lunes, 6 de septiembre de 2010

La soberbia de las viejas glorias



Nada soporta peor el hombre que el hecho de envejecer. Los inteligentes convierten en aliada su experiencia y los torpes exhiben una insufrible altanería que suele tener el efecto de que nadie añore los tiempos en que ,por suerte o por desgracia, sus nombres se hicieron familiares en un entorno más o menos grande.
Aún es peor no ser consciente de que un determinado momento pasó y esgrimir periódicamente la soberbia de lo que uno representó en el pasado sin advertir que la vida sigue su curso sustituyendo naturalmente a los que pasamos por ella sin perdón para nada ni para nadie.
Pero cuando la profesión de quienes hubieron de abandonar su tiempo es la política, la falta de resignación y acomodación a una situación diferente debe ser un factor añadido que coloca a determinadas personas sobre la delgada línea que separa la sensatez del ridículo haciéndolas, las más de las veces, caer del lado en que sus intervenciones sobrepasan la prudencia desdeñando por sistema la actuación de quienes les sucedieron como considerándose infalibles en sus afirmaciones y sin contemplar siquiera el derecho a réplica de los demás.
Dos casos inequívocos de estas posturas recalcitrantes serían los del ex presidente Aznar y el de quien fuera su Ministro de Interior, Jaime Mayor Oreja.
Todos sabemos ya el momento que atraviesa nuestro país y cuán difícil es desenvolverse diariamente en medio de esta crisis que nos pasó por encima apisonando nuestro modus vivendi. Todos seguimos con atención la información que se nos ofrece de los problemas cotidianos y somos conscientes de que el arco político que nos envuelve no es el que nadie desearía tener como acompañante en el difícil camino a seguir que nos aguarda, pero quienes detentan ahora el poder y también quienes son sus opositores, están desde luego en su derecho de adoptar las decisiones que consideren en cada momento y también en la obligación de llevar libremente la rienda de sus vidas sin ataduras a tiempos pasados ni voces en off que cuestionen sus argumentos en cada tramo del viaje.
El silencio, que nunca llega a estar suficientemente valorado por aquellos que sólo tratan de atropellar a los demás con lo imparable de su verbo, es un excelente camarada para iniciar nuevas trayectorias que le lleven a uno lejos de vivir de los rencores acumulados por los propios errores cometidos permitiéndole tomar la iniciativa de otras actitudes mucho más productivas para su riqueza personal y de espíritu.
No toca al señor Aznar resolver esta crisis. Su tiempo terminó y su cúmulo de faltas y aciertos está grabado a fuego en todos los libros de historia. Sobran sus palabras y consejos porque, en todo caso, corresponde a sus correligionarios actuales campear el temporal en el puesto que ocupen, en su inalienable derecho a disfrutar su propia vida y su libertad para expresarse sin maniobras de ventrílocuo.
En cuanto al señor Mayor Oreja, el apoyo generalizado que tuvo mientras fue ministro del interior bastaría para intentar, al menos, considerar lo delicado de sus indiscreciones en una mesa tan agitada como la que se asienta en tierras vascas y para tratar de no obstaculizar la denodada labor que tantas personas ejercen en el intento de llegar a la paz. También denota cierto resentimiento en sus carpetovetónicas manifestaciones de desagrado contra todos aquellos que se alejan de sus inamovibles posiciones de reyezuelo destronado y antiguo.
Sería quizá conveniente para el partido popular ejercitar sin rubor una medida de fuerza sobre la locuacidad de sus viejas glorias porque son incapaces de asumir que lo que un día llegaron a ser, se lo llevó el viento helado de sus innumerables equivocaciones y hoy no son más que figuritas testimoniales de un ayer que desearíamos que no se repitiera nunca.


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