jueves, 16 de septiembre de 2010

La revolución de las sotanas

Ahora resulta que la Iglesia Católica española se ha subido al barco de la revolución y proclama a los cuatro vientos que está totalmente de acuerdo con la huelga general del día veintinueve.
Hay que reconocer que cuando uno empieza a sumarse a las manifestaciones en la calle, le embarga un sentimiento de libertad que no es comparable ningún otro, sobre todo cuando se gritan las consignas en medio de la multitud enfervorizada por sus reivindicaciones y el eco es como una gigantesca ola que se expande por las ciudades introduciendo las voces por entre los edificios y dando la impresión de que el mundo entero estuviera de acuerdo con nuestro propio pensamiento.
Las sotanas ya se echaron a la calle, capitaneadas por el coqueto Rouco Varela, apoyando a los populares en su lucha contra el aborto y los matrimonios homosexuales que, según su doctrina, se cargaban la familia tradicional y, por ende, el curro de los sacerdotes en uno de sus sacramentos. Chillaron tánto, que el gustillo embriagador del sabor libertario debió apoderarse de ellos abduciéndolos y reavivando el deseo interno de repetir la experiencia a la mayor prontitud.
No se conoce sospecha de que en las homilías domingueras se haya repartido un ejemplar de El Capital, ni tampoco parece probable que las esferas vaticanas hayan renunciado a su parafernalia de lujos ostentosos a favor de los míseros del mundo, así que la explicación más creíble de la noticia del día debe estar relacionada con el apoyo tácito que el Partido Popular ofrece a los huelguistas que van a dar un empujón suficiente a un adelanto de elecciones que, probablemente, les traiga la victoria.
Juran los de izquierda que esta curiosa coincidencia no tiene nada que ver con ellos y que en ninguna de sus sedes se ha recibido llamada alguna de Benedicto XVI interesándose por los preparativos de la huelga y los sindicatos se han quedado perplejos ante tamaña comprensión por parte de los mismos que durante años estuvieron a favor de los sindicatos verticales mientras acompañaban a Franco bajo palio.
Este inesperado interés por el destino de los trabajadores, quedaría inmediatamente aclarado si lo que se persiguiera con esta explosión revolucionaria tuviera que ver con un cambio de manos en el poder vigente.
Es sabido que las sotanas siempre gozaron de una existencia más placida bajo la protección de las derechas y que su posición de privilegio se afianzó considerablemente con los de comunión diaria.
Así que no nos convence el argumento esgrimido por los obispos vociferando contra una Reforma Laboral que en nada les atañe ni les preocupa y mucho menos el papel de recién llegados socialistas que tratan de hacernos tragar a golpe misericordia mal entendida.
Y que tengan cuidado, no sea que se contagien del ideario izquierdoso del que siempre han huido como de la peste y ya no sean capaces de regresar a los recintos de los que nunca debieron salir: sus iglesias.

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