martes, 24 de abril de 2012

De usar y tirar




No estaría mal ir comprendiendo que la clase empresarial de nuestro país, dista mucho de ser como la del resto del mundo.
Es ésta nuestra, una tierra de pícaros en la que se acostumbra a hacer de la pequeña estafa un modo de vida, que en poco o en nada se parece a la solemne seriedad que se maneja en el entorno laboral, pasando las fronteras.
Así, durante la época de bonanza, cuando el ladrillo hacía de oro a cuántos se decidieran a montar un negocio que tuviera que ver con la vivienda, a nadie importaba si cientos de miles de emigrantes entraban de forma clandestina en España o si se preocupaban o no de solventar su situación legal, una vez instalados entre nosotros. Lo importante era que resultaba infinitamente barato contratarlos y endosarles las labores más duras en la obra, o en un campo abandonado masivamente por nuestros paisanos, en su afán de trasladarse a los medios urbanos para acudir a la llamada del cemento.
Nadie protestaba entonces de la contribución que los “legales” hacían a las arcas de la Seguridad Social, ni preocupaba que los sin papeles se empadronaran en nuestros pueblos y ciudades, a cambio de recibir la necesaria atención médica.
Era fundamental, eso sí, que estuvieran dispuestos a realizar labores ingratas por la mitad del salario de uno de nuestros obreros, que limpiaran nuestras casas, que cuidaran a nuestros ancianos, niños y enfermos, y que no molestaran con ningún tipo de reivindicación que pudiera alterar la festiva vorágine de nuestra incipiente riqueza.
Pero ahora que las cosas se están poniendo feas y ha habido que dar marcha atrás en nuestras aspiraciones de lujo y boato, los extranjeros representan una pesada carga difícil de asumir y se empieza a convertir en urgente encontrar una salida que los devuelva a su lugar de origen, o los coloque en una situación de legalidad desde la que contribuir, también ellos, a subsanar la difícil situación que atravesamos, pagando religiosamente los mismos impuestos que tan poco importaba antes si pagaban o no.
Por eso el Gobierno Rajoy se está dando prisa en hacerles entender que su etapa española ha concluido y ha empezado por retirarles el derecho a utilizar la sanidad pública, aunque su intención es la de modificar la Ley de Extranjería, para blindar las fronteras impidiendo su paso.
Con una falta de caridad incomprensible, dado su aireado catolicismo, niegan a los enfermos atención si no cotizan a las arcas del Estado y en cierto modo, les empuja a tomar una patera de vuelta al lugar de dónde vinieron, cerrando cualquier posibilidad de integración a personas que ya se movían por nuestras calles con la misma naturalidad que cualquiera de nosotros.
No puede haber mayor crueldad. Usar y abusar de la mano de obra barata que tanto convino en los buenos tiempos a nuestra poderosa clase empresarial, para arrojar a esos mismos obreros al abismo de la miseria cuando todo se ha hundido a causa de la codicia, y cerrar los ojos al drama personal de los más débiles, intentando esconder la profunda xenofobia que subyace, bajo estas nuevas medidas discriminatorias, en lo más necesario.
Naturalmente, a los que manejan el dinero poco o nada interesan estas penosas historias, puesto que no han hecho otra cosa que cambiar a los individuos sometidos a explotación por españoles desesperados por un paro insoportable y con la potestad de ponerlos en la calle si no se atienen a sus exigencias, dado el poder que les ha sido otorgado por la nueva Reforma Laboral.
Indiscutiblemente, la falta de atención médica conseguirá un éxodo masivo de una gran parte de extranjeros, a los que no quedará otro remedio que regresar a sus países, sin haber conseguido realizar el sueño que les trajo hasta aquí, buscando un futuro mejor.
Pero lo auténticamente justo sería compartir a partes iguales con ellos, también esta parte de nuestra historia, de manera que pudieran mantener sus derechos en igual medida que nosotros, ahora que quizá lo necesitan incluso mucho más, que los ciudadanos de aquí.
Para el hombre, no mirar atrás tratando de ignorar las desgracias ajenas, no es más que una forma de envilecimiento que deja en evidencia la poca bondad que nos caracteriza como especie y maltratar a los débiles, una manera de tiranización que acaba con cualquier esperanza en un futuro igualitario y digno.

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