Tras la euforia de ayer, el Parlamento catalán celebra el
debate para la investidura del que habrá de ser su próximo Presidente de
Gobierno, aunque todo parece indicar que esto no se conseguirá en primera
votación, al estar la CUP en contra de la candidatura de Mas y haber proclamado
mil veces que nunca le votarían, por la vinculación del Partido que representa
con los múltiples casos de corrupción acaecidos en Cataluña, en los últimos
tiempos.
Entretanto, en Madrid, se busca afanosamente una manera legal
de frenar el proceso independentista que la mayoría parlamentaria catalana dio
por iniciado ayer y Rajoy, por primera vez, se ve obligado a tratar con máxima
urgencia el asunto que nos ocupa, intentando encontrar aliados para la aplicación de las
medidas que seguramente tomará, sólo o en compañía de otros.
Pero la Revolución catalana, que ya ha construido el tejado
que resguarde de todas las inclemencias venideras a los habitantes de su “nueva
República”, carece sin embargo de un líder que cuente con el respaldo de las
mayorías para llevar a cabo el proyecto, lo que supone una fractura en la
cimentación que bien podría hacer tambalearse por sí misma, toda la estructura
que está por construir, aún sin que el Gobierno
español se vea obligado a personarse en la causa.
Puede que el ego de Artur Mas, muy subido por la
trascendencia de los últimos acontecimientos, no le permita discernir que si
persiste en la decisión de mantenerse como candidato a la Presidencia, los
pasos que los independentistas han dado de manera acelerada hasta ayer, pueden
irse al garete y que todos las promesas que ha venido haciendo a la sociedad
catalana alrededor del sueño separatista, podrían venirse abajo ante la
imposibilidad de llegar a un acuerdo sobre la votación de la investidura.
De ser así, la tregua que se ofrece a Rajoy no tiene precio y
la revolución descabezada habrá de transcurrir de manera mucho más sosegada de
lo que a los secesionistas les gustaría, al estar peligrosamente cerca la
celebración de las Generales, que con toda probabilidad traerá para España, un
cambio en el color del Gobierno.
Si el proceso de la investidura no logra resolverse con
prontitud, los nacionalistas catalanes ya no podrán utilizar la baza del
inmovilismo de Rajoy, para reforzar sus argumentos y podría ocurrir, de cambiar
los protagonistas en ambos bandos del conflicto, que se abra un nuevo proceso
de negociación, al que todos deseamos más fortuna que al anterior y que todo se
ralentice.
Esto colocaría a Mas en un fuera de juego que quizá ayudaría
a los catalanes a valorar con más frialdad la labor realizada durante los años
de gobierno y a tener una opinión mucho más objetiva de lo que ha sido su
periodo como Presidente de la Comunidad y si ha conseguido o no el beneplácito
de los ciudadanos, como gestor de los asuntos de Cataluña.
La presión que debe estar sufriendo la CUP para que todo esto
no se produzca, ha de ser sin duda, explícitamente violenta, pero ceder ahora,
votar a Mas para la Presidencia, obviar los gravísimos casos de corrupción que salpican a
Convergencia y abrir los brazos a una alianza ideológicamente imposible,
representaría en sí mismo, una traición a los principios que predica la CUP,
del todo imperdonable.
Hay veces, que el interés de la actualidad supera con mucho a
cualquier posible ficción y que los enrevesados caminos de la política terminan
por conducirnos a situaciones absolutamente distintas a las que, en un
principio se imaginaron. Ésta parece ser una de ellas y por lo complicado de la
historia, ni siquiera se puede predecir qué pasará en los dos minutos
siguientes.
Un lujo para los que relatamos los sucesos.
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