Ayer no se hablaba de otra cosa. Como si por una suerte de magia, todos nuestros problemas hubieran desaparecido. El fútbol volvía a copar las primeras páginas de los periódicos y abría los telediarios obligándonos a soportar una información monotemática y a olvidar cualquier posibilidad de interesarnos por otras cuestiones.
Viene siendo una norma esta maniobra de distracción frente a los tiempos difíciles. Las carencias son sistemáticamente anestesiadas por la retransmisión, casi a diario, de encuentros entre equipos con mayor o menor rivalidad.
Esto que llamamos de manera equivocada deporte, no es más que uno de los mayores negocios de la historia y esas aficiones que claman en los estadios adorando a sus ídolos no son más que meros contribuyentes a que ese negocio funcione.
Causa cierto dolor que los esforzados trabajadores del país no se cuestionen siquiera el funcionamiento de este circo colaborando en su continuidad sin mirar el trasfondo de lo que se mueve a su alrededor,aupando a los protagonistas de esta historia a la categoría de dioses.
La cruda realidad del asunto es que mientras que un español medio maneja un sueldo de mil euros (muchos de ellos con formación universitaria), un futbolista de primera división se mueve en los ambientes de la jet set cobrando un salario millonario, la mayoría sin ninguna formación.
Pero el fútbol es la excusa perfecta para que no se piense en otra cosa. Nada tiene que ver con la justicia social y mucho con la manipulación política. Adormecer las conciencias con el espectáculo no es nuevo. Ya lo hacían los emperadores romanos con otra clase de circo.
Sin embargo valdría la pena preguntarse si el trabajo de estos deportistas vale lo que se paga por el y sobre todo, si lo que representa el fútbol es suficiente para comprar nuestro silencio. Contestaré que no.
Dejarnos alienar por el buen funcionamiento de este negocio sólo demostraría nuestra incapacidad para ahondar en la profundidad de nuestros problemas y nuestra poca disposición para afrontar de cara la resolución de éstos. Sentarnos embobados ante las pantallas de televisión a contemplar la evolución de dos equipos en un campo, no puede convertirse en la droga que adormece nuestros espíritus si no nos damos cuenta de que no es más que una evasión descarada de nuestra propia realidad.
Desde luego, conviene a los gobiernos acallar nuestro pensamiento. Por eso, la inversión nunca resulta exagerada si los resultados son rentables a las políticas de turno.
Más claramente, mientras pensamos en fútbol, no pensamos en el paro ni las hipotecas. Mientras discutimos de fútbol, no damos importancia a la corrupción ni a la inseguridad ciudadana. Mientras miramos el fútbol, no somos en fin, un peligro para la estabilidad política ni nos manifestamos en las calles.
Por eso, rogaría una reflexión sobre nuestras posturas de inmovilidad y fanatismo y que cada cual se mirara al espejo cuando se quede a solas. A lo mejor, le asustaba el reflejo de su imagen y empezaba a construir otros caminos.