Sin dar tiempo a que empiece Septiembre, aún en la prórroga irregularmente cálida del periodo vacacional, se inician las conversaciones políticas en un intento a la desesperada por encontrar apoyos favorecedores de la permanencia en el poder.
Dicen las lenguas opositoras, proclives a cierta maledicencia y a incitar licenciosamente a rebeliones favorecedoras de un cambio a su favor, que los días de este gobierno están contados y que el presidente Zapatero acusa los efectos de su espantosa soledad que le llevarán a una rendición incondicional ante la perspectiva de un otoño tormentoso.
Los Nacionalistas Vascos aprovechan la coyuntura arrimando la golosa ascua de las mejoras en la autodeterminación a su nada desdeñable palmarés de extorsiones continuadas a los gobiernos centrales en una manipulación maquiavélica del panorama político ante el decoroso silencio de un Lendakahari López que ha luchado denodadamente por acabar con la supremacía que los ha mantenido veinte años en el poder euskaldún, todo hay que decirlo, sin demasiada brillantez en los resultados obtenidos.
A veces, más convendría tirar la toalla conservando cierto honor, que permanecer estáticamente asentado en una incómoda posición al precio de una pérdida total de la dosis de pundonor necesaria para no caer en el ridículo.
Si la trayectoria de este presidente no hubiera lesionado tan gravemente los derechos de los trabajadores, si se hubiera afrontado la crisis con un atisbo de sinceridad y con la valentía suficiente para exigir su resolución a quienes avariciosamente la provocaron, la angustiosa situación que ahora vive el partido más antiguo del arco político español no se hubiera producido jamás.
Con o sin alianzas, la batalla está perdida de antemano y es de estimar que si se continúa por el fatídico sendero elegido, la hecatombe electoral que se produzca en los próximos comicios sea de tal magnitud. que volver a contar con la confianza de los ciudadanos resulte una labor bastante improductiva si no se cambian diametralmente las posturas y las personas.
Y lo peor es que a este gobierno no se le recordará por sacarnos de la guerra de Irak, ni por legalizar los matrimonios entre personas del mismo sexo, ni por aprobar la ley de dependencia ni por ninguno de sus logros sociales, sino por haber sido el primer gobierno que, declarándose de izquierdas, se atrevió a bajar el sueldo a los trabajadores y a propiciar el despido libre pisoteando los logros sindicales obtenidos durante siglos de durísima lucha.
Lo peor, es que el interés que se había despertado por las cosas públicas se ha transformado en una corriente de indignación generalizada y en un descrédito para nuestros representantes sólo comparable al que provocan los delincuentes comunes que se atreven a arrastrar a las personas por las calles para obtener cualquier botín.
Lo peor es que ni siquiera sabemos qué consecuencias directas nos traerá el halo de santidad con el que se auto corona la derecha que, desgraciadamente, obtendrá fácilmente el relevo en la alternancia del poder.
Y se consiga o no mitigar la desesperada soledad con pactos interesados de última hora con socios de dudosa fidelidad, no será esto más que una forma de prolongar la espantosa agonía en que nos encontramos ahora con una vida artificial que en nada puede favorecer una curación espontánea, sino dejar al paciente en una situación de desahucio del que ningún prestigioso médico será capaz de sacarle jamás.