado por unos lazos afectivos de los que no podremos desembarazarnos jamás y que se verán remunerados a nivel emocional cuando, pasado el tiempo, miremos a las personas que hemos ayudado a crecer y nos enorgullezcamos de ellas.
La educación concierne directa y solamente a los padres. No acaba su papel educador cuando los niños entran en edad escolar, sino que se extiende hasta el ámbito del colegio para mostrarles, desde las familias, las nuevas normas de respeto y convivencia.
El papel de los maestros será pues, el de enseñar, mucho más fácil sobre aquellos que ya vienen educados de casa que sobre los que por error de los padres, desconocen por completo los parámetros más primarios para desenvolverse en sociedad.
Es vejatorio tratar de endosar al maestro el peso de la educación de los menores desembarazándose de una obligación exclusivamente paternal y pretender que es a la escuela a quien corresponde la formación personal, además de los contenidos académicos. Esto da lugar a que frecuentemente se degraden las relaciones con los enseñantes, que además de su propio papel han de desempeñar desde el principio, la labor ingrata de corregir posturas y costumbres ya degeneradas por la omisión total de las familias.
Cuesta a veces la vida que los padres acudan a una entrevista y cuando lo hacen, muchas veces los profesores son recriminados por las posiciones imperdonables de los niños, como si fuera su obligación corregirlos, además de enseñarlos.
Esta confusión de roles, acaba generando violencia y la mediación es prácticamente imposible si cada cual no asume su lugar y aúnan esfuerzos para que todo alcance la normalidad deseada.
La escuela no es un lugar donde aparcar los hijos desatendiendo nuestros deberes ni podemos esperar que moldeen su carácter y nos devuelvan niños brillantes y bien educados cuando los recogemos a la salida.
La escuela podrá enseñar contenidos, mejorar la cultura y formación de los individuos satisfaciendo sus necesidades de aprendizaje, pero su comportamiento consigo mismo y con los otros, depende plenamente del plano familiar y habría que buscar el tiempo para conseguir una mejora sustancial en estas habilidades tan perdidas en el mundo moderno.
Insultar al maestro, agredirlo, criticarlo, no demuestra más que un gran fracaso personal en la tarea educativa de los padres y un ejemplo devastador para el futuro del menor y su relación con los otros.
Quizá habría que potenciar con más firmeza las escuelas de padres y empezar por recomendar encarecidamente que aumenten su propia educación antes de embarcarse en la apasionante aventura de traer hijos al mundo.

viernes, 9 de abril de 2010

Elogio de la esperanza

El hombre se halla mayoritariamente, desmoralizado. Le acosan las malas sensaciones provocando una insatisfacción permanente en sus actos cotidianos. La destrucción paulatina de su habitat, la globalización de los sistemas económicos, la inseguridad ciudadana, la corrupción, el paro, la gran crisis, la pérdida de valores y la desidia, preludian un futuro incierto con tintes de desastre.
El trauma de la prisa, que nos acompaña cuadriculando el tiempo hasta los últimos segundos, sólo le permite pensar en lo que lee en la prensa o mira en la televisión convirtiendo las noticias en una especie de Historia narrada in situ cuyas perspectivas no resultan precisamente brillantes y que lo va sumiendo en una depresión pandemíca que no promete terminar.
Yo quiero hacer un elogio de la esperanza. Invitar a mis congéneres a dedicar una mirada hacia su interior desmarcándose de las lineas oficialmemnte establecidas, para reflexionar tranquilamente sobre su própio papel en el mundo. Tomar conciencia de que casi todo está un nuestras manos y es susceptible de ser cambiado con un poco de voluntad de cooperación, es fácil de descubrir cuando uno analiza sus oportunidades a solas. Cada cual como pueda, ha de ser capaz de avanzar hacia su esperanza en un mañana que, sin duda, será coincidente con la esperanza de otro y así sucesivamente.
No podemos cerrar las ventanas del pensamiento dejándonos arrastrar hacia el abismo por la crónica partidista que nos augura la desesperación y la tristeza. Hay que desmontar de lo establecido y poner énfasis en un cambio hacia mejor sin volver la cabeza al resentimiento o la desolación permanente. Sin ánimo, el individuo se desintegra, se aliena y se degrada sucumbiendo al instinto animal que lo aleja del raciocinio.
Todas las puertas las abre el pensamiento. Todas las revoluciones que mejoraron las condiciones del hombre partieron de él. Todos los caminos que condujeron a mejorar hubo que desbrozarlos y pavimentarlos y pulirlos y embellecerlos para que fueran transitables.
Habrá que desoir todas las teorías del miedo que nos inquietan con un catastrofismo apocalíptico sin dar opción a nuestra libertad de elección para mudar las claves que nos trajeron hasta aquí.
No lo olvidemos, el futuro no es otro que el que seamos capaces de hacer. Piedra a piedra, boca a boca, sólos o en compañía de otros, pero nuestro.
Hay que recuperar la fe en el hombre. Llevemos a la miseria, esperanza.

jueves, 8 de abril de 2010

El Juez juzgado

Para una vez que la judicatura se atreve a distanciarse de su corporativismo habitual y sienta en el banquillo a uno de los suyos (teóricamente iguales ante la ley que todos) se intuye en la acción un trasfondo que intranquiliza las conciencias.
Se han pasado por alto tántas cosas, tapado, difuminado, maquillado y rebautizado tántas actuaciones que al parecer de la opinión pública eran constituyentes de delito, que resulta sospechoso que precisamente en el tema de la investigación del franquísmo desaparezca repentinamente la inmunidad de los jueces y se arremeta contra quien se ha encargado, por el ejemplo, del caso Gal o de las desapariciones en Chile.
Retirar al juez Garzón de la carrera es, a los ojos de quien es miramos la vida añorando justicia, un intento a la desesperada de dar al traste con la honestidad y el progreso, tán escasos entre quienes a veces rozan lo divino entre sus inapelables decisiones.
No se caracteriza esta casta cerrada y carpetovetónica precisamente, por profesar un amor desmedido a los principios democráticos y múchos de sus integrantes seguramente, llevan debajo de la toga una enorme cruz cercana al conservadurísmo radical.
Ójala hubieran tomado tan es serio casos como el de Camps, cuyo íntimo amigo no consideró prevaricación juzgarle y buscaran más a menudo un entendimiento con los sectores populares tán lejanos de su plácido mundo de bienestar en el que se hallan instalados sin voluntad de abandono.
Podrán enjuiciar cuantas veces quieran a quienes se atrevan a alzar la voz contra sus más recalcitrantes creencias, pero no conseguirán enterrar una Verdad histórica de la que muchos testigos oculares aún tenemos memoria. Podrán contar con la ovación cerrada de la prensa que, cercana a sus intereses, los anima sin otro deseo más que el de recuperar el poder perdido. Pero cuidado con la paciencia del pueblo, que es sabio y soberano en sus odios y sus amores ,además de posesor de las urnas.
Tal vez, si en lugar de obstaculizar el proceso natural de una bien ganada justicia arrimaran un poco más el hombro otorgándola de manera neutral, cambiaran la visión que se tiene en la calle que llenamos quienes tán generosamente contribuímos al disfrute de sus salarios. De este modo, quizá abandonaran la imagen esperpéntica de sus actuaciones y la deseada justicia verdadera que últimamente tánto se reclama, se hiciera realidad.
Pero no es el camino ir oyendo a partidos obsoletos de los que más vale no hablar mientras se priva del derecho a la defensa a quién, como Garzón, todavía es inocente mientras no se demuestre lo contrario.
Se les olvida que esta es la primera máxima de su profesión, si es que son dignos de formar parte de ella.

miércoles, 7 de abril de 2010

Poder e ideología

La clase política que nos representa se está cubriendo de gloria. Indiferentes a los gravísimos problemas del país, acaparan titulares formando parte de interminables tramas de corrupción y acusaciones mutuas que el ciudadano mira ,como una pelota de tenis, pasar de un campo a otro sin que se resuelva el litigio.
Atrás quedaron los tiempos del liderazgo en que los enfrentamientos se dirigían con elegancia y lo primordial era el bién común independientemente de quien ostentara el cetro del gobierno.
Esta actitud, que ha generado un desencanto casi irrecuperable en los votantes, que nos lleva a la desconfianza y el recelo empujándonos seguramente, a una abstención mayoritaria, viene dada sin el menor género de dudas por la falta de ideología.
El ser humano ha de tener entidad própia en todos los ámbitos de su vida y decantarse por un pensamiento unilateral que será guía de su existencia y pilar sobre el que asienten sus creencias.
Hacer de la política solo un medio para la obtención de poder y enriquecimiento personal es una traición imperdonable que no debiera ser consentida.
Es de ley luchar por convencer a otros de nuestro pensamiento e intentar llevar a término aquello que representeamos sin que nada pueda hacer dudar del camino del que venimos. Andar por una cuerda floja en la que no se distingue una ideología de otra no es más que un instrumento para aumentar la confusión de quienes no exigen otra cosa más que una mínima lealtad a unos principios irrenunciables.
Pero no cuenta el ciudadano con los medios para ser oído. Poder demandar a los partidos por incumplimiento de promesas electorales sería un primer paso. La exigencia de la devolución de los caudales robados en los delitos de corrupción como condición indispendsable para salir de prisión, contribuiría muy mucho a disuadir a quienes los cometen amparados en esta horrible impunidad.
Si nuestros representantes no hubieran asesinado su ideología en aras del poder, legislarían más cerca de la honradez y la dignidad que ahora nos parecen inalcanzables. Hubo un tiempo, en que todos creímos en ellos y luchamos sin diferencias partidistas porque esta Democracia fuera posible creyendo ver en élla la mejor solución para participar en los problemas de Estado sin desdoro de nadie.
Quizá convendría volver atrás para replantearse muy seriamente cúantos de nuestros políticos merecen ser imagen de la ideología de la que dicen proceder, cúantos saben siquiera los principios que plantea esa ideología en sus orígenes y cúantos estarían dispuestos a defenderla , incluso renunciandon a su cargo, si se advirtiera un abandono flagrante de esos principios en cuestión.
Pero eso no pasará. Y la izquierda y la derecha acabarán confluyendo en una maraña sin distinción en la que uno ya no sabrá a qué atenerse.
Qué tristeza, tánta lucha para esto...

martes, 6 de abril de 2010

La inocencia enterrada



¿Qué lleva a una niña de catorce años a practicar la violencia hasta el límite de acabar con la vida de otra persona de su edad y negarle el auxilio y ocultarlo hasta ser descubierta ? ¿Qué extraño manto de tristeza se cierne sobre su corazón para no hallar otra salida más que la de degenerar su propia infancia y enterrar su inocencia para siempre en aras de un horror que, probablemente martilleará su conciencia el resto de sus días? Debe haber un camino tortuoso hasta llegar a ese límite desdichado que no tiene vuelta atrás. Quizá la soledad la acompañó desde la cuna y es probable que nadie tuviera un momento para explicfarle la diferencia entre el bien y el mal crendo en su interior una forma de abrirse a los demás basada únicamente en la rabia y el silencio. Puede, que apoyada por una sociedad individualista, no fuera capaz de descubrir los beneficios de la amistad verdera ni la belleza cotidiana de las cosas pequeñas. Tuvo que ser tan grande su herida, que perdió los años de su infancia en una carrera desaforada hacia la edad adulta asumiendo unos roles de conducta apartados de la convivencia respetuosa que seguramente, nunca aprendió.
Cabe la posibilidad de que ni siquiera reconozca el arrepentimiento ni la sensación de culpa por haber cometido un grave delito y que los hechos, para ella, se reduzcan a una mera anécdota por la que, casi con certeza, es jaleada y aupada a la gloria por otros desarraidgados de su misma condición.
Somos nosotros quienes debiéramos preguntarnos qué derecho nos asistió para privar a esta niña de serlo y disfrutarlo, de saborear la sagrada inocencia de su edad con la felicidad que merecía y obligarla a crecer apresuradamente condenándola al fracaso y la violencia que la empujan a situaciones extremas como esta.
Es una obligación mínima sentarse a reflexionar y asumir desde el fondo del alma que no podemos empujar a los que nos siguen a un mundo oscuro y despreciable donde no les aguarda más que la frialdad y la niebla del silencio.
La estela de nuestra ineptitud está empezando a perseguirnos y no la borraremos del horizonte desde la intolerancia o la desesperanza, sino desde la voluntad por hacer cotidiano el diálogo con nuestros hijos.

domingo, 4 de abril de 2010

Idolos de barro

Verdaderamente, si los juzgados están colapsados puede ser en grán medida, por la cantidad de demandas que se mueven en el mal llamado mundo del corazón.
Está de moda reunirse delante del televisor para mirar como una interminable lista de semianalfabetos arrabaleros airean sus intimidades vociferando los unos frente a los otros sin una brizna de pudor o recato.
Llevan detrás de sí por las calles a una cohorte de denodados reporteros que los acosan preguntándoles sobre sus relaciones, vigilan sus casas y registran sus basuras físicas y humanas para después llenar páginas de revistas con noticias tan trascendentales como que van de compras a las grandes superficies o que tuvieron una discusión con un amigo en una cafetería del centro de Madrid.
Debe ser deprimente pasarse cinco años en una Facultad para no tener otro horizonte en la vida más que escribir sobre las miserias humanas de unos indocumentados que hacen de la vagancia una profesión muy rentable y de la obscenidad un deseo para las generaciones venideras.
Animados por una serie de pseudo periodistas (algunos de cierta categoría profesional), van arrasando en su camino todo atisbo de dignidad para adentrarse en un tunel oscuro que cada vez está más cerca de convertirse en un conflicto ético sin que nadie ponga fin a sus tropelías o su descaro.
Duele ver que mantienen absortos a sus seguidores dando pié a que los temas de conversación en las calles y las tertulias se centren más en éllos que en los problemas reales del país y que su caché esté más alto que el de los premios nobel, por ejemplo.
Que a diario haya que cerrar revistas y periódicos serios para que se abran nuevos libelos de esta prensa que denigra su nombre, es tristemente una realidad manifiesta.
Pudiera tener fin si los jóvenes sintieran un interés real por el mundo que de verdad les espera, pero desafortunadamente- y se ve en el nivel de las aulas- las aspiraciones de los que nos siguen están muy lejos de la cultura y el conocimienmto. Está claro que para éllos, éste es un camino fácil de enriquecimiento y por lo tanto, admiran su actitud y les conocen por encima de los líderes políticos o los escritores e incluso les gustaría ser como éllos.
Triste perspectiva nos aguarda cuando hay un desinterés creciente por los asuntos del Estado y los programas serios de televisión se caen de las pantallas por falta de audiencia.
Yo quisiera romper una lanza en favor de la honestidad de nusetros periodistas y hacer un llamamiento al respeto por esta profesión que fue concebida para informar en la verdad, de los acontecimientos importantes que acaecen en una vida que de rosa, tiene bién poco.
Y también quisiera apelar a los lectores para que no contribuyan a este circo mediático de maleantes, de ídolos de barro vestidos de Armani, dándoles posibilidad de que nutran sus arcas sin oficio ni beneficio.
Pero...¿qué se puede esperar de un país cuyo referente cultural es Belén Esteban?
Por supuesto, ni una salida de la crisis, ni un reconocimiento universal, ni un respeto para cualquier propuesta que venga de nosotros. Solo la risa triste que provoca este carnaval de personajes esperpénticos que harían muy bién en pararse de vez en cuando delante de algún libro a ver si se contagiaban un poco de lo escrito en sus páginas.

viernes, 2 de abril de 2010

Piedras contra misiles

Sobrecoge la imagen de los niños palestinos tirando incansablemente piedras sobre el ejército mejor armado del mundo. Es la suya una lucha desigual sin un solo atísbo de futura victoria, pero su espíritu trasciende dando sentido a la utopía y nos llega desde lejos punzando nuestras conciencias.
Flaca memoria tiene Israel si ya ha olvidado lo que es sufrir en carne própia el mayor holocausto de todos los tiempos y poco aprendió de los errores cometidos por los otros si es capaz de no comprender la importancia que cualquier pueblo da a su identidad y su espacio habitado.
Enteramente, parece que lo que padecieron durante los años del nazismo no ha hecho otra cosa más que endurecerlos y obligarlos a un rearme monumental borrando toda posibilidad de diálogo o entendimiento. Responder al lanzamiento de cohetes con misiles da una idea de la prepotencia desmesurada con que se afronta este conflicto.
Esos muros que ahora se construyen en nombre de una paz que puede ser comprada con riquezas, no son más que una repetición de los guethos hitlerianos y quizá el paso próximo será coser una media luna en las chaquetas de sus habitantes.
Este país, que ha pasado de una pasividad estremecedora a una militarización forzosa, puede que no repare en que va perdiendo apoyos y cayendo en el oscuro pozo de un fascismo encubierto cuyas consecuencias serán, seguramente, tan espantosas como las que una vez éllos mismos soportaron.
El mundo no debiera tolerar este fundamentalismo de guante blanco que genera a diario una violencia indiscriminada y tendenciosa. Es el pie inexorable del gigante aplastando con sus zancadas a los pequeños liliputienses cuya única defensa es un puñado de piedras cogidas del camino. Ofende la dignidad del ser humano el silencio de las grandes potencias ante el intento de exterminio de los más desfavorecidos.
Pero claro, la economía se ha convertido en el auténtico Dios de nuestro tiempo. Hay que adorarla y rendirle pleitesía y mimar a los posesores de tan preciado bién callando ante la injusticia y el escarnio siempre en favor del que más puede.
Ingrato deber, el de quien sabiendo que se equivoca, no es capaz de mover un dedo en beneficio de los necesitados. En ceirto modo, son presos del sistema por el que abogan y la voz incontestable de la historia los pondrá en su lugar. No me cabe la menor duda.

jueves, 1 de abril de 2010

Diversión por decreto

Me agobia esta diversión por decreto que ayer me impidió entre otras cosas, encontrar el momento de sentarme a escibir mi artículo.
Soy muy consciente de que necesitamos evadirnos de la rutina del trabajo para ampliar nuestros horizontes y desarrollar otras capacidades lejos del ámbito laboral. La pregunta es si ha de ser todos juntos.
Esta diverfsión por decreto que nos empuja como marionetas a las carreteras y aeropuertos, que nos agrupa en determinadas ciudades en determinados momentos, acaba siendo padecida por quienes como yo, necesitan desenvolverse en el lugar en el que viven con cierta comodidad, cosa que parece del todo imposible dado el aumento desmesurado de viandantes y vehículos que colapsan las calles y la vida.
Pero ésto es como un resorte que despierta una conciencia oculta y nómada y que salta a la voz de un esotérico amo mudándonos de individuo en masa y llevándonos a una´vacación programada y multitudinaria imprevisible y bullanguera.
No se me ocurre qué intención puede haber detrás del decretazo para el ocio, pero si estoy segura de que en cierta medida, coarta la libertad del hombre para la elección de su propio divertimento.
Cansa no poder pasear por la ciudad sin tropezar con las plebes enfervorecidas que circulan de un lado a otro poblando los rincones, los bares, las avenidas y los parques sin control y sin rumbo. Porque además, no pueden coincidir casi nunca los gustos de los unos con los de los otros y se acaba creando un conflicto de ocupación de espacios y preferencias que casi siem,pre terminan en enfrentamientos nada jocosos.
Por otra parte, siempre está el aprovechado de turno que triplica los precios de las cosas para aprovechar sin pudor las avalanchas y sacar de éllas sus própios beneficios. Con lo cual, los que no participamos del jolgorio, acabamos pagando las consecuencias del evento tánto en lo anímico como en lo económico.
Aún así, parece que estuviéramos mal vistos los que diferimos de las costumbres establecidas y el grueso de los que comulgan con éllas nos llaman sosos, aburridos y nos miran de mala manera si es que nos atrevemos a pronunciarnos para pedir´un poco de respeto, también para nosotros.
Es verdad que no estamos obligados a seguir su camino en integrarnos en esta pantomima estruendosa, pero considerarnos moralmemte incorrectos resulta por lo menos, inquietante.
No es para mi una necesidad que nadie me organice el calendario ni que me empuje a las playas o a la fe canalizando mi energía con un botón automático que me programa a distancia sin darme opción ni elección en mi destino. Soy suficientemente capaz de saber al menos, lo que no quiero. Y nunca me han gustado los rebaños. Quiero, si no es mucho pedir, balar a solas en el campo que yo escoja y en el momento que yo estime oportuno.