lunes, 11 de mayo de 2015

Odia el delito...


La estremecedora entrevista que Jordi Évole hizo al etarra arrepentido Iñaki Rekarte, copó ayer el espacio televisivo de la noche y ofreció una lección magistral de cómo se puede hacer buen periodismo sin que existan temas vedados a los profesionales, aunque por sí resulten ser auténticamente espinosos.
Nunca antes habíamos visto los españoles a un etarra ante las cámaras de una televisión, ni habíamos tenido la oportunidad de oír cuáles son interiormente sus pensamientos y el hecho de que este individuo, que ha cumplido veintidós años de condena por cuatro asesinatos cometidos en atentado hace tiempo, se presentara a cara descubierta ante la audiencia, haciendo una comparación paulatina entre sus opiniones de antes y las de hora, ha constituido para todos una oportunidad para comprender qué tipo de personas ha estado reclutando la cúpula de ETA durante años y hasta qué punto muchos de ellos resultaban ser jóvenes absolutamente carentes de ideología, abducidos por el mero hecho de que se les hacía creer que iban a convertirse en héroes.
Todo el ambiente de la entrevista, realizada seguramente a propósito entre el espeso silencio de los bosques de Euskadi, o alrededor de una mesa de comedor con los dos interlocutores colocados frente a frente, constituye en sí misma un agobiante esfuerzo por hacer aflorar la verdad y un recorrido por el tortuoso camino que han seguido muchos militantes de ETA, no solo mientras militaban en la clandestinidad, sino también, durante las largas condenas que han cumplido en las cárceles, tras ser condenados por sus sangrientos delitos.
La sinceridad desnuda demostrada por Rekarte en toda la emisión y el dejar hablar de un Évole que renuncia incluso a preguntar, considerando mucho más importante la intervención libre del entrevistado, no pude siquiera ofender a las víctimas, tan frágiles en otras ocasiones cuando se han tratado estos temas y mina sin consideración los mismos cimientos de la banda y sobre todo, la imagen idealizada que los simpatizantes abertzales tienen de sus dirigentes.
Escuchando a Rekarte, todos tuvimos la impresión de que no fue reclutado precisamente por su talento y que más bien, quizá como otros muchos, fueron sus ansias de notoriedad las que le llevaron a decidir que matar podía ser lo más importante que haría en su vida.
El hecho de no recordar el nombre de sus víctimas, el seguir fielmente los dictados de la cúpula de ETA durante sus años en la cárcel, aunque ello supusiera jugar con la propia salud a través de las huelgas de hambre y la asunción final de que durante mucho tiempo pecó gravemente de una xenofobia casi incomprensible, indica el grado de abducción a que puede llegar un individuo que ni siquiera entiende, en principio, por qué entra a formar parte de según qué organizaciones.
La sensación, durante la hora que dura el programa, es la de estar frente a un tipo desgraciado, sin demasiadas oportunidades de tener un futuro exitoso, al que alguien capta como peón de brega de sus maléficas intenciones, a base hacerle creer que para su causa, resulta imprescindible y que solo después de veinte años de oscuridad, ve un dio la luz que le muestra la espantosa realidad en que ha estado sumido, apenas sin saberlo.
Mirándole, oyéndole decir que ya ni siquiera le importa si Euskadi consigue o no la independencia, una recuerda la famosa frase de Concepción Arenal y la trae al presente, como si hubiera sido escrita precisamente para este caso: “Odia el delito y compadece al delincuente”.


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