jueves, 24 de marzo de 2011

El menor silencioso

Acaba de ser leída la sentencia contra el menor implicado en el caso Marta del Castillo, al que la fiscalía acusaba de los delitos de violación, asesinato y encubrimiento, saldándose finalmente con una condena de tres años de reclusión, creando un escándalo mediático provocado por las circunstancias especiales que rodean a este crimen y la actitud, digna de estudio, que han demostrado todos los implicados en él.
Cuesta creer que un chico de sólo quince años, haya sido capaz de mantener en secreto el lugar en que se encuentra el cadáver, con una frialdad propia de la madurez de un asesino a sueldo o de un criminal con un largo historial delictivo a la espalda.
Este menor silencioso, limpio de cuentas con la justicia hasta el momento de la desaparición de la niña, dispuesto a mantener el pacto que sin duda debió firmar en su día, con el resto de personajes que le rodearon aquella noche aciaga, sale por fin airoso del rocambolesco montaje urdido a lo largo del tiempo y, aproximadamente en dos años, se hallará de nuevo dispuesto a mezclarse con el resto de la sociedad.
La sentencia ha debido ser un jarro de agua fría para los familiares de Marta, que han visto como el tiempo corría en su contra sin que el cadáver de su hija apareciera y cómo unos chicos de barrio sin ningún tipo de formación en temes legales, se mofaban de todo el sistema judicial aderezando con pistas falsas de costo incalculable, la cruda realidad de sus actos inadmisibles.
Probablemente, en aplicación estricta de las leyes, el juez en no ha podido hacer más y tememos, que en el caso de los demás acusados, cuyo juicio comenzará en breve, la vaguedad de los argumentos con que cuenta la fiscalía, acabe en resultado similar al que hoy hemos conocido.
Es obvio pensar que la familia de Marta no volverá a creer en la justicia y hasta puede que pase por su dolida imaginación la sórdida idea de tener que hacer algo de lo que luego podrían arrepentirse, pero este código penal que no ha considerado en este caso la continuada obstrucción a la justicia llevada a cabo por los implicados, sin el menor atisbo de arrepentimiento, tendría que ser, no digo ya sometido a revisión, sino quemado directamente en la hoguera, como si de un libro maldito se tratara, para ser redactado en unos términos mucho más contundentes para delitos que atentan directamente contra los valores de la humanidad.
No cabe ya entrar en discusiones sobre la postura del juez, ni sobre si la policía infravaloró en su momento la postura de los acusados creyendo la primera versión que les dieron. Quizá el mayor error cometido ha sido el de atribuir a estos chicos una mentalidad propia de su edad y no la de una pandilla de psicópatas convencidos de que su silencio daría los frutos que ahora acaban de empezar a recoger.
Causa escalofríos pensar que podemos estar conviviendo con gente así y que una parte de la juventud pueda, incluso, admirar como héroes a estas personas y alabarlos en las redes sociales animándolos a continuar en su conspiración de silencio.
Puestos en los zapatos de la familia de Marta, aún queda mucho camino por recorrer. Ojala y la suerte quisiera que el cuerpo de la niña, por un azar de esos que suelen darse con cierta frecuencia, apareciese de repente para recomponer lo que pasó verdaderamente aquella tarde y que toda la insidia prevista por estos adonis barriobajeros sin ninguna valía personal, se fuera por la borda dejándoles allí donde deben estar, recluidos con la única compañía de su enorme silencio.

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