Los que, como yo, aún conservamos el recuerdo de una etapa política en que lo natural era convivir con la mentira de quienes nos gobernaban y la ignorancia sobre cualquiera de sus intenciones con respecto a las leyes que después nos eran impuestas, valoramos como la cualidad más importante en un líder, la sinceridad.
Somos perros viejos en detectar engaños encubiertos en los discursos aparentemente bienintencionados de los que, en parte gracias a nuestra lucha anterior, ahora ocupan puestos de responsabilidad en esta democracia que recibimos como un regalo de valor incalculable que nos hiciera salir de los años oscuros de la represión y el silencio.
Ya demostramos que nuestra intuición no se equivocaba cuando los señores del Partido Popular trataron por todos los medios de engañarnos en cuanto a la autoría de los atentados del once de Marzo en Madrid y quedó claro que la disposición del pueblo español a perdonar la tendencia insidiosa de algunos de sus políticos, era nula.
Últimamente, vuelven a ser bastante sospechosas las idas, las venidas y las rectificaciones continuadas de los que ahora ocupan responsabilidades de gobierno que, probablemente partiendo del equivocado supuesto de que a la izquierda se la mide con un rasero diferente, andan haciendo malabarismos sobre la delgada línea que separa la verdad de la mentira cayendo en el error de considerar al pueblo soberano mucho menos inteligente de lo que en realidad es.
No es de traidores avisar de las posibles consecuencias a quien prometió por su honor que no tocaría las prestaciones sociales para después atacar el bien más preciado de los trabajadores, su salario, ni a quien trata de presentar una reforma laboral infumable como la mejor salida para los que en verdad, no serán más que las víctimas de una situación que tira por tierra cualquier esperanza de dignidad en el empleo y alienta un asentamiento en rango de ley de un despido libre no procedente.
Es más, es obligación de quien escribe avisar de una posible e inminente reforma del sistema de pensiones (algo ganado con toda una vida de esfuerzo) que seguramente lacerará de nuevo los derechos de los ciudadanos de mayor edad poniendo a los más jóvenes en una tesitura muy difícil para cuando, por ley de vida, llegue su turno en la cadena del relevo.
No me gusta el tono que emplea este presidente, no entiendo su afán en quitar hierro a la situación más grave soportada por la clase obrera en todos los años de nuestra joven democracia. No puedo compartir su aquiescencia con las directrices marcadas por los grandes banqueros, ni su ridícula servidumbre tras las migas que nos arroja una Europa a la que nada le importamos, ni su abandono ideológico en aras de una conservación del poder al precio que sea intentando, a la par, disfrazar la dureza de sus acciones con un halo de santidad que no convence ni a sus propios correligionarios.
Quizá comete el error de creer que su discurso nos convence y si es así, le auguro una mayúscula sorpresa cuando haya de enfrentarse con las urnas y contemple que el voto soberano de los electores le manda a casita exactamente por el mismo motivo por el que un día otros hubieron de cederle el poder: por mentiroso.
Somos perros viejos en detectar engaños encubiertos en los discursos aparentemente bienintencionados de los que, en parte gracias a nuestra lucha anterior, ahora ocupan puestos de responsabilidad en esta democracia que recibimos como un regalo de valor incalculable que nos hiciera salir de los años oscuros de la represión y el silencio.
Ya demostramos que nuestra intuición no se equivocaba cuando los señores del Partido Popular trataron por todos los medios de engañarnos en cuanto a la autoría de los atentados del once de Marzo en Madrid y quedó claro que la disposición del pueblo español a perdonar la tendencia insidiosa de algunos de sus políticos, era nula.
Últimamente, vuelven a ser bastante sospechosas las idas, las venidas y las rectificaciones continuadas de los que ahora ocupan responsabilidades de gobierno que, probablemente partiendo del equivocado supuesto de que a la izquierda se la mide con un rasero diferente, andan haciendo malabarismos sobre la delgada línea que separa la verdad de la mentira cayendo en el error de considerar al pueblo soberano mucho menos inteligente de lo que en realidad es.
No es de traidores avisar de las posibles consecuencias a quien prometió por su honor que no tocaría las prestaciones sociales para después atacar el bien más preciado de los trabajadores, su salario, ni a quien trata de presentar una reforma laboral infumable como la mejor salida para los que en verdad, no serán más que las víctimas de una situación que tira por tierra cualquier esperanza de dignidad en el empleo y alienta un asentamiento en rango de ley de un despido libre no procedente.
Es más, es obligación de quien escribe avisar de una posible e inminente reforma del sistema de pensiones (algo ganado con toda una vida de esfuerzo) que seguramente lacerará de nuevo los derechos de los ciudadanos de mayor edad poniendo a los más jóvenes en una tesitura muy difícil para cuando, por ley de vida, llegue su turno en la cadena del relevo.
No me gusta el tono que emplea este presidente, no entiendo su afán en quitar hierro a la situación más grave soportada por la clase obrera en todos los años de nuestra joven democracia. No puedo compartir su aquiescencia con las directrices marcadas por los grandes banqueros, ni su ridícula servidumbre tras las migas que nos arroja una Europa a la que nada le importamos, ni su abandono ideológico en aras de una conservación del poder al precio que sea intentando, a la par, disfrazar la dureza de sus acciones con un halo de santidad que no convence ni a sus propios correligionarios.
Quizá comete el error de creer que su discurso nos convence y si es así, le auguro una mayúscula sorpresa cuando haya de enfrentarse con las urnas y contemple que el voto soberano de los electores le manda a casita exactamente por el mismo motivo por el que un día otros hubieron de cederle el poder: por mentiroso.
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