Uno, inocentemente, piensa que pertenece a un País con soberanía propia, que goza de absoluta independencia en la toma de las decisiones que le atañen, que es dueño de administrar justicia en los asuntos delictivos que le conciernen y que, en resumen, es libre de discernir lo que resulta más conveniente a sus intereses, sin injerencias extranjeras, en lo que se ha dado en llamar, asuntos patrios.
Hemos compartido muchas veces la mala opinión que se tiene sobre la función de nuestros enrocados jueces, fiscales y responsables de la administración ecuánime de la justicia, sobre los ciudadanos y ahora sabemos, además, que altos cargos estrechamente vinculados con este mundillo desastroso, pierden frecuentemente la poca dignidad que aún conservaban y se ponen a las órdenes de funcionarios de la nación más poderosa del mundo, arrastrándose ante sus designios, con la fidelidad ,mal entendida, de un perro temeroso del castigo que pueda aplicarle su enfurecido amo.
El ocho de abril del año 2003, el cámara José Couso resultaba muerto, en una acción premeditada de fuerzas estadounidenses contra un hotel de Irak, habitado íntegramente por periodistas, que, en esos momentos, llevaban la cobertura del conflicto armado.
Desde entonces, su familia y todas las personas de bien, que desde el primer momento consideraron el hecho como un vil asesinato, han estado, sistemáticamente, reclamando justicia y los autores del crimen, siguen gozando de total impunidad, mientras los encargados de mover el asunto, en un descarado alarde de hipocresía, no sólo no investigaban la verdad, sino que consentían en ser violentamente presionados por el gobierno de Washington para que el caso fuera, finalmente, olvidado.
No cabe mayor ignominia. No hay calificativos aplicables al señor Conde Pumpido, fiscal general del Estado ESPAÑOL, capaz de someter su voluntad y los intereses de sus compatriotas, en este caso luctuosos, al mandato tiránico de la supuesta madre de todas las democracias.
Es de rigor preguntar bajo qué bandera militan nuestros representantes judiciales, quién mueve realmente los hilos de los que nos gobiernan y en qué grado de indefensión nos encontramos los ciudadanos de a pie, cuando nos enfrentamos a la magnitud de un coloso, capaz de cualquier cosa, para salvaguardar su imagen impoluta de defensor de las causas de otros.
Sospechosamente, una de las exigencias establecidas en las conversaciones entre las partes, era la de que, bajo ningún concepto, el caso pudiera llegar a manos del Juez Garzón, ya que, su opinión sobre la aplicación de la justicia internacional, resultaba subversiva, a los ojos “inocentes” de los buenos hermanos de Norteamérica.
Imaginamos que a la familia de José Couso, la noticia le habrá caído como un gran jarro de agua fría. En quién podrán confiar a partir de este momento, es una incógnita de difícil respuesta, que probablemente mermará significativamente su ánimo y sobre todo, su esperanza en aclarar las circunstancias en que perdieron a José y en que paguen su culpa los culpables.
No están solos, por supuesto. Todas las personas de bien, nos unimos al escalofrío que habrá recorrido su espalda y no cejaremos en el intento de que su causa sea, finalmente, llevada ante unos tribunales independientes.
La opinión que se genera en nosotros es la de ser, al fin y a la postre, apátridas sin derechos, marionetas de la feroz gestión de los magnates sin escrúpulos que poseen todas las riendas que manejan el mundo. Y el dolor de saber que nuestra libertad termina, en cuanto choca con los intereses del Coloso, nos deja sin argumentos, hasta para escribir esta crónica, no sea que desde alguna oficina siniestra, muestren un interés desmesurado por la libertad que se demuestra en este blog, y me lo anulen sin mediar palabra.
Hemos compartido muchas veces la mala opinión que se tiene sobre la función de nuestros enrocados jueces, fiscales y responsables de la administración ecuánime de la justicia, sobre los ciudadanos y ahora sabemos, además, que altos cargos estrechamente vinculados con este mundillo desastroso, pierden frecuentemente la poca dignidad que aún conservaban y se ponen a las órdenes de funcionarios de la nación más poderosa del mundo, arrastrándose ante sus designios, con la fidelidad ,mal entendida, de un perro temeroso del castigo que pueda aplicarle su enfurecido amo.
El ocho de abril del año 2003, el cámara José Couso resultaba muerto, en una acción premeditada de fuerzas estadounidenses contra un hotel de Irak, habitado íntegramente por periodistas, que, en esos momentos, llevaban la cobertura del conflicto armado.
Desde entonces, su familia y todas las personas de bien, que desde el primer momento consideraron el hecho como un vil asesinato, han estado, sistemáticamente, reclamando justicia y los autores del crimen, siguen gozando de total impunidad, mientras los encargados de mover el asunto, en un descarado alarde de hipocresía, no sólo no investigaban la verdad, sino que consentían en ser violentamente presionados por el gobierno de Washington para que el caso fuera, finalmente, olvidado.
No cabe mayor ignominia. No hay calificativos aplicables al señor Conde Pumpido, fiscal general del Estado ESPAÑOL, capaz de someter su voluntad y los intereses de sus compatriotas, en este caso luctuosos, al mandato tiránico de la supuesta madre de todas las democracias.
Es de rigor preguntar bajo qué bandera militan nuestros representantes judiciales, quién mueve realmente los hilos de los que nos gobiernan y en qué grado de indefensión nos encontramos los ciudadanos de a pie, cuando nos enfrentamos a la magnitud de un coloso, capaz de cualquier cosa, para salvaguardar su imagen impoluta de defensor de las causas de otros.
Sospechosamente, una de las exigencias establecidas en las conversaciones entre las partes, era la de que, bajo ningún concepto, el caso pudiera llegar a manos del Juez Garzón, ya que, su opinión sobre la aplicación de la justicia internacional, resultaba subversiva, a los ojos “inocentes” de los buenos hermanos de Norteamérica.
Imaginamos que a la familia de José Couso, la noticia le habrá caído como un gran jarro de agua fría. En quién podrán confiar a partir de este momento, es una incógnita de difícil respuesta, que probablemente mermará significativamente su ánimo y sobre todo, su esperanza en aclarar las circunstancias en que perdieron a José y en que paguen su culpa los culpables.
No están solos, por supuesto. Todas las personas de bien, nos unimos al escalofrío que habrá recorrido su espalda y no cejaremos en el intento de que su causa sea, finalmente, llevada ante unos tribunales independientes.
La opinión que se genera en nosotros es la de ser, al fin y a la postre, apátridas sin derechos, marionetas de la feroz gestión de los magnates sin escrúpulos que poseen todas las riendas que manejan el mundo. Y el dolor de saber que nuestra libertad termina, en cuanto choca con los intereses del Coloso, nos deja sin argumentos, hasta para escribir esta crónica, no sea que desde alguna oficina siniestra, muestren un interés desmesurado por la libertad que se demuestra en este blog, y me lo anulen sin mediar palabra.