En una prensa dividida por las corrientes de opinión, a menudo pienso que la única publicación a todas luces independiente del país es este humilde blog que me empeño en publicar cada mañana. Fieles al color de su ideología, los lectores se inclinan por los periódicos que las abanderan y desdeñan en su totalidad las otras opciones en la seguridad de que son absolutamente opuestas a sus propias tendencias.
Yo no se hasta que punto los periodistas contratados por las editoriales se ven obligados a seguir una línea en los contenidos de sus artículos, pero la impresión que vive desde fuera el observador, es que los uniformes partidistas han terminado por imponerse a la profesionalidad de los que se dedican a perseguir noticias.
Es casi imposible partir de una objetividad completa cuando uno se sienta a escribir y qué duda cabe que existe una influencia de la doctrina de cada cual que se refleja meridianamente en la narración personal de los hechos, pero el principio fundamental del periodista ha de ser primordialmente la búsqueda de la verdad y la constatación de lo que acaece sin atisbo de disfraces que maquillen los asuntos.
En esta andadura que me impongo como una obligación cotidiana y que se ha convertido en un motivo de ilusión pero también en un informe diario de la realidad que me rodea, enseguida he podido descubrir que no es posible estar siempre de acuerdo con una trayectoria determinada.
Indiscutiblemente, sería mucho más fácil contentar a los que coinciden en mi opinión general con soflamas demoledoras contra quienes se encuentran al otro lado de mi espectro ideológico, pero mi dignidad individual e innegociable, me obliga a la necesidad de criticar constructivamente a los que están cerca de mis posturas y también si el caso se diera, ensalzar las propuestas de quienes no coinciden con mi filosofía de la vida.
Debo a los se asoman a diario a mi ventana la honestidad de no caer en la tentación del engaño y la certeza de que mientras me leen estarán siempre inmersos en un mundo en el que no caben ni la insinceridad ni la sumisión a organismos manipuladores de las palabras que salen de mi pluma.
A menudo, ya lo he dicho en reiteradas ocasiones, me gustaría ser más optimista en el panorama con el que me levanto cada mañana, decir que nos espera un futuro mejor y que la confianza en los que me gobiernan me permite seguir con mi rutina en la seguridad de que son un ejemplo de decoro profesional y limpieza de miras pero sería incorrecto por mi parte maquillar la verdad creando falsas expectativas en quienes acceden a estas letras.
Esta lección tan sencilla de retener para quien apenas acaba de empezar en estos menesteres de la información, parece haber quedado relegada a un pasado en el que todavía el poder de la prensa radicaba fundamentalmente en contrastar la investigación para llevarla hasta los usuarios sin una pizca de manipulación o intrusismo.
Y es por eso que hoy quiero reivindicar que se puede y apelar a la conciencia de quien llega a las masas a través de un periódico de tirada nacional influyendo con sus comentarios en el ánimo de los que de buena fe, confían en la autenticidad de lo que escriben. El periodista ha de ir con los ojos vendados sin atender a las tentaciones que el camino le ofrece. Acaso algunos debieran tomarse un momento para pensar cuanta importancia tienen unas letras impresas en la dirección de la vida de los otros y dirigir su esfuerzo a conseguir que lo que publican en los medios pueda ser considerado al menos, un canto a la libertad de expresión y un modelo de imparcialidad en el relato.