Acostumbrados durante siglos a dirigir los destinos de la
humanidad por una mera cuestión de apellidos, los Reyes que aún quedan en el
siglo XXI y que han logrado superar con éxito todas las revoluciones que se han ido produciendo a lo largo de la
historia, se mantienen aupados en un lugar de privilegio y viven al margen de
la realidad que les circunda, en un mundo fantástico de lujo y despreocupación,
que dista mucho de la rutina cotidiana, de
los que, probablemente, ellos siguen considerando sus súbditos.
Todos sabemos por propia experiencia, que Europa está inmersa
en una espantosa e interminable crisis y
sin embargo, periódicamente, las monarquías de diferentes países de la Unión,
organizan una serie de fastos que, contando con el dinero público, están
encaminados, única y exclusivamente, a su propio lucimiento personal, ignorando
las desventuras que han de sufrir los ciudadanos para sufragar estos gastos
que, llamativamente, no están nunca sujetos a recortes.
Hace poco se celebró en Inglaterra el aniversario de la
Coronación y ahora, la abdicación de la Reina de Holanda traerá consigo una
ceremonia de coronación de su heredero, montada como si se tratara de una
superproducción hollywoodiense, aunque todos sepamos que esta producción no
estará a cargo de ningún multimillonario americano.
No parece moral en los tiempos que corren, dedicar inmensas
partidas de dinero, absolutamente necesarias para paliar la grave situación social en que nos
encontramos, a perpetuar la existencia de una Institución retrógrada y
obsoleta, que debió desaparecer con la llegada de la modernidad y que ya ni
siquiera tiene una utilidad real en la política de las Naciones, al carecer de
poder ejecutivo sus miembros y al haber quedado reducido su papel a una mera
cuestión ornamental que sin embargo, supone un despilfarro inaceptable de
dinero público, empleado exclusivamente en satisfacer caprichos personales que
escapan a toda lógica.
Mientras las naciones del Sur de Europa se ven empujadas al
negro abismo de la miseria y sus habitantes son azotados sin compasión por las medidas de recorte
aplicadas por cada uno de sus gobiernos, el comportamiento de las Monarquías
que salpican la geografía del Viejo Continente, continúan su camino de
pomposidad, protagonizando gestos de insolidaridad para con los ciudadanos, que
bien podrían calificarse como estrictamente inmorales.
Pero eso no parece preocupar a las troikas, ni incide en modo
alguno en la marcha de los mercados, ni se exige siquiera desde el poder, que
desaparezcan del panorama político, para conseguir una reducción de gastos, que
seguramente, sería cuantiosa.
No hay reformas laborales que afecten al oficio de Rey, ni
despido por razones de inviabilidad de su cargo, ni recortes que impidan al
monarca y su prole el uso de la sanidad privada a cargo de la hacienda pública,
o que manden a sus descendientes a las más exclusivas escuelas, para completar
una educación exquisita, pagada por todos nosotros.
Es más, se considera una especie de agravio estar a favor de
la República como sistema de gobierno y una falta de respeto criticar las malas
acciones de los soberanos y cuantos les rodean, como si un aura de santidad
flotara sobre sus cabezas y su mandato proviniera de un Dios, que estuviera por
encima de las urnas en las que se eligen, democráticamente, los Parlamentos.
Nada ha cambiado para las monarquías con la persistencia de
esta crisis y ni siquiera han tenido la decencia de ocultar su ostentosa forma
de vivir, a los ojos de una sociedad que lo ha perdido todo con la marcha de
los acontecimientos actuales.
La Coronación del heredero holandés, será una prueba
irrefutable de la certeza de este argumento.
Me pregunto si cuando saluden con la mano a quienes
contemplen el paso del cortejo, por un momento siquiera, pensarán en lo que se
podría haber hecho, con lo que están empleando en su ceremonia de ensueño.
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