Hace apenas un año que tuve el privilegio de ver a Héctor
Alterio y Julieta Serrano interpretando la versión teatral de “La sonrisa
etrusca” de José Luís Sampedro.
Yo había leído este libro mucho tiempo atrás y ya entonces se
convirtió en una de esas obras que te enamoran para toda la vida, aunque por
razones de edad y desde que soy abuela, los sentimientos descritos por su autor,
me tocan mucho más de cerca ahora que entonces y he de reconocer que en muchas
ocasiones, he vuelto a pensar en él, siempre en momentos relacionados con la
ternura.
He seguido la carrera de Sampedro, primero motivada por meras
cuestiones literarias y después, porque también consiguió enamorarme a través
de su pensamiento, así que cuántas cosas tenía que decir, oralmente o por
escrito, inmediatamente provocaban en mí una corriente de simpatía, quizá por
las múltiples coincidencias existentes entre sus razonamientos y los míos.
Nos enteramos hoy de que se marcha tan discretamente como vivió, dando
un ejemplo de que es posible poner en práctica las teorías que nos acompañan
toda la vida y a la vez, dando una lección a todos estos políticos actuales tan
acostumbrados a prédicas y promesas incumplidas y que tanto tendrían que
aprender de este soñador, que nunca se rindió al desaliento.
Nos deja una herencia que sin tener nada que ver con
cuestiones crematísticas, constituye un valor incalculable para los que creemos
en la bondad del hombre y con ello se asegura una presencia permanente entre
nosotros, ya que a pesar de su valía personal y su dilatada carrera como autor
de éxito, era uno de los nuestros.
Todos recordaremos
siempre su imagen, confundiéndose entre la de los indignados del 15M y alzando
junto a ellos su voz, contra las injusticias que asolaban nuestras vidas, a
consecuencia de la maldita crisis.
Y eso que debía entender sobre lo que estaba ocurriendo, pues
su condición de economista de carrera le permitiría con toda seguridad, estar
al tanto de los entresijos que manejan los que ahora ostentan el poder, aunque
nunca estuviera de acuerdo con el cariz que estaban tomando los acontecimientos
y a pesar de su avanzada edad, se atreviera a decirlo con voz alta y clara,
cautivando inmediatamente a jóvenes que nunca habían considerado siquiera
leerle y a los que habiéndole leído, no hicimos otra cosa que confirmar nuestra
admiración por él, al encontrarle a nuestro lado en tan difíciles momentos.
Así que más que un escritor, hoy se nos marcha un compañero
infatigable, al que reservamos un lugar en cada uno de los triunfos que
obtengamos a través de la lucha y al que agradeceremos eternamente habernos
dejado una obra absolutamente maravillosa y
su sonrisa eterna.
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