martes, 21 de septiembre de 2010

La inocencia maltratada




No hay nada peor para el hombre que ser tratado con indiferencia.
El Modelo de sociedad que estamos creando, basado fundamentalmente en las aspiraciones profesionales, incluso por encima de las cuestiones afectivas, nos va lentamente conduciendo a un desapego generalizado que cristaliza ya, en un incipiente abandono de las querencias.
Hemos hablado en repetidas ocasiones de los hijos y de la actual irresponsabilidad de los padres para con ellos, pero el fenómeno es mucho más universal cuando se invierte y son los hijos los que han de convertirse en cuidadores de sus progenitores.
Salta la terrible noticia de dos ancianos que pierden la vida olvidados en una furgoneta de un centro de día. El responsable de su vigilancia antepuso la urgencia, entre comillas, de una llamada telefónica y no volvió a interesarse de su paradero hasta muchas horas después.
Es absolutamente monstruoso que se maltrate la inocencia de los más desvalidos como si se trataran de objetos inservibles que, pasado su periodo de utilidad, se arrinconan sin el menor remordimiento como si ,además de no recordar ellos mismos sus nombres, de repente toda la sociedad los borrara de las páginas de los registros civiles.
Sabemos que el síndrome del cuidador agota la mente y el espíritu de quien sacrificadamente asume las labores de permanecer cerca de sus seres queridos a dedicación plena, pero luego están los otros, los que llegados los primeros problemas de sus mayores, se desinhiben de cualquier responsabilidad y los aparcan en Centros de dudosa calificación dónde son literalmente vejados por un personal deshumanizado que ni siquiera se plantea que un día, probablemente, hayan de encontrarse en una situación similar.
Son muchos los ejemplos de negligencia que han llegado a las páginas de la prensa destapando los horrores cometidos contra los que no pueden defenderse y mucha también la despreocupación de los organismos responsables de que estos hechos no sucedan, pero sobre todo asusta pensar que el destino de la mayoría de nosotros será, seguramente, una de estas casas de los horrores que en nada contemplan la dignidad de los seres humanos ni sus necesidades más primarias.
Nadie merece ser arrastrado a una absoluta soledad e incluso al espantoso silencio de un sucio rincón donde esperar la muerte que, en muchos casos, representa un motivo de satisfacción para los allegados para quienes no era más que un gran problema.
Todos necesitamos del afecto de los que nos rodean, que nos cuiden con el mismo ahínco que pusimos al cuidar de los nuestros incluso abandonando conscientemente los sueños de la juventud y desde luego, no valen excusas en las que escudarse para desatender olímpicamente nuestro grado de implicación para quien nos necesite, como si el mundo se hubiera vuelto loco y los lazos afectivos hubieran pasado de moda siendo desterrados para siempre.
Dice la prensa que los hijos de los ancianos muertos no presentarán denuncia contra el centro porque lo sucedido se trata de un terrible accidente.
Perdónenme, pero este olvido de irrecuperables consecuencias, debe ser asumido y pagado con la misma contundencia que el presunto cuidador aplicó a los que dependían totalmente de su profesionalidad para salir adelante: la condena que corresponda a su delito y que la cumpla en abandono en una sucia habitación de cualquier cárcel del país.
Y,a ser posible, que sufra en propia carne el dolor de ser considerado menos importante que una llamada telefónica que, seguramente, sería una tontería. Entonces se podría decir que en el mundo hay justicia y que se ha aplicado rigurosamente.

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