Con el nuevo Rey ya coronado y la Selección española
eliminada del mundial de fútbol de Brasil, los ciudadanos vuelven a aterrizar
de bruces en la realidad, comprobando que desgraciadamente, ninguno de sus
problemas ha desaparecido.
Tras la ceremonia celebrada esta mañana, el paseo de la
comitiva real por las calles de Madrid, que Ana Botella se había encargado de
engalanar y blindar exageradamente y la especie de Besamanos que se ha
organizado justo antes de la Comida ofrecida por los nuevos Reyes, a los
curiosos no les ha quedado otro remedio que regresar a sus casas y a los que no
lo éramos, ni siquiera se nos ha permitido no ver las imágenes del evento, dada
la profusión informativa que han venido ofreciendo todas las cadenas
televisivas, siempre sobre este mismo tema.
No a todo el mundo le ha ido tan bien y unos cuantos
valientes que se han atrevido a desoír la prohibición de manifestar sus
simpatías por la República, han sido literalmente perseguidos por la policía
por todo el centro de la Capital, produciéndose algunos enfrentamientos que han
terminado en detenciones, sólo por lucir algunas camisetas y banderas
republicanas, como si la libertad de expresión de los españoles hubiera
desaparecido como derecho, con el estreno en el cargo del nuevo Rey.
Claro que teniendo en cuenta que la señora alcaldesa se ha
estado dedicando a enviar a los policías municipales de puerta en puerta, para
convencer a los habitantes de los edificios situados en la trayectoria del
cortejo real de que engalanaran sus balcones con banderas españolas sufragadas
por el Ayuntamiento, no es de extrañar que no estuviera dispuesta a consentir
que un grupo de los que ella llama perroflautas, afeara la concienzuda
organización en la que había puesto todo su empeño, como monárquica declarada
que es y como poco receptiva a todo lo que pueda venir de otro lado, que no sea
el situado en la derecha.
Que nos hayan prohibido protestar, no quiere decir que todos
los españoles estemos a favor de la Monarquía como sistema de gobierno y menos
aún, que nos hayan parecido bien estos fastos y no habría más que echar una
mirada a los que han estado aclamando a la comitiva real, para comprender que
el número de personas que ocupaban las calles no era, ni por asomo,
representativo del pensamiento de una mayoría y sí de los que son en este país
a los tradicionales inmovilistas que permanecen anclados a unas ideas más
propias del siglo XIX, que de los tiempos que corren en la actualidad.
Tampoco el discurso del recién llegado ha parecido nada
progresista y más bien, se ha limitado a repetir las manidas palabras que usan
todos aquellos que toman de algún modo posesión del poder, con una declaración
de intenciones que después, en casi ningún caso, se cumple.
Teniendo en cuenta que
cualquier cosa que hubiera dicho Felipe en el Parlamento, habría sido hoy
recibida con clamorosos aplausos, debido a la magnanimidad de socialistas y
populares y sobre todo, a la ausencia de los Partidos que han resuelto no estar
presentes en el acto, en consonancia con su pensamiento, no es de extrañar que
la única noticia destacable en la toma de poderes haya sido que Mas y Urkullo
no hayan aplaudido su intervención, como por otra parte era de esperar, dadas
sus intenciones separatistas.
Por otra parte, no consigo entender que aplaudir en un acto
de esta índole haya de ser una obligación impuesta por el protocolo a todos los
asistentes a él, estén de acuerdo o no, con las palabras que allí se pronuncian
y francamente, me alegro de que al menos haya habido algún tipo de discrepancia
que pueda demostrar que el cuento color de rosa que nos han pretendido vender
esta mañana no era en realidad, tan absolutamente perfecto.
Sobre todo porque en la intimidad de su casa, ahora que el
espejismo ha terminado, cada español se estará planteando que mañana tendrá que
volver a enfrentarse a sus carencias, exactamente con la misma dificultad con
que lo hacía anteayer, sin que la llegada del nuevo Borbón le haya traído
ninguna buena nueva.
Y ya no le quedará además, ni siquiera el hipnótico que
representaba ver a la selección de fútbol acercarse a la consecución de otro
campeonato del mundo, pegado a la pantalla de la televisión… y en silencio.
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