Como no nos ha tocado la lotería, cosa por otra parte
habitual, habrá que disponerse para afrontar las Navidades, cada uno con lo que
cuente y entendiendo, para empezar, la inmensa suerte que tenemos los que aún
podemos disfrutar de la paz, de un hogar caliente y de la compañía de buenos y
entrañables amigos, ahora que llegan estas fechas.
El rumbo que ha tomado el mundo en los últimos tiempos, la
violencia que se ha instalado en todas partes y los abismos que se abren entre
las clases sociales que habitan el planeta, hacen que aquella alegría que nos
producía, cuando éramos más jóvenes e inexpertos, la llegada de la Navidad y
podíamos campar por nuestro respetos, libres de cargas académicas o laborales y
tomando las calles sin más riesgos que el de ser víctimas de nuestras
desmesuradas ganas de vivir, aunque ni siquiera tuviéramos libertad para
conseguirlo plenamente, se disipe
haciéndonos caer en la melancolía.
Teníamos entonces, ilusión de futuro por delante y voluntad
para afrontar con valentía las dificultades que nos sobrevinieran, sabiéndonos
arraigados a nuestra tierra y creíamos, con la bendita inocencia que
caracteriza esa edad, que podríamos cambiar el rumbo del Universo, únicamente
con la fuerza inagotable de nuestro propio pensamiento.
El tiempo, inexorable, acabó por colocarnos en este sitio que
ahora ocupamos y aunque se podría decir que llegamos a rozar con los dedos,
muchas de aquellas metas que nos marcamos y por las que luchamos denodadamente
durante nuestra madurez, el retroceso surgido de las tinieblas de los últimos
tiempos, hace que tengamos la impresión de que hemos vuelto al punto de
partida, pero con las fuerzas mermadas para poder empezar de nuevo.
A todos aquellos que han llegado a esta conclusión y que
abandonan sin intentar siquiera, volver a sumarse a un proyecto, mi deseo para
estas Navidades, en las que hay mucho en lo que pensar, es que traten de
recuperar la emoción que entonces les producía formar parte activa de aquellos
propósitos de enmienda y que no dejen que se marche de la estación el tren, sin
haber por lo menos, intentado subir a él, aunque sea con muletas.
La vida pasa y aunque a los mayores nos parezca que en cierto
modo, se nos acaba el tiempo, el poco o mucho que nos quede, los años, los
meses o las semanas que permanezcamos aquí, bien merecen dar la batalla, para
dejar a los que nos quisieron, el ejemplo de no habernos rendido jamás y de
haber construido hasta el final, nuestro propio camino, con esperanza y con
firmeza.
Vale mucho poder mirar a los ojos a los demás, sin tener
absolutamente nada de lo que avergonzarse en la vida. Nuestros hijos, nuestros
nietos y todos aquellos que nos seguirán y que alguna vez, también se sentirán
agotados, como ahora nosotros, tal vez puedan ponerse en pie, si les mueve
nuestro recuerdo.
Pasen, en la medida de lo posible, unas felices fiestas.
Acuérdense, por favor, de todos aquellos que sufren y mírenlos de frente,
ofreciendo una mano amiga que consuele su soledad y les transmita un poco de
alegría y luchen, por favor. Nada puede cambiar, si no se pone en ello la
ilusión de poder conseguirlo.