Mientras los rostros atormentados de un grupo de mineros sepultados en chile alcanzan cotas de triste popularidad haciéndosenos familiares a lo largo y ancho del planeta, sus compañeros de profesión en España, cansados de no recibir su salario y de mirar cómo lentamente su futuro profesional es tragado por las alcantarillas de esta crisis eterna, saltan a las carreteras cortando el paso a los automóviles, símbolo de riqueza, que las cruzan protagonizando la primera batalla de los tiempos de lucha que se avecinan para la clase obrera.
Siempre representó la minería un sector duro de roer para la patronal y un ejemplo de combatividad para los asalariados que durante su historia como tales, se han visto obligados a ir comprendiendo poco a poco que ganar derechos cuando se trabaja para otro no ha sido nunca el camino de rosas con que soñaba la gente del campo cuando decidió emigrar a las ciudades en un intento de abandonar la servidumbre a los señores feudales.
En las malas horas que nos han tocado vivir, tal vez esta primera lucha de los mineros nos haga entender que todavía tenemos esperanza.
Hace tiempo que nos abandonó la ilusión pasajera de jugar a ser ricos y la cruda realidad que nos acompaña en la angustia del paro, en la indignidad de la reducción de nuestros salarios y en el incierto futuro que se nos presenta, ha sido suficientemente entendida durante la caída vertiginosa que hemos tenido que soportar en los últimos tiempos.
Sin embargo, el bien preciado de la libertad de pensamiento es tan inherente a la condición humana, que siempre será una baza a nuestro favor a la hora de buscar soluciones para mejorar nuestras desdichas y acabará imponiéndonos la cordura de que la lucha por un modo de vida decoroso no es constitutiva de ningún delito.
Así pues, manifestar nuestra solidaridad con aquellos que se atreven a realizar acciones de protesta abandonando la desidia que en la época pasada nos hizo conformistas, debe constituir una prioridad en estos primeros escarceos que no son otra cosa más que los prolegómenos de una batalla durísima en la que probablemente se pondrán a prueba muchas veces nuestros niveles de resistencia.
No podemos ceder bajando la cabeza a las intenciones de los que manejan los hilos del mundo hundiéndonos más y más en el pozo negro de una esclavitud económica que nos mina por dentro y por fuera. El eco de episodios del pasado demuestra la repercusión que la lucha obrera ha tenido en la trayectoria y la proyección de las vidas de los que hemos llegado después.
Entretanto, el silencio que se respira entre nuestros políticos a la espera del seguimiento a la huelga general del día 29 es bastante esclarecedor y hace suponer que a la vista de lo que ocurra en dicha jornada, se podrá tensar más o menos la asfixiante cuerda con que rodear nuestros cuellos.
En nuestras manos está el fuego destructor de la soga y en la palabra de los que escribimos el arma poderosa de las razones que nos empujan a batallar por la supervivencia.
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