jueves, 7 de octubre de 2010

Danubio rojo




Este, que muy bien podría ser el título de una novela del flamante Premio Nóbel de Literatura, Mario Vargas Llosa, es el triste titular de una nueva catástrofe ecológica de dimensiones aún desconocidas, que va invadiendo Europa desde Hungría sin que las explicaciones ofrecidas sobre lo acaecido sean aún suficientemente claras como para discernir la gravedad de sus consecuencias.
Coincidiendo con la concesión del más prestigioso galardón de las letras, una marea de barro tóxico se extiende imparable a través de los cauces de los ríos, arrasando cuanto encuentra a su paso hasta empezar a teñir de rojo un romántico Danubio que nunca fue realmente azul y que ahora se divisa desde el aire como una marea de sangre cargada de muerte que amenaza con arrasar paisajes y vida.
Esta es la prioridad de las noticias y así la coloco en el orden de mis prioridades, lamentándola como todas las veces en que empecinadamente nos empeñamos en destrozar nuestro ámbito, alzando la voz contra el descuido reiterativo de las grandes industrias con los residuos que producen, exigiendo una categórica legislación contra el desamparo de los afectados por estas demasiado frecuentes tragedias, reclamando la verdad por encima de los caramelos venenosos envueltos en celofán de colores y esperando una solución inmediata contra la propagación nefasta de sus consecuencias.
Pero hoy no puedo dejar de echar volar la mente hacia los recuerdos de juventud y contemplarme en mis veinte años, cuando descubrí por vez primera la novela hispanoamericana con el asombro de estar leyendo algo diametralmente diferente a todo lo que habían visto mis ojos hasta entonces y nombres como el de Gabriel García Márquez, Cortázar y Mario Vargas Llosa irrumpieron en mi vida de estudiante como un torrente de frescura para instalarse en mi vida lectora para siempre por pleno derecho. Entonces no eran nadie y sus nombres sonaban entre los círculos progresistas, como una corriente que se denominó realismo mágico, ocupando un sitio en todas las mesillas de noche de la avanzadilla de las Universidades Españolas, ocupadas entonces en la lucha contra la dictadura franquista y sus últimos coletazos de represión.
Después cada cual siguió su propio camino y el reciente premio Nóbel resultó ser mucho más conservador de lo que al principio pensábamos, pero cuando leímos sus Conversaciones en la Catedral o los Cien años de soledad de García Márquez, o la Rayuela de Cortázar, se nos abrió un camino de nuevas posibilidades literarias impensables en un país donde cualquier manifestación libertaria, era inmediatamente abortada por la oscuridad y el silencio.
Es por eso, en honor a lo que supusieron para nosotros, por la brisa fresca que nos proporcionaron en el ahogo de la agonía y la falta de ideas, que no puedo menos que alegrarme por esta concesión.
Me complace también que el autor escriba en nuestra riquísima lengua engrosando la lista de merecidos ganadores que tánto aportaron a la fantasía, que nos pusieron alas en la imaginación con sus maravillosas historias ayudándonos incluso a sobrellevar los momentos difíciles con la evasión que nos proporcionaron sus letras.
Tuve la suerte de conocer a Mario Vargas Llosa en Sevilla en 1974. Fue sólo una breve conversación entre un grupo de gente, pero he de reconocer que me pareció una persona tremendamente atractiva, física e intelectualmente, ameno en la conversación y en el trato, con una educación exquisita y que dejó en mí para siempre un espléndido recuerdo.Enhorabuena.



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