El gobierno que dirige
Mariano Rajoy se está quedando solo en la indefendible cruzada emprendida, con
la pretensión de combatir la crisis, y que le devuelve con toda violencia, el
estremecedor resultado de las cifras del desempleo, recordándole que al margen
de su empeño por solventar la deuda adquirida con Europa, el verdadero problema
que sobrecoge el corazón del pueblo español, ha de pasar inevitablemente por la
creación de nuevos empleos, aunque esta posibilidad ni siquiera haya sido
mencionada, en la última comparecencia de sus Ministros.
Muy al contrario y siguiendo en la línea de sumisión a los
mandatos europeos que ha caracterizado su política desde que alcanzó el poder,
hace poco más de un año, el ansia por complacer a los acreedores del cuantioso
rescate empleado en reflotar el hundimiento de la Banca, se antepone una vez
más a las necesidades perentorias de los ciudadanos y se materializa en una
nueva subida de impuestos, maquillada ahora bajo el curioso nombre de “novedad
tributaria”.
Esta nueva vuelta de tuerca, que aprieta aún más la soga
colocada alrededor del cuello de la sociedad española en su conjunto y que se
acompañará en breve de la propuesta de elevar la edad de jubilación hasta los
setenta años y otras ideas de dudosa brillantez, surgidas de la mente de los
asesores de nuestro esquivo Presidente, no impedirán, en palabras de literales
de Sáenz de Santamaría, que al término de la vigente legislatura, el paro
afecte al 25% de la población, ni que el nivel de vida de los españoles haya
descendido a cotas similares a las que se daban en el periodo de la pos guerra.
Y sin embargo, seguir sosteniendo la teoría de que estos
sacrificios se verán finalmente recompensados por un triunfo que sólo será
posible desde la obediencia, parece constituir la principal consigna de
cualquiera que represente los intereses del Partido Popular, a pesar de que las
voces discrepantes aumentan de manera espectacular , llegando incluso a
sorprendernos, al provenir de determinados medios de comunicación, hasta ahora
absolutamente fieles a la doctrina conservadora de este gobierno.
Hace mal el Presidente Rajoy en confiar en quien confía, pues
a la vista está que camina por una cuerda floja, en permanente estado de
tensión y perseguido por la gravedad de sus errores, sin que ninguno de sus
colaboradores haya conseguido encontrar ni un solo viso de solución, que alivie
la gravedad de los acontecimientos.
Encerrado en la burbuja de su mayoría absoluta y creyendo que
ésta le da la seguridad suficiente, incluso para transgredir los límites
morales en la relación con su pueblo, consciente o inconscientemente, está
anteponiendo sus apuestas políticas personales, a las que realmente podrían ser
eficientes en el momento que vivimos, aunque hubieran salido de cualquier otra
formación, o incluso si únicamente provinieran de la voluntad popular, que debe
ser al fin y al cabo, quien decida la suerte que desea correr y la manera en
que quiere hacerlo.
Sin eximentes que palien el peso de su culpa, Rajoy se está
jugando mucho más que un sitio en la historia de España. Perdida toda su
credibilidad y empecinado en continuar asfixiando a los ciudadanos con su
manera de gobernar, Rajoy está poniendo en peligro la continuidad de un Estado
Español independiente y colocándonos en
las manos de los nuevos colonizadores del SXXI, aún a riesgo de hacernos perder
nuestra autonomía como Nación y el derecho soberano a decidir sobre nuestro
propio destino.
Al pueblo español, con perdón, le importa un carajo devolver
el rescate o las lecciones de macroeconomía que nos ofrecen a diario los
grandes expertos y sin embargo, las únicas preocupaciones de quien nos preside,
empieza n y acaban en este maremágnum de
desesperanza y todo cuanto hace se orienta irremediablemente, a ese mundo de
macrocifras al que hemos llegado,
conducidos de la mano de nuestros inútiles políticos.
¿A qué han de aguardar los seis millones, trescientos mil
parados, para ser atendidos, en su acuciante necesidad, por quien dice ser su
Presidente?
¿Cuánta paciencia se le supone a quien busca desesperadamente
trabajo y que ya en muchos casos, depende de la caridad para seguir
subsistiendo?
¿Hablaría Rajoy cara a cara con estos ciudadanos, para
decirles que su situación debe esperar a
que se resuelva la deuda con Europa?
¿Y cuál sería la respuesta de su interlocutor, que lo ha
perdido todo, precisamente, por esta causa y por otras directamente
relacionadas con la línea de su política?
Con toda probabilidad, los desempleados contestarían: pues
abandone Europa y piense un poco más en España. Al fin y al cabo, somos
nosotros y no los europeos, quienes le hemos elegido y quienes merecemos, por
tanto, su esfuerzo, su dedicación, su atención y su empeño por devolvernos la
dignidad que nos roba, cada vez que menciona a Europa, mientras se olvida del
bienestar de los españoles.
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