Se afanan los Sindicatos en aumentar su poder de convocatoria de cara a la huelga general prevista para el veintinueve del mes en curso ,en un intento a la desesperada por mover a unas masas que les acusan de haber bailado a la sombra de los capitalistas ,mientras les llovían prebendas y subvenciones, abandonando a los trabajadores hasta el punto en que todos sus derechos se han visto gravemente lesionados, y lo que queda por contar.
Hay un desgaste generalizado de ese respeto que se tenía por los líderes obreros al principio de la transición y la mano negra de la corrupción ha tendido también su influencia sobre este sector de la sociedad haciendo sospechosos a quienes debían defendernos de una desidia inexplicable y de un claro abandono de cualquier medida de fuerza en defensa de los intereses más primarios de sus representados, hasta el punto que su credibilidad no puede alcanzar niveles más bajos que los que ahora tiene.
En esta tesitura, y amedrentados por los innumerables motivos de despido que contempla la reciente Reforma Laboral, los asalariados encuentran grandes dificultades en secundar un paro en el que no creen y, sobre todo, cuyas consecuencias podrían ser aún imprevisibles.
El Arma de doble filo que amenaza el cuello de la clase trabajadora el altamente peligrosa y, por añadidura, seguramente acabará por herirla de muerte tánto si apoya la huelga, cómo si no.
Todos parecen tener claro que algo hay que hacer si no queremos acabar en una servidumbre a la asiática que reduzca nuestros sueldos a una mínima expresión y nos exija a cambio jornadas mucho más largas y vidas laborales que rozan la ancianidad extrema.
Pero sin confianza en quienes convocan la huelga, difícilmente pondremos en el asador nuestra carne, ni lo haremos con el entusiasmo necesario que precisa la fe en la victoria y si nada hacemos, el asentimiento a las últimas medidas adoptadas dará al gobierno el respiro que necesita para seguir legislando en nuestra contra engreído por el supuesto apoyo que parecemos demostrar con nuestro silencio.
Quizá, si esta ley de despido libre pudiera aplicarse en todos los ámbitos de las altas esferas y los ciudadanos tuviéramos la potestad también de mandar a las listas del paro a quienes continuadamente han dado muestras de hacer oídos sordos a nuestras reclamaciones, unos y otros serían inmediatamente cesados en sus funciones y nuestra fuerza crecería de manera considerable pudiendo ser, entonces sí, dueños de nuestro propio destino.
Pero las leyes son sesgadas y nunca obligan en su cumplimiento a quienes las redactaron, ni a quienes les ayudaron por omisión a redactarlas.
Así que la patata envenenada lanzada a nuestro campo nos coloca en una posición que habrá que pensar detenidamente y sólo nuestra libertad de elección será la que finalmente nos dicte la respuesta que debemos dar a estos tiempos difíciles y turbulentos.
Hay un desgaste generalizado de ese respeto que se tenía por los líderes obreros al principio de la transición y la mano negra de la corrupción ha tendido también su influencia sobre este sector de la sociedad haciendo sospechosos a quienes debían defendernos de una desidia inexplicable y de un claro abandono de cualquier medida de fuerza en defensa de los intereses más primarios de sus representados, hasta el punto que su credibilidad no puede alcanzar niveles más bajos que los que ahora tiene.
En esta tesitura, y amedrentados por los innumerables motivos de despido que contempla la reciente Reforma Laboral, los asalariados encuentran grandes dificultades en secundar un paro en el que no creen y, sobre todo, cuyas consecuencias podrían ser aún imprevisibles.
El Arma de doble filo que amenaza el cuello de la clase trabajadora el altamente peligrosa y, por añadidura, seguramente acabará por herirla de muerte tánto si apoya la huelga, cómo si no.
Todos parecen tener claro que algo hay que hacer si no queremos acabar en una servidumbre a la asiática que reduzca nuestros sueldos a una mínima expresión y nos exija a cambio jornadas mucho más largas y vidas laborales que rozan la ancianidad extrema.
Pero sin confianza en quienes convocan la huelga, difícilmente pondremos en el asador nuestra carne, ni lo haremos con el entusiasmo necesario que precisa la fe en la victoria y si nada hacemos, el asentimiento a las últimas medidas adoptadas dará al gobierno el respiro que necesita para seguir legislando en nuestra contra engreído por el supuesto apoyo que parecemos demostrar con nuestro silencio.
Quizá, si esta ley de despido libre pudiera aplicarse en todos los ámbitos de las altas esferas y los ciudadanos tuviéramos la potestad también de mandar a las listas del paro a quienes continuadamente han dado muestras de hacer oídos sordos a nuestras reclamaciones, unos y otros serían inmediatamente cesados en sus funciones y nuestra fuerza crecería de manera considerable pudiendo ser, entonces sí, dueños de nuestro propio destino.
Pero las leyes son sesgadas y nunca obligan en su cumplimiento a quienes las redactaron, ni a quienes les ayudaron por omisión a redactarlas.
Así que la patata envenenada lanzada a nuestro campo nos coloca en una posición que habrá que pensar detenidamente y sólo nuestra libertad de elección será la que finalmente nos dicte la respuesta que debemos dar a estos tiempos difíciles y turbulentos.
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